13 de abril 2018

El Cerbero

“Quienes habitan en este frío lago,

son, de corazón y mente, tan fríos como él,

y el clima silente y tácito, será eterno

ante la caridad que pudo habitar en ellos

Dante Alighieri

 

A eso de las veinte con dieciocho la sonriente caricatura preventiva de los altos carteles del frente comenzó a desdibujarse ante los parpadeos descontrolados de quienes huían del retorno, mientras por los costados, los eternos lemas habían iniciado un desmoronamiento acelerado, avisado silenciosamente, ubicando delante de todas las miradas las ruinas jamás extintas de los tiempos anteriores. Junto al desplome, un zumbido constante comenzó a elevarse desde el subsuelo, desestabilizando a aquellos que tan solo minutos antes avanzaban despreocupados sobre las calzadas recién pavimentadas.  Un día después, a eso de las veinte con trece, los pisos se cubrieron de grietas infernales y las llamas consumieron lo que existió; el plano de la ciudad estaba completamente devastado y los días ya vistos daban inicio a un segundo, tercer o cuarto episodio de la misma tragedia.

Acá, los cerberos hechos carne y encadenados bajo los gruesos puños de Ingrid parecieran observar impávidos, atentos y amenazantes los horrores sucedidos, los que, tan detalladamente descritos por Caucoto, Salazar, Rebolledo y Guzmán, han vuelto a hacer eco y reproducción en los frágiles recuerdos obligadamente omitidos, situación que, frente al ascenso de la incertidumbre general, soplan -dentro de los medievales muros de concreto- las llamas de un centenar de candeleros datados del 62 que pudieron traer consigo las únicas fuentes de luz en un casi eterno camino de distorsionados rostros de amistad. Es la reproducción de los ya conocidos oscurantismos los que, cada vez que muestran la alevosía con la que las letras, amenazantes dentro de sus propósitos, eran destruidas para evitar el contagio luminoso, ubican los distintos tiempos en el centro del mismo párrafo.  

Tras nuestras espaldas, los fantasmas de silueta bicentenaria corren ansiosos buscando – en el castigo a los inocentes- la venganza de la desvaloración, persecución y humillación de la que fueron víctimas en sus vidas terrenales; es la resonancia infinita de las palabras que, subestimadas de poder, parecieran estimular el desquicio fijo de sus miradas y dar forma a la naturaleza de los engaños, brutalidades y horrores que han venido inscribiéndose en una biografía estática, tallada con tintas oscuras y eternas.

Pero quizás no siempre lo fueron. La pobreza, el hambre y la oscuridad de la que formaron parte no dejó más opción que cubrirse bajo pesados mantos de acritud y, paulatinamente, fueron convirtiendo todas las acciones en delitos y a todos y todas en enemigos, contribuyendo a formar odios y prejuicios que, al igual que su ferocidad, fueron omitiendo fugazmente sus grados de sensibilidad.

La construcción de guerras ficticias y de eternos antagonistas fue el argumento idóneo para eternizar una actitud defensiva y justificar el uso del mangual, el que tomando vida propia se ha convertido en símbolo central de los escudos y lemas de orden, lealtad y bienestar, los que un día antes del mañana parecieran comenzar a reconfigurarse bajo un contexto ambientado en el noveno círculo de Dante.

 

*Imagen de portada: Obra de Francis Bacon

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *