29 de octubre 2012

La Cueva de Alí Babá

Hace algunos meses uno todavía podía reírse cuando el presidente Piñera homenajeaba a “Nicolás Parra”, nos recordaba que Linares lo fundó “Ambrosio Rodríguez”, y advertía que con la “Ley de Tolerancia Cero” si usted maneja, no conduce. Pero desde hace algunos días, la risa comienza a congelarse ante el súbito sentimiento de que la diarrea verbal, los errores y lapsus característicos de nuestro presidente-empresario corren en paralelo con manejos políticos y económicos que no tienen nada de risibles. Como esos carteristas ingeniosos que nos hacen mirar hacia otro lado mientras nos meten las manos al bolsillo, el grupo gobernante nos entretienen con sus tropezones, con sus salidas de madre, y hasta nos permiten la posibilidad de que nos creamos más astutos que ellos.

Por otra parte, la Moneda hace ya un buen rato que ha sido cerrada de manera permanente con vallas papales. Al mirarla, se nos viene a la memoria la manida imagen de la cueva de Ali Baba. En las circunstancias, no hay que ser muy sutil, allá adentro se cocina algún ilícito bajo la consigna de que “Chile está bien” y nosotros mejor. Preocupa ver que el personal de gobierno parece haberse atrincherado y el personal policial duplicado.

A donde va Sebastián Piñera lleva casi tanta seguridad como el presidente de los Estados Unidos. Si se acerca sonriente a saludar a algún grupo es el de sus partidarios, invitados y filtrados especialmente por la coalición. Esos que vienen a aplaudir saben de qué se trata; el resto, se queda afuera, parando el dedo, controlado por carabineros. Un pueblo como el nuestro, sin mayor articulación política, con organizaciones todavía balbuceantes y sin mayor participación en los asuntos públicos. Se grita a distancia, pero no se oye. No son sordos, solo se niegan a oír lo que no quieren.

Al presidente y a sus ministros no les gusta que los abucheen, no les gusta que los critiquen o les recuerden en voz alta promesas incumplidas. Ellos son la clase de personas que están acostumbradas a mandar y a ser obedecidos, no a ser discutidos. Ellos saben perfectamente lo que están haciendo. ¡Qué importa, entonces, un desliz lingüístico más o menos! Será incómodo, sí, ríanse nomás, pero lo importante son los negocios. Es más, ya ni siquiera importa que el discurso corresponda con la realidad. Digamos cualquier cosa, lo que importa es dejar bien amarrados los convenios que la clase empresarial y sus socios firman a futuro.

 

Diálogo de sordos

Una de las pruebas más evidentes de estas maniobras de distracción ha sido el permanente llamado a dialogar: “el Gobierno ha mantenido siempre la disposición al diálogo”, “siempre hemos tenido las puertas abiertas al diálogo”, “tenemos la mayor voluntad de dialogar”. ¿Y por qué, a pesar de esta generosa oferta, los problemas que afectan a la mayoría de los chilenos no se resuelven? Simplemente porque el diálogo que ellos quieren es uno que tiene que darse en los términos que ellos imponen y no en el espacio ecuánime que exige una verdadera democracia.

No nos engañemos, esto es así.  La gente que nos gobierna considera inconcebible cualquier negociación que no se ajuste a sus ideas e intereses de grupo.

Nosotros fuimos elegidos, dicen, y hacemos las cosas como queremos o como quieren nuestros clientes: porque estamos empoderados legítimamente para ello.

 

Llevar a Chile al desarrollo…

Qué mejor ejemplo que el de las relaciones entre el Ministerio de Educación y el movimiento estudiantil. De Lavín a Beyer, no importan las renuncias ni los percibidos fracasos, no importan marchas ni cacerolazos, lo importante es llevar este proceso de rebelión a un punto muerto mediante una estrategia de desgaste del adversario.

El Movimiento estudiantil es tratado como adversario político peligroso, infiltrado, manipulado hasta donde es posible. Traicionado por una oposición ideológicamente gangrenada, que mira para el techo porque algunos de sus miembros también pertenecen al sector que lucra, el movimiento estudiantil inventa nuevas estrategias y termina bailando frente a la pared, cobijando encapuchados de toda procedencia que rompen semáforos, señaléticas y todo tipo de mobiliario público que las empresas vinculadas a las alcaldías remplazarán con la sonrisa del lucro en los labios.

Para que la percepción no sea completamente negativa, el gobierno intenta aplicar la versión chilena de la política de la zanahoria y el garrote. Estos discípulos aventajados de los gringos –el grupo que participó tanto en el Golpe de Estado como en la Dictadura y que es quizás el más entreguista de la historia de Chile (uno sospecha que desearían ser una estrella más en la bandera estadounidense o irse a vivir a Miami donde muchos ya tienen casas)– manejan el manual de la derecha republicana como ellos solos. Ponemos un poco de plata en la mesa y acéptenla porque es estupenda. En su lenguaje de tenderos: “es la mejor oferta que se les ha brindado en toda la historia de Chile”.

El año pasado Cristián Larroulet declaraba: «El Gobierno no puede perder el centro por el cual fue elegido, nosotros fuimos elegidos para llevar a Chile al desarrollo”, y el día de hoy es difícil entender lo que esa declaración significa. También decía: »La seguridad ciudadana va a ser una prioridad de nuestro gobierno», y ya vemos: detectives presos por corrupción, carabineros involucrados en asaltos, funcionarios de gobierno participando en escándalos por sobreprecios en la compra de instrumentos para combatir el narcotráfico.

“Errores” en las licitaciones del litio que curiosamente favorecen a ex parientes de Pinochet y al hermano del ministro de Minería.

El ministro de Economía, Pablo Longueira, que quiere hacer de la nueva “Ley de pesca” su legado, y vender Chile con el litio.

El ministro de obras públicas que se pasea inaugurando, anunciando, haciéndose el bonito y besando madres en las municipalidades para respaldar a candidatos que apoyarán sus ambiciones presidenciales.

Y más, mucho, mucho más. La prensa habla del “octubre negro” para el gobierno. No creo. Mejor habría que llamarle un mes muy productivo, con algunas pifias.

En El Mercurio del 30 de septiembre de este año, el presidente, Sebastián Piñera Echenique, declara:

“Doscientos años después, Chile necesita más que nunca la alegría e idealismo de nuestros jóvenes. No sólo para denunciar las injusticias que se vienen arrastrando por décadas, sino también para contribuir con sus virtudes, entregas y sacrificios para resolverlas. Por eso, valoren y comprométanse con este gigantesco esfuerzo que la sociedad chilena está haciendo por su educación y su futuro”.

 

¿Quién habla?

No importa, ahora estamos preocupados de reformar la reforma procesal penal. Después del “Caso Bombas” y otras escaramuzas con el “terrorismo”, el nunca bien ponderado vocero de gobierno, el señor Chadwick, anuncia: “Se está viendo y revisando un sistema de procedimiento penal de la misma manera en que se hizo hace 10 ó 12 años, en el que cambió por completo, pero ahora se quiere hacer una revisión para combatir con más fuerza la delincuencia».

Mientras tanto, se suceden las renuncias de personeros que salen por la puerta del lado de la Moneda y evitan enfrentar a los medios.

Entonces vuelven a la memoria los días de la campaña electoral que llevó a la Alianza y su abanderado al gobierno. Habría que concluir que todos los anuncios de transparencia, de fin de la delincuencia y de lo eficiente de la derecha, sus técnicos y sus representados, han terminado por ser publicidad engañosa. Más todavía, cuando algunos de sus miembros declaran a la prensa que este ha sido “el mejor presidente que ha tenido Chile”, el chiste y el delirio se confunden. Tampoco importa. Más que resolver el enigma, los chilenos deberíamos preocuparnos sobre lo que de verdad nos depara el futuro. Para eso habrá que remplazar la sensación de que somos solo arrendatarios en este país por una reactivación contundente de nuestro papel como ciudadanos dispuestos a sacar la voz y actuar en consecuencia.

1 comentario

  • Excelente metáfora la del título, así como la imagen del prestidigitador que engaña con subterfugios para mantener la atención en otro lado, aunque en esto último no tienen la inteligencia para hacerlo adrede, les sirve mientras la cueva quede a «buen» resguardo.

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