22 de julio 2018

El último hociconeo de Elizabeth Neira

Reseña de Hocicona, de Elizabeth Neira. Editorial Desbordes. Santiago, Chile. 2018.

 

Elizabeth Neira se ha autodefinido como una mujer hocicona. La duda radica en si su esencia es ser hocicona o su hociconeo la transforma en esencial.

En virtud de lo primero se puede decir que Eli Neira es una hocicona de larga data, es decir dada a palabrear lo no admitido como palabreable desde tiempos pretéritos. En esta disciplina Elizabeth Neira se ha dedicado al palabreo de Dios, La Patria, la Cultura, y el Hombre como bestia mitológica primigenia. Este acto de palabreo la convierte en una hocicona de tomo y lomo, que es el apelativo que llevan las mujeres que protestan contra la cultura monolítica, patriarcal y falocentrista.

Junto a lo anterior, Elizabeth Neira hace una pregunta abierta a viva voz, como buena hocicona, en la que plantea si acaso, ya que nosotros le pertenecemos a la Patria, lo patrio nos pertenece a nosotros. Asumiendo la respuesta como positiva, hace propio el paño nacional y comienza a embutírselo en las partes pudendas. Como si su afán hocicón fuera poco, lo comienza a retirar lentamente de su interior al sonido de los graznidos de la canción nacional.

Indudablemente la Neira conoce y se reconoce a sí misma como una de las voces en la oraliteratura meztiza. Porque la trascendencia de ese mestizaje se realiza desde la oralidadad entre el tropicalismo étnico y su lenguaje híbrido de un barroco pre y poscolombino, que es en sí mismo hociconeo primigenio.

A propósito de ello indica en su libro de ensayos:

Estas características del sujeto latinoamericano, tienen diferentes matices según las zonas geopo­líticas dentro del extenso territorio al que llama­mos Latinoamérica, pero en general se conserva lo elemental, un profundo malestar producto de la imposición de una vida, una identidad, una economía, una fe y un pensamiento que no nos pertenece y que es completamente ajeno a nuestra realidad, nuestra historia, nuestra genética, nuestro paisaje y nuestras circunstancias.

 

Ahora conviene desarrollar la segunda interrogante planteada inicialmente. Si se entiende que el hociconeo de la señorita la señala como esencial habría que referirse, en consecuencia, a su ejercicio político de su palabra. Por eso se vuelve esencial limpiar un puerto inmundo aromatizado con hedores de fecas, orines y alcoholes como lo hizo en su acción de arte. No obstante puede que las heces y los orines sean a su vez reconvertidos en  un lenguaje propio, el que explica con mayor acierto en el apartado La performance en mí o La caca y el signo. Mi­ni-manifiesto Escatológico 12, en la que afirma, con bastante entusiasmo:

Como puede darse cuenta, mi caca no es más que una pobre alpargata ante la magnitud de mierda que nos rodea.

Elizabeth se transforma por ende en lo esencial, aquello es observado en su aparición en el texto Poéticas del Desplazamiento Medial de Alexis Figueroa, Ediciones LOM, quien la señala dentro de los diez autores/performer/activistas en la que se basa el estudio, en donde Elizabeth se explaya sobre asuntos manifiestos del ejercicio del arte y las letras, disponiendo de aquel ejercicio en una plataforma corporal que es necesaria política y política activa, no discursiva.

 

La primera vez que vi a Elizabeth Neira fue en el Bar La Cubana de Humberto Primo en Buenos Aires, años atrás, el que acogía hasta alta horas de la madrugada al borrachín cosmopolita de la ciudad porteña, adicto a la conversación infecunda. Me llamó la atención porque allí hociconeaba en argentino. Le pregunte porqué y me dijo: che flaco, a estas altura de la vida yo no voy a estar haciendo resistencia cultural, boludo! Me quedó claro y de paso aprendí que se puede hociconear en varios idiomas. Luego me hociconeó del facherío argento, unos cahuines de la revista Cerdos y Peces y, como buena hocicona me iluminó de picadas varias de libros, música y comida, y cuando me fui bamboleando por los adoquines de esa babel latinoamericana ella seguía batiendo el maxilar inferior como si recién estuviera comenzando.

Lo que pasa es que Elizabeth Neira asume la facultad primordial del ser mujer que es el hociconeo, porque el mundo de la mujer es el mundo de la palabra dicha, la que expresa tonalidad, timbre, color, inflexiones, es decir, la que manifiesta la emoción y el sentir del significado, al contrario de la palabra escrita, dominio del hombre-hombre que lo permite desplazarse en un mundo de morfemas y abstracciones sígnicas gráficas, o sea el significante. De allí que la mujer con hablar poco dice mucho y el hombre-hombre, al escribir mucho, dice poco.

La tradición judeocristiana asigna un alto valor a la palabra como generadora de realidad, su demiurgo mayor Jehová, genera todo el espectro físico por intermedio de la palabra, pero, al ser de impulso divino, su primera creación queda resuelta con pretensiones de infinito, es decir, sin tiempo. No obstante el primer acto de rebelión es realizado por la mujer Eva, quien, mediante el decir, o sea, la palabra, convence a Adán de negar su obediencia primordial. Este acto de habla es en el fondo la negación de lo divino trascendente y la afirmación de una idea de naturaleza sagrada, un primer esbozo de la intuición de una tierra divina, de una pachamama. Así Eva re-crea el mundo a través de la palabra y genera el fin de lo infinito,  de allí la muerte, es decir la finitud del tiempo, que es en el fondo el mundo humano, o sea todo el mundo. De este modo Ely sigue el camino inicial de Eva, como una hocicona primera.

Ser hocicona es hacer referencia al hocico, que en los cuadrúpedos constituye una extremidad más por sus características prensiles. La evolución genera la liberación del hocico y el desplazamiento de esta fuerza hacia las manos. Al no tener hocico, el ser humano libera las zonas del rostro y del cráneo que contenían la masa muscular que permitía al hocico ser prensil, lo que promueve una liberación del cráneo en vías de su expansión para albergar un cerebro mayor, característica esencial de la especie humana.

Pues bien, esta artista revitaliza el hocico, es decir, desconoce lo humano (que es en el fondo creación del ser-hombre) y se rebela contra su cultura y civilización. Así se acerca a reflexionar acerca de lo más salvaje y primordial, tales como lo indica en las Amazonas del Puerto o en sus Apuntes sobre el post porno, sacándolo de la producción erotizada masculina y disponiéndolo como instrumento de expresión y protesta.

Jean Baptiste Lamarck, uno de los pioneros de la teoría evolutiva, señala que, con independencia de la selección natural o la lucha por la existencia, podría ser que el impulso inicial de las transformaciones estructurales, en especial las referidas a los órganos, junto por influencia del medio, puede tener origen en un sentimiento interior de transformación. Así es como se puede observar que este hocico de Elizabeth es una base transformadora que parte de sí misma, de sus esencia y que logra por intermedio de la palabra generar la acción. Pero también, viceversa, entiende claramente que la palabra genera realidades pero no basta para sostenerlas en el tiempo.

Actualmente hasta el más vivaz ha sido permeable a la cultura de la imagen que termina inevitablemente constituyendo una sociedad del espectáculo, como lo afirma Debord. Espectáculo que deviene del vocablo espéculo, siendo el reflejo una imagen, sin duda, pero que proyecta una realidad invertida. Pues, ¿qué diferencia puede haber entre los que sostienen que la palabra genera realidades, con el creacionismo cristiano? Ninguna, si todo queda contenido en la palabra. Considerando además que esa expresión niega, o al menos ignora, la premisa marxista de que la idea deviene de la materia y, con ello, todos los esfuerzos del materialismo dialéctico de eliminar la fuerza ideal como motor de la historia o la esperanza como motor de la Fe.

Eli Neira rectifica la acción seguida inmediatamente de la palabra o identifica a ambas en una sola cosa, las que distribuye por intermedio de su hocico, como instrumento de lucha, rebelión y transmisión de saber. No es casual que Eli Neira se haya titulado en la profesión más hocicona de todas: El periodismo. Así que Elizabeth Neira ha involucionado, como forma manifiesta de protesta y, ha generado, producto de su sentimiento interior, su propio hocico, el que, mirándola con detención, se puede apreciar con cierto prognatismo natural en su estructura maxilar. De este modo no queda más que admitir que lo natural de la autora es el arte de la palabra actuada o accionada y, con ello, sentarse a esperar el último hociconeo de la Elizabeth Neira, que, desde luego, siempre es el penúltimo.

Escritor, performista y hocicón

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