02 de septiembre 2016

La crítica como oficio. Un libro personal de Grínor Rojo

Sobre “Los Gajos del Oficio”, de Grínor Rojo. Santiago: Lom Ediciones, 2014.

En la contraportada del libro Los gajos del oficio. Ensayos, entrevistas y memorias (Lom, 2014), Grínor Rojo nos anuncia que se trata de su libro más personal. Quienes conocemos su obra o al menos una parte importante de esta, sabemos que todos sus libros lo son, que su escritura tiene un sello particular que uno reconoce a la distancia, tanto en su forma de narrar –en primera persona, crítica, por momentos beligerante- como por su posicionamiento, ese que comunica clara y directamente al lector, sin jugar a que este adivine lo que quiere o no quiere decir. Cuesta entonces aventurar en qué consistiría lo personal cuando un autor nos tiene acostumbrados a esa pluma. Ahora que he leído el libro, concedo a Rojo autoridad en esta afirmación, pues se trata de una selección de textos en que él nos propone pensar el “oficio” y lo hace pensándose a sí mismo.

¿Y cómo es el oficio de Grínor Rojo? Estos “gajos” lo muestran desde distintos ángulos. No es otro que el oficio de crítico literario y crítico cultural desde una perspectiva clara: entender el objeto estético en relación con las condiciones de posibilidad que admite su época, para calibrar tanto la forma adquirida como el lugar, muchas veces incómodo e incluso extemporáneo, de dichos objetos (por ejemplo, el de los autores “adelantados” cuyas obras constituyen ventanas que permiten mirar aquello que vendrá). Esa mirada histórica tiene como propósito dar cuenta de la construcción del campo cultural latinoamericano, considerando para ello un amplio período histórico: desde la conformación nacional hasta nuestros días, identificando cuatro momentos o “períodos culturales” y las tendencias en cada uno de ellos (la tensión entre lo hegemónico y lo contra hegemónico, situado temporalmente, es lo que concede dinamismo histórico a esta perspectiva, opuesta a la concepción funcionalista de dicho campo y de las sociedades en general). Sobre este asunto ofrece tesis de peso en el primero de los ensayos, titulado “Para una historiografía cultural de América Latina”, imprescindible para acompañar la lectura de los textos que siguen. Un trazado en el que se conforman las nuevas repúblicas y surge, para hacerse hegemónica a fines del siglo XIX, la modernidad latinoamericana, la que será redefinida y sus horizontes ampliados en el proceso de masificación y democratización que experimentará el continente, no sin avatares, no sin reacciones, no sin retrocesos, como los chilenos sabemos y padecemos de sobra.

Es este un mapa histórico, cultural y político en el que se identifican los proyectos que alcanzaron hegemonía, los que son analizados críticamente, incluso denunciándolos cuando es necesario. Esto último es lo que ocurre cuando Rojo analiza el momento neoliberal, que él denomina tercera modernidad (la cuarta, que se inauguró en los 90 con el reformismo radical surgido en la Venezuela de Chávez, seguido de cerca por la Argentina de los Kirchner y la Bolivia de Morales, sigue pendiente para los chilenos). Un neoliberalismo que asoma en este y otros ensayos del libro como lo que es: un proyecto global de sociedad que surge de la reacción oligárquica, expresada en el boicot y rematada con los golpes cívico-militares de los 70; que es profundamente ideológico y que posee un discurso cultural a cuya visibilización y análisis Grínor Rojo contribuye de manera decisiva en este y otros libros.

Las manifestaciones sociales que se han producido en los últimos años en Chile, especialmente el movimiento por la educación pública, apuntan a esta globalidad, posicionando a una ciudadanía que pese a todos los propósitos neoliberales, se asoma. Y digo se asoma porque como expone Rojo, protestamos pero no estamos todavía libres de esa ideología que dirigió sus mejores esfuerzos a promover la creación de una ciudadanía famélica, mal educada y mal informada. Con este objetivo se desbarató el sistema público de educación en todos sus niveles, con políticas arbitrarias impuestas en un contexto dictatorial, condición sine qua non para la expropiación de todos los derechos sociales.

La consecuencia obvia de este diagnóstico es probablemente el espíritu del libro que hoy nos convoca: la necesidad, más urgente que nunca, de formar sujetos críticos, ciudadanos capaces de revertir la parálisis neoliberal, que nunca fue total, habría que agregar, pero que en la medida que esos ciudadanos se multiplican y definen objetivos claros, que apuntan a los pilares de esta modernización, alcanzan la fuerza necesaria para modificar el escenario político, como de hecho está aconteciendo. Fue lo que ocurrió en otros países latinoamericanos que lograron poner en reversa los neoliberalismos de los 90, más tardíos y menos robustos que el chileno, y que nosotros estamos comenzando, al menos, a molestar, a tal punto que la fantasía cavernaria de la derecha está imaginando, para bien o para mal, una coyuntura prerrevolucionaria.

Esta necesidad de sujetos críticos, modernos en el sentido más emancipador de la palabra, capaces de objeción y oposición, conscientes de su particularidad individual y colectiva, habitantes de un continente reivindicado y reivindicable, es lo que guía el proyecto intelectual de Grínor Rojo, urdiendo la enormidad de trabajos por él producidos y la variedad de temas abordados (de ahí la objeción que hace en este libro no sólo respecto del sujeto promovido por el neoliberalismo, sino también de los que en otras épocas hipotecaron su capacidad crítica, como fue el caso de las formas más irreflexivas de militancia revolucionaria, según se advierte de refilón en la reseña que hace de la novela Milico de José Miguel Varas). Ese proyecto de vida ha consistido, como él mismo señala, en la sistematización, análisis y visibilización de la tradición crítica latinoamericana, preferentemente su canon pero abierto y expectante frente a la construcción de nuevas tradiciones, como es el caso de la poesía indígena. Esto con el propósito de pensar sobre y desde nuestra singularidad, como países, como regiones y como continente, una totalidad heterogénea y compleja, pero totalidad que continúa siendo necesaria por ser nuestro lugar en el mundo con el cual, a su vez, dialogamos. De ahí la importancia de los ensayos que problematizan esta relación entre lo particular y lo universal: el que trata sobre Aimé Césaire y su renuncia al Partido Comunista Francés, acto en que el martiniqueño reivindica la diferencia colonial; o el que analiza cómo Frantz Fanon es leído, apropiado y deformado por una parte de la academia metropolitana (léase estadounidense).

Este programa de investigación de largo aliento, asoma como un método efectivo para combatir la colonización cultural y la colonización académica, pues es sabido que se puede hacer estudios latinoamericanos desde marcos teóricos metropolitanos, como de hecho ocurre más de lo que quisiéramos, pero la opción de Rojo, de hacer este trabajo desde una tradición teórica latinoamericana, en diálogo productivo con otras tradiciones, es lo que le concede un sitial fundamental en este campo. Más importante todavía, esa tradición latinoamericana y la perspectiva desde la cual se rescata, la convierte en un arsenal teórico y de experiencias políticas que alimentan nuestra lectura del presente, pues en la escritura de Grínor Rojo siempre está el presente, también –o sobre todo- cuando nos habla de Bolívar, de Bello, de Martí, acercándonos un siglo XIX en lo que siento como un ejercicio político potente.
De este proyecto, que defiende por sobre todo el valor de la crítica, se desprende el rol que cabe a los intelectuales en el mundo contemporáneo, asunto también transversal al libro. Contrario a los decretos de muerte que provienen de distintas veredas teóricas, Rojo reafirma esta función, la del intelectual en general y la del latinoamericano en particular. De ahí la pertinencia del mapa teórico-político que dibuja en varios ensayos de este libro, fundamental para establecer, primero, que los intelectuales continúan siendo decisivos, y segundo, para llamar la atención sobre el abandono de esta discusión por parte de quienes asumimos la necesidad de una transformación social. Es así como identifica tres figuras: el intelectual orgánico (orgánico respecto del poder, los “expertos”, que van desde los ideólogos del staus quo hasta los que reproducen su maquinaria); el intelectual crítico (que construye una visión de totalidad, identifica intereses y los impugna); y los intelectuales postmodernos (especialmente los menos sustanciosos y más efectistas, esos que no son ni chicha ni limonada porque son críticos respecto de molinos de viento que no importan a casi nadie. Para decirlo más claro y esto para aportar mi propia pizca: que el enemigo sea la modernidad u Occidente es algo que al Banco Mundial no le preocupa y tal vez hasta vea con buenos ojos). Por cierto, en este libro se aboga por la segunda modalidad, por ese intelectual crítico que discrepa y propone lecturas globales que confrontan el orden vigente, desnaturalizándolo.

Volviendo al asunto del proyecto que este libro nos presenta, creo que la palabra investigación que ocupé más arriba se queda corta y que conviene más hablar de proyecto intelectual, por las repercusiones públicas que tiene y por su insoslayable dimensión ética y política. Porque este empeño por estudiar y dar a conocer la tradición crítica latinoamericana fue una forma, creo yo, de enfrentar y sobrevivir a la derrota de un proyecto emancipador y a la ruptura cultural que produjo una de las reacciones oligarcas más poderosas e infames de las que se tenga memoria. Ahí radica la relevancia que tienen los últimos textos, que serían las memorias atendiendo al título del libro, en los que encontramos los últimos gajos que a su vez son los primeros, aquellos que nos muestran cómo se forma un intelectual crítico. En ellos, con prosa envolvente, Grínor Rojo nos transporta a un pasado que parece lejano, ese de la segunda modernidad de acuerdo a su propia periodificación, en que los límites de esta se expandieron hacia territorios insospechados, como ya se dijo, resultando insoportable a los sectores sociales que siempre se han sentido dueños de este país y que encontraban que habían perdido demasiado, que todo había ido muy lejos. “Bildungsroman”, el penúltimo de los ensayos, nos transporta a los años 50, al Instituto Nacional, a una educación pública de calidad y socialmente pluralista, eso que para los que nos formamos en los escalafones más bajos de la educación pinochetista parece un sueño, un país que si no fuera por estos retazos de memoria no sabríamos que fue real.

El libro termina en 1973, con el breve escrito titulado “La causa se llamaba ‘Guillermo Araya y otros’”, en que se narra la experiencia carcelaria, no sólo de su autor sino de una generación, de un proyecto. En la figura del Decano Guillermo Araya y de los académicos presos en Valdivia, se construye la metáfora de la universidad encarcelada, la universidad pública por la que hoy luchamos, que existió y que no tiene por qué ser un mundo perdido.

Santiago de Chile, 10 de diciembre de 2014.

Profesora e investigadora del departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile y docente del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, del cual es directora. Trabaja en Historia Contemporánea de América Latina, con especial interés en la relación entre identidad y cultura, con un enfoque multidisplinario.

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