30 de julio 2012

El sombrío espíritu del modelo

Todo modelo de sociedad tiene un alma, que es una forma de decir que favorece ciertas conductas, que porta ciertos valores, que prescribe y proscribe gestos y símbolos, que adora ciertos ídolos, que construye panteones con sus dioses y que recorre la cotidianidad con sus formas de vida. Todo modelo de sociedad aspira a constituirse en un orden. Por cierto, parte del espíritu de la economía social de mercado ha sido la cultura del emprendimiento.

Bajo esta doctrina, el éxito (bien superior del modelo) se explica necesariamente por la actitud emprendedora, que puede tomar diferentes formas, pero siempre es una misma y universal. Aunque el emprendimiento es actitudinal, se aprende. Y se enseña (y se cobra por enseñarlo, pues también es mercancía).

El emprendimiento es el amor a los nuevos proyectos, a la multiplicación, a la participación en muchas actividades. El modelo intenta convencer que al aprender a ser emprendedor, el éxito está garantizado. El emprendimiento puede unir actitudinalmente a pequeños empresarios y grandes inversionistas, a trabajadores con gerentes, a dueñas de casa y propietarios de grandes capitales.

El emprendimiento se ha convertido en el revestimiento ético del modelo y en su recurso explicativo. Si alguien ha triunfado, ha de haber sido emprendedor. Si ha fracasado, debe aprender más sobre emprendimiento. Es una lógica circular que, como tal, no falla nunca porque tampoco acierta. El emprendimiento es un imperativo ético del Chile neoliberal. Pero ante todo es el lado socialmente presentable del espíritu del modelo, es el rasgo a destacar. Sin embargo, el modelo tiene innegables sombras espirituales. Su listado es abundante y se relaciona con la competitividad llevada fuera del mercado, con la exigencia de éxito y felicidad, con la presión enorme de integrarse vía consumo. Sin embargo, son dos rasgos los que profundizaremos como señales de la sombra del modelo, como ese lado difícil de reconocer como existente, pero que es un principio sólido y activo.

Uno de los rasgos más claros del modelo económico es la consolidación de una erótica basada en los objetos y no en las relaciones humanas. El mercado está cruzado por la ley del deseo. El mejor comentario sociológico respecto a los saqueos acontecidos con posterioridad al terremoto de 2010 en la zona más afectada (la Octava Región) lo hizo Marcelo Bielsa (técnico de la Selección Chilena por entonces) cuando describió cómo pasó el terremoto. Él lo vivió durmiendo en su habitación en el centro de entrenamiento de la selección chilena, Juan Pinto Durán, y cuenta Bielsa que esa noche se despertó con el terremoto, que en Santiago alcanzó magnitud de 8 grados Richter, y su primera reacción fue evitar que se desplomara un televisor (en rigor, un plasma bastante grande, de más de treinta pulgadas) que estaba en la habitación envuelta en una caja. Bielsa salva el televisor y luego reflexiona sobre su acto. Señala que era absurdo lo que había hecho, pues él no era dueño de ese aparato, ya que lo habían dejado en su habitación durante algunos días hasta que fuera entregado a un ganador de un concurso organizado por la Asociación Nacional de Fútbol Profesional. Bielsa intentó entenderse a sí mismo: ¿por qué preocuparse de un televisor más que de su propia vida? La respuesta es simple, dijo Bielsa: seguramente lo deseaba, en el fondo quería robárselo, sentenció. Bielsa dijo que nuestra sociedad nos enseña a desear los televisores, a amarlos, a considerarlos valiosísimos. La fantasía que él vivió en ese instante fue resultado de la sociedad donde vivimos: deseo tener lo que es deseable, deseo tener lo que tengo y lo que no tengo. Y ese deseo, dijo Bielsa, le hizo pensar que él estaba haciendo lo mismo que los saqueadores: deseando robar algo que consideraba valioso. Por eso Bielsa consideró que los saqueos eran tan lamentables como normales.

El capitalismo en sus estados más dinámicos desancla radicalmente el deseo de la capacidad de satisfacerlo. Por eso, no es raro que en los saqueos posteriores al terremoto haya existido mucha gente que hacía ingreso a la que había sido zona de placer de consumo y que ahora era zona de opción de convertirse en buitre desde sus enormes camionetas (cuyo valor supera con creces las posibilidades de las clases medias e incluso de las clases medias altas). Es decir, hubo quienes saquearon que tienen mucho dinero. Más allá de la condena moral, lo interesante es el fenómeno que está detrás. En Inglaterra, Laura Johnson, hija de un millonario de las comunicaciones, fue detenida cuando participaba del saqueo de una tienda de electrodomésticos durante los disturbios que se produjeron en el mes de agosto del año 2011. En esos mismos disturbios fue detenido y ya fue sentenciado el actor Jamie Waylett, que participó en películas conocidas como “Harry Potter”, quien fue condenado a dos años de cárcel. El paso del disturbio al saqueo es toda la diferencia que hay entre la revolución y la conservación. El saqueo es un acto conservador (de hecho, los conservadores lo usan mucho), pues mantiene la consideración de lo valioso en los mismos objetos que el orden social ha estimado como tal, no cuestionando las categorías. Robar electrodomésticos es un acto de transformación de la propiedad de unos bienes, no de revolución del significado de los bienes ni de su estructura de distribución.

Nuestra sociedad nos enseña a correr tras el dinero para poder acceder a los bienes. El saqueo solo acorta el camino. El saqueo es parte del orden social chileno (1) porque en general hemos legitimado los saltos de las normas de convivencia en beneficio de los logros económicos. Consideramos legítimo buscar toda clase de fórmulas para evitar pagar los impuestos, consideramos razonable que la ley más importante sea la de oferta y demanda, consideramos que está bien usar reglamentos injustos para favorecer negocios (los colegios obligan a comprar libros idénticos cada año, para beneficio de las editoriales) y consideramos que el libre tráfico de bienes y servicios debe darse por demanda y no por restricciones puestas más allá de las personas (con esa misma razón, habría que legalizar todas las drogas; y es que al final la lógica del narcotraficante es la lógica del empresario).

El segundo rasgo que es interesante destacar como carácter sombrío del modelo se relaciona con la centralidad del mercado en nuestra sociedad. Y es que resulta obvio que mientras los mercados viven del dinero, las sociedades no (o al menos no viven solamente del dinero). Los empresarios van donde haya dinero, no hay más. Las personas tienen el dinero como una fuerza que los mueve, pero no es la única. Y cuando lo es, sus vidas son miserables y absurdas. Una sociedad que incorpora la lógica de la empresa en cada uno de sus actos se mueve por energías capaces de diluir y pulverizar todo criterio de sociedad. En una sección del diario El Mercurio, preparada por The Wall Street Journal Americas una noticia señala que la firma Tupperware Brands Corporation (muy conocida por su negocio de venta de envases plásticos, nombrados incluso en Chile con la denominación de “tupper” justamente en referencia a la marca), ha diversificado su negocio en América Latina hacia el área de perfumes y cremas de belleza. Y es que en la zona se gasta 20 veces más dinero en ese ítem que en envases plásticos. Y el presidente de la compañía declara lo siguiente: “Había un ladrón de bancos llamado Willie Sutton, que cuando le preguntaban por qué robaba bancos respondía: ‘ahí es donde está el dinero’”. Y continúa diciendo que es “por eso es que nos metimos en belleza” (2) en Latinoamérica. No es muy distinto lo que dijo Piñera sobre emprendimiento el 5 de mayo del año 2011 cuando estaba dando una conferencia en Estados Unidos a estudiantes universitarios y emprendedores. Dijo entonces que “Adán y Eva fueron los primeros innovadores y emprendedores porque se atrevieron a hacer lo que les estaba prohibido”. El modelo ama pasar por encima de las normas, es anómico, construye anomia, come anomia, caga anomia. No es raro que todos los índices asociados a desintegración social aumenten mientras el modelo está en boga. No es raro que aumente la delincuencia cuando la ley del deseo y el mecanismo de integración es la posesión de objetos. Los mismos empresarios enseñan a pasarse las reglas, a romper los límites. La información es un símbolo de estatus. Los programas radiales de economía aman trabajar con información privilegiada porque el deseo de todo empresario no es solo ganar dinero, sino hacerlo sin esfuerzo alguno, aprovechándose de un dato ganador.

Una de las sombras del modelo es que en rigor odia las reglas, los principios normativos, legales o éticos. Solo le importa el éxito. Ayudar es de imbéciles (“cooperó” aprendimos a decir en Chile para señalar a un ingenuo y derrotado), tener éxito permite prescindir del análisis sobre la validez o corrección de los medios (“la hizo” decimos cuando queremos legitimar un acto inadecuado por la fuerza del resultado). Este modelo destruyó las instituciones porque odia cualquier cosa sagrada que no sea su funcionamiento, destruyó a las personas y su psique porque odia los reparos, la lentitud atávica del ser humano, quiere fluir y ser más y separarse del principio de determinación que supone la realidad. En el mundo de las ideas del libremercado solo hay dinamismo y desarrollo. Toda otra consideración es irrelevante. Los chilenos pueden estar suicidándose el doble, pueden estar deprimidos, estresados, presionados, pero el modelo habla a su oído y les dice que pueden salvarse, que pueden hacer el camino solos, que todos los demás se hundirán y que ellos se salvarán, que la compra de la siguiente lavadora todo lo resolverá.

 

 

NOTAS:

(1) El saqueo es parte de todos los órdenes sociales de la historia, pero fundamentalmente estaba basado en la guerra. En Grecia el término héroe hace referencia a los saqueadores de caminos, a los usurpadores. Pero es distinto que todo el saqueo sea en base a oportunismo y que el objeto de deseo se concentre en las grandes tiendas, donde toda la erótica del consumo se concentra.

(2) “Tupperware, ¿firma de cosméticos?” En El Mercurio, cuerpo B, página 8, viernes 6 de

abril de 2012.

 

* Capítulo 13, del libro El derrumbe del modelo. La crisis de la economía de mercado en el Chile contemporánea.

LOM Ediciones, junio de 2012.

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