27 de septiembre 2011

Despedida a un Gentleman-Compañero

José Miguel Varas  (1928-2011)

Queridas Iris, hijas de José Miguel, nietos, hermanos, amigas y amigos de José Miguel

“¿Cuál es el camino?

La subida más ardua e interminable.

Y dime: ¿Yo solo he de salvar la tierra entera? ¿Adónde vamos? ¿Alguna vez venceremos? No preguntes: ¡combate!”

Esta cita de Nikos Kazantzakis rondó por mucho tiempo a José Miguel, tratando de recordar en qué texto estaba. Con esta cita encabeza el último libro que publicara: Los Tenaces.  Hoy, al volver sobre ese volumen, al releer esos retratos de personas reales “que unen la tenacidad con un sentido ético de la existencia”1, no podemos dejar de pensar en el mismo José Miguel como uno de los admirables tenaces a quien hoy venimos aquí a honrar.

No es fácil despedir esta mañana a uno de los grandes de nuestra literatura, un Chejov entre nosotros. Sí, es necesario ponerlo de esta manera para dimensionar de quién hablamos. Varas, un maestro de la narración en Chile. Agudo y sutil observador de la condición humana; lo que lo llevó a ocuparse de los pequeños hechos, de los cotidianos acontecimientos, para hablarnos de la gran aventura humana ­–de hombres y mujeres– en el acontecer multitudinario. Ahí radica la profundidad de su escritura, la que supo transmitir con claridad, sencillez y precisión en el lenguaje.

¿A quién miraremos leer un texto con tanta seriedad, para luego hacernos saltar la carcajada intempestivamente? ¿Dónde encontraremos, tan vívidamente, los relatos de la experiencia cotidiana de este tiempo?

Podemos decir que ha sido un privilegio leerlo, y debemos decir que ha sido un privilegio y un honor para quienes –como editores– hemos trabajado con él. José Miguel fue un autor cuya humildad posibilitaba un bellísimo encuentro con los otros actores del mundo del libro, construyendo en el tiempo Amistad.

Asumía que su oficio no terminaba al cerrar la escritura de la obra, sino en el encuentro con los lectores. La suya era una labor cargada de humanidad, donde fondo y forma se entrelazaban armoniosamente y lograban su real sentido.

Lo conocimos también como editor periodístico. Durante varios años José Miguel Varas fue editor general de la Revista Rocinante. Tal maestro, junto a Faride Zerán, dirigió a nuevas generaciones de periodistas que por allí pasaron.

Claramente en José Miguel su literatura y su persona eran dos caras de una misma moneda; nunca se le fueron los humos a la cabeza, siempre solidario, curioso, leal y comprometido con las causa de la justicia, la libertad y la igualdad.

Era también la expresión de lo que podemos llamar un caballero, un gentleman-compañero. Junto a Iris Largo, su esposa, armaron uno de esos espacios abiertos de amor, amistad y acogida, lugares imprescindibles en todos los tiempos, y más aún en los tiempos del horror.

Como señala Albert Camus en La Peste: ¿Qué hemos “ganado en el juego de la peste y la vida? Solo haber conocido la peste y recordarla, haber conocido la amistad y recordarla, conocer la ternura y tener que recordarla algún día. Todo lo que el hombre podía ganar en el juego de la peste y de la vida era el conocimiento y la memoria”.

Hombres como José Miguel nos ayudan a ganar la partida doblemente:

Su obra, sus páginas, están vivas y se quedan junto a nosotros;  nos posibilitan, hoy y mañana, disfrutar de la maestría; conocer y recordar  la ternura, la amistad; develar la peste y enfrentarla.

Su vida, la de un tenaz, es un ejemplo.

Su amistad, su entrega, su humor, su cariño serio, se quedan en nuestra memoria.

Aun así, nos hará falta.

José Miguel, ¡hasta siempre!

Silvia Aguilera – Paulo Slachevsky

Varas

Querido hermano, entrañable camarada y amigo:

Sacando cuentas serían  al menos 68 los años en los cuales compartimos la amistad y los ideales. Nos conocimos a comienzos de los cuarenta en el viejo Instituto Nacional,  donde ambos recibimos la admirable formación entregada entonces por la educación pública chilena.

Además de las aulas, nuestras inquietudes juveniles se canalizaron en instituciones como la Academia de Letras, cuyas reuniones tenían lugar en la biblioteca del Liceo, recinto donde un lote de audaces adolescentes osaba  leer sus primeras creaciones literarias.

Tu llegabas a cada sesión siendo portador de un nuevo relato,  que leías  con el rostro imperturbable de siempre, desatando invariablemente un coro de carcajadas.

Dejaste un recuerdo tan imborrable en esa Academia institutana, que  ayer llegó a la casa de la Hormiga una delegación de sus actuales integrantes, muchachos que hicieron un alto en la lucha, para  testimoniar su gratitud por tu legado que se identifica con sus actuales demandas.  .

Al egresar del colegio, iniciaste muy joven el periodismo, sin abandonar tu precoz carrera literaria,  combinada con el trabajo de locutor de radio, sacando partido a tu fino timbre de voz barítono.

Son los años en que comenzó a tejerse el grupo de amigos que caminaríamos tan estrechamente unidos a lo largo de la vida, compartiendo la amistad y  los ideales  por construir una sociedad más justa.  Algunos como tu ingresaron a las filas del Partido Comunista. Otros no militaron, pero  ninguno escatimó esfuerzos  en la tarea de construir paso a paso el movimiento popular que desembocó en el triunfo de Salvador Allende como Presidente de la República.

En ese proceso jugaste un rol relevante. Desde las trincheras del diario El Siglo y la revista Vistazo, orientaste la dirección de los misiles contra las injusticias, las discriminaciones y el sometimiento a los dictados del gran capital. Nunca hiciste concesiones por lo cual sufriste más de algún carcelazo y relegación.

El periodismo nutrió tu obra literaria. Te alimentó con el conocimiento del mundo popular; con los trabajadores y con tantos hombres y mujeres que la mayoría de los narradores desestima como  protagonistas de sus obras. Nos hiciste amar a un faquir, a un vendedor de tren, a la dama del balcón, al cabro que aseguraba haberle visto el ojo a la papa, a la Huachita, un quiltro abandonado en Calama, o a un Gato muy dado a su idea. Caminaste por los barrios populares,  nos hiciste amar las  casas en ruinas de calle Matucana  o la humilde caleta de pescadores que inventaste en Varazón.  Tu obra enriqueció la identidad de los chilenos y nuestra diversidad cultural.

El golpe militar te llevó hasta la Unión Soviética donde asumiste la dirección del programa radial Escucha Chile, emitido por dos horas, cada día mientras la dictadura se mantuvo en el poder.

Tu voz junto a la de Volodia, Katia y otros compañeros, acompañó a millones de chilenos dentro y fuera de Chile. A hurtadillas siempre fue posible oírte en Isla Dawson, como en Puchuncaví o Tres Alamos. Escucha Chile nos trajo la verdad, sistemáticamente tergiversada por la dictadura, infundiéndonos fuerza y ánimo para soportar tantos crímenes y vejaciones. No hay metro que pueda calibrar la colosal contribución de ese programa, del cual fuiste un conductor abnegado y ejemplar.

Retornado a Chile, pudiste  dedicar más horas a la creación literaria sin abandonar del todo el periodismo. Empezaste a hurgar en los recuerdos para entregarnos con un humor más maduro, relatos tan atractivos como Las Pantuflas de Stalin o diversos episodios vividos junto a  Neruda, que nos permitieron conocer una suerte de lado B de nuestro ilustre vate.

Aguardábamos con ansiedad el  lanzamiento de un nuevo libro. El evento carecía de su habitual solemnidad porque como de costumbres partías tomándonos el pelo, al relatarnos, con absoluta seriedad,   tu encuentro casual en la víspera con un  viejo condiscípulo del Instituto Nacional, que te enrostraba tus presuntas ingratituides. Así hasta el próximo lanzamiento,  cuando reaparecía el mentado compañero de curso, con una nueva andanada de reproches.

En los últimos años creció tu renombre. Se multiplicaron las invitaciones a encuentros, entrevistas, seminarios y presentaciones de libros. Podría decirse que estabas acosado y te costaba rehusar tantas solicitudes. Este cuadro era un reflejo del prestigio originado por tu obra  literaria.

Tu hogar junto a Iris, fue el lugar de los encuentros. El sitio natural para congregarnos en torno a algunos tragos, sabrosas especialidades culinarias caseras y pláticas, siempre condimentadas con tu humor infinito.  Así fue en Moscú como en Santiago.

Has tenido una despedida multitudinaria como debía ser. El hogar de la Hormiga se hizo estrecho para acoger a todos quienes deseaban decirte adiós.  Paulo y Silvia, tus incondicionales editores de LOM, adornaron la casa con un retrato de gran tamaño desde el cual nos miras esbozando una leve sonrisa, algo irónica. Se multiplicaron las ofrendas florales y los mensajes de despedida.

Difícil reemplazarte tovarich Varas. Haremos lo imposible por  rodear a Iris, tu digna compañera del amor que le brindaste durante largos años de un matrimonio ejemplar. Lo mismo haremos con tus hijas Andrea y Mariana, como con Ana Iris, Cristina e Inés; con tus nietos y yernos, sin olvidar  de reemplazarte en la tarea inconclusa de desentrañar la muerte de tu cuñado René Largo Farías, misión en la cual seguías empeñado hasta tus últimos días.

Adiós José Miguel Varas Morel… un tenaz como pocos.

Miguel Lawner

26 de Septiembre de 2011.

1 comentario

  • Pienso que José Miguel Varas es un hombre extraordinariamente valioso.. consecuente y tenaz ..leo de nuevo su cuentos completos de AlFAGUARA… y creo que trabajó muy seriamente el humor.. hace re ir y pensar a mis nietos.. y al abuelo…ayer fuimos al Cine Normandie a ver Nostalgia de la luz-..y lo recordamos al escuchar a los amigos …y recordar su voz en las noches de esos veranos en dictadura..y la fuerza que nos sigue entregando…con el mismo cariño de siempre …

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