05 de julio 2017

Antropoceno o la era de la extinción del hombre

En 1987 se elabora el informe Bruntland para la Organización de Naciones Unidas, en el que aparece por primera vez el término “desarrollo sustentable”, el cuál quedaba definido como “aquél que garantiza las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades” (United Nations 1987). En ese entonces, ya se advertían las nefastas consecuencias para la humanidad que podría acarrear una crisis ambiental de escala planetaria. El informe establecía la necesidad imperiosa de tomar decisiones globales para hacer frente a la catástrofe ecológica en gestación.

A pasado más de un cuarto de siglo desde dicho informe, pero los cambios necesarios para evitar la catástrofe o por lo menos suavizarla aún no se han concretado. El calentamiento global amenaza con sumergir poblados enteros producto de la elevación de los mares como consecuencia del derretimiento de los casquetes polares, otras realidades menos conocidas, como la pérdida de la biodiversidad o los cambios en los ciclos de nitrógeno atmosférico son igualmente peligrosos para las sociedades y la vida en el planeta.

Los efectos del comportamiento humano en el ambiente se han exacerbado en los últimos 300 años. A causa de las emisiones de dióxido de carbono el clima en el mundo se apartado de su rumbo natural (Crutzen 2002).

Parece apropiado dejar atrás el concepto de Holoceno, con el cual nombramos a este periodo de tiempo en la era geológica (entre 10.000 y 12,000 millones de años) y sustituirlo por Antropoceno, ya que en muchos sentidos, es el hombre el que domina esta época geológica, siendo capaz de influir en procesos globales (Crutzen 2002).

Ya en el año 1873 el geólogo italiano Antonio Stoppani se refirió a una “nueva fuerza telúrica comparable, en poder y universalidad, a las grandes fuerzas de la tierra” (Stoppani citado en Crutzen 2002) refiriéndose a la era antropozoica. Esto es producto, fundamentalmente de la gigantesca y rápida expansión de la humanidad y aumento per cápita en la explotación de recursos.

En los últimos trecientos años la humanidad ha multiplicado diez veces su población, alcanzando los 6.000 millones de habitantes, y se espera que esta cifra llegue a los 10.000 millones en este siglo (Crutzen 2002), con un peak de población esperado para el año 2050 (Martinez-Alier et al 2010). Más de la mitad de la superficie del planeta se encuentra en la actualidad siendo explotada por los intereses humanos, las selvas tropicales desaparecen a pasos agigantados, liberando dióxido de carbono a la atmósfera y aumentando la pérdida de biodiversidad (se calcula que unas 6.000 especies desaparecen para siempre por año) (Crutzen 2002).

El uso de combustibles fósiles y la agricultura han generado incrementos sustanciales en las emisiones de gases invernadero -sobre un 30% el dióxido de carbono y más de un 100% el metano, en las concentraciones globales- alcanzando los niveles más altos en los últimos 400.000 millones de años, y seguirá aumentando (Crutzen 2002). Hasta el momento casi la totalidad de estas emisiones había sido causada por el 25% de la población (Crutzen 2002) teniendo entre sus efectos la modificación de la composición atmosférica, pérdida de la biodiversidad, cambios en los usos de tierra, disminución de los recursos hídricos, alteración de los ciclos de nitrógeno (Vitousek et al. 1997 citado en Zaccai y Adams 2012), cambio climático, acidificación de los océanos y la polución química (Rockstrom et al 2009 citado en Zaccai y Adams 2012).

A menos que suceda una catástrofe global, como la caída de un meteorito, una guerra mundial o una pandemia, será la humanidad la que ejerza la mayor de las fuerzas medioambientales (Crutzen 2002), por lo que está en nuestras manos buscar una solución a los problemas ya identificados y mencionados.

Estamos frente a una crisis ambiental que aún no ha revelado todas las graves implicancias que podría tener, frente a esta situación varias voces de disidencia e inconformidad se han escuchado, en lo que respecta al rumbo que han tomado las sociedades modernas, y no sólo en lo referente a la crisis ambiental, sino también a los problemas asociados con el sistema económico, como la depredación de los recursos y la homogenización cultural que este trae asociado.

La salida de Estados Unidos del acuerdo de París, el derretimiento del permafrost y las futuras perforaciones petroleras en el ártico son un incentivo a las calamidades globales, la catástrofe ambiental ya viene, y es un reflejo de la catástrofe política. Es en éste ámbito en donde se juegan todas las cartas de la humanidad para seguir habitando un planeta capaz de sustentar la vida como la conocemos.

 

Bibliografía

  • Crutzen, Paul, 2002. “Geology of mankind”. Nature; Macmillan Magazines; Vol. 415, 23.
  • Martínez-Alier, Joan, Unai Pascual, Franck-Dominique Vivian, Edwin Zaccai; “Sustainable degrowth:Mapping the context, criticisms and future prospects of an emergent paradigm”;Ecological Economics; 2010; doi:10.1016/j.ecolecon.2010.04.017
  • United Nations; “Our common future: Report of the World Commission on Enviroment and Development”; 1987.
  • Zaccai, Edwin y Adams, William M.; “How far are biodiversity loss and climate change similar as policy issues?”; Enviromental development and sustainability; Springer; 2012

Ilustración: «Nuestro suelo», Daniel Aguilera
http://registrodetrazo.blogspot.fr/

Sociólogo por error, biólogo de vocación.

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