24 de octubre 2013

La ocupación de los terrenos

 Nuevamente me detengo en una novela del escritor francés Jean Echenoz en estos escritos para revista Carcaj. Anteriormente había trabado interés con el libro Jérôme Lindon, en donde el autor relata su relación de amistad con su editor de siempre en la editorial Les Éditions de Minuits. Pues bien, esta vez me he inmiscuido en un pequeño libro de bolsillo de Echenoz llamado La ocupación de los terrenos (LOM, 2003). Un libro breve, brevísimo, pero que con su misma brevedad instala una emoción que trasciende lo efímero del momento.

Es así como esta obra relata el instante desde que un hijo adolescente (Paul) y su padre (Fabre) pierden todo en un incendio (incluido a la madre-esposa) y tienen que rehacer su vida a partir de esta fractura. Es ahí que el hecho de no tener ninguna fotografía de la madre, hiciera que estuvieran recordando siempre sus detalles:

“En la noche, después de la cena, Fabre hablaba a Paul acerca de su madre, la madre de él, de Paul, y a veces incluso empezaba mientras cenaban. Como no había retratos de Sylvie Fabre, él se agotaba tratando de describirla cada vez con mayor exactitud…”

Pero existía un placebo para esta carencia: años atrás un pintor había hecho un mural en el barrio y le había pedido a la madre fallecida que sirviera de modelo para esta pintura. Es así como en esta esquina se aprecia, desde hace un tiempo, la figura gigante de la madre retratada. Fabre y Paul siempre buscan el momento para pasar por esa esquina y comienzan a vivir el paso del tiempo y su feroz comportamiento, en donde el barrio se ve apto para la construcción de nuevos edificios, amenazando la sempiterna existencia de esa pintura en el muro.

Es en este punto en el cual no puedo evitar recordar el trabajo del artista Gordon Matta-Clark, el cual deconstruye espacios en la ciudad a punta de sierras y roturas gigantes e inesperadas, creando esa reflexión de esta especie de “fractura” en el concreto, en los espacios que habitamos, en la ciudad, en la vida. Fabre y Paul estaban presenciando un momento que bien podría asimilarse a la demolición de lo concebido como normal, como eterno, como seguro. Y se rompen esos límites y se traspasa a la duda, al desconcierto, al temor y a la rabia. Ante esto, solo queda ir viendo el paso de este tiempo. Y es así, lentamente, como va llegando el momento de amenaza hacia el entorno del mural:

“Por negligencia o en forma deliberada dejaron que ese espacio se deteriorara. Las cosas verdes desaparecieron tragadas por residuos pardos que cubrían un barro del que brotaban chatarras con puntas amenazantes, tendidas hacia el usuario como las garras mismas del tétano”.

Poco a poco comienzan a instalarse nuevas edificaciones en un lugar que inevitablemente logrará tapar por completo esta pintura del recuerdo. La única imagen de un álbum de fotos inexistentes:

“Con su perfume elevado por sobre la carroña, Sylvie Fabre  luchaba contra su desaparición personal, desafiando la erosión eólica con toda la fuerza de sus dos dimensiones.”

Es entonces cuando el padre toma una decisión inaudita. Fabre, en un acto de desesperación, torpeza, anhelo, amor o soledad, decide comprar el departamento del nuevo edificio que cubrirá exactamente el rostro de la esposa en el muro. Según sus cálculos, el departamento da justo a los ojos y la sonrisa de la mujer. De la pintura de la mujer.

Luego el hijo lo ayudará a dar forma al acto surrealista que se propondrían realizar. Juntos verán la forma de sacar la muralla para lograr ver el rostro de la madre y esposa, y deciden trabajar arduo para ello. Se juntan un día con herramientas y material de trabajo y se disponen a poner manos a la obra:

“Entonces da lo mismo empezar a hacerlo, da lo mismo raspar inmediatamente, no hay necesidad de cambiarse de ropa, desde la mañana vestían largos delantales blancos bordados de vieja pintura, se raspa y estratos de yeso se suspenden al sol, salpicando las frentes, los cafés olvidados. Se raspa, se raspa y muy pronto se respira mal, se traspira, comienza a hacer un calor terrible.”

Es así como se desliza el final de esta breve novela, en el cual las reflexiones aparecen a medida que uno asume lo que acaba de leer como parte de un momento en la vida cotidiana, en cualquier ciudad del mundo. Vida cotidiana que en su profunda realidad se instala como un drama social que aborda el camino en dirección hacia la destrucción y ocupación de los espacios, en un entramado honesto acerca de la vida humana y su relación con el entorno común y corriente.

La ocupación de los terrenos, de Jean Echenoz logra evidenciar algo que a veces olvidamos y que pareciera una obviedad: que somos entes sociales que sobrellevamos una vida en común en los espacios que habitamos, que no somos seres solitarios, aunque lo deseemos en muchas ocasiones, y que estamos en constante construcción y deconstrucción al mismo tiempo que las ciudades en donde hacemos nuestra vida. Ciudades feroces, muchas veces, que forman parte de este mismo esqueleto por donde transitamos.

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