31 de enero 2019

Hincada tiempo abrir heridas

“Todo es abrir heridas,

y nadie perdonó a nadie.

Herido como tú e hiriendo,

hacia ti encaminado vivía yo.”

Ingeborg Bachmann

 

¿El tiempo ha sanado, sana o sanará las heridas?

¿Qué del tiempo se cierra en mí y qué de mí se abre en el tiempo?

Si a cada instante el tiempo nos habita, se trataría entonces de encontrar lo ya encontrado.

A ratos pareciera que fuimos lanzados al tiempo, que llegamos tarde a un juego que se tramó a nuestras espaldas.

Una condición de posibilidad de la existencia – hurgar ahí.

Cuándo sanaré, lo intento en un nuevo ejercicio de comprender el tiempo–:

dice Borges, un nuevo intento de refutar el tiempo es la prueba última de su ejercicio.

Cómo pensar el tiempo si a cada rato nos hace un tropiezo, nos hace sufrir que estamos sumidos en este mareo.

Parece inevitable diferir.

Las palabras palabrean, el tiempo es temporal.

Pero de algo hay que comenzar antes: empecemos ahora: el tiempo es aquello donde se producen acontecimientos (Aristóteles).

Algo ocurre en un momento.

Se fija un punto que es un ahora del suceso y nacen dos chorros simultáneos: un pasado, que es necesidad y recuerdo; y un futuro, que es percepción y posibilidad.

Heidegger pone su mirada en el futuro: núcleo de toda anticipación.

Nos dice que, en general, estamos preocupados de ese qué, cuánto y cuándo del tiempo.

Calculamos el calendario de modo que se adecúe a nuestra medida, a cada plan, contamos cada segundo como si de una suma de años, meses y días se tratara, como si la edad fuera un símbolo de exactitud en nuestra sonrisa descarada, de-tener el tiempo.

A cada reloj, a cada padecer del segundo de los microondas.

El cálculo del tiempo es la ropa que le ponemos por su obscenidad.

Para Heidegger este cálculo del tiempo es lo inhóspito de nuestra existencia, absorbida en un presente donde los acontecimientos nos salen al encuentro.

El tiempo desnudo se manifiesta cuando esta existencia “sabe de su muerte, incluso cuando no quiere saber nada de ella” (p. 43).

La muerte sería un tiempo desnudo, existiría un pudor en experimentar un fin – acercarse a cualquier término.

Conscientes de encaminarnos hacia un haber sido, en el cómo, en esta anticipación se da la vuelta del futuro sobre su pasado y presente.

¿Soy yo mismo el tiempo al haber sido lo que no he sido aún?

Quizás la anticipación es otra forma de ropaje – parche de una herida.

Un presente sabría en cada caso ser futuro, en esa compostura aprendida, bien vestido, pero a ratos el presente se deja golpear por el pasado.

Bergson: “El pasado sólo emerge si nos colocamos en él de golpe” (p. 49).

Habría un rodeo masoquista del pasado, nos abre y cierra a portazos, nos maltrata de maneras insospechadas, nos sugestiona para aparecer como presente.

Al pasado le urge ser presente: sabe que no está determinado porque el futuro no es dado en presente, no se da todo de una vez. – sabe que es adicto ahora y se pegará.

Al ofrecer nuestra mejilla, el pasado se agolpa con toda su memoria, dispositivo del que se sirve para insertarse en el presente, donde puede esclarecer o nublar.

Incluso puede inducirnos a la compulsión, es decir, a recordar repitiendo.

Freud: “(…) no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace.” (p. 152).

La urgencia del pasado que se inyecta para repetir en acto, traspasando el olvido.

Para resistir a ser tocado, el pasado puede traer todo su arsenal y ponerlo en escena, para resistir a ser de nuevo pasado –a llevar– a ser de nuevo herida.

–pero el toque es posibilidad regeneradora.

Miles de golpes de imágenes nacen del pasado, quizás de cierta impresión del recuerdo en un momento – (el recuerdo como negativo de la percepción)

((olvidar es recordar dos veces))

Pasado un acto que ocurre de golpe, un tropiezo, un mareo: en cada golpazo quedan marcas.

¿Pero acaso el pasado sólo pende desde un punto fijo que es un ahora presente?

La flecha de Zenón nos plantea que en cada punto de su trayecto está inmóvil, en cada presente A, B, C…, la flecha está inmóvil durante todo el tiempo en que se mueve, desde el momento en que se lanzó.

Según esto, el movimiento sería inmóvil, el tiempo divisible en pedacitos.

Momento 1, momento 2, momento 3…

Bergson responde que la flecha no está nunca en ningún punto de su trayecto, que esta sería una sucesión efectuada: hay una continuidad indivisible – la flecha sucede.

Mooooomeeeeeeeentooooooooo…

“La duración ‘real’ es lo que siempre he llamado ‘el tiempo’, pero el tiempo percibido como indivisible” (p. 20).

La duración se recoge, hace bola de nieve consigo misma.

Hay una avalancha que se aproxima alejándose – la nieve que nos ha traído hasta acá.

Entonces, el pasado se traza desde la fría acumulación, además de poder insertarse como recuerdo.

Aunque nunca se termina de congelar.

La fijeza estaría del lado de un acuerdo, una tregua con el tiempo donde podemos fijar un punto de ahora; en cambio, la duración es la experiencia de vértigo del tiempo.

(¿La fotografía sería una tregua y el cine un vértigo?)

Este vértigo conlleva la movilidad misma de la avalancha – hay cambio, mas no granos de nieve que cambian – pero Bergson enfatiza que la duración temporal se vive en la impaciencia.

La impaciencia de esperar a que el azúcar se disuelva en el agua, que una gota tenga que tomarse el tiempo de bajar por el tronco.

Es ahí cuando vivimos la demora: sabemos del tiempo en una sala de espera – a cada número.

¿Cuándo nos tocará, cuándo nos llegará a herir?

Espera tu turno. –El cuerpo hincado–

Demoras de no saber cuándo llega la micro, de cuánto tendré que esperar a que me vuelva a hablar, de qué es lo que falta para sentirme en paz: ahí aparece el tiempo como obsesión.

Nuevamente ese cálculo obsesivo, la tapadura de esta carie dolorosa.

Si no soportamos este vértigo impaciente, al sobrecalcular nuestros tiempos no hacemos más que dolernos con esas piedras que hacemos de este cálculo – renal.

Se trataría de tomarnos un tiempo, pero también de expulsarlo.

El río del que nos nutrimos, pero no bajarás dos veces al mismo río, no será la misma agua ni la misma orina – este vértigo de que está a punto de pasarnos algo, todo el rato a punto de mear.

Deleuze reinterpreta el tiempo desde la filosofía kantiana – una fórmula poética.

“Las cosas se van sucediendo en tiempos diversos, pero también son simultáneas en un mismo tiempo, y se detienen en un tiempo cualquiera” (p. 47).

Por ello, el vértigo es el tiempo salido de sí, fuera de sus goznes, un tiempo que es independiente a sí mismo – un tiempo loco.

Otro dolor de vejiga: “(…) el tiempo es esta relación formal según la cual la mente se afecta a sí misma, o la manera según la cual estamos interiormente afectados por nosotros mismos” (p. 50).

Afectados, fuimos lanzados al juego, caímos en el tiempo.

Cioran da cuenta de la caída pero cuando cae del tiempo – experiencias de insomnio donde la caída se detiene y vemos ese agujero borroso con los ojos cerrados.

“Lo que distingo en cada instante es su jadeo y su estertor y no la transición hacia otro instante. Elaboro tiempo muerto, me revuelvo en la asfixia del porvenir” (p. 159).

Constreñido el cuerpo, Cioran describe el silencio, cómo en la cama el tiempo lo corroe.

No deja de cavarnos a nosotros, íntimamente.

La excavación que cose el hilo de nuestra interioridad.

Quizás mientras más aguantemos la orina, mirando el techo en la cama, más se nos abre el mundo interior, a costa de la herida que es este mismo agujero.

Un mundo interior nace al aguantar el tiempo, negando el vértigo oscilante.

Requiere de paciencia – (cuidar de no aguantar hasta el ahogo)

Un mundo exterior nace al expulsar el tiempo, vomitar por el mareo constante.

Requiere de impaciencia – (cuidar de no vomitar hasta la deshidratación)

Aunque ambas fórmulas no terminan ni empiezan de hacer de todo el tiempo un asunto de metabolismo.

Quizás un asunto de intoxicación.

Si bien cada acción de órgano tiene distintos tiempos, confluyen en este mareo del cuerpo.

Confluyen en la herida que al sanar nos hiere.

“El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges” (p. 771).

¿El tiempo ha sanado, sana o sanará las heridas? – siempre que el río tenga sal.

 

 

 

Portada: foto de Josef Koudelka

 

 

 

 

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Bergson, Henri. Memoria y vida. Madrid: Alianza, 1977.

Borges, Jorge Luis. “Nueva refutación del tiempo” de Otras inquisiciones en Obras completas. Buenos Aires: Emecé, 1974 (pp. 757-771).

Cioran, Emil. La caída en el tiempo. Barcelona: Tusquets, 1993.

Deleuze, Gilles. “Sobre cuatro fórmulas poéticas que podrían resumir la filosofía kantiana” en Crítica y clínica. Barcelona: Anagrama, 1996 (pp. 45-55).

Freud, Sigmund. “Recordar, repetir, reelaborar” en Obras completas, Tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu, 1976 (pp. 145-157).

Heidegger, Martin. El concepto de tiempo. Madrid: Trotta, 1999.

 

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