08 de marzo 2011

El paraíso vedado

El libro Paraíso Vedado (ensayos de poesía chilena de contragolpe 1975-1995), de Sergio Mansilla, es un trabajo minucioso que revisa el sentido de la escritura poética en su relación con la historia, ya que, a su entender, es en esta relación donde la escritura cobra sentido y pertinencia. De este modo, comienza su acercamiento a la poesía chilena de las provincias del Sur y se va expandiendo como un abanico en su capacidad de abordar diversas estéticas y modos de pensar la poesía reciente.

Está claro, la tensión esta planteada desde el comienzo. Pues, Mansilla, ya en el prólogo toma como punto de quiebre lo señalado por Enrique Lihn en la década del ochenta donde la mayor parte de los poetas de su generación entendían la poesía como canto, en primer lugar, y sólo en segundo como escritura. De hecho, el antilirismo de Lihn, la antipoesía de Parra, la tematización de lo lárico en Teillier, el minimalismo crítico de Uribe, inician un periodo en que el trabajo poético problematiza su experiencia expresiva, dando paso a una escritura que cuestiona su propia capacidad de producir sentido poético sobre las cosas, o bien, sino cuestiona tal capacidad, ésta queda al servicio de la representación de los espacios pequeños, cotidianos, aldeanos: un inframundo instalado en los extramuros de la corriente principal de la historia.

            En la mirada panorámica de Mansilla se establecen entonces varias líneas poéticas seguidas por los autores chilenos después del ‘73 y para efecto de su estudio considera cuatro de ellas: Poesía como cántico, heredera de la tradición de las poéticas del yo expandido de la modernidad literaria de los años ‘20 a ‘50 del siglo XX, cuyo mayor representante actual es Raúl Zurita. Poesía neovanguardista, cuya experimentalidad estética no se erige contra la tradición, sino a favor de la idea que la poesía es un tipo de discurso cuyos límites y atributos nunca están definidos, en un ejercicio de recontextualización permanente de mensajes y cuestionamiento de la eficacia de los signos. Juan Luís Martínez y Rodrigo Lira, son algunos de los poetas más representativos en esta línea.  Poesía testimonial-documental, se trata de testimonios que documentan experiencias traumáticas de vida, muy personales, pero representativas de una comunidad casi siempre víctimizada por la violencia y la opresión. En los años ‘70 y ‘80 la poesía de los campos de concentración y las cárceles tuvo un gran impulso, desatacándose especialmente Aristóteles España y Floridor Pérez y, en años más recientes, Armando Uribe Arce, con una poesía que cuestiona los fundamentos éticos, políticos y morales, sobre los que se ha montado la transición chilena a la democracia.  Poesía etnocultural, tal vez uno de los hechos más significativos de la poesía chilena de los últimos 30 años, escrita por autores de origen indígena o indígena-mestizo, donde el sujeto enunciante se constituye como conciencia sabedora de su condición etnocultural y, en este caso,  hace de su condición una resistencia contra la dominación neocolonial, por un lado, y como dispositivo de relectura de la historia, por otro, en orden a proponer una nueva manera de recordar y de construir imágenes de futuro. Chihuailaf, Riedemann, Huenún, aparecen como nombres imprescindibles en esta línea poética.

            No obstante, el aspecto fundamental que va trazando el libro de  Mansilla se inscribe dentro del orden histórico: 1975 a 1995.  El foco de su atención es un sector de la poesía del Sur de Chile escrita con posterioridad al Golpe de Estado por autores que comienzan a escribir sistemáticamente “la poesía de contragolpe”, según la ilustrativa expresión de Eduardo Llanos Melussa. Su interés se centra en cinco autores cada uno de los cuales ha desarrollado una o más líneas poéticas propias, como son el caso de: 1) Jorge Torres (1948-2001) quien se inscribe en una primera época en una línea que recuerda la poesía de los lares de Teillier y, luego, en Poemas encontrados y otros pre-textos desarrollará una escritura como lectura excéntrica, formalizada como copia fragmentaria de textos literarios y no literarios; en Poemas renales, ensayará una escritura que es un dramático testimonio de la enfermedad, de la decadencia del cuerpo y del espíritu personal así como del espíritu de toda una época. 2)  Carlos Trujillo (n. 1950) que en su obra inicial lo lárico se combina el tono epigramático de Cardenal y Uribe, y donde la realidad de la infancia y las evocaciones de la isla de Chiloé sirven de base para un lenguaje directo, casi testimonial, cruzado con una reflexión intensa sobre el tiempo y la muerte y el sentido mismo de la poesía. 3) Clemente Riedemann (n.1953) que ha explorado la línea de la poesía de la identidad histórico-cultural en la que desarrolla una relectura crítica de ciertas zonas de la historia de Chile. Se trata, como él mismo lo ha dicho, de una poesía culturalista que busca poner en evidencia las mitologías con las cuales se construyen las significaciones históricas y las identidades. Para Riedemann escribir es desenmascarar y descubrir que debajo de la máscara yace siempre otra máscara. 4) David Miralles (n. 1957) quien indaga sobre el problema de la escritura como metáfora de una crisis histórica situada en la modernidad chilena de la dictadura. Su escritura tiene como uno de sus centros de gravedad la persistente reflexión sobre la relación lenguaje-realidad, en el contexto de un devenir marcado por la muerte en que el peso incuestionable del poder  empuja al hablante al silencio, o al balbuceo acerca de las huellas de una historia que pudo ser pero que no llegó a cumplirse. 5) Rosabetty Muñoz (n. 1960)  que desarrolla una escritura centrada en el tema de la orfandad, de la soledad mortal de ser “otro” en un mundo “hecho a la mala”. Muñoz subjetiviza el paisaje de las islas del archipiélago de Chiloé de modo que la evocación de los lugares viene a ser  un paisaje interior que busca recomponerse: las islas son los fragmentos dispersos de lo que alguna vez estuvo unido pero que ahora sufre los efectos dislocantes de una modernidad desigual.  La convicción de que las raíces las hemos perdido y son irrecuperables, provee a su escritura de una poderosa visión crítica del presente del cual, como se sabe, su propia poesía forma parte.

Revisión de golpes y de contragolpes

            En suma, Mansilla, reafirma la percepción de que la poesía de contragolpe  fue un intento de recuperar la irrecuperable armonía de un pasado ambiguamente mítico y ambiguamente histórico. Y, por  tanto, devino testimonio que pugnaba por modificar la actualidad a través de la denuncia, directa a veces, alegórica las más, pero siempre cruzada de un sentimiento político que demonizaba el presente de sufrimientos.  Esto aun cuando ambas empresas –recuperación del pasado y modificación del presente– eran imposibles: ensayos fallidos de una representación que diera cuenta en plenitud del drama que vivía el país.

            Con todo, la poesía de contragolpe fue un espacio simbólico de libertad ante el peso de la coerción. Siendo este marco, entonces, el considerado por Mansilla como una práctica que busca refundar una memoria histórica y, eventualmente, una práctica política orientada a la construcción de una historia democrática.

            Debemos indicar, finalmente,  que el libro esta estructurado en ocho capítulos, de los cuales cinco corresponden a los autores ya señalados. Además, posee un capítulo respecto a la política de la poesía del contragolpe y su conclusión. La ADDENDA es una reflexión diez años después donde la escritura del contragolpe es revisitada, mientras los Documentos se componen de las entrevistas realizadas por el propio Mansilla a cada uno de los autores, siendo una notable recopilación que, a los lectores, nos acerca a un registro privilegiado del proceso de creación y a su efecto justificador dentro de sus vidas.

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