14 de abril 2018

Carcajada – Monstruos

“No hay cosa más fea en la naturaleza que los monstruos; o, por mejor decir, los
monstruos son la única fealdad que hay en la naturaleza; con todo, su vista
agrada por insólita, y se solicita con más ansia ver un monstruo sumamente
disforme, que el cuerpo más bien proporcionado”
(Benito J. Feijóo, s. XVIII)

 

Hay monstruos en todas partes. Estamos rodeados de ellos y a veces hasta nosotros mismos nos encontramos lo suficientemente extraños, lo suficientemente anormales y salvajes, para al menos levantar algunas sospechas. Es que esta sociedad es tan monstruosa que no puede dejar de inventar monstruos todo el tiempo. Algunos incluso verdaderamente feroces y poderosos. Entre ellos, un presidente que parece sacado de una horrible pesadilla capitalista -made in USA-; porque en Chile también soñamos con tener nuestro propio King Kong trepando por el Costanera Center, y que una vez en la cima, antes de ser derribado por los helicópteros, se saque una selfie. Mientras tanto, dentro del mall todo seguiría con normalidad; la gente consumiendo y suicidándose como de costumbre.

¡Qué monstruosidad tan rara!, porque, como sabemos por todos esos libros y películas de terror, el monstruo generalmente es lo que viene a romper con toda normalidad, con toda nuestra sólida confianza en el orden cotidiano. Su irrupción es excesiva, pone en duda el orden establecido, transgrede las identidades, produce un corto-circuito en los saberes. No importa si viene del exterior o si emerge desde el interior de la sociedad; el estado de vida salvaje que el monstruo trae consigo significa una catástrofe para el conjunto de la vida civilizada. Nuestra concepción de la vida entera arriesga desmoronarse en la repentina aparición de una deformidad, de una ambigüedad o de alguna diferencia morfológica allí donde lo mismo debería haber producido de nuevo lo mismo. Pero, por suerte, siempre cabe la posibilidad de lo monstruoso, así como siempre cabe la posibilidad, al acostarnos, de despertar al día siguiente transformados en cucarachas.

Lo monstruoso acontece en el seno de lo familiar para enfrentarnos a una aterradora verdad: que el mundo que conocemos y tal como lo conocemos contiene otros mundos, extraños e inquietantes. Entonces el temor se apodera de nosotros y empieza a entrenar nuestra imaginación, para ir dándole vida al monstruo, que es la forma particular que adopta un miedo. Por eso, no tiene mayor importancia preguntarse por la realidad o ficción de un monstruo; es tan “real” como “real” es el miedo que (lo) genera.

Mientras que en la antigüedad los monstruos eran comúnmente tomados como signos del porvenir o como señales divinas, o bien puestos en relación con la magia, con el diablo, o con otras fuerzas incomprensibles para el hombre, es a partir del siglo XVI que el monstruo pasa a ser objeto de estudio científico. Presas del discurso médico, y luego del policial, los monstruos pasan progresivamente de ser considerados seres maravillosos a ser vistos y estudiados como anomalías anatómicas o conductuales. El monstruo se transforma en loco, en enfermo, en hermafrodita, en “desviado” sexual, en perverso o en delincuente, y también, en alguna de sus formas más recientes, en “terrorista”.

Un monstruo es de alguna manera un infractor que, por su infracción, atenta contra el bien común, oponiéndose así a todo el cuerpo social. Por eso, la sociedad en su conjunto se cree con el derecho de combatirle. De lo contrario, es la sociedad la que puede ser aniquilada; se trata de la supervivencia de la sociedad o de la del monstruo, no hay otra alternativa. Pero entonces lo que se desata es una lucha desigual contra el monstruo. Por un solo lado van todas las fuerzas, todo el poder y los derechos. Del otro lado, está el monstruo solo, como un “enemigo común” que debe ser encerrado, castigado o exterminado. Y es ahí, en su lucha contra el monstruo, cuando la sociedad se vuelve más monstruosa, porque tiene un poder -el de castigar, encerrar y dar muerte- que ya no sabe cómo limitar.

Recordemos a uno de los monstruos más célebres: el del Dr. Frankenstein, que cumple 200 años. Un temible monstruo, sin duda, ese ser amigable, pacífico y vegetariano, cuyo mayor placer consistía en “ver las flores, los pájaros y todas las alegres galas del verano”. Como el hombre que imaginaba Rousseau, bueno por naturaleza y que la sociedad pervierte, al bueno de Frankenstein -nombre del creador heredado a la criatura que no tiene derecho a un nombre propio- la sociedad lo aísla, lo rechaza, lo castiga, lo convierte en ladrón y luego en asesino, para llevarlo finalmente al suicidio. El monstruo termina por no soportar su propia monstruosidad, que es haber sido hijo de una sociedad y de un conjunto tanto de prácticas como de saberes científicos y tecnológicos monstruosos.

Si el sueño de la razón produce monstruos, como en un cuadro de Goya, ¿es porque la razón al dormirse baja la guardia y libera a los monstruos? ¿O es en cambio la razón la que, soñando, produce y engendra criaturas monstruosas?

No podemos dejar de producir monstruos porque necesitamos darles un lugar a nuestros miedos. ¿Qué era Godzilla, por ejemplo, sino la imagen misma del horror japonés tras la mascare nuclear del 45’? O el zombi, tomado desde la cultura vudú haitiana y usado hasta el aburrimiento por el cine estadounidense, ¿no ha sido una representación del miedo burgués al desastre de una posible insurrección proletaria, negra o comunista?

Sin embargo, el zombi puede ser visto también como la figura de nosotros mismos en nuestro habitar cotidiano, en nuestros trabajos alienados y relaciones vampiras, en nuestra situación de desamparo y desolación generalizadas, en nuestros territorios saqueados y horizontes de lucha suspendidos; porque el monstruo, en cada caso, no viene sino a mostrarnos nuestra propia monstruosidad.

¿Qué pasa con los monstruos cotidianos, los más familiares y más íntimos? ¿Cómo luchar contra esos monstruos que llevamos dentro o en los que nos vamos convirtiendo día a día?

Por otro lado, ¿qué pasa con los monstruos con los que hemos pactado, a los que les hemos dado el poder para que nos gobiernen y devoren nuestros mundos? Forman parte del estado de derecho; hablan incluso el lenguaje de los derechos. ¿Qué pasa con los monstruos que ya no infringen las leyes ni exceden las normas, sino que, al contrario, amparados por ellas, muestran la propia monstruosidad de una ley que siempre los favorece?

¿No es acaso el Estado también un monstruo, puesto al servicio del monstruoso capital?

Lxs invitamos entonces a escribir, a reflexionar, a discutir y hablar sobre estos y otros problemas en sus lenguas monstruosas.

 

Carcaj
Marzo 2018

Texto de convocatoria para el especial «Monstruos»

 

*Imagen de portada: Obra de Francis Bacon

Revista de arte, literatura y política.

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