06 de junio 2013

Francisco Figueroa: “Las movilizaciones estudiantiles han ampliado los límites de lo políticamente posible»

Cuando debía realizarse esta entrevista, Francisco Figueroa chocó con un ciclista furioso- literalmente- y su bicicleta terminó siendo arrojada contra un muro, por un hombre de metro noventa con el doble de peso del líder de Izquierda Autónoma (IA).

La vida del dirigente y precandidato al Parlamento es, por decirlo de algún modo, agitada. Al terminar nuestra conversación, al día siguiente, partió a un encuentro organizado por el CEP (Centro de Estudios Públicos) al que también estaban invitados Giorgio Jackson y Camila Vallejos, ambos presidentes de la FEUC y de la FECH en 2011, el año de las mayores movilizaciones estudiantiles y sociales realizadas en el Chile post dictadura.
Tres días después presentaría “Llegamos para quedarnos”, libro testimonial y ensayo acerca del movimiento del cual fue protagonista, en el solemne salón Domeyko de la Casa Central de la Universidad de Chile, donde cursó la carrera de periodismo. Allí anunció su candidatura a Diputado por la circunscripción de Ñuñoa en las próximas elecciones parlamentarias, firmó libros y partió a celebrar con un grupo de amigos.

No era para menos.

Figueroa (26 años) comenzó a escribir el libro, Llegamos para quedarnos (LOM Ediciones), el mismo año en que encabezaba las movilizaciones estudiantiles, como vicepresidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), y lo terminó a fines de 2012. En su origen hay un doble fin: por una parte, testimoniar lo que ocurrió en Santiago en ese año decisivo (“este texto es un trozo de una historia tal como la viví”, dice en la introducción) y por otra, analizar desde su perspectiva política los alcances de este movimiento, sus desafíos y las aspiraciones que lo hicieron posible.

 

Cruzar la cuerda floja

Francisco estudió periodismo luego de dudar entre historia y cine; pensaba que esta carrera le permitiría comunicarse con las personas de manera más simple y amigable, pero también le daría la posibilidad de construir sentido, cuestión que según él actualmente no se cumple en nuestro país donde hay muchos profesionales que “no están conscientes del rol que juegan en la sociedad”. Entre los formatos existentes prefiere el periodismo escrito, porque cree que nada que puede reemplazar “la realidad captada con toda su complejidad en una escritura dedicada y profunda”, aunque sabe que en los tiempos actuales esa posibilidad se ve saboteada por la falta de tiempo. De allí también el libro, que lo “reconcilió” con la escritura.

Hombre de su tiempo, aprecia la interactividad que permiten los medios digitales, aunque no le gusta que en virtud del formato se entreguen “puras capsulitas que  a veces más confunden que aclaran”. Le atrae, eso sí, la posibilidad de intervención de las audiencias, como un modo de orientar al periodista y por eso estima que “hay que combinar la calidad y la profundidad de la escritura con las posibilidades que ofrece la participación en los medios (electrónicos) y la generación y orientación de contenidos que el propio medio trata. Sin esa convergencia ningún formato por sí solo hace lo que tiene que hacer”

Pregunto si no está olvidando el tema de la propiedad de los medios y su acentuada concentración en Chile. Responde que la propiedad de los medios de comunicación es un problema político que excede al periodismo “La dominación neoliberal descansa sobre varios factores como la desarticulación de la sociedad civil, la cooptación por parte de los empresarios de los partidos políticos y el control de los medios de comunicación de masas; verlo desde el punto del periodismo solamente es sesgado”. Agrega que “a los grandes empresarios de este país no les gusta la competencia y como gran parte de los medios escritos están concentrados en dos grandes consorcios, se sienten súper cómodos haciendo un periodismo sesgado, como lo han hecho siempre”.

 

“Me gustaría mucho contribuir a la formación de nuevos medios que tengan una vocación masiva y que aporten las miradas que han sido silenciadas”

 

-¿Entonces qué propones?

– Un movimiento político que se comprometa con reformas profundas como más igualdad y democracia debería hacerse cargo de la democratización del acceso y la propiedad de los medios de comunicación. En términos personales y profesionales todavía no tengo bien resuelto el modo en que se pueda conciliar la dedicación a la política con el quehacer periodístico, pero me gustaría mucho contribuir a la formación de nuevos medios que tengan una vocación masiva, no de nichos, y que aporten las miradas que han sido silenciadas. Es una tensión perpetua, pero es una cuerda floja que hay que cruzar”

Vuelvo a preguntar si la política le permite hacer periodismo. Me dice que hasta ahora sí, que colabora con El desconcierto (publicación mensual) y que también ha hecho ayudantías en la universidad. Que le gusta la investigación y hacer entrevistas. Y que el modelo de político profesional no le va: “Eso aleja al político de la sociedad, le achica la mente, lo burocratiza. Nosotros no sabemos qué modelo se ajusta, pero nos negamos a adoptar el del político bueno para nada”

Ajuste de cuentas

¿Te han cobrado la mano por tu insolencia? Digo, aparte del enojo de Bitar….

– No se trata de insolencia… Sería súper falso no hablar como corresponde contra personajes que están endurecidos por la hipocresía y el cinismo. La crítica comprometida, no la crítica escéptica, es mucho más constructiva a veces que la complacencia cínica que hay en muchos.

Tu libro parte duro: “En Chile, como es sabido, la vida pública se desenvuelve el moco más arcaico y gracioso. (…) Ladrones y matones, cínicos y aprovechadores se hacen impunemente con las riendas del país. Y borrachos de exitismo lo conducen al imperio de la incertidumbre”.

– Si. De hecho en el libro parto haciendo un parafraseo de un pequeño artículo en el que  Gramsci habla sobre el cinismo en la política, en el momento en el que lo escribe. Creo que nuestra generación debe hacer visible la decadencia de la política del curso neoliberal que ha seguido el país en los últimos 30 años y contribuir a que esa decadencia se profundice para inaugurar un período más creativo, no solamente crítico sino también constructivo-.

Ese planteamiento tiene ecos de lo que pensaba la Generación de los 80, que buscaba hacer cambios profundos en el modo de hacer política, en los momentos en que surgió el plebiscito. ¿Has podido confrontar las miradas de ustedes con quienes lideraron ese movimiento?

-La mayoría de ellos está de acuerdo con nuestros planteamientos; los que se incomodan más son los que se posaron sobre los hombros de la Generación de los 80, sobre el ímpetu de una generación en lucha con la dictadura para abrir una transición pactada. Los que querían que la alegría viniera se siente ajustando cuentas también. Esos dirigentes estudiantiles que contribuyeron a arrinconar a la dictadura no fueron considerados; no hay ninguno en puestos de poder, de conducción de los partidos, al contrario.

Hay continuidad y sintonía. Continuidad con el espíritu de las movilizaciones de los años 80, que fueron bien autónomas respecto de los partidos en ese minuto y no porque los partidos no las identificaran sino porque estaban diezmados. Esa autonomía popular de la década que fue fundamental para debilitar las posiciones de la dictadura no se proyecta en la política durante la transición. Existe una similitud con las movilizaciones de ahora en el sentido de su autonomía, que se da no porque los partidos estén diezmados sino porque están cooptados por los intereses más mezquinos.

¿Por qué se terminó esa autonomía? En tu libro eres muy crítico con la Concertación al respecto.

– El historiador Luis Thielemann lo explica así: el ascenso de la lucha popular genera de inmediato mucho miedo y alerta en las elites civiles y militares. Contra ese ascenso en Chile se suscribe el Acuerdo Nacional, en 1985, promovido por los sectores más lúcidos de la derecha como Jarpa (Onofre) y Allamand (Andrés) y suscrito por gente como Boeninger y compañía, pero también por muchos socialistas renovados y los futuros pepedes (PPD, Partido por la Democracia). Ese fue el primer portazo a la política. Por otra parte, en esta época surge un movimiento intelectual liderado por los mapu (Mapu, Movimiento de Acción Popular Unitaria) que empiezan a ser críticos de la autonomía popular diciendo que era pura anomia incapaz de crear un orden nuevo. Ellos no solamente hicieron crítica desde su sillón, en tanto intelectuales, sino también produjeron la anomia incentivando un desacople entre la izquierda política y el pueblo. Después se sentaron a teorizar, como si eso fuese algo natural e inevitable.

Sin embargo, esos grupos estuvieron detrás organizaciones no gubernamentales como SUR, que propiciaron la organización popular y autónoma ¿Has conversado con ellos, acerca de esta contradicción?

– No he podido conversar con ninguno de ellos ni lo he estudiado tan finamente, pero es algo que está ahí. En mi libro trato de polemizar con Eugenio Tironi, porque en 2011 fue el primero en decir que la movilización se parecía al movimiento hippie y que eso no era otra cosa que un síntoma del avance de Chile al desarrollo, producto del alto ingreso per cápita alcanzado (pág 46). Según él eso era un indicador de que estábamos tan satisfechos que queríamos más y por eso salíamos a la calle. Se trata de una interpretación muy interesada y nuestra generación debe ajustar cuentas contra ella.

¿No te gustaría dialogar con él sobre esto?

Nunca me negado, pero no se ha dado la posibilidad. Igual, pienso que personas como él están en otra vereda ya que durante toda la transición han sido lobistas, promotores de intereses de las empresas y ya tomaron una decisión. Me interesa más conversar con gente que está preocupada de verdad por más democracia e igualdad y que puede haber hecho cosas insuficientes, pero están preocupados de eso.

 

Nuevos caminos

También eres muy crítico con los comunistas… Dices en tu libro que en algún momento trataron de enrielar las protestas e hicieron tambalear las movilizaciones.

– No creo que haya dureza. Trato de ser muy claro acerca de las posturas de cada sector incluso las nuestras, que en algunos momentos fueron erradas o nos impidieron ganar posiciones. Veo una tendencia muy activa hacia una institucionalidad nueva, democrática de verdad, lo que ha estado en tensión con ciertos sectores que han querido desactivar el impulso más transformador de las movilizaciones sociales sometiéndolas a los códigos de esta época. Desde los años 90 a la fecha las juventudes políticas no han sabido entender lo que está pasando ni ser actores de avance y las movilizaciones actuales han sido producto de esa crisis; de la confrontación con las tesis de la izquierda más tradicional.

El 2011 nos tomó a todos por sorpresa y nos vimos forzados a ir ajustando posturas. Hubo un momento en que tuvimos diferencias respecto al potencial de la lucha que estábamos dando, cuando la mayoría se da cuenta que esta no era una movilización para conseguir ciertos beneficios para el sector mas privilegiado del sector estudiantil, sino que podía hacer presente ciertas deudas de la transición con el pueblo.

 

“Los momentos electorales son los más difíciles porque es la forma predilecta, y a estas alturas la única casi, de la vieja política para relacionarse con la sociedad en tanto votantes”

 

Con todo lo andado ¿cuál es tu balance?

– Un balance nunca puede ser blanco o negro. Las movilizaciones estudiantiles han contribuido a ampliar los límites de lo políticamente posible o deseable; a desnaturalizar opciones políticas que se presentaban como las únicas viables. Y también han permitido poner del lado de lo obsceno y lo aborrecible ciertas creencias propinando un golpe bien fuerte a la herencia de la dictadura. Cuando uno ve a la Concertación y a la derecha acusándose mutuamente de quién lucró más, lo que hay es una connotación negativa al lucro y eso denota un avance en la lucha ideológica.

Todavía no está claro si el potencial transformador que se aloja en las movilizaciones estudiantiles en particular, siendo la más articulada y fresca pero no la única, contribuye a la apertura de un nuevo ciclo o es cooptado para refrescar la cara de la vieja política. Cuando la movilización social decae en forma de intensidad y permanencia, algo natural en la lucha social que es más bien cíclica, la vieja política ha demostrado una capacidad de volver a delimitar todo lo posible.

 

Dura la vieja….

– Dura sí, súper dura. No se va a ir sola. Los momentos electorales son los más difíciles porque es la forma predilecta, y a estas alturas la única casi, de la vieja política para relacionarse con la sociedad en tanto votantes. Los nuevos movimientos políticos que se han formado al calor de las movilizaciones sociales suelen omitirse o subsumirse y entonces terminan, por acción u omisión, delegando su representación en la política ya constituida. La idea es romper esa discontinuidad entre los tiempos de movilización y los de reflujo: en el fondo, es preciso que nos hagamos cargo de la embarrada que dejamos. Si no, vamos a seguir siendo espectadores.

¿Postular a un sitio en la Cámara de Diputados es la forma? ¿Qué ocurrirá con las movilizaciones?

-Difiero de que la opción de las carreras políticas de los dirigentes resuelva automáticamente el problema de cómo se proyecta el potencial de las movilizaciones. Yo separaría: una cosa son nuestras carreras en tanto dirigentes y otra, un proceso que se juega en un período un poquito más largo que el de estas elecciones. La vieja política ha demostrado una capacidad importante de cooptar y de forzar a ponerse bajo sus faldas. Bien ayudada por el fenómeno Bachelet, que es como una fuerza centrípeta que chupa y atrae. Pienso que es un tanque de oxigeno de corta duración, porque en esta supuesta oposición no hay proyecto ni unidad política y hay gente que no ha sido para nada opositora.

¿La Izquierda Autónoma, donde militas, ofrece un camino alternativo? ¿La sola confrontación permite avanzar?

– Siempre debe haber diálogo y negociación. La historia reciente muestra que para ser efectivos políticamente hay que contar con una posición de presión propia. Desde la Izquierda Autónoma nos hemos esforzado para que la movilización estudiantil no descanse en la representación de la política tal como la conocemos y nos vamos a presentar en la lucha electoral para defender la necesaria autonomía de los movimientos que se proyectan. Subsumirse bajo las faldas de la Concertación la vuelve más soberbia y más conservadora, porque quienes la integran sienten que lo único que le deben al país es un par de cupitos a un par de dirigentes. Y ese no es el tema, sino que se hagan una autocrítica de lo obrado en estos 20 años. No solo de lo que la derecha no dejó hacer, sino de lo que se hizo.

Citas a Antonio Gramsci al inicio y al final de tu libro ¿qué representa el teórico marxista italiano para ustedes?

– A partir de la herencia que recogimos de la SurDA, los autonomistas tenemos una particular preocupación por repensar la contribución de Gramsci a los esfuerzos transformadores. Queremos recuperar al Gramsci original, que estaba preocupado no solo de cómo se conquista el poder y se captura el Estadosino cómo se iba prefigurando la sociedad en la construcción de sujetos sociales y económicos nuevos.

Gramsci tiene distintas lecturas y en Chile lo predominante fue decir que era la puerta de salida del marxismo, el Mapu lo importó casi como un intelectual de la cultura haciendo una lectura súper interesada y forzosa para despolitizarlo. Nosotros, por el contrario, creemos que era marxista y pensó muchas cosas para hacer posibles cambios revolucionarios en sociedades complejas, con modelos de dominación hegemónicos. Del mismo modo, es parte del legado gramsciano preguntarnos cómo pensamos un socialismo genuinamente emancipador, que interprete la realidad nacional. En palabras de Allende, cómo construimos un socialismo con sabor a empanadas y vino tinto.

Difícil cosa en una sociedad tan heterogénea como la actual en Chile.

Para eso hay que encontrar lo que nos une en términos de anhelo y de deprivación. Y ahí lo común está primero en la exclusión de las grandes mayorías de la política y la mercantilización de las condiciones de vida. Eso más que diferenciarnos nos une.

 

Entrevista de Patricia Moscoso, mayo de 2013.

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