02 de julio 2014

Futboleada (URSS versus Alemania, 1955)

Este poema de Yevgeny Yevtushenko, está basado en un partido histórico de fútbol entre la entonces URSS y La República Democrática de Alemania en el Estadio Dínamo de Dresden. Fue en 1955 y por primera vez después de la guerra jugaban los equipos de la URSS y Alemania. A ese partido asistieron cientos de soldados rusos mutilados a causa de la guerra. Fue escrito en primeros meses de 2009 y fue leído en ruso y en alemán en agosto de 2009 en el sitio donde estuvo el Muro de Berlín.

 

*

 

Todo se apareció de una vez ante nuestros ojos:

unos cuerpos sobre la nieve,

leones de mármol despedazados, columnas en ruinas.

Un partido de fútbol contra los alemanes.

Las boleterías estaban siendo destruidas por la muchedumbre.

Todo el lugar se parecía a un manicomio.

 

Olvidándose de la patria que los había humillado,

sobre un tabla de madera con ruedas y hecha a mano

los inválidos rusos cortados por la mitad entraron rodando,

los lanzados a la basura por la historia murmuraban rabiosos:

“¡Al diablo con los alemanes!

¡Detrás de nosotros está Moscú! Perder es una vergüenza.”

 

Khrushchev que en Moscú esperaba a Adenauer,

desesperadamente y con horror miró a ese ejército de

inválidos y sin piernas.

“¡No podemos esconder todo esto para que nadie lo vea

cómo me gustaría tragarme mi medio vaso de vodka de 90

grados”.

 

Tirándose las costras de sus heridas tapadas

entraban al Estadio Dínamo con una inmensa fe

que no se la habría dado ninguna religión

iban entrando con sus medallas que tintineaban

esos pedazos de la Guerra

entraban en fila y erguidos, uno al lado del otro

como si fueran mitades de héroes en pedestales de madera

pero aquello era difícil de tragar

aunque fuera jugo de abedul azucarado

en el termo de aluminio de un soldado

cuando su moribunda sed los empujaba

a tragárselo todo de un solo trago a la vez

–por eso ni el fútbol les causaría un terrible dolor–

la bebida de los campamentos militares del color del tabaco

no de una botella sino con gusto a jabón de lavarse

a lo mejor sabía a óxido de viejas herramientas rusas

que imbatible, invencible bebida de guerra,

la acompañaban con un mordisco de la manga de su propio

uniforme.

 

Quizás las pirámides de Egipto se pusieron temblar

escuchando desde algún lugar en la arena

como iban entrando los inválidos al estadio igual que la

lava de un volcán

y con sus manos talladas de tatuajes.

 

Hasta la misma Estatua de la Libertad

vio con vergüenza la tardanza del segundo frente

y también vio como entraban con ferocidad los inválidos al

estadio igual que fantasmas vengadores.

 

Las mujeres escoltas ni se atrevieron a pedir los boletos

ni siquiera se secaron sus inesperadas lágrimas que caían

iguales a las lágrimas del dolor de las viudas.

Los rostros jóvenes de soldados aún sin afeitarse

llevaban a los inválidos sobre sus hombros

sentándolos adelante, en la primera fila.

 

Pero los inválidos, como en una orden militar

inmediatamente se colgaron unos carteles de madera en sus

pechos

con palabras que decían “¡Derrotemos a los alemanes!”

como si estuvieran listos para enterrarse en las trincheras

tendidos en la primera línea de combate

pegados el uno junto al otro como en un abrazo mortal.

 

Habían perdido la mitad de su alma

sus mujeres habían saltado en pedazos juntos con sus hijos

recién nacidos

¿Qué hacer con su odio agonizante

si sólo tenían la mitad de su cuerpo y sólo la mitad de su alma?

 

Por un momento nadie del público de las galerías gritó

pero el delantero soviético, Borya Tatushin

se fue adelante casi hasta llegar a la línea del arco contrario

y le dio un pase mágico que recibió Parshin.

Lleno de alegría Parshin se metió al arco con la misma pelota

y así es como vino el primer gol del partido.

Inmediatamente dentro del griterío ensordecedor

miles de rostros se encendieron como si fuera el amanecer

cuando el capitán alemán Fritz Walter, un ex prisionero de

guerra

fraternalmente levantó a Kolya Parshin en sus brazos

y el apodo vulgar “Fritz” se reivindicó para siempre.

 

Fritz lo recompensó fraternalmente y sin rabia

y le dio la mano con respeto

y todos los inválidos aplaudieron

a su ex prisionero.

 

Pero luego todos encorvamos los hombros, envejecidos,

cuando el mismo Fritz

quien llevaba el apellido de una pistola

disparó la pelota hacia el arco contrario

con la fuerza de una zigzagueante bomba.

 

Cuando ellos metieron otro gol en nuestro arco

nuestro entrenador sintió el frio helado de Siberia en su

espalda

no hubo ningún aplauso

fue como si alguien nos hubiera cortado todas las manos.

 

Sorpresivamente, uno de los inválidos, el más atrevido

suspiró con una agridulce sorpresa,

“Dejadme deciros compadres, representando yo a todos los

del grupo de tanques,

que los alemanes juegan muy bien y también juegan

bastante limpio”.

 

Y se puso a aplaudir un par de veces

dejando impresionados a todos e incluso a él mismo.

Otro veterano de guerra, en uniforme de marino, apoyó el

aplauso,

y balanceó su crujiente pedestal de madera

espantando lejos todos los pensamientos vengativos.

 

Todos somos limpios en un partido donde se juega limpio.

Sintiendo eso, Illyn y Maslyonkin

metieron dos increíbles y hermosos goles.

Y entonces hubo un sorpresivo cambio en las almas de los

inválidos.

Con toda seguridad, los carteles que tenían colgados en sus

pechos,

los habrían hecho astillas contra sus rodillas

si las hubieran tenido.

 

No existen países donde su historia no tenga ninguna culpa.

Podemos sobrevivir sin unos futuros Stalins o Hitlers.

Algún día espero que veamos un mundo donde no haya guerra

lo prometo, les doy mi más honesta palabra.

 

Les doy este partido como mi testamento, como mi regalo.

Soy el mismo niño ruso que nunca olvida.

Siendo un testigo de la guerra yo les digo

que la fraternidad entre todas las naciones había comenzado

cuando Yashin le dio sus guantes de portero

a su querido amigo alemán y ex-enemigo.

 

¿Dónde estás tú Fritz Walter?

¿Por qué no nos bebemos una cerveza juntos?

 

Después de ese partido yo comprendí para siempre

que nunca es muy tarde para ofrecer una mano amiga.

El partido terminó 3 a 2

a nuestro favor,

pero lo juro que ambos lados vencieron aquel día.

 

Alemanes, ¿sabéis quiénes son los mejores guías?

¿Quiénes unieron las dos Alemanias para Uds.?

Regresen otra vez al partido para que los vean y los abracen.

Una guerra no termina únicamente por el buen gesto de la

Diosa de la Justicia

sino, cuando olvidando todas las atrocidades,

los inválidos matan la guerra dentro de ellos mismos,

pero quedando cortados en la mitad por la misma guerra.

 

 

Yevgeny Yevtushenko, Manzanas robadas, Colección de Poesía prometeo. Serie Hipnos. Número 14. Medellín, Colombia. 2010. Traducción de Javier Campos.

Revista de arte, literatura y política.

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