02 de abril 2013

Economistas

Permítaseme confesar primero, para que no haya malos entendidos, que con honrosas excepciones no le tengo ninguna simpatía a los economistas. Para mí, un buen número de ellos son simplemente simuladores, contadores sobrevalorados y benditos por alguna institución con fines de lucro.

Después del ascenso de la clase gerencial, promovida desde los Estados Unidos en los años ochenta del siglo pasado, es fácil registrar la actividad febril de gran parte de estas termitas arrogantes en la producción de imperdonables y documentadas estafas que han enriquecido a las elites, de las que son o quieren formar parte, y perjudicado a zonas enteras del globo manteniendo la miseria y la sobreexplotación de los recursos naturales y de las poblaciones más desvalidas. Por otra parte, la notable mediocridad de la casta hace inconcebible el aceptar que exhiban títulos, los populares MBA y los doctorados en universidades de los Estados Unidos o España, y que eso legitime un actuar “técnico” que solo produce mayores rentas para la alta clase empresarial con el porcentaje correspondiente para sus bolsillos.

También es notable su frecuente actuar como ideólogos del sistema, afirmando con convicción religiosa que no hay otra vía al desarrollo ni a la producción de riqueza que el neoliberalismo. Es casi doloroso escucharlos defender propuestas obviamente perjudiciales para el grueso de la población, como las AFP o las ISAPRES, con el argumento de que hay cositas que mejorar, pero que no hay mejor modelo que el modelo.

Hay una legalidad construida por la derecha, durante la dictadura, que les permite realizar todo tipo de fraudes, que se propone borrar del diccionario la definición de “conflicto de intereses” y que concluye poniendo ante las cámaras de televisión a voceros suspirando un: “no hay nada ilegal en la conducta de los empresarios, o del honorable ministro, o del Seremi o de los primos del senador. Nuestro sistema funciona así. El mercado se encargará de corregirlo”.

Uno se pregunta entonces: ¿por qué esos tipos son doctores en economía si yo, sin serlo, podría repetir las mismas bobadas que repiten ellos incansablemente ante a los medios de comunicación? Un amigo mío me advirtió que ellos pueden hilar fino y que yo no. Pero, ¿hilar fino para qué? ¿Para llegar una vez más a la manida conclusión de que éste es el mejor sistema de organización social y que tenemos que bajarnos los pantalones porque no hay otro? ¿Para proclamar que hay que cuidar a nuestros empresarios, no subirles los impuestos, dejarlos estrangular a la pequeña empresa, como lo hace Horst Paulman, traspasarles ilimitados fondos públicos, cada vez que se pueda, porque ellos son los custodios de la prosperidad de la nación?

Podría seguir por un par de páginas enumerando impudicias y luego tendría que rescatar obligatoria y honestamente a todos esos economistas que piensan en modelos alternativos o, al menos, en contener la gula infinita de los dueños del país imponiendo una cuota de equilibrio al “modelo”. Los que investigan seriamente, los que son capaces de denunciar los abusos, los que no se dejan corromper.

Pero en realidad esta nota tiene objetivos más frívolos. Sólo quiero comentar aquí sobre mi colosal regocijo al enterarme por la prensa de las andanzas de ese magnífico ejemplar de pensador económico portugués llamado Artur Baptista da Silva, PhD in Social Economics y Coordinator Advisor de las Naciones Unidas, egresado de la inexistente Milton Wisconsin University y la Lisbon University. Remitiré a como lo describe Antonio Jiménez Barca en la edición del 20 de enero de este año en el diario El País:

Artur Baptista da Silva, de 61 años, un tipo algo calvo, de mirada seria, gestos concentrados y pico de oro, condenado varias veces por falsificar documentos y cheques, tras salir de la cárcel de Lisboa en 2011, logró, con una habilidad insuperable, hacerse pasar en Portugal durante meses por un economista experto de la ONU con la misión de elaborar un informe sobre la salida de la crisis de los países de Europa del sur. Cobró una fulminante celebridad a base de dar conferencias en locales exclusivos lisboetas y entrevistas en influyentes medios de comunicación donde, en el fondo, con palabras claras y el teórico (y espurio) respaldo de las Naciones Unidas, decía lo que la gente está deseando oír: que la austeridad ahoga al país y lo lleva al desastre. Ahora, tras ser descubierto en Navidad, Baptista da Silva se ha volatilizado de Portugal, nadie sabe dónde está, y la Fiscalía acaba de enviar el asunto a la Policía Criminal a fin de que investigue los posibles delitos de este impostor disfrazado de economista global.

Ante este retrato, ¿qué es lo que nos lleva a pensar que Artur no sea un economista de verdad? Algunos dirán que es el hecho de que se le acuse directamente de ser un delincuente y un impostor. Pero ¿no podríamos decir lo mismo de una serie de economistas conocidos y menos conocidos que trabajan todo el día en inventar esquemas para saquear al Estado o estafar a los ciudadanos? No vamos a enumerar aquí todas las artimañas con tarjetas de crédito, repactaciones de deudas o cobro de intereses. El que esos crímenes estén protegidos como legales en nuestro país, no los hace menos crímenes. Artur Baptista da Silva debe tener conciencia de los límites de la ilegalidad y tuvo el valor de ser un economista disidente. El expresidiario se opuso férreamente, en todos los medios que lo entrevistaban, a las medidas de austeridad aconsejadas por la Unión Europea: “vamos a renegociar la deuda ahora” exigía Artur. Eso le ganó, como informa Jiménez Barca, que:

El prestigioso semanario Expresso publicara el 15 de diciembre una larga entrevista con el falso consultor de la ONU a doble página, acompañada de una gran fotografía en la que aparecía muy serio, enfundado en un elegante abrigo oscuro y mirando al horizonte, con una carpeta de papeles bajo el brazo que, seguramente, contenía el informe económico mangado de Internet.

¡Ídolo!

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