29 de septiembre 2017

Coltrane el héroe

(Sobre Chasing Trane: the John Coltrane documentary. Dirección y guión: John Scheinfeld. Estados Unidos, 2016. 99 min.)

 

Una vez olvidé en casa de mi amigo L un casete de John Coltrane (Lado A: en vivo en el Village Vanguard; Lado B: en vivo en el Birdland). Hasta ahí, el único acercamiento que L había establecido con el jazz se debía a las apariciones en televisión de Daniel Lencina, el trompetista uruguayo invitado a tocar junto a Valentín Trujillo en los eternos Sábados Gigantes. Entonces, al devolverme el casete, L me contó que una tarde, en auto, se le había ocurrido poner la grabación de Coltrane; “tuve que parar, loco, no pude manejar, no podía manejar con esa música sonando… era muy, era demasiado, qué se yo… ¿espiritual?”

En Chasing Trane, el recién estrenado documental de John Scheinfeld sobre la vida y obra de John Coltrane (1926-1967), aparece más de una vez la palabra “espiritual”. A estas alturas es casi una muletilla para hablar de su música, pero, a falta de palabras —por ejemplo, ante temas tales como “Alabama” o “Equinox” o “Naima” o “India” o “Afro Blue” o precisamente “Spiritual”— quizá sea un término ajustado o en todo caso propenso a ser llenado como a uno mejor le plazca. Pero L tenía razón: es muy difícil concentrarse en otra cosa mientras está sonando el cuarteto o el quinteto de Coltrane, pues ese sonido no sólo pone a prueba el estereotipo del jazz en tanto música de acompañamiento, sino, aún más, su pertenencia a un género específico. Al parecer, uno de los desafíos del documental —estrenado a cincuenta años de su muerte tan jodidamente prematura— estuvo precisamente en recuperar de la música de Coltrane su resistencia, o por lo menos sus reparos, a la hora de intentar encasillarla incluso dentro de la historia del jazz, mediante entrevistas a músicos de rock como John Densmore, al rapero Common, al filósofo Cornel West o a aficionados súper famosos como Bill Clinton. Además, las declaraciones de los propios jazzistas negros —Percy Heath, Benny Golson, Winton Marsalis, Ravi Coltrane y las dos únicas leyendas del jazz aún vivas, McCoy Tyner y Sonny Rollins— rehúyen cualquier comentario musical para concentrarse en el anecdotario o en el sentido testimonio de una amistad entrañable. Así, el peso del documental recae sobre John Coltrane en cuanto personalidad: sus propios dichos en la voz de Denzel Washington, imágenes poco conocidas del músico en familia, el testimonio de sus hijos sumado al de un fanático japonés, se dirigen a hacer de John Coltrane, más que un músico, el portador de un mensaje celestial. Con el añadido de rigor: victorioso en la lucha contra las drogas.

Más allá de la admiración, que es indiscutible, Chasing Trane exhibe entonces el retrato de un héroe. La película persigue una línea cronológica en la trayectoria artística y biográfica de Coltrane; el entorno metodista de la infancia, la muerte del padre, sus inicios dubitativos en una banda militar, Naima, el golpe que significa (como para todo músico) encontrarse a Charlie Parker, su participación en la banda de Dizzy Gillespie, la adicción a la heroína, el trabajo (y los problemas) con Miles Davis, el trabajo (y la dicha) con Monk, el abandono de las drogas, la ruptura con Naima, la vida junto a Alice, el cuarteto de la consagración y el quinteto final, cuando Coltrane se despide definitivamente de la tonalidad y rearma su grupo incorporando a Rashied Ali, Alice Coltrane y Pharoah Sanders. Aquí, tal vez involuntariamente, Chasing Trane muestra algo significativo: es en ese último trecho de la vida de Coltrane, al éste lanzarse con todo en la búsqueda religiosa de un sonido extendido, de un himno atonal, rabioso y doloroso, sin origen y hacia ninguna parte (mientras, dicho sea de paso, establece contacto con la vanguardia política de la “New Black Music”), cuando también quienes minutos atrás hablaban de amor, comunión, paz y libertad, prefieren retroceder. (¿Por qué? Luego de presenciar los solos de Coltrane, Leroy Jones había dado una pista en 1963: “si bien esto era algo maravilloso de ver y de escuchar, también daba bastante miedo: era como ver a un hombre adulto aprendiendo a hablar… y creo que era justamente eso lo que estaba pasando”).

En cuanto a los discos, dejando curiosamente a un lado la importancia de Blue Train, el arco descrito va desde Giant Steps (grabado entre las dos sesiones de Kind of Blue) hasta el concierto en Nagasaki. La narración de Scheinfeld se sirve de esta cronología discográfica para intercalar entrevistas, aspectos biográficos del músico y el contexto histórico enfocado en la lucha racial, especialmente tratado con intensidad a partir de la voz de Martin Luther King junto a la soberbia composición e interpretación de “Alabama”. Vale decir que el documental se dispone en términos absolutamente convencionales; pasa de un periodo a otro del músico (Clinton compara a Coltrane con Picasso; Coltrane como un Picasso concentrado y precoz) marcando las debidas pausas, quizá pensando en el patrocinio de un muy probable contrato televisivo.

Al contrario de Straigh, No Chaser (1988), el film sobre Thelonious Monk de Charlotte Zwerin; también muy lejos de John Coltrane (1996), de Jean Noël Cristiani o del mismo The World According to John Coltrane (1990), de Robert Palmer, en el guión de Chasing Trane poco espacio queda para presenciar un tema completo del músico sin la intervención de alguna opinión de, por ejemplo, Carlos Santana. (En ese terreno, las aportaciones más reveladoras provienen del baterista de los Doors, John Densmore, al destacar cómo hizo suyos los contrapuntos entre Elvin Jones y Coltrane a fin de nutrir su relación musical con Jim Morrison). Los temas completos hoy se pueden encontrar en youtube, claro, pero la claustrofobia de la sala de cine, con sus ventajas de sonido e imagen, exige saber aprovecharlas mejor justamente en estos casos. El inconfundible y por fortuna ineludible sonido del saxo buscando, desesperado, entre comentario y comentario, una salida de la pantalla, hace pensar que en documentales sobre músicos a veces se extraña mucho aquello que Miles Davis exigió siempre (incluso al venerable John Coltrane): silencio. Y el voluminoso archivo de Scheinfeld logró lo difícil, lo que no pudo hacer mi amigo L: distraernos en otra cosa, sacarnos de lo ¿espiritual? mientras en algún lugar suena A Love Supreme.

(Guayaquil, 1977). Escribió el libro de crónicas Perdido, los poemarios Peatonal, Yo ya y los fragmentos de El piano de Waldstein, además de la nonononovela En pana. Coedita le revista cartonera PUF! en la colonia Obrera de la Ciudad de México.

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