10 de diciembre 2012

En todos los momentos de la huida

El exceso de carencia es de buena forma sobrellevado, sólidamente trabajado en el libro Bracea de la poeta chilena Malú Urriola (LOM, 2007). Las fracciones ligadas al traslado fatal hacia un mundo de monstruosas situaciones son aquí el gesto deforme de una obra transmutada. Los instantes se quedan como escenas de película rara, abriendo un zigzagueo que adecuadamente se traslada hacia efímeras escenas de felicidad. La hermandad obligada y la inevitable privación de normalidad, cuaja de gran forma y se posa en imágenes inclinadas hacia oscuras fotografías:

Mi hermana y yo siempre estuvimos unidas.

Era lógico para mí estar a su lado.

Una era parte de la otra.

Jamás pensamos en separarnos hasta que mi hermana me dijo que le había escuchado a nuestro padre, entre sollozos, decir que éramos un monstruo.

Entonces lo pensé.
La muerte es un secreto y ya no es menester de algún sufrimiento. Conocer un amor de tres piernas, llevar una vida pegada a otra vida, tener dos madres y vivir una niñez de perros atropellados por trenes y tibios rasguños de alambre de púa, sólo es parte de una vida sin inercia, asimétrica, casual.

La escritura de un diario de niñas siamesas y vivir de una vez por todas estos fríos momentos de desesperanza, con la ternura de quien ve animales en las extrañas formas de las nubes. Las miradas se acercan poco a poco y la escritura se transforma en un nuevo gesto, nuevas moralejas, disímiles mensajes que nos indican la dirección del viento, de la tarde, de la ciudad. Una vida fragmentada:

 

Cada vez que alguien sueña, nace una oruga.

Cuando el sueño se realiza, la oruga renace convertida mariposa.

Y dependiendo del color, hablará sobre el sueño concedido

                                                               / para luego morir.

Son la constatación bella y fugaz de un sueño, dijo mi madre.

Es como el fulgor. Por eso refulgen las palabras que nadie mira,

                                                       / contestó mi otra madre.
Y dando alcance a un mundo que quizás parezca irreal, es cuando el espejo de la realidad nos carcome el seño y encandila brillantemente, como una mirada de reojo, tras el hombro, que evita esta inevitable escalera rota, como una nota musical que desafina o cree desafinar. Las miradas de las voces de las niñas, las carreras de Tres Piernas a la par con el ferrocarril que extirpa, el mar que finalmente enarbola una hermandad que motiva frenar y observar hacia atrás, hacia leves remembranzas que fueron parte de la mímica cotidiana. Esta historia pictórica, esta dulce levedad.

Entonces, esta obra que resguarda una historia gigante que avanza y se desangra de a poco, se transforma en un nadar de espaldas mirando el cielo, con esa paz del final inevitablemente, con el asumir, en el destello de la desaparición:

 

Cuando le digo al viento que deje de soplar, el viento deja de soplar y el mar se aquieta. Entonces nos quedamos flotando a la deriva. Imaginando que somos la cabeza bicéfala del mar, cuyo cuerpo de agua infinita rebosa lejos de nuestros ojos.

Nada –dice mi hermana.

Y nado.

 

Malú Urriola exhibe en Bracea un gran trabajo escritural que no comulga con el poema que se ahoga en sí mismo. Es esta obra un laborioso libro de poesía que, como las pinturas de Balthus, entregan lo cotidiano en extrañas imágenes de transfiguración. El dolor, la pena y lo monstruoso, en su más pleno sentir, es parte simbólica de ese lugar sombrío en donde van a parar nuestros más ocultos temores.

Es así como el lector sabrá vivir la experiencia de esta vida oculta a la vista de todo transeúnte, que se desarrolla a la par con la historia frágil del abandono. Ser parte de un instinto esencial y puro, como el desarrollo de una emoción continua que prevalece. Una emoción que bracea, en todos los momentos de la huida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *