23 de noviembre 2010

El individuo latinoamericano: una búsqueda en otra dirección

Junto con revisar el libro ¿Existen individuos en el Sur?, de Danilo Martuccelli (LOM Ediciones, 2010), Laura Lattanzi también sostuvo una conversación con Martuccelli a comienzos de noviembre. Entregamos el trabajo de lectura con las respuestas de su autor, a fin de acercarnos a satisfacer la provocadora pregunta de este fundamental ensayo.

Hace tiempo que la pregunta por la especificidad latinoamericana se instaló en las ciencias sociales, y no deja de reactualizarse continuamente. Sin embargo es curiosa –e interesante– la pregunta que impulsa todo el estudio del último libro de Danilo Martuccelli: ¿Existen individuos en el Sur? A medida que avanzamos en su estudio descubrimos que esta pregunta no se orienta por una búsqueda ontológica del “ser latinoamericano”, ni tampoco aboga por un perfil psicológico-individual de los latinoamericanos. Sino que el autor indaga en los procesos de individuación que hacen posibles determinados perfiles de individuos. Los individuos latinoamericanos, son entonces, desde esta perspectiva, un producto específico de un determinado proceso histórico-social; pero también de los metarelatos que se tejen y tejieron a lo largo de la historia. “El individuo no está nunca, como lo afirman erróneamente algunos, en el origen de la sociedad, sino que es el resultado de un modo específico de hacer sociedad”, sostiene el autor.

La primera parte del libro está dedicada a los grandes metarelatos que se han construido sobre los individuos de la región. El primero que reconoce es el de la invención del otro, o el proceso que permitió a las culturas centrales definir a los sujetos del sur como una alteridad, un otro. Un segundo relato vincularía a este otro con una insuficiencia, una anomalía, ya que se encuentran desviados de las normas de los países centrales, los latinoamericanos entonces nunca habrían alcanzado una modernidad plena como los países del norte. La tercera narración es denominada la del ni, ni;  donde la tesis simple de una única vía de modernización es desmentida en beneficio de una realidad histórica más diversa y compleja; pero donde al no haber una sociedad ni moderna ni tradicional, no existe tampoco una especificidad regional. Esta cuestión encuentra su contrapeso en un cuarto metarelato donde se buscará ensayar una especificidad cultural,  problematizar sobre qué somos, en qué somos diferentes. Un quinto relato intentará dar una respuesta a esta especificidad, basándose en la idea de que en el Sur no existen individuos –en el sentido pleno y occidental de la palabra– sino comunidades, sujetos colectivos. Finalmente una última narración se centra en los procesos de modernización que efectivamente son posibles en América Latina; insertando a la región en el mismo paradigma occidental de tránsito de una sociedad industrial a una sociedad informacional.

Sin embargo Martuccelli considera que estos relatos resultan insuficientes a la hora de responder a la pregunta de la existencia de los individuos en el Sur, ya que todos estos suponen la existencia de un modelo de individuo y de modernidad desde donde se realiza la comparación. Esta concepción significa insertar a la región dentro de la experiencia hegemónica occidental de modernidad (racionalismo, ilustración, economía de mercado, secularización, formación del Estado-Nación, generalización de la educación, diferenciación social, etc.) que obstaculiza una verdadera lectura comparativa en lo que concierne a la existencia o no de otras modalidades de individuos.

Pero para definir su existencia, y ya adentrándonos en la tercera parte del libro, el autor propone colocar el proceso de individuación como eje de análisis. De lo que se trata es de minimizar la fuerza monopólica de los factores occidentales (proceso de modernización y figura del individuo soberano), reemplazándola por una visión más amplia, plural y compleja donde los diferentes procesos de individuación puedan entrar en una verdadera conversación con las distintas experiencias históricas. Más que buscar perfiles de individuos, de lo que se trata es de ver procesos de individuación que conforman determinados factores estructurales.

El autor reconoce y categoriza los grandes factores estructurales de la siguiente manera: el mito del origen de la conquista, el genio latinoamericano o la especificidad del lazo social, un específico modo imaginario de la riqueza, y la tradición del poder indicativo.

En cuanto al primero considera que gran parte de los metarelatos sobre lo latinoamericano han estado atravesados por un mito de origen: el de la conquista. En nuestra charla con Martuccelli, él nos menciona que “es alrededor de la conquista como se ha construido el relato primigenio de la separación entre lo objetivo y lo subjetivo, la representación del fin de un mundo “armonioso” y el ingreso en un universo de ruptura sin posibilidad de nueva suturación. O sea, dentro del imaginario latinoamericano el relato de la conquista aparece como un equivalente narrativo de lo que otros eventos (revolución francesa, industrial, etc.) efectuaron en el imaginario europeo. Este es el verdadero mito de los orígenes del individuo en la región. Un mito que subraya antes que nada su dimensión cultural (desgarro entre dos culturas) y su carácter exógeno (producido por el choque de la conquista)”. A partir de estas consideraciones nos preguntamos –y le preguntamos– sobre el papel de la literatura en este proceso. Se podría pensar que la literatura fue el espacio dominante y quizás el único relativamente exitoso, para la construcción de una cultura en la región. Y con esta hipótesis en mente le preguntamos: ¿Cree entonces que estos relatos que visionan una “imposibilidad”, una “rajadura” o una “falta” originaria, han hegemonizado gran parte de nuestra literatura desde el desborde textual del barroco, el realismo mágico, hasta los actuales textos donde lo indecible y lo irrepresentable se mezcla con las experiencias traumáticas de las dictaduras latinoamericanas? O es que quizás ¿la literatura latinoamericana sea el subproducto paradójico, en el plano imaginario, de la impotencia de una praxis política renovada en el plano institucional?

Danilo Martuccelli: Sin reducirse a ello, y sin ser el único ámbito cultural en el cual se trabajó y desplegó la memoria colectiva de este evento, es obvio que la literatura latinoamericana participó y participa a su manera en entretener este imaginario, a tal punto, tantas corrientes y autores han hecho más o menos explícitamente de esta ruptura el telón de fondo de su representación social. Pero ella no fue la única. También en el ensayo, en el melodrama, en las telenovelas, es posible observar la fuerza de una idea que en América Latina se caracteriza por un desacuerdo fundamental entre las palabras y las cosas, por el sentimiento que « todo está suelto », la idea de una cierta inconsistencia social. Todas estas formas de producción cultural son descripciones particulares de lo específico de este imaginario latinoamericano, de la cesura histórica “original” en la cual se inserta la representación de los individuos. En este proceso, y dentro de este proceso, es por supuesto posible sugerir, como usted lo hace, otras interpretaciones, y pensar que al menos, en parte, este imaginario sea una consecuencia –y una evasión– ante cierto sentimiento de frustración o de impotencia histórica. Es una interpretación plausible, difícil de demostrar pero que, en otras latitudes, pienso específicamente en el caso alemán, ha sido propuesta desde Marx hasta Elias: la seducción alemana por la interioridad sería el fruto de la incapacidad histórica de la burguesía en ese país (a diferencia de la experiencia inglesa o francesa) en pilotar el cambio social. Pero este relato nacional, en Alemania como en el que usted sugiere a propósito de Latinoamérica, se inserta dentro de la visión más amplia de un individuo que, en su “origen” social, es el fruto de una sociedad que lo sostiene, lo envuelve y lo produce de una manera distinta a como lo hizo el orden comunitario (la modernidad; la conquista). Resumiendo, no hay individuo sin una u otra variante de este relato fundador de la cesura con el todo.

En cuanto al segundo factor de estructuración en el proceso de individuación, Martuccelli menciona la autosustentabilidad del lazo social, las capacidades interactivas de los individuos, como una estrategia frente al debilitamiento estructural de las instituciones en América Latina. Y sobre esta consideración nos preguntamos cómo esta situación se inserta en las discusiones occidentales alrededor de las nuevas comunidades (por ejemplo, Maffesoli en Europa, Laddaga en Latinoamérica) y la crisis de las instituciones modernas.

Danilo Martuccelli: El lazo social, y las interacciones interpersonales, son una realidad en toda sociedad. Y en todas ellas, los actores sociales desarrollan –y tienen– capacidades de vincularse unos con otros, a partir de rituales, estrategias, etc. En este punto, obviamente, no hay ninguna especificidad no en América Latina. Lo específico de la región es que –sobre todo desde el ensayo– se haya construido una representación particular de la cohesión social: una en la cual la continuidad de la vida social se asienta menos en el Estado Leviatán, en las normas culturales o en los mecanismos de integración sistémica, que en el propio lazo social. Este es el corazón del verdadero genio político latinoamericano, y ello incluso en un país como Chile en donde el sistema político-institucional siempre ha tenido mucha importancia. Esta concepción del orden social debe ser pensada de forma estructural, se inscribe  en la larga duración, define una manera distinta de hacer sociedad; y por ende asociarla en exceso a la crisis actual de las instituciones me parece una vía reductora. Para que nos entendamos: sin duda que la severa crisis que se vive en los Estados Unidos « debilita » hoy el rol de ciertos mecanismos de integración sistémica (como el dinero por ejemplo), pero es obvio que su importancia estructural en la cohesión social de ese país no puede leerse solamente desde el marco de la coyuntura actual. El razonamiento es análogo para el caso latinoamericano.

En cuanto al tercer factor, un imaginario de la riqueza, el autor menciona que si bien en Latinoamérica  los individuos pueden tener largas jornadas laborales, el trabajo nunca fue el pilar de la concepción de su riqueza. Ésta por el contrario se encuentra en la tierra y en sus booms: la historia económica de muchos de los países de la región puede describirse en torno a un puñado de productos que marcan el imaginario nacional (Argentina carne y trigo; Chile cobre; Brasil, café; etc.). De esta forma la riqueza es un “don de la naturaleza” y no depende de una voluntad humana –

porque la naturaleza precede al trabajo–. América Latina es la región de los booms económicos sucesivos, haciendo de la riqueza un objeto de movimiento pendular donde las fases del boom son seguidas por períodos de recesión o depresión. Y donde, por sobre todo, la riqueza aparece como el fruto de una oportunidad inesperada que hay que aprovechar por el tiempo que pueda durar.

Finalmente, el cuarto factor que el autor menciona es el de la tradición del poder indicativo, donde el poder parece tener por función central más enunciar los principios que operar en organizaciones susceptibles de aplicarlos. Esta tradición implica una dialéctica particular entre individuos e instituciones, pero por sobre todo marca la incapacidad del Estado en la región para producir un ciudadano uniforme. Le preguntamos al autor sobre las características de esta tradición en algunas experiencias actuales latinoamericanas como el caso de Hugo Chávez, Evo Morales y el renovado populismo peronista de los Kirchner en Argentina.

Danilo Martuccelli: La tradición del poder indicativo es multisecular en América Latina. La coyuntura no puede ser sino un ejemplo de ella. El populismo propiamente dicho, el modelo nacional-popular de antaño o las experiencias políticas más híbridas que usted menciona se insertan en esta descendencia, en donde los límites de la acción favorecen el recurso –en verdad el sobre-recurso– a la teatralidad política. Pero esta no es la única manera de entender el rostro actual del poder indicativo latinoamericano. Si nos quedamos en el ámbito político también es posible verlo en el neoliberalismo y en su voluntad de restringir el ámbito de ejercicio del poder. Cierto, esta actitud se inserta en una doctrina política, pero su implementación en América Latina (si dejamos de lado el cambio de relaciones de fuerza que se produjo entre sectores sociales en los setenta y ochenta), también se explica por esta conciencia de los límites fácticos del poder. El poder indicativo es bicéfalo: alimenta por un lado una teatralidad grandilocuente; en otros, una modestia compulsiva.

Sin embargo no es este su principal sector de expresión. Su presencia es incluso más fuerte en la vida social, y en la experiencia cotidiana que hacen los individuos al vivir en sociedades en donde las normas sociales (y el poder que las sustenta) tienen un modo de acción particular. Menos bajo la forma monolítica de una “cultura de la transgresión”, que de una modalidad de acción intermitente y variable según los contextos y los actores. Una modalidad que produce entonces, desde el funcionamiento ordinario de la sociedad, una individuación particular: el individuo debe constantemente encontrar soluciones personales a problemas estructurales. Una forma de solipsismo específico producido por la manera como operan las instituciones en la sociedad.

Laura Lattanzi

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