27 de abril 2017

DESTIEMPOS

“3. La literatura exaltó hasta hoy la movilidad penosa, el éxtasis y el
sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el
paso de carrera, el salto mortal, la bofetada y el puño.”

– T.Marinetti

 

El 9 de julio de 1865 un tren que viajaba sobre un viaducto en Staplehurst, Kent, se descarriló matando a diez y dejando alrededor de cuarenta heridos. Charles Dickens, pasajero que resultó ileso, logró escapar por la ventana y asistir a algunas víctimas, algunas murieron en su presencia. Sólo tras pasar el incidente y descansar, Dickens declaró sentirse destrozado, perdió la voz por semanas y hasta años después siguió creyendo que lo habitaba una vibración parasítica originada en los temblores del tren, ésta le habría causado más de treinta mil shocks nerviosos, murió el 9 de julio de 1870 exactamente cinco años tras el accidente.

En El guardavías (The signal man, 1866), Dickens presenta un funcionario ferroviario que ha llegado al pleno delirio, esto tras atender por largos turnos nocturnos a una campanilla eléctrica, la luz roja sobre un túnel y las señales transmitidas por extensos hilos telegráficos que rezumban en lo alto con el viento. El narrador nos hace sentir el agobio de mantenerse operando bajo el peso de estas señales, la responsabilidad que éstas conllevan, la soledad y la vigilia nocturna. En el cuento se destaca la delicadeza de los nervios, lo violento de las vibraciones, la velocidad de las máquinas. El personaje habita una configuración idónea para la construcción de un monomaníaco.

Por supuesto el caso de Dickens y su narración pueden considerarse mero resultado de un shock nervioso, respuesta normal tras un accidente, pero sus preocupaciones y la explicación mecánica de sus dolencias no son un hecho aislado, manifiestan una consternación social más generalizada en la época victoriana.

Es insoslayable la relación que tiene el temor de los habitantes de ésta época con el abandono de los ciclos de vida estructurados en torno a la vida rural y el desarrollo de las nuevas tecnologías que conducen hacia la sociedad industrial. Sociedad todavía en gran medida imaginaria, pero claramente sostenida y dominada por fuerzas totalmente nuevas, cargadas de misterio. Las máquinas se vuelven inclusiones preocupantes especialmente porque su diseño permite re-imaginar el funcionamiento del cuerpo, hace insertar la duda sobre nosotros mismos. Si el cuerpo es interpretado en constante analogía con la máquina, entonces alarma que el roce y contacto entre cuerpos símiles pueda conllevar extraños decaimientos por conducción o transferencia, derivando incluso en simbiosis o parasitismos mórbidos. Uno de los trastornos que pronto llamó la atención y fue leído en este nuevo sentido fue el insomnio.

El estatuto de enfermedad del insomnio ha sido conflictivo en gran parte por la dificultad de localizar sus causas y domicilio orgánico, pareciendo a menudo un mero desorden psicosomático. Si se busca su sentido en los tiempos romanos o el renacimiento, insomnio solo quiere decir lo que literalmente expresa etimológicamente, no estar dormido, a lo más podría ser síntoma de una enfermedad más grave, no una patología en sí misma. En muchos casos solo un vicio de la voluntad, una incapacidad de querer dejar de querer, que a su vez deriva en la meta-reflexión paradójica e irrefrenable sobre la propia incapacidad de querer dejar de querer. Leída así se podía ver estrechamente ligada a otros vicios de la voluntad, como las conductas obsesivas o melancólicas.

Pero la revolución industrial permitía y exigía re-imaginar las causas del insomnio; desde una perspectiva social, inventos como el telégrafo ya permitían vislumbrar una extensión de la percepción más allá de la zona horaria local, anticipando la disolución del ciclo de día y noche en el permanente ahora de un horario global. Se entreveía lo que esto significaba como exigencia a nuestra capacidad de atención, una presión tendiente hacia una sociedad de vigilia permanente. Era imposible sustraerse a un acelerado desplazamiento de los horizontes de “experiencia”, de pronto incorporando desastres y guerras de nuevas dimensiones y escalas de repercusión, se debía atender a asuntos de negocio antes irrelevantes, hasta que los mismos ciclos económicos se habían desprendido de la periodicidad del día y la noche. Si la vigilia había sido una práctica ascética común orientada a resguardarse de la aparición del mal moral interno, ahora resultaba una responsabilidad moral-productiva del individuo.

Desde la biología los avances experimentales de Helmoltz, Bois-Reymond y Müller -entre otros- permiten entender de modo renovado el funcionamiento del sistema nervioso, la semejanza entre sus conexiones y los hilos del telégrafo permiten visualizarlos como prótesis, como una ampliación de la percepción que conlleva evidentes costos energéticos. Lo mismo había sucedido con el descubrimiento de las leyes de termodinámica, en analogía a las grandes máquinas de vapor se podía visualizar la disipación de nuestra energía térmica producto del pensamiento.

Al poco tiempo de la aparición del insomnio como patología, hace alrededor de dos siglos, se multiplicaban las hipótesis sobre sus causas. Como ya se mencionaba, desde la termodinámica se proponía la disipación de energía por excesivo pensamiento, lo que traía además la consecuencia paradójica de que el cerebro tras verse agotado no tenía energía suficiente para activar la voluntad de querer dejar de pensar, así se volvían necesarios inventos y manuales de higiene mental dedicados a preservar o recuperar el balance energético. Otras hipótesis se centraban en el rol de la circulación sanguínea, promoviendo el uso de camas giratorias que ayudaran a distribuir sangre hacia las extremidades, sino se atribuía a fenómenos eléctricos o estrictamente mecánicos proponiendo exorcizar resonancias del cuerpo con la ayuda de vibradores. La imaginación de un mundo mecánico suponía soluciones igualmente mecánicas, multiplicándose así inventos que corregirían los desbalances incorporados por los nuevos aparatos.

Quizás lo más grave es que pese al desarrollo de un enfoque materialista en los nuevos tratamientos del insomnio, poco podían atenuar el componente psicosomático y social de la enfermedad. ¿Y si no se transmitía solo por la vibración de las máquinas, sino también por el poder sugestivo de ese artificio tan decisivo para el hombre, la palabra? Mientras más atención se le diera en la prensa o se prescribieran medidas sociales de prevención, más se arriesgaba propagar una paranoia que acabara en epidemia. En cualquier caso esta expansión parecía algo inevitable, pese a las consecuencias negativas asociadas a vivir en una sociedad insomne, persistía el afán de transgredir las limitaciones impuestas por el ciclo día-noche. Conquista ínsita a esta modernidad que logró ver en el cansancio y agotamiento colectivo incluso una muestra heroica de su productividad, un dominio sobre sí mismo y la naturaleza que solo redoblaba las convicciones de una masa sedienta de un porvenir imaginario.

Junto con el deterioro en las condiciones de vida de masas de trabajadores, salían a la luz figuras geniales que parecían poder prescindir del sueño en nombre del progreso, no solo inventores y científicos, también artistas de vanguardia que percibían ahora un nuevo poder evocativo de la noche artificialmente iluminada. Para ver hacia donde condujo esta exaltación basta leer el manifiesto futurista (según su prólogo resultado de una noche insomne) de quien se autodenominaría el café de Europa, Marinetti: “Nosotros cantaremos a las grandes masas agitadas por el trabajo, el placer o por el alboroto: cantaremos las mareas multicolores o polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos el vibrante fervor nocturno de los arsenales y de las canteras incendiadas por violentas lunas eléctricas”. Algo esencial en la nueva era mecánica era la liberación de la palabra, del ruido.

El 2013 Jonathan Crary publicó 24/7, allí parte su reflexión haciendo alusión a los experimentos que realizan los militares estadounidenses con gorriones de corona blanca; éstos querrían replicar la habilidad de estas aves migrantes para prescindir del sueño por hasta una semana. Lógicamente, estas capacidades quieren transferirse a humanos, así Crary advierte cómo la temporalidad moderna de 24/7 podría suprimir enteramente el descanso, tendencia que no ha sido difícil ver con la modificación de la atención que han traído las tecnologías ahora en conexión aún más íntima con nuestro aparato psíquico. Ya se conoce la ansiedad que pueden ocasionar estos mecanismos de gratificación prostéticos, implantados en nosotros con el intercambio incesante de notificaciones y aprobaciones simbólicas en las redes. Esto sumado a la borradura de los límites entre horarios de ocio y trabajo, espacio público y privado, que la hiperconectividad ha facilitado, logra persuasivamente acercarse a configurar la sociedad hiper productiva capitalista soñada.

Hacia el final del libro, Crary reflexiona sobre los modos de resistencia y repara en las expectativas ilusas del ciber-activismo, ve en el mismo medio de resistencia una concesión al enemigo. Tras las alteraciones de nuestro mundo simbólico pareciera crucial repensar la comunicación. Como ya anunciaba Marshall McLuhan en Counterblast “NADIE todavía conoce el lenguaje inherente a la nueva cultura tecnológica; todos somos ciegos sordomudos en términos de la nueva situación. Nuestras palabras y pensamientos más impresionantes nos traicionan por referirnos a lo previamente existente, no al presente”. Sin embargo habitamos una era de medios de masa e interactuamos constantemente con tecnologías de información, incluso desde cierta resistencia al modelo de cambio, es inevitable desplazarse entre bandos opuestos para luchar por una misma causa, pero como el mismo McLuhan sostiene “los mercenarios fueron siempre las mejores tropas”.

Volviendo al poder contagioso-sugestivo de las palabras, quisiera recordar una conferencia de 1942 del poeta norteamericano Wallace Stevens: The noble rider and the sound of words, en ella Stevens intenta definir lo poético en función de la relación dicotómica pero co-dependiente de realidad e imaginación. Tras enfatizar la gravedad de su contexto histórico de guerras globales hechas perceptibles y espectacularizables por medios globales de comunicación, habla de la presión que ejerce la “realidad” sobre la imaginación. Siguiendo a Bateson plantea que esta presión se hace sentir en el sonido de las palabras, éstas podríamos decir emulan ciclos de día y noche, de precisión ascética o disolución en una ambigüedad hedonista, oscilando entre la fuerza connotativa y denotativa que marca el lenguaje de cada era. En la actualidad embebidos de la presión de la “realidad”, estado de fatiga tras la reiterada afirmación práctica de la verdad de la modernidad, se reconocería la muerte de una era de la imaginación, pero también el anuncio de un advenimiento. La poesía aparece finalmente como un asunto de auto-preservación, sonido que nos ayuda a vivir nuestras vidas, haciéndonos capaces de escapar de la violencia, resguardar y encender en otros la imagen del mundo que aún no es, pero que será. Entonces puede que en las palabras vuelva a resonar una voz lejana y quizás incomprensible de alguna antigua madre que nos reconduzca como la primera vez al terreno oscuro del ensueño.

 

Bibliografía:

-Scrivner, L. (2014) “Becoming insomniac: how sleeplessness alarmed modernity” Palgrave McMillan: Nueva York
-Stevens, W. (1952) “The necessary angel: essays on reality and the imagination” Borzoi Books: Nueva York
-Crary, J. (2013) “24/7 Late capitalism and the end of sleep” Verso: Nueva York
-McLuhan, M. (1954) “Counterblast” Gingko press: California
-F.T. Marinetti,»Le Futurisme», Le Figaro, 20 de febrero de 1909
-Dickens, C. (2012) “El guardavía” Anaya: Madrid

Nacido el 26 de noviembre de 1990, licenciado en filosofía por la Unversidad de Chile.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *