20 de enero 2018

LA CONTRACANCIÓN DE CUAUHTÉMOC MÉNDEZ

(Sobre Uso y abuso / Peso neto de Cuauhtémoc Méndez. Barcelona, Ediciones Sin Fin, 2017, 121 páginas).

 

Salvo Peso neto, publicado en 2016 por La Ratona Cartonera, de Cuauhtémoc Méndez no se hallaban libros. “El más simpático de los infrarrealistas, acaso el único verdaderamente simpático”, según Mario Raúl Guzmán, permanecía y permanece en gran parte inédito. Entre tanto, Ediciones Sin Fin publica Uso y abuso / Peso neto, en total 70 poemas a los que se añade “El Movimiento Infrarrealista y los agujeros negros de la vida”, presentación-manifiesto de 1987, más un prólogo de Pedro Damián Bautista.

Casi treinta años median entre estos dos libros, y si pensamos que mientras se escribían los poemas de Uso y abuso (1974-1976) Méndez planeaba alrededor de los veinte y que en Peso neto (2004) ya rondaba los cincuenta, podríamos tener la imagen de un gran agujero negro de la vida entre ambos. Resonarán en ese agujero ciertas balaceras, además de ráfagas más personales y quizá más destructivas, de cuyas actas el poeta dejará debida constancia como el buen cronista de nota roja que es, pues, tal cual apunta desde el primer poema de Uso y abuso, “me propongo demostrar / que aparte de las luchas sociales / existen vidas íntimas”.

Ese “aparte” puede oírse también en clave dramática, teatral: al respetable le hablaré de crímenes y traiciones, de trotskistas devenidos diputados plurinominales, de antiguas amigas hoy enajenadas, de jefes de redacción y papasquiaros despóticos, en síntesis: de política, pero sólo si es posible evidenciar en ella los intersticios por donde se cuela el murmullo (festivo o sombrío) de los descalabros personales, los proyectos truncos del amor alguna vez posible, ahí cuando, por ejemplo, “tu belleza se convierte / en un problema político” (para citar un poema de Uso y abuso curiosamente no incluido en este volumen, pero compilado por Rubén Medina en Perros habitados por las voces del desierto).

Son principalmente los poemas del primer libro los que de esta manera acusan recibo de lecturas de la poesía centroamericana, empezando por el desbande epigramático de Ernesto Cardenal (el célebre “me contaron que estabas enamorada de otro / y entonces me fui a mi cuarto / y escribí ese artículo contra el Gobierno / por el que estoy preso”), en el que la lucha revolucionaria implica necesariamente —y tal vez antes que cualquier otra cosa— pasar por el fogueo sentimental junto a ciertas lacerantes dudas pequeñoburguesas. Sin embargo, el hilo se extiende hacia una tradición o anti-tradición más lejana, la de la sátira latina, e incluso hacia el aún más remoto cinismo filosófico; como en las afiladas lenguas de Catulo, Horacio, Marcial o Crates, en los textos de Cuauhtémoc Méndez el poema es también una hoja de apuntes sobre circunstancias puntuales y trayectorias políticas específicas, acerca de las cuales se cuchichea en clave de fingido candor apelativo, previo al martillazo despiadado o la pregunta malintencionada. (Leyendo poemas como “Epigramita interno”, de Uso y abuso, “Sobre los profesionales del P.R.T” y “Correspondencia” de Peso neto —dedicado el primero a Ricardo Hernández, el segundo a Pedro Peñaloza y el tercero a Octavio Paz— uno se sorprende de la existencia, aún, de bardos tan solemnes, con esos ademanes de capa y toga y palestra, ansiosos por ser captados por cualquier columna de suplemento cultural o, mejor aún, aceptados en los pupitres del Colegio Nacional o equivalentes). Méndez irrumpe entonces como poeta cómico al exhibir estos itinerarios microscópicos (incluidos los de su entorno más cercano, como en “Mi familia” o “Corrector de nota roja”) y pasar rigurosa “báscula” tanto a los andamiajes de la escena político-cultural como a su propia biografía. “Sus preguntas obscenas arrancan la falsa cobertura de nuestras decencias y nos liberan del yugo férreo del conformismo”, decía Wylie Sypher acerca del Falstaff de Shakespeare, y en varios de estos poemas Méndez susurra con insistencia entre versos: ¿te acuerdas?, ¿te acuerdas?, como esa pregunta que, tan incómoda para la hoja de decencia del progresismo, ha sido mejor desterrada de la escena.

Pero los residuos permanecen. (El poeta reinstala la pregunta obscena). La “Globalización” de Peso neto consiste en esta postal vernácula: “Al pie del altar / a la Virgen de Guadalupe, / sentados en la banqueta / los muchachos fuman mariguana / y cocinan cocaína para baserolearse”; mientras, “Dándose la espalda a sí misma, / la clase obrera internacional / expone las vértebras cervicales de su conquistas / al apetito de las transnacionales y el capital” (“Análisis”). La especie de anti-promesa vituperante que era el poeta de Uso y abuso, aquel machín redentor de putas incapaz de acertar tiro alguno como no sea contra sí mismo (“Catuliana”), el derrotista de “Experiencia” y “Discurso de mediacalle”, el utopista de “Lo haremos” y el exultante enamorado de “Lo común”, perderá pelo, contraerá adicciones, pero no por ello cejará. “La vida habrá cambiado los vellitos de la historia / y aún, pese al agotamiento, encontraré calor en tus axilas”; así, Méndez desentona con una “Contracanción” poco fiable a la hora de rellenar los formularios de cualquier proyecto emperrado en progresar, y es ahí donde los dardos se dirigen, vaya cosa, hacia las mujeres, situadas en el lugar de un desengaño que con algo de tremendismo podríamos llamar contrarrevolucionario: salvo honrosas excepciones (la muchacha proletaria de “Canción cansada”, por ejemplo), otras como la llanera solitaria de Coyoacán y “todas las niñas de la Secundaria número 18” (“tan preocupadas porque tronaron matemáticas”), no se salvarán justamente porque se salvaron, y Méndez se cobrará de la única forma precaria que tiene a mano; como su carnal Ramón en “Memorándum para una amiga casada”, podría sentenciar con despecho: “Bertha, / dondequiera que estés la felicidad y la enajenación sean contigo”. La mujer casada, alguna vez “compañera”, ahora juega en la misma liga de los ex–camaradas trotskistas acomodados en curules o en cargos públicos de los que el poeta-sindicalista se ha excluido. (“Que quede claro —decía Cuauhtémoc Méndez en carta a revista Proceso en 1999— que el suscrito nunca ha sido diputado, mucho menos cuando desde entonces advertimos que el financiamiento público y la representación plurinominal a los partidos eran la carnada en el anzuelo del régimen para cooptar y domesticar a la izquierda mexicana.”).

En ese registro se oye también “El Movimiento Infrarrealista y los agujeros negros de la vida”, suerte de balance de una década para ser leído en el Palacio de Bellas Artes, ni más ni menos. Por supuesto, no es un detalle menor: “El hecho mismo de que estemos aquí desmiente que nuestra bronca con las instituciones sea únicamente visceral y válida como bronca en sí misma”, advierte Méndez en un intento por restar protagonismo al carácter exclusivamente beligerante achacado al infrarrealismo por “quienes ejercitan sus alquiladas plumas de pavos irreales en los medios de difusión”. Tales medios son los que, al destacar sólo el escándalo berrinchudo y omitir las propuestas del movimiento, escamotean aquello que para el único marxista de la pandilla constituye, en esencia, la práctica fundamental del infrarrealismo: su lucha contra la alienación y la mercantilización del arte.

A diez años del “no nos interesa publicar” de Roberto Bolaño, Méndez parece responder que sí, que al infrarrealismo —consciente de sus filiaciones, desde Hora Zero a “mi abuelo” Karl Marx— le interesa desprenderse de su presunta alergia hacia las instituciones estatales a fin de disputarles hegemonía, pues ¿qué más práctico para el Estado que desproveer a sus adversarios del interés por alcanzarlo? ¿Qué más funcional al poder que establecerse como Único? Es su estrategia más difícil de combatir, la más peligrosa —aún más que la trampa del prestigio y la acumulación—, la que permanece viva y se robustece a diario con becas a la creación, a la investigación, a editores atentos a cuanto formulario se deba rellenar: “el hecho de abarcar entre sus tentáculos cualquier manifestación artística que sale de los marcos establecidos para volverla al cauce de la pusilanimidad, a través de legitimar un supuesto pluralismo que sólo existe en la imaginación de quienes hoy, sentados en una silla sin cinchas, llevan de las riendas a un indómito caballo”. Entre esas formas apantallantes de pluralismo ilusorio, dirá Méndez, sin duda se encuentra el permiso para “vociferar y presentar libros de poesía” en el Palacio de Bellas Artes, porque, mientras tanto, “ya las corporaciones policiacas fraguan alguna nueva redada en contra de campesinos o colonos en lucha por la tierra.”

Uso y abuso / Peso neto se cierra con este análisis implacable del sexenio infinito, que también es una autocrítica hacia la estrechez de miras del infrarrealismo y de quienes delimitan la zona de acción revolucionaria en y para la esfera de la poesía. ¿No será que también ella, a fin de cuentas, al ver a los muchachos drogándose al pie de cualquier altar, “pasa por la acera de enfrente / y se persigna”?

Diciembre 2017

(Guayaquil, 1977). Escribió el libro de crónicas Perdido, los poemarios Peatonal, Yo ya y los fragmentos de El piano de Waldstein, además de la nonononovela En pana. Coedita le revista cartonera PUF! en la colonia Obrera de la Ciudad de México.

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