23 de marzo 2019

Boca. Deglución. Disgreción.Digestión. Distracción.Transgresión.

“Jamás terminaremos, porque jamás dejamos el comienzo.”

Un golpe de dados, frases tejidas de aire y palabras ficticias, así se presenta esta boca.

Boca cae en boca desde una boca, digamos, como de vez en cuando cae una miga de pan, una gota de lluvia o el sol de la estación en su interior.

Con su permiso, sin su permiso, sin permiso porque de todas formas ya he pedido permiso, cortésmente, descortésmente ignorando a la audiencia a través de la cortesía. Como sea, es muy tarde ya: labios, dientes, lengua, garganta y aquella primera boca está fuera de la vista.

Pero estoy siendo descuidado al descuidar los preliminares. A fin de cuentas, la audiencia viene por los preliminares y es la audiencia lo que tan graciosamente me concede este, el único lugar de mi existencia.

Pero en mi descuido, cuido por ustedes. Digamos lo que todos sabemos y así anotémonos un des-cubrimiento en estricto sentido: los preliminares son la mejor forma de quedar eliminados del evento ¿quién no ha pasado toda la tarde esperando los fuegos artificiales, solo para ir al baño y perder su puesto media hora antes de la función? ¿quién no ha conocido a alguien que ha esperado un año entero por su cumpleaños, solo para enfermarse en la fecha? Y así y así. En la espera está el peligro de la acción y, sin hecho ¿qué son los preliminares? Una frase a medias, un desperdicio de energía, una mera perdida de tiempo. Por eso, al saltármelos, los concreto. Con el hecho firmemente en las manos, puedo elaborar los preliminares que quiera sobre esta base, puedo labrarlos, inventarlos  y alargarlos tanto como los 4.6 billones de años de los que ha nacido este acontecimiento me lo permitan.

Entonces partamos ¿qué teníamos al frente? ¿amigo? ¿enemigo? ¿amante? ¿torcido? ¿cerrado? ¿abierto? En este punto diré: bella. No se trata de cualquier boca. Bella boca, con sus correctas cuatro letras y sus espacios proporcionados y no un desastre de la casualidad y la distracción como podría ser bucca, bica, b oc a, boc. , noca o alguna de las variantes de altura, largo y disposición que pueden torcer y distorsionar la embocadura humana.

¿Distorsión? ¿una boca distorsionada?¿la belleza no será una de tantas otras distorsiones de la boca?

¿Por qué no? A fin de cuentas, a penas la forma de las cosas entra en contacto con la boca pierde su forma. Luego, la boca deforma y así da forma, haciendo de las cosas palabras, haciendo de los paisajes descripciones, reduciendo a las personas a un par de frases, frases que a veces pueden llenar tres horas seguidas, pero que no dejan de ser “un par de frases”. Habrá más de un par de cejas levantadas, más de un par de murmullos borboteando bajo los mostachos y sombreros de quienes me escuchan, el sentido común se estará poniendo los guantes y levantándose para irse mientras murmura algo como que si ahí dice que era una bella boca, no tiene sentido en dudarlo, no tenemos más prueba que el testimonio. Pero ¿no es un poco raro? ¿no es un poco raro que siempre tengamos que estar afirmando que esto es bello o que eso es bello? ¿que permanentemente estemos discutiendo por eso? ¿es tan raro que no sea más que un engaño? A fin de cuentas, siglos de belleza nos enseñan que poco aguanta el contacto con la realidad y, por más que llora su pérdida, es con su muerte que más puede crecer. Uno podría pensar que al cantar su belleza, poco le importa la boca detrás de esta bella boca a la hipócrita boca que solo busca llenarse con algo.

Claro, si lo miras desde ese párrafo, parece que eso es definitivamente lo que estoy tratando de decir. Pero mira, ven, párate en este ¿Qué tal si una bella boca busca solo la belleza en la boca, ignorando los autos, las joyas, la buena vestimenta y otros periféricos del concepto con los que se trata de ocultar la ausencia de lo central? Piénsalo: la boca no puede manejar, los metales y las gemas son muy duros para ellas, las telas tienen una textura desagradable. Solo de palabras se alimenta la boca. Para ella no somos nada, sino lo que decimos ser y solo eso puede mantenernos encadenados a otra boca en ese juego de ir perdiendo y encontrando respuestas, que llamamos conversación. Si  una bella boca sigue hurgando en las profundidades de la nuestra, algo adecuado a ella debe encontrar ahí y no es ningún descubrimiento que lo que se adecua a lo bello es la belleza.

Muy bien, ¿cuál de los dos entonces? ¿Tengo que saberlo? ¿Acaso no son mis palabras las que hablan por mi y no yo por ellas? ¿Cómo puedo ser el guardián de mis palabras, sobre todo cuando las estoy embarcando aquí para que me dejen y se dispersen por el mundo? ¿Cómo puedo fingir que soy su carcelero cuando les abro la puerta para que busquen qué decir y digan lo que quieran?

Dije lo que dije, no podría decir más ni menos con lo que dije y a modo de conclusión diré lo que dije, sin decirlo directamente: Entre boca y belleza, puede haber una profunda conexión. En fin, continuemos.

Entonces, ¿cuál era la forma? Es difícil decirlo, porque por una cosa de temperatura, se pierde dentro de la boca.  A penas esa otra boca cae en nuestra boca, comienza a ser nuestra.  En nuestro intento por capturarla, la perdemos de inmediato y solo podemos deducir a posteriori lo que alguna vez hubo ahí.

Por supuesto, podemos atenernos a lo más básico de la forma: figura, color, textura, etc, etc.

A veces es un color,  sí. Pero las más de las veces es el color lo que amamos y lo seguimos de boca en boca, sin prestar mucha atención a cuál sea la boca en que se reposa. Lamentablemente, más de alguna vez es un olor. De todas formas no hay por qué ser tan fúnebre, no todo olor es nefasto (aunque admitámoslo, usualmente lo es): A veces se trata del olor a café, a veces el olor de frutillas, a veces de un olor de una mañana fría. A veces estos olores no tienen olor, porque toman la forma de colores. Pero un color no tiene forma hasta que se dobla y conforma a la palabra que le sirve como identidad formal. A veces las palabras no son  palabras, sino silencios, muecas, medias sonrisas. A veces el tono de una boca evoca ciertas muecas, sin importar lo que diga. A veces la boca está llena de humo y a veces las palabras no son más que humo y a veces el humo tiene  más que decir que la boca de donde sale. A veces hay comidas y hay palabras y  se revuelven en el poco espacio que es la boca, hasta que vuela la comida con las palabras o se tragan las palabras con la comida. Una cosa se confunde con la otra, una cosa es la otra, nada es lo que es, todo es todo, todo se pierde en todo y uno se agarra la cabeza a dos manos para concluir que nada queda en la boca.

En efecto, nada. Uno denuncia, uno impugna: esa es la forma de la boca, eso es lo que ocupa el espacio que da lugar a la boca. Pero igual uno la ve, como si masticara algo, como si rumiara algo, largo y tendido. ¿Qué hay ahí? ¿Por qué  actúa así cuando no hay nada? ¿O acaso solo actúa?  Pero de de la actuación surge la acción, de la acción surgen los hechos, los hechos fijan las cosas. Un engaño, gritan. Sin duda, pero ¿no es la magia una forma de engaño? ¿y no hace surgir la magia cosas de donde no hay nada? En última instancia, esto quiere decir que tras una respuesta nunca nada realmente pasó. O realmente quizás pasó y se nos pasó.

¿Qué pasó por esta boca frente a nuestra boca? Algo. Porque algo cayó bajo nuestra mirada. Algo minúsculo, de manera que no cayó dentro de nuestra mirada, sino bajo, al lado, fuera de ella. Solo después de un rato, notamos que no hemos notado algo, porque esa boca que custodiamos frente a nosotros, sonríe en vez de retroceder. Una sola palabra, tan breve que hay espacio para preguntarse si no es más que un espejismo de este vasto silencio.

No importa lo que hagamos, no importa lo que haya sido: ahí comienza a ser lo que en esta ocasión ha de ser. Algo en un comienzo como una gota que se enciende. Luz que no brilla y color sin color, así son las vueltas con que la boca tuerce a las palabras para poder hablar lo que, siendo, nunca nadie tuvo necesidad de decir. ¿Qué es esta vez? ¿Dulce? ¿Salado? ¿Ácido?

¿Ácido?

Definitivamente. Algo como un color que nunca puede ser un color.

¿Nunca? Nunca. Porque un color es algo que tiene color y no sabor y aunque decimos que un sabor pueda ser como un color, es algo que existe solo en la boca, porque  un sabor es un sabor al fin del día.

¿Seguro? Seguro, es algo que solo conoce la boca, que se conoce de boca a boca, que sin boca no existe.

Ah, ¿pero qué es? Parece demasiado conveniente esta forma de verificación que sale de la boca y vuelve a la boca ¿no es un sueño de la boca? O peor aun ¿una invención?

No, por supuesto que no. Ácido es…

¿Ácido como el vinagre? ¿Ácido como el limón? ¿ácido como el yoghurt? En definitiva, ¿ácido cómo? Hay muchos tipos de ácido y aunque todos son la misma cosa, ninguno es el mismo ¿duele? ¿daña? ¿pica?

No,no, no es para tanto. Digamos, acido limón.

“Estas palabras son acidas”. Eso dice esta boca. Pero ¿qué dice? Quizás que estas palabras tienen el mismo efecto que el jugo del limón. Es decir que sobre la lechuga, la hacen más palatable.

No, no. Nunca se ha visto tal cosa.

Entonces, en medio de la leche, la cortan.

Tendrían que ser palabras muy fuertes y no creo que hayamos llegado a ese punto todavía. No creo que a nadie se le hayan permitido palabras así. Después de todo, si son capaces de cortar la leche, están a un paso de cortar a la gente por la mitad.

Un sabor más fresco y suave. Como el agua, pero para nada como el agua. Porque el agua es dulce. Dulce o salada, a pesar de que la caracterizamos como “sin sabor” y sin embargo toda agua es salada o dulce. A veces pesada, pero no caigamos en eso. En cambio esto, es lo que es, un limón. Claro, no un limón, sino el jugo del limón. Es decir, agua, pero con un limón en su interior, con la idea de un limón, con el recuerdo de un limón, con la añoranza del limón, el recuerdo de alguien que conocimos y ya no está, ni siquiera en la persona que aun lleva su nombre como un muerto en la espalda y lo arrastra y lo tira y amenaza con hacerlo tira porque lo tira con tanta fuerza de día en día, de año en año, sobre esta centuria condenada a la muerte. Tal como tiramos a ese muerto, vamos tirando cada sabor, cada color, cada olor, conjunto de características inciertas y ausentes, cuyo peso reside únicamente en el peso del esfuerzo por retener lo que ya no existe. Vidas de un día que no son sino en su paso. Más que un destello, cúmulo de destellos. Debido a este método de formación, ninguno puede ser igual, ni siquiera semejante al otro, porque es una verdad indisputable que un instante nunca es reproducible. Pero por más que podamos asegurar esto, no podemos asegurar lo que los distingue, en cuanto es imposible mostrar lo que ya no está. Dudamos. Volvemos siempre al mismo lugar por caminos separados, hasta que solo queda nuestra insistencia de que no eran el mismo camino; lo que no está es lo que no está ¿no son todas nuestras impresiones solo sombras de un mismo fantasma?¿no son todas la sombras pliegues de una única superficie?¿no es el rojo caliente?¿no suenan las hojas verdes?¿no es un solo golpe sobre el teclado lo que separa olores y colores? ¿no es el amarillo de los limones lo que los hace ácidos?

Amarillo. Muy bien, digamos amarillo. Quizás aquí está la clave. Amarillo como el jugo y la piel del limón. Amarillo como el del sol una tarde clara de verano junto al mar. O como el de una tarde de invierno. O quizá el color de la piel de un enfermo con ictericia. O el de las hojas de libustrina ¿qué es amarillo? “ color semejante al del oro o al de la yema de un huevo” atestigua el diccionario;  tinglado de definición esta, tan firme como el tartamudeo de una boca que se ve sobrepasada de inmediato por los fragmentos más pequeños de la realidad que pretende masticar de día en día.

“Ácido” “amarillo” “caliente “ “frío”,  un umbral, un limite, un hoyo, un portal. Palabras curiosamente aplicables a la boca, el espacio que permite conectar dos realidades, una presente y otra distante: color y sabor, digestión y excreción, impresión y expresión, pasión y lasitud, silencio y respuesta ¿la forma de las cosas de la boca no es la de la boca misma? ¿y qué es esto? Una puerta que siempre que nos apoyamos en ella, está dispuesta a abrirse. Seguros de lo que vemos e ignorantes de que ignoramos lo que vemos, nos apoyamos confiadamente ignorantes en estas palabras y caemos. Caemos al vacío, caemos en nosotros mismos. Decimos asir lo más banal del presente y nos alejamos de él, vagando por hoyos de conejo cuidadosamente labrados para ser infinitos.  Ese sabor que puede recordarnos una tarde o tener un color o el gusto de un limón,  presente de forma más concreta no en la fruta, sino en el insigne gusto de las galletas, galletas que en realidad nos hablan con una lenta voz diciendo: “Ese gusto, era el de un pequeño pedazo de madeleine que el domingo por la mañana en Combray (porque ese día yo no salía antes de la hora de la misa), cuando le iba a decir buenos días a su pieza, mi tía Leonor me  ofrecía después de haberlas mojado en su té o tisana. La imagen de la pequeña madeleine no me recordó nada, hasta que la hube probado; puede ser porque, habiéndola visto a menudo después, sin comerla, sobre las bandejas de las pastelerías, su imagen había dejado aquellos días en Combray para ligarse a otros más recientes; puede ser porque, de esos recuerdos abandonados hace tanto tiempo fuera de la memoria, nada quedaba, todo se había disuelto; las formas -y aquella también de la pequeña concha de pastelería, tan generosamente sensual bajo esos pliegues severos y devotos- habían sido abolidos o adormecidos, habiendo perdido la fuerza para expandirse que les habría permitido entrar en la consciencia.Pero, cuando de un  pasado antiguo nada subsiste, después de la muerte de los seres, después de la destrucción de las cosas , solo  el olor y el sabor, más frágiles, pero más vivaces, más inmateriales, más persistentes, más fieles, persisten aun largo tiempo, como las almas, para acordarse, para escuchar, para esperar, sobre la ruina de todo el resto…”[1] Y entonces: .

 “.”?

Tú lo sabes, yo lo sé, porque ambos hemos querido poner ese punto quizás desde la primera frase: “Por favor cállate, a nadie le interesan tus vacaciones familiares en la playa”. Te lo concedo lector, aquí está, un regalo: . Tómalo ahora que puedes. Pero ten presente pretendiendo acortar te llevas más de lo que te llevarías si leyeras hasta el final:  te llevas todo esto y  las cientos y cientos de páginas que no vendrán, porque al negarle el final que el texto ha elegido para si mismo, jamás dejará de escribirse en tu interior, en tus sueños, jamás dejará de tratar de emerger en las palabras ajenas, jamás dejarás de hilvanar todos los detalles molestos, jamás dejarás atrás la incertidumbre que pueda haber un giro que los restituya al sentido y la cordura. Solo para que lo sepas.

Un puñetazo. Un beso. Un empujón. Un grito. Algo demasiado concentrado para saberlo a priori.

Pero ¿cómo se convirtió un texto homogéneo que fluía calmadamente de tema en tema, en este abrupto, único, mudo punto? Algo ha sido perturbado, algo se ha perturbado. El malestar siempre es una historia, aunque sea siempre la misma historia. Recapitulemos: Rechazo, surgido de la ira.  Ira surgida del afecto por algo que se degrada y pretendemos conservar: un instante, un lugar, una persona, un sentimiento. Rechazo y ruptura, nacida del afecto y la unidad. Contradicción en la que se ilumina eso que llamamos “yo”, contradicción que en su desarrollo dialéctico nos mantiene cayendo, frustrando, rechazando, colapsando. Es decir viviendo. Acto que no es una ciega carrera hacia la autodestrucción, aunque a veces no resulte en más que eso. Tendencia fundamental a la muerte y a la mutilación constitutiva de la vida que al presentarse indica una vía para su superación. Superación que en cierta manera es engañosa. Puesto que donde “superación” hace pensar en un “dejar atrás” aquí consiste en la constante permanencia de los superado. Momento de la superación que se presenta ante la tumba del afecto, que a veces marca el fin definitivo del afecto como modo histórico de la autobiografía que cada uno debe escribir sobre sus actos, que ya está escrita y vivida en ese momento en que “.” surge donde algo más podría haber nacido o muerto. Ruptura final con la boca y su forma de hacer las cosas.

Llamemos a esto el impasse fundamental de la boca: Una vida de decir, se reduce y se resume finalmente en nada decir.

Llamemos a esto la victoria fundamental de la boca: Finalmente, no decir nada.

¿No requiere mucho más esfuerzo no ser nada que ser algo? Mientras todo se decide con un simple gesto hacia lo que tiene más cerca, la boca ejerce una constante tensión para estar igualmente lejos de ser cualquier cosa. Si al esforzarse por cierta consistencia, lograra ser lo que dice, la boca no podría decir sino lo que es. En vez de boca tendríamos un limón, un pez, un beso y nada más. La magnitud del intercambiar la nada, con sus ilimitadas posibilidades, por un objeto, eternamente limitado, nos revela el tamaño de la perdida. Sin este espacio, pronto coagularíamos en lo concreto y nos perderíamos a nosotros mismos; como las almas tras la muerte, nos convertiríamos en rocas; como lo dicho después del decir, en perpetuo silencio; como el momento frustrado,  en perpetuo estar a punto de decir algo más. El vacío: el espacio fundamental que necesitamos para existir, para ejecutar el banal acto que es la ambición divina de toda vida: continuar, no acabar, no agotarse, no estancarse, nunca ser del todo y siempre poder ser. Ese es lo que cada uno, resguarda en su boca.

¿Pero es esa la boca? ¿Qué boca? La bella boca, la boca de este texto, el motivo de todo esto ¿Dónde la dejaste? Nunca la perdí, nunca la dejé. Siempre estuvo es boca contra mi boca y he aquí que pronto verás la forma de la boca (pista: O).

Pero ¿Qué digo?¿decir? ¿digo algo?¿decir algo?¿decir por decir? ¿importa qué decir? Y aunque me muevo mediante palabras y aunque no pueda no decir algo, quizás lo dicho es lo menos importante que aquí está pasando. Mientras podamos decir, tendremos un mundo donde vivir y el mundo tendrá quienes lo vivan. A fin de cuentas, todo es pura boca.

Donde comenzamos, terminaremos.

 

[1]M. Proust, A la recherche du temp perdu,Gallimard, 1946.

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