13 de mayo 2010

La administración mediática del miedo

La transmutación de lo social y lo público.

En la realidad chilena actual se están manifestando y desarrollando tendencias universales de la modernidad en su fase de globalización y ellas están transformando cualitativamente diversos ámbitos, con diferente ritmo e intensidad. Lo importante es que en esta época ya no hay espacios geográficos, culturales, sociales, etc., que puedan permanecer al margen de estas tendencias, tales como el modelo y tipo de sociedad que se construye; la relación de lo público y lo privado en su interior; la llamada crisis de la política y el sistema de partidos; el tipo de cultura cotidiana predominante y, en su interior, el carácter que asume lo local, a partir de la lógica de la segmentación y la heterogeneización social y cultural.

En referencia al ámbito de lo público, este modelo de sociedad constituye el desarrollo de lo que Habermas vislumbró en los ’60 al plantear la transmutación de lo privado y lo público (del consumidor y el ciudadano) ((Historia y crítica de la opinión pública)). Ya en esos tiempos los países capitalistas industrializados vivían el proceso por el cual la dinámica de los mercados, la concentración creciente del poder de los monopolios y el Estado, comenzaban a diluir (por decir lo menos) la posibilidad de un público raciocinante y con él del ciudadano político, a la manera en que lo concibe la teoría democrático-liberal clásica. En este período ello supone remarcar la importancia de la naturalización del orden y los fines sociales, a partir de la consagración de la economía de mercado y la democracia liberal como los únicos soportes posibles de cualquier ordenamiento social presente o futuro. Ello reduce lo político y lo público al ámbito de la mera gestión o administración, favoreciendo los procesos de individuación y privatización de la vida social.

En esa dirección, el maridaje de la informática y el audiovisual y la reducción de toda práctica social a la lógica del intercambio mercantil, generó fenómenos como la video-política, la muerte de la propaganda clásica y la discusión pública reemplazadas por el marketing político y, resumiendo, el abandono de la búsqueda de legitimidad en las conciencias de los ciudadanos, para concentrarse en la captura de segmentos de demandas en el mercado de las opiniones. La tendencia global dominante es que la política es estrictamente hablando un problema de la imagen que es posible crear, a partir de la elaboración de los discursos que el cliente-votante esté dispuesto a creer. Por ello, el régimen democrático liberal es el mejor marco para el desarrollo de la simulación de la soberanía popular.

Las profundas alteraciones de lo social no sólo están relacionadas con los procesos de segmentación y creciente heterogeneización, con su secuela de destrucción o debilitamiento de identidades y colectivos como los de épocas pasadas, sino también y más profundamente con el desarrollo de un nuevo tipo de cultura cotidiana y de relaciones sociales. El utilitarismo y el pragmatismo; la conversión del consumo en una práctica eminentemente cultural; la progresiva muerte de la ciudad como lugar público y su conversión de espacio de encuentro en espacio de circulación, etc. nos están hablando de lo que Lipovetsky llama la segunda revolución individualista ((La era del vacío)).Toda la vida social se personaliza, es decir se reduce a las demandas y necesidades de cada uno. Se trata de pasarlo biende ser uno mismo, de una suerte de antropocentrismo de corto alcance. Por ello, la llamada fiebre consumista no es un fin, ni manifestación de inconsciencia o irresponsabilidad consigo mismo. Al revés, es precisamente fruto de la hipervaloración de la individualidad y sólo así es concebible que la política tenga como objeto los problemas concretos de la gente.

El ciudadano-consumidor o viceversa, conforma en nuestra realidad cada vez más una unidad inseparable, entre otras cosas, porque el simulacro de la política lo tiene como fuente de legitimidad. Pero, no se trata de un alienado o manipulado por el sistema. Es tan sólo un cliente que debe ser mimado y halagado (como los propios partidos lo señalan).Ni sujeto (ciudadano clásico), ni objeto (masa homogénea e indiferenciada), se desplaza por los distintos mercados (la política, la salud, la educación, el entretenimiento y la diversión, la muerte y la fe) cada vez más concentrado en si mismo y en ser feliz, preocupado de su seguridad, de su salud, de su buen estado físico, de lo que considera signos de éxito y bienestar, en una especie de zapping social que no lo compromete más allá de un moralismo de nuevo tipo desmontado de la ética clásica (religiosa o política) que imponía el sacrificio, el deber colectivo, la renuncia individual y la dialéctica premio-castigo, al decir del citado Lipovetsky.

La sociedad del miedo y la inseguridad

El hiperindividualismo, sin embargo, no implica renunciar a lo social y lo colectivo. Por el contrario, centrado cada vez más en sí mismo, el individuo actual busca y necesita del contacto con otros como él. Es la búsqueda del mismo y con ello la muerte del Otro, cuya existencia es requisito fundamental para la constitución de un espacio público. De allí la proliferación de todo tipo de grupos y asociaciones, crecientemente intolerantes, de iguales, que requieren de semejantes para mirarse a sí mismos. Así se puede entender que la incertidumbre y la inseguridad se hayan convertido en preocupación central de la vida política y social. Ellas se asientan en lo que Sennett ha llamado el declive del hombre público, es decir la creciente desarticulación de un tipo de relaciones sociales en que la subjetividad se afianzaba en la pertenencia a colectivos sociales ((El declive del hombre público)).

Si hay algo que ha caracterizado a la cultura cotidiana de esta época es la presencia central del miedo y la inseguridad. En una vida centrada en uno mismo, las amenazas reales o no a la integridad del yo, de sus planes y proyectos, va adquiriendo  dimensiones claramente desmesuradas y en ello el papel de los medios ha sido central, al grado de que se puede hablar de una administración mediática del miedo ((La seguridad y la administración mediática del miedo. El delito en los editoriales de El Mercurio y)). De este modo, el discurso mediático propaga el susto a la comida, al sol y la playa, a las plazas y sus juegos infantiles, en definitiva cualquier espacio o actividad asociada a algún placer, va acompañada en dicho discurso de su correspondiente amenaza y peligro.

Indudablemente, la amenaza mayor es la presencia del Otro que asume el perfil del delincuente y su acción, el asalto y robo de casas y la violencia contra sus moradores. Se mantiene así una atmósfera social de temor generalizado, lo que permite que, desde la instalación del sistema democrático liberal representativo en 1990, fuera emergiendo en el discurso mediático el tema de la delincuencia y la seguridad, planteado como uno de los problemas más centrales de la vida nacional. En este plano, pareciera constatarse un éxito de estas estrategias. Tanto los estudios de opinión como el accionar de los partidos políticos han ratificado, de manera bastante tautológica, esta suerte de profecía autocumplida. Asi, el fantasma que recorre Chile es el del sujeto delincuencial construido por las discursividades mediáticas, como principal amenaza a la convivencia y el orden, que asume los rostros del asaltante de casas, del ladrón callejero o en una versión más juvenil, el del vándalo infiltrado en manifestaciones deportivas, sociales o políticas de la ciudadanía sana.

Lo anterior ha permitido a las hegemonías actuales, por una parte, lo que se puede llamar rentabilidad ideológica, ya que el tema de la inseguridad reinante legitima cualquier aumento de los controles y restricciones sociales. En aparente paradoja, el hiperindividuo sacrifica con gusto cuotas crecientes de libertades a cambio de orden y seguridad. Por otro lado, y en un sentido más prosaico, ha generado la aparición de innumerables oportunidades de negocios asociados, desde sistemas de alarmas hasta bloqueadores solares.

Lo central, en todo caso, es que en estos años el orden y el mercado han podido vender la idea de que el peligro y la amenaza a la seguridad individual pueden ser mantenidos a raya, controlados y reducidos, si es que las personas se atienen a las normas establecidas por la señalada administración mediática del temor.

*Este texto es un apartado del ensayo completo: “Reparando las grietas del edificio social. Poder mediático y hegemonía en Chile” que aparece recogido de forma íntegra en el libro El terremoto social del Bicentenario (Silvia Aguilera, Editora), LOM, mayo de 2010. 274 págs. El título para esta edición es nuestro.


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