13 de mayo 2010

Kafka en primera persona

Todo diario es una escritura secreta. Y quien escribe su diario de vida desestima la posibilidad inmediata de algún destinatario. Acaso ingenuamente escrito para sí mismo. Siendo esa pequeña condición voluntaria, una supuesta tranquilidad del que pergeña una bitácora por años. Puesto que se piensa, figura o supone a un lector atemporal que desconocemos, redactando una prosa para la posteridad, o bien para ser leído por uno mismo, como los vestigios, las huellas, el reflejo borroso del que se pudo ser ayer.

El diario como un testamento inmortal de un escritor sin historia, pero tanto o más pretencioso que todas sus obras literarias. Porque es el derrumbe de la frontera entre realidad y ficción. Así sus lectores devienen espías, voyeurs, ojos intrusos dispuestos a hurgar en el tiempo, esas líneas tras la cortina y revivir los episodios descritos como vigentes muestras actuales. Escribir como una reconstrucción de la memoria. Como una invención de la soledad. Un flujo de vida interrumpido, donde las páginas personales nos permiten descubrir, la impredecible ausencia de sus invenciones. Aun cuando hasta los textos más íntimos arrastren un sustrato creativo de representación, nos quedará la visión de un pasado desdibujado y alucinante, forjado con perspectivas futuras, anunciando un porvenir. Entrañables diarios son los de John Cheever, las páginas de Marcel Proust en clave novelesca, las derivaciones de Margueritte Duras y más cercanos los «Diarios de muerte de Enrique Lihn y Gonzalo Millán, por citar algunos. Textos que también ensayan nuevas formas de lectura. “Escribo para olvidar, eso es un hecho”, afirma el personaje de Carlos Droguett en Patas de perro, a lo que agregamos que leemos porque no estamos solos mientras recordamos.

Todo esto se cumpliría, si éstas no fueran las páginas del Diario de Kafka, ese autor que quiso permanecer inédito y apócrifo, contrario a la incumplida solicitud que hiciera a su amigo, el agudo Max Brod, quien terminó arruinando su moribundo propósito, al publicar toda su obra y convertirse en su albacea.

Kafka en primera persona (LOM, 2010) es la última versión en español de los diarios de Franz Kafka, realizada por la destacada intelectual Carla Cordua, quien en base a la edición crítica alemana Schriften, Kritische Ausgabe, de 2002, seleccionó, anotó y añadió referencias hasta ahora inéditas entre su vida y obra. Celebramos el rescate, pero también no dudamos en preguntarnos, si estos escritos no serán más que el proyecto o bien la constatación de una vida imposible sin literatura. Sin esa intención programada de la escritura en que Kafka registra, sitúa, intenta aclarar su mente, aunque su corazón a punto de estallar vuelva a engañarse por esa razón, perturbada, desbocada, superada por las circunstancias de una época que poco supo de sus tribulaciones como hijo, amante y escritor. Cuando en las primeras décadas del S.XX Kafka no era nadie.

En él encontramos aforismos, referencias, autocitas, proyectos de cartas, ensayos de situaciones, de diálogos, tal vez las voces de algunos personajes de sus posibles relatos work in progress. Mucho de Kafka y poco del Franz secreto que uno quiere reconocer. Para el lector atento de sus obras, sin duda, resulta un libro fundamental, porque evidentemente es la ficción la que se impone a lo imposible de descorrer el velo que divide a Kafka también del inasible K. Nada malo, por supuesto, si no fuera por el anuncio de su título –Kafka en primera persona– como extensión de su mejor literatura, confirma que él nunca sale del personaje. Es decir, Kafka sigue siendo más Kafka todavía.

Veamos a continuación pasajes del exhaustivo estudio de Carla Cordua:

“Los originales de los diarios de vida están contenidos en doce cuadernos y algunos atados de hojas sueltas (Konvolute) escritos entre las siguientes fechas: mayo de 1910 a noviembre de 1917; junio de 1919 a diciembre de 1922, y una última entrada a mediados de 1923. El orden cronológico vale para los cuadernos sucesivos pero no siempre para todos los contenidos de cada cuaderno. Kafka hacía entradas, en diversas fechas, en distintos cuadernos a medio llenar, generalmente señalando el día de cada entrada. Contamos ahora con el texto de todos los diarios del autor en la edición crítica de las obras de Kafka aparecida en 2002 en Alemania […]

La pregunta obvia que se le impone al lector es, naturalmente, ¿cómo es que un diario de vida puede convertirse en un salvavidas en medio de las graves crisis de impotencia y descontento consigo mismo por las que pasa un escritor? El diario, ¿no es acaso de nuevo escritura? ¿No exige hacer precisamente aquello que se ha vuelto imposible? La violencia de los sufrimientos de Kafka por verse impedido de practicar la única actividad que tiene sentido para él parece ser, a primera vista, un obstáculo para todo tipo de escritura, también la del diario. Creo que esto último no es más que una apariencia. Pues escribir un diario es otra cosa que componer obras literarias. Ofrece la oportunidad de una expresión directa, no inspirada; no exige, desde la partida, comenzar con un impulso prometedor que arrastre al escritor hacia una meta desconocida pero de la que manan las fuerzas para seguir adelante hasta su logro cabal. La obra debe ser inspirada, producto, al menos, de un entusiasmo sobrecogedor al que nadie se querría resistir. El diario, en cambio, pertenece a la rutina cotidiana. En la medida en que también es algo que se escribe, el diario de vida se mantiene exteriormente cerca de la anhelada escritura literaria, y puede, acaso, ayudar a provocarla, o incluso, contener chispas de la otra posibilidad de la escritura, pero no las necesita para hacer las veces de expresión directa de la vida y sustituto consolador de las nostalgias de quien quisiera ser capaz de ser eso que está obligado a hacer para ser quien es […]

Una característica reveladora, y tal vez exclusiva, del diario de Kafka, es que sus páginas contienen una enormidad de comienzos de narraciones incompletas, que son un testimonio de esa paralización crítica que le confiere al diario el carácter de tabla de salvación a la cual aferrarse el que se está ahogando. En el conjunto de los diarios de vida de Kafka hay los comienzos de nada menos que 137 narraciones. Algunas pocas de ellas son retomadas más adelante, meses o años más tarde, en el mismo diario o fuera de él. Una que otra recibe, de repente, lo que le faltaba para ser un cuento, o el capítulo de una novela. Pero éstas son las menos, excepciones raras. La inmensa mayoría de estos inicios son no una carrera que para en un punto final, sino un salto desesperado sin sostén al que le falta el aliento en el aire. El diario, refiriéndose a la dolorosa experiencia de iniciar una narración, dice:

El comienzo de toda narración resulta ser, para empezar, ridículo. Parece imposible que este organismo nuevo, aun incompleto y enteramente delicado, pueda conservarse en la organización acabada del mundo, la cual, como toda organización terminada, aspira a cerrarse. De todos modos, uno olvida, en el caso de una narración que, si se justifica, trae consigo su organización terminada también cuando todavía no se ha desarrollado del todo. Por eso es que la desesperación que se experimenta al comenzar una narración no tiene razón de ser. De igual manera podrían desesperarse los padres ante el recién nacido, pues no es lo que querían traer al mundo, a este ser miserable y particularmente ridículo. En todo caso, nunca sabemos si la desesperación que se siente se justifica o no. Pero esta reflexión puede dar un cierto punto de apoyo; la falta de esta experiencia ya me ha perjudicado (19.XII.1914)

Que un escritor declare, como hace Kafka más de una vez, que su propio diario de vida es lo único que posee para darse apoyo y firmeza cuando lo aflige una “imposibilidad corporal de escribir”, sugiere también que no tiene nada que anotar en su diario. Pero este no es su caso. Sus diarios son nutridísimos, muy extensos y diversos: se narran en ellos muchos sueños e incluso visiones involuntarias que lo asaltan al despertar o durante el día. Contienen también meditaciones, aforismos, maravillosas descripciones de cosas y personas observadas, reflexiones sobre gentes, amistades, conflictos, amores e innumerables reproches dirigidos por Kafka particularmente a sí mismo y, a veces, las menos, destinados a otros, a la familia y a los amigos [..]

El arte de escribir con claridad, sin permitir que lo dicho adquiera en conjunto un significado inequívoco que salte a la vista al primer contacto con él, fue, sin duda, una especialidad de la narración kafkiana. El estilo de los cuentos y las novelas persiste en la escritura de los diarios. Pero en estos, donde se trata de la propia vida y de los sufrimientos que la caracterizan, no solo cada frase, sino también cada entrada posee una rotunda claridad que excluye toda duda o vacilación sobre lo dicho. El diario de vida es la obra de un amante de la verdad inequívoca, de la descripción que no perdona detalle de una vida que es una herida gigantesca puesta ante los ojos del lector que no puede apartar la vista de ella por más que trate de hacerlo. A lo largo de la lectura de este diario implacable, nunca corrompido o debilitado por concesiones o ilusiones acerca de la existencia personal, podemos ver de dónde salió la obra que juega con posibilidades, que imagina alternativas de lo real, que ironiza el dolor y admite el elemento humorístico aun de las situaciones trágicas y sin salida. No que el diario explique la obra causalmente u ofrezca claves para su interpretación. La desesperación pura que reina en los breves apuntes nocturnos sobre el día recién pasado ofrece el ambiente ya sea para soñar, ya sea para escribir. Escribir o soñar: esta alternativa está reconciliada en el diario. La noche que se ocupa en la redacción del diario es la oportunidad de un quehacer complejo y paradójicamente luminoso para Kafka, porque es para él el ámbito de la libertad […]

A lo largo de su vida, que no duró sino 41 años, combinó la fabricación de tropiezos destinados a cuestionar y dificultarse la existencia, con momentos de implacable lucidez sobre sus propias triquiñuelas destinadas, en parte al menos, a hacerse tropezar y, en algunos casos, incluso a caer. Su genio artístico puede haber sido perjudicado por la debilidad de sus fuerzas y de su confianza en sí, pero nunca fue opacado por la superficialidad o la falta de inteligencia. Se conocía bien pero con un conocimiento intermitente y muy poco inclinado a convertirse en acción resuelta.

Visto desde la literatura, mi destino es muy sencillo. El empeño de representar mi soñada vida interior ha desplazado todo lo demás a segundo plano, lo ha degradado y continúa degradándolo. Ningún otro empeño podrá jamás contentarme. Pero mi fuerza para lograr esa representación es completamente imprevisible, quizás ya haya desaparecido del todo, quizás retorne a mí alguna vez, pero mis circunstancias de vida no le son en modo alguno favorables. Oscilo, por tanto, vuelo sin cesar a la cima del monte, pero no me puedo mantener arriba más que un instante… Oscilo allá arriba, desgraciadamente no es la muerte sino los sufrimientos eternos del morir (6.VIII.14).

Selección y edición de CARCAJ.

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