13 de julio 2011

Alfonso Alcalde que estás en el cielo

“Nací el 28 de septiembre de 1921 en Punta Arenas, y también ocasionalmente en la calle de la Marina, Tomé. En la galaxia de Tomé. 28 suman los libros publicados: poesías, cuentos, novelas, biografías, relatos para niños, reportajes documentales. Pablo Neruda prologó mi primer libro Balada para la ciudad muerta (Nascimento, 1947). Entonces tenía 26 años. La edición ilustrada por Julio Escámez fue quemada en una ceremonia jubilosa. Sólo quedaron las tristes cenizas y el testimonio de un ejemplar.

8 son mis hijos y 11 los nietos. He viajado por 25 países de América, Europa y el Medio Oriente. La ciudad vieja de Jerusalén fue refugio salvador por varios años como las sombras del Monte de los Olivos. Trabajé vendiendo urnas, contrabandeando caballos desde Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) a través del Matto Grosso, cuidando animales en un circo de fieras (cebras, elefantes, leones, osos) y ayudante de la Mujer de Goma y del Tragafuegos y Payasos, personajes que aparecen y desaparecen en varios de los textos con el obsesivo tema del circo. Fui guionista de cine, radio, teatro y televisión. También traté de ganarme la vida en un bar pendenciero, nochero de un hotel de pasajeros urgentes y en las entrañas de las minas de Potosí trabajé como ayudante de carpintero en los socavones. Fui también pescador y vagabundo libre y total en los trenes que siempre partían al norte por el continente americano. Conozco mi país de la cabeza a los pies (dirigí la colección Nosotros los chilenos de Quimantú) y su pueblo compartiendo vidas, dolores, trabajos, masacres, alegrías y resucitamientos. Hace un cuarto de siglo encontré una caleta de pescadores en la mitad del sur y la lluvia: Coliumo. Su mar y su gente forman parte de mis últimos huesos. Bajo la ira de los temporales y la sombra de sus silencios nacieron mis libros junto con la llegada del invierno. Casi ciego y en las más infinitas de las soledades seguí escribiendo como prometí “aunque me corten las manos”. Existen diseminados numerosos textos de las más diversas expresiones sin lectores ni editor. Otros fueron extraviados como algunos olvidos en la memoria. Empecé a escribir porque a escribir porque no tenía otra solución, buscando una respuesta sobre la razón y la necesidad de la vida. Aún no la encuentro, pero estoy seguro que la poesía no muere: sólo duerme”.

(Breve autoalabanza biográfica, aparecida en Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte. Crista, 1991)

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