10 de mayo 2012

Abolir las clases y amar los oficios

La noche del 25 de abril de 1912 Manuel Rojas inició una caminata desde Mendoza con la intención de quedarse en Las Leñas, estación del ferrocarril trasandino ubicada en la Cordillera a unos 3.400 metros de altura. Lo acompañan Laureano Carvajal y Luis Toledo, dos anarquistas chilenos, miembros de la Sociedad de Resistencia de Oficios Varios, que volvían a Chile. Cubriendo algunos tramos escondidos en vagones de carga y otros a pie, llegan, la tarde del 27 de abril, a un campamento de faena levantado entre Puente del Inca y Las Cuevas. Ahí Rojas se reencuentra con Laguna, a quien había conocido poco tiempo atrás trabajando como peón del ferrocarril. Carvajal lo convence de que sigan hasta Chile y al grupo se suma Laguna, que finalmente llega con Rojas a Santiago, habiendo tomado el tren en Los Andes. Los anarquistas se quedarían en esta ciudad cordillerana.

Luego de despedirse de su compañero, Rojas se dirige a un conventillo de la misma calle Brasil, entre Andes y Mapocho, donde en una pieza viven dos anarquistas que ofician de peluqueros: Teodoro Brown Suárez y Víctor Manuel Garrido Gutiérrez. El local, ubicado en Andes N° 2009, era conocido como la “Peluquería del Pueblo”. En él se daban cita simpatizantes anarquistas para discutir sus ideas y planificar estrategias de acción. El 8 de noviembre de 1913 fue allanado por la policía en busca de explosivos y material subversivo que pudiera proporcionar pistas sobre los autores de los atentados perpetrados por esos días. En esa ocasión fueron aprehendidos los dos peluqueros y otro libertario de nombre Voltaire Argandoña Molina. Manuel Rojas logra escabullirse, pero es capturado días después, quedando dos días detenido.

Continuaban así los vínculos del escritor con el mundo anarquista, con militantes de diversas posturas: desde individualistas hasta aquellos que promovían la acción directa y violenta contra las estructuras establecidas. El ideario ácrata, no sabemos si voluntariamente o producto del azar, formó parte de la atmósfera de su infancia. Rojas pasó parte importante de sus primeros años en distintos barrios de Buenos Aires y Rosario, dos activos centros anarquistas de Argentina, y estuvo siempre en contacto con militantes revolucionarios. Su llegada a Chile prolongó y afianzó la relación de éste con el ambiente libertario, cuando a sus dieciséis años comenzó a colaborar, bajo el seudónimo de Tremalk Naik, con el periódico anarquista La Batalla. Diario que se caracterizó por mantener posiciones radicales, sólidas e intransables. En el amplio y variado horizonte del pensamiento anarquista que distingue a esta corriente las primeras décadas del siglo XX, legitimaron el uso de la violencia, no solo como recurso para el boicot y el sabotaje, sino también como forma de protesta y represalia hacia acciones del Estado que consideraban injustas.

Revisando un temprano ensayo suyo titulado “La creación en el trabajo” (1937), surgen pistas que nos ayudan a explicar el origen y la relación de su solitario trabajo de escritor con este pensamiento libertario. En la primera parte de ese escrito el autor constata la pérdida de la actitud creadora presente en el trabajo del obrero antes del advenimiento de la industrialización capitalista, pasando a ser una anónima pieza de la cadena productiva. Ejemplifica esto revisando la evolución histórica del oficio de linotipista que Manuel Rojas llegó a conocer y dominar hacia fines de la segunda década del siglo pasado.

Encarnándose en el joven Aniceto Hevia, en su novela Sombras contra el muro (1964), expone su propia idea del anarquismo, con rasgos de ingenuidad e incluso de humor: “…Aniceto tiene del anarquismo una idea casi poética: es un ideal, algo que uno quisiese que sucediera o existiera, un mundo en que todo fuese de todos, en que no existiese propiedad privada de la tierra ni de los bienes; por eso lo primero que hay que hacer cuando llegue la revolución es quemar el Registro de Bienes Raíces; en que el amor sea libre, no limitado por leyes; sin policía, porque no será necesaria; sin ejército porque no habrá guerras; destruyendo la propiedad se acaban las guerras; sin iglesias, porque el amor entre los seres humanos habrá ya efectivamente nacido y todos seremos uno”.

En este sentido, rescato también la reflexión de González Vera en su libro Algunos, respecto de las variadas y múltiples ocupaciones que desempeñó Rojas desde muy temprana edad, particularmente sobre su escasa permanencia y constante mudanza en aquellos oficios:

“No cabría decir que los dejara por arribismo. Se convirtió en anarquista siendo muy joven y éstos ansían abolir las clases, y aman los oficios, sobre todo los manuales, porque pretenden organizar una sociedad en que solo haya trabajadores. Algo vago, indeciso, lo conducía a cambiar de tarea cada cierto tiempo.”

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