INSOMNIO Y DESVELO

  1. Texto de convocatoria para el especial «Insomnio y desvelo» – abril 2017.

“hace mil, mil años hace que no duermo cuidando los chiquillos y las estrellas desveladas;
por eso arrastro mis carnes peludas de sueño
encima del país gutural de las chimeneas de ópalo”

                                                          -Pablo de Rokha.

 

Mucho tiempo nos acostamos temprano. La noche nos tomaba en sus brazos como buena madre de nuestros sueños, y así entrábamos nosotros en su dominio. Media hora después, sin embargo, una idea nos desvelaba. La idea de que ya era hora de buscar el sueño, por ejemplo –apagar la luz que ya habíamos apagado, cerrar el libro ya cerrado, dormir aquello que ya estábamos durmiendo. Ideas más inquietantes, también, mucho más feroces de las que despertaban al joven Proust en su casa de campo. Como que mientras dormíamos, alguien estaba despierto: razón suficiente como para salir a tomarse una copa o velar aferrado al cuchillo.

Así hicimos nuestra entrada triunfal en el país del insomnio. Atravesamos lentamente el sueño, hasta que nos encontramos despiertos en la noche y nos percatamos por primera vez de aquello que, a plena luz del día, nos estaba tan perfectamente escondido. La topología del desvelo nos abrió sus parajes, para mostrarnos que dormir no era más que otro recurso del día.

Primera regla del día: quien no duerme no puede permanecer despierto. O mejor dicho: quien no duerme no puede despertar.

La razón sueña con estar despierta, consciente y vigilante. Sin embargo, hasta la razón tiene que decir a veces “hay que dormir”. Pero sólo porque al dormir se confía a la seguridad de volver a encontrar, al despertar, todas las cosas en su sitio. Por eso, los que duermen guardan su fe en lo siguiente: que la seguridad está en vela; que cuando dormimos, alguien más vela por nosotros.

Es precisamente el Estado moderno el que nace como la garantía última de la tranquilidad del sueño del burgués: el leviatán insomne le garantiza al durmiente que nada lo va a atacar en su sueño ni despojar de su propiedad. Esa misma promesa de seguridad es la que resuena, por ejemplo, en el orfeón de carabineros: “Duerme tranquila, niña inocente, /sin preocuparte del bandolero, /que por tu sueño dulce y sonriente /vela tu amante carabinero.” Pero ese “sueño dulce y sonriente” de los que duermen no es un inocente regalo de la noche, a menos que se trate de esa noche que imaginó alguna vez Diego Portales, una noche cuyo peso sería suficiente para mantener el orden social intacto, puesto que “la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública  [U1].”

La ausencia de reposo de quien no consigue dormir, en cambio, revela una falta de fe, una contestación a la ley del día; porque la noche se ofrece a la conspiración de los conspiradores, a la fiesta de los degenerados. En la oscuridad, la invisibilidad de la noche, a la hora en que todos duermen, se organiza el asalto del día. De esa forma, frente a la razón productiva del hombre diurno, el insomne afirma una sensibilidad nocturna: la noche es tierra fértil para las epifanías, en ella se revela el cuerpo de la ciudad, la condición de posibilidad del día, y la fuerza seductora y femenina de la luna llama a sus adeptos.

Por otro lado, los sueños salvajes, la temporalidad del hombre que durmiendo se desvincula de los flujos de la producción y del consumo para entrar en el espacio onírico donde se ven desarmadas las representaciones del día, son también motivo para un nuevo proyecto capitalista: la colonización de la noche. Una nueva figura tiende entonces a aparecer, la del insomne clínico, justo en el reverso del místico y el artista.  Teléfonos que suenan a mitad de la noche, flujos de información instantánea, tareas que se acumulan más rápido que las horas, en fin, la cibernética del “mundo real”: el nuevo insomne tiene que estar disponible a todo, en todo momento. Su agotamiento es el deseo de no tener que dormir nunca; es el sueño espantoso de un día iluminado 24/7, siempre transcurriendo; el miedo a estar más dormido que nunca.

Y es en el cruce de estas noches donde estamos, que una guerra parece estar transcurriendo. Noches más pesadas que el resto, extrañamente vacías y secretas, donde no encontramos refugio para poder dormir. ¿Pero qué es lo que nos quita el sueño? ¿Qué nos impide dormir? ¿Qué nos mantiene desvelados en este instante en que escribimos, o amamos, o nos levantamos sonámbulos para salir de la casa, o bien nos revolcamos una y otra vez en la almohada, buscando el único lugar en el que podríamos llegar por fin a descansar?

¿Es ya de día? ¿Es de noche? ¡Qué importa!, grita el insomne con la conciencia desgarrada.

Revista de arte, literatura y política.

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