09 de enero 2015

Impunidad oligarquíca

La impunidad es un privilegio oligárquico. Si tu perteneces al grupo y el grupo es el dueño del poder, entonces puedes hacer lo que te dé la gana. Ese era el Chile del siglo XIX, especialmente el de fines del siglo XIX y hasta 1920, el que se gobernaba desde el Club de la Unión, en cuyos salones se elegía a los presidentes, y en el que aún existía un congreso en el que las temporadas de sesiones se adecuaban a las necesidades de la siembra y la cosecha del fundo. Ese Chile pareció haber llegado a su término a partir de la tercera o cuarta década del siglo XX, pero no fue así. La oligarquía terrateniente chilena conservó sus privilegios en el marco del Chile “nacional y popular”, como lo llamaba Enzo Faletto. Por lo menos hasta la reforma agraria, la de macetero de Jorge Alessandri, la moderada de Eduardo Frei y la reforma en serio de Salvador Allende. Tampoco Pinochet les devolvió a los viejos oligarcas sus tierras, no a todos ellos en cualquier caso. Chile pasó de un feudalismo agrario a un capitalismo agrario, y no otra cosa es lo que tenemos hoy en día.

¿Y qué fue de la vieja oligarquía?  Bueno, durante el Chile nacional y popular se replegó, es decir que se mantuvo al agüaite para hacer su reentrada en escena, en gloria y majestad, apenas la oportunidad se le presentara. Y ello ocurrió durante el Chile pinochetista. Sobre los hombros de los uniformados, en esta ocasión, y compartiendo con ellos y sus paniaguados los beneficios del retorno de nuestro amado país a la senda portaliana. Habían perdido los oligarcas la tierra, pero aún estaban disponibles las minas, las empresas recientemente privatizadas y los bancos. Incluso en las sociedades anónimas que se estaban haciendo cargo del mundo rural, los oligarcas podían estar, y estuvieron, muy bien representados. De nuevo, eran los dueños del país. Y cuando se les fue Pinochet, ya habían acumuladoun poder económico suficiente como para, sin la algo incómoda necesidad del dictador y su aparato represivo, constituirse en un poder detrás del poder. De esa manera han extorsionado sistemáticamente a los gobiernos de la post-dictadura, bloqueando cualquier asomo de cambio, hasta hoy. El dictador les dejó un traje hecho a la medida y ellos no van a aceptar que se lo cambien. Que no los hagan pagar más impuestos, que no les pongan a sus hijos en las mismas escuelas que a los hijos de los rotos, que no les vayan a dar a éstos más derechos de jubilación, de salud, de sindicalización y de huelga.

Pero no sólo eso. Acostumbrados a hacer los que se les da la gana, los oligarcas chilenos han pasado por sobre la ley cada vez que lo estimaron conveniente. Al fin y al cabo, la ley se había hecho para docilizar a “los otros” y no a ellos. La ley manda que no haya monopolios en el país, porque un capitalismo sano no puede funcionar si no hay competencia, pero tres compañías farmacéuticas son dueñas del 91% decuanto existe en ese rubro y, como si eso fuera poco, se coluden para subir los precios de los medicamentos, como se vio en el escándalos que estallaron hace tres o cuatro años. También se comprobó la colusión de las polleras, Agrosuper, Aristía y Don Pollo, que son dueñas del 90% de ese mercado (el de la carne más barata y que más se consume en el país). Finalmente, dos operadores de supermercados, D&S y CENCOSUD, son dueños del 65% de los negocios de este tipo. ¿Quiénes y cuántos son los que se benefician con esta concentración de la riqueza? ¿Quiénes y cuántos son los que se perjudican? No cuesta mucho sacar cuentas.

Por otra parten, pasando también por encima de las disposiciones legales al respecto, ha salido a la luz que los empresarios del grupo Penta (y otros) financiaban a un ejército de políticos para que les defendieran sus “derechos” en el congreso. Y no sin la advertencia que les ha hecho a las autoridades de gobierno uno de esos empresarios en cuanto a que ellas deben tener cuidado con destapar la olla del financiamiento de los congresales porque en eso están “todos metidos hasta las masas”.El Mercurio del 9 de enero de 2015 informa que hasta el momento hay seis “imputados” en este escándalo: Carlos Alberto Délano, Carlos Eugenio Lavín, Manuel Antonio Tocornal, Pablo Wagner San Martín, Samuel Irarrázaval Larraín y Carlos BombalOtaegui. ¿Le suenan nombres conocidos? Habría que ver a dónde va a dar la “imputación”.

¿Tengo que recordar ahora los escándalos financieros del señor Julio Ponce Lerou, quien con la ayuda de la corredora Larraín Vial lideró un esquema de transacciones bursátiles fraudulentas, o el más reciente de don Juan Bilbao, éste por haberse metido en el bolsillo la ley estadounidense que prohíbe hacer negocios mediante el uso de información privilegiada, creyendo que podía actuar allá de la misma manera en que actúa acá? Buenos nombres oligárquicos los dos. El primero es el de uno que fue yerno de Pinochet y que en esa condición se apropió de la Sociedad Química y Minera de Chile, una de las empresas del Estado, y el otro el de un descendiente que por cierto que no le hace ningún honor a su dignísimo ancestro.

El último cuento es el del joven Martín Larraín Hurtado. Buenos apellidos oligárquicos de nuevo. La noticia dice que, manejando este joven en estado de ebriedad, mató a un tal Hernán Canales Canales el 18 de septiembre de 2013, en Curanipe, y que, no obstante ello y la alharaca actual acerca de los castigosdel infierno que aguardan a todos aquellos que conducen sus vehículos curados, ha sido absuelto de culpa porquea la jueza no le fue posible comprobar el delito (lo cierto es que el joven se hizo humo de la escena del crimen y que por eso no hubo alcoholemia). Hace más de medio siglo, el ilustre historiador venezolano don Mariano Picón Salas decía que llamarse Leiva en Chile no era un nombre sino un destino. Bueno, no cabe duda de que más destino aún es llamarse en Chile Martín Larraín Hurtado.

(Santiago, 1941). Ensayista y crítico literario chileno. Es autor, entre otros, de los libros Discrepancias del Bicentenario (Lom, 2010) y Clásicos Latinoamericanos. Para una relectura del Canon (Lom, 2011).

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