21 de febrero 2011

La filosofía que sólo pasa en Chile: Humberto Giannini

Como siempre, bajo el alero de la posibilidad de una Filosofía made in Chile, la pregunta que se vuelve imperativo es si acaso se justifica su presencia: si es pertinente, si es digna de estudio, en otras palabras, si se le reconoce el título de “Filosofía” como lugar propio para un filósofo, en este caso, de (y del) fin del mundo. Para el caso de Humberto Giannini esta pregunta es ciertamente la bisagra de cualquier aproximación a su pensamiento, y ante los ojos de cualquier lector principiante en este tipo de interrogantes cabe destacar un libro que, a través de LOM, logra de manera muy completa y aguda representar el panorama que afirma y rescata a un personaje que no es más (ni menos) que el puente entre teoría y praxis a la luz de los últimos cincuenta años en la Historia de Chile.

Podríamos dedicarnos páginas completas a describir cómo fue posible reunir en un texto  distintas ópticas, venidas desde variados estudiosos del género a lo largo de países, décadas y  facultades, donde finalmente se articula una comprensión de un pensador que trasciende la imagen de la Filosofía tradicional como búsqueda des-carnada y des-humanizada de grandes Verdades y Objetos de Conocimiento universales y necesarios. Sin embargo, a la luz de este espacio nos preguntaremos mejor sobre el por qué de dedicar estas actividades a la figura de Humberto Giannini como representante de una eventual Filosofía chilena: por qué finalmente es merecedor de esta edición y este reconocimiento.

Y es que sólo en la figura de Humberto Giannini se reúne el quehacer pedagógico con el quehacer filosófico, y más aún, la figura del Filósofo “a la intemperie” por sobre el profesor erudito de academia con olor a naftalina, esto porque en sus escritos y palabras vemos el asentamiento mismo de un problema que (a Dios gracias) ya no está ligado a la descripción descuartizadora y quisquillosa de los clásicos de la Filosofía europea, sino a un aspecto intrínsecamente humano que está ligado a lo más denso y complejo de la experiencia, a la re-significación de los espacios más cercanos e inmediatos y que para su reflexión está comprendida en clave ética, más que gnoseológica. Giannini es el anuncio de una nueva metafísica que se contrae del mero factum, del dato duro de lo que es “real”, percibible, descriptible y cuantificable dentro del pensamiento contemporáneo, logrando insertar en la discusión un aspecto del ser humano ligado a la más obvia y nítida relación con los demás, y ha sido justamente ese el eje desarrollado en gran parte de su obra.

Giannini como académico es el profesor que no fue exonerado (cuando todos sus amigos y colegas sí lo fueron, dejándolo solo en su despacho del Departamento de Filosofía de la Sede Norte) y tuvo que lidiar en un país de estudios lógico-analíticos en el minuto más oscuro de las Violaciones a los Derechos Humanos. Es el filósofo que fue convocado en lo más profundo a salir de su despacho para mirar más acá de los grandes problemas universales sobre el poder y la legitimidad del estado para dar(se) cuenta de la experiencia de encuentros y desencuentros en el propio horizonte de sentido, que ciertamente es la propia Historia del Chile desde la antesala del proceso de Dictadura. En Humberto Giannini: Filósofo de lo Cotidiano, se entrecruzan gran parte de las visiones de experiencias desgarradoras de quienes entretejían los episodios en Chile y que hacen parecer a los estudios sobre Platón, Aristóteles y la Filosofía Medieval como un lado luminoso de una oscura realidad humana que debe ser pensada, (y para esto seguir el legado de Jorge Millas en la confrontación con lo más bajo y cruento de nuestra realidad, ya que él reaccionó antes a lo que fue la “ideología del terror” de la Dictadura, en sus palabras).  Es en la figura del hombre del día a día cómo se da la vinculación y el proceso de lo que en Chile ocurrió a nivel experiencial y no en formato de discurso demagógico, epopeya histórica ni menos panfletaria.

Giannini se topa y atraviesa como en un fuego cruzado a todas estas variantes, épocas, experiencias, ideologías y choques fatales, siendo él un profesor de Filosofía. Es por esto que él, entre otros, da un paso necesario dentro de sus estudios hacia un pensamiento más concreto que no había ocurrido nunca en la Filosofía chilena, permitiéndonos comenzar a entrecruzar el pensar con el hacer filosófico original. Porque precisamente el Filósofo de lo Cotidiano es un pensador original, no se queda en comentarios ni un mero anecdotario de sucesos analizables, sino que construye y propone una visión optimista de la vida y el encuentro con el Otro desde lo más escondido de un país que teme y evita el disenso.

El valor de lo cotidiano: Un largo camino desde la violencia hacia la ética como experiencia.

¿Qué es lo que “da que pensar” de un contexto de violencia tan complejo como aquel vivido en la Dictadura? ¿Por qué un filósofo se da a la tarea de partir desde un contexto como ése en su preocupación gnoseológica por la realidad? Acá, algunas aclaraciones que creemos son parte ineludible para una lectura profunda de Humberto Giannini: Filósofo de lo Cotidiano. En primer lugar, es posible ver cómo la violencia vivida entre seres humanos desarticula la trama de experiencias individuales en una comunidad de personas dentro de un espacio común. En este punto, se vede qué modo la Dictadura como proceso social significó para varios filósofos chilenos no sólo una experiencia desgarradora en términos de una conmoción subjetiva o ideológica, a la base de sus convicciones políticas más profundas, sino también representó la destrucción de un espacio básico de creación de sentido en la vida con los otros. Si pudiéramos analizar la violencia en sus efectos más nocivos, uno de ellos sería justamente la falsa presuposición que instaura luego en la relación con los otros: todos me acompañan pero siempre vinculan, por uno u otro motivo, un miedo o una fuerte desconfianza con relación a lo que hacen o “pueden hacer” conmigo. Obviamente la violencia ocurrida tuvo tal característica de anulación y negación total del “prójimo”, con toda la carga judeo-cristiana de su concepto, pero más elemental aún que la soledad de la vida individual, más elemental que la violencia de unos contra otros, es el reconocimiento subjetivo de mi ser-de-cara-a-los-otros que entregan y ceden la iniciativa para la acción, el lenguaje y, por ende, el pensamiento. Es la vulnerabilidad esencial del hombre la que se vuelve el telón de fondo para cualquier construcción de realidad, de realidad conjunta, compartida pero no necesariamente única.

En este sentido, desde la violencia instaurada por el régimen, su desarticulación de la vida individual y social de las personas, tuvo como finalidad la destrucción de toda posibilidad de reconocimiento en la disidencia con los demás, de estar en desacuerdo, y en consecuencia, la destrucción de la iniciativa política y ética como constitutiva de la creación real de un espacio y tiempo comunes. Se podría ver entonces, cómo es que la situación histórica y social vivida en aquellos años de Dictadura imprime el sello de una nueva imagen del ser humano, una imagen impulsada por el miedo, el terror y la desconfianza como eje fundamental en las relaciones, indiferencia y soledad primordiales en una lucha por la sobrevivencia. El panorama que se descubre desde aquí es desde esta perspectiva, por decirlo menos, oscuro y aniquilante, pero no por eso excluyente de una posible luz en el nudo mismo del problema.

La tarea de Giannini, en vista de esta dramática situación generada por la dictadura, en donde ya era imposible no reconocer la desarticulación del espacio público, es no ceder a esta obnubilante visión propagada en la vida civil, y no quedar absortos en la violencia subjetiva, en sus consecuencias, para ir más allá, a una visión comprensiva de la “vida que corre”, y comenzar a rastrear en el trayecto del tiempo y espacio cotidianos las señales de una experiencia común elemental para la humanidad. El Filósofo de la plaza y el bar se vuelve un optimista que articula un pensamiento que parte del dato subjetivo de la vida moral degradada, para abrir la posibilidad del encuentro con los otros en un espacio y tiempo compartidos.

Pero, ¿qué es lo que constituye a este espacio y tiempo comunes y cuál es su necesidad? Obviamente no se trata de la posibilidad de consensos artificiosos en un diálogo interesado o en la creación de fundamentos ideales para la organización y orden de los individuos dentro de una sociedad. Ambas perspectivas dejan de lado el encuentro extraordinario entre los sujetos en la construcción de una vida común. La difícil tarea, la que nos queda como un necesario deber al completar el pensamiento de un filósofo como Giannini es pensar la disidencia política, en la construcción de demandas, posibilidades y utopías incluso, como reconocidas por los sujetos en la vida social e individual de las personas. Se trata así de observar que la disidencia no es un signo de destrucción (mirada más basada en el miedo), sino un elemento inevitable en el reconocimiento verdadero de los otros, y generadora de una preocupación ética originaria de una apertura hacia los demás como aquellos que me permiten y ceden la iniciativa para mejorar aspectos del Mundo necesarios para una vida social justa. La pregunta central de Giannini, podría ser entonces cómo podremos convivir en términos éticos con otros cuando existe total desacuerdo político, sobre todo cuando es posible la anulación total de un ser humano por otro; la búsqueda de cómo tornar la mirada desde las grandes ideologías y metarelatos hacia el hombre o mujer de carne y hueso sentada a mi lado en un espacio físico y existencial cotidiano; el por qué de la necesidad de una arqueología de la experiencia común; por qué pasar a una relación directa con los otros y hacer de ese mundo una metafísica de tal relación, entrecruzada ciertamente por el valor del lenguaje.

Metafísica del lenguaje

Para un pensamiento que sitúa a la ética antes que la lógica la relación que se mantiene con el lenguaje es clave para una acabada comprensión de la posibilidad de una elemental disidencia. En la relación ética, se requiere desde un comienzo otro modo de escritura: aquella que no se ocupa por nombrar el objeto de estudio, sino sólo sugerir algunos de sus modos de darse a la conciencia del yo que se relaciona a través del lenguaje y la intención de comunicación, de lograr día a día un encuentro con la alteridad. La apuesta de volcar la moral y la ética al plano de la experiencia es precisamente llevar a la reflexión filosófica el tema que la relación con el Otro tiene su punto más fecundo en el ser de lo que ocurre “cuando miro al otro cara a cara”, es decir, cuando en el Otro “veo” su rostro, y en esta “visión”, me encuentro conmigo mismo en el cuestionamiento y en el reconocimiento de mi subjetividad, de mis horizontes de sentido, de mis poderes e imposibilidades.

El rol que cumple el lenguaje no es entonces el nombrar un objeto, categorizar lo percibido, sino más bien un llamar al encuentro, un conectarse desde lo inefable, desde lo que “no se puede decir y que sin embargo existe”. En la filosofía giannineana es imperioso indicar que el Otro se presenta al sujeto como un “fenómeno” que no se correlaciona a una conciencia, es decir, que no se aparece. En este sentido el lenguaje es la constatación de que no existe en el sentido riguroso un fenómeno de la presencia, sino un enigma. El enigma será el modo particular en que el Otro permanece guardando su alteridad radical en su modo de aproximarse al yo a través del lenguaje, a través de la palabra. Es la manera en la que la trascendencia verdadera que se encuentra en la relación ética y que sólo así abre la dimensión de la significación o significancia entre los fenómenos dejando su huella entre ellos sin ser, por tanto, capturada por ellos. La relación con el otro bajo la figura del eterno enigma escapa, por tanto, a la dupla presencia-ser que caracteriza a la ontología, la lógica y la teoría del conocimiento, por lo que en esta parte nos acercamos más a una dimensión metafísica nueva, aquella de la ética, aquel “lugar” donde residen todos estos elementos que rebasan la fenomenología egoísta, y que no obstante, comportan una gran verdad que ha de recobrarse: La metafísica eres tú.

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    David Maturana Céspedes

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