18 de junio 2018

La peor droga es la sobriedad

Como dijo una vez The Prince of Darkness en su reality Family de mtv: “sobriety sucks”. Después de emerger de las profundidades de la violencia alcohólica y estimulantiólica, ¿quién puede hablar sandeces de sábado negro por la noche acerca de este señor? Tal vez los investigadores policiales starkihatcheados a los que tan calmadamente uno les compra toda sustancia química síquica, y que nos hacen sentir una sensación de legalidad protectora… Claro que sus productos nos cuestan el doble de lo que los vendían sus dueños originales. El libre mercadismo florece por doquier. ¡Qué tranquilidad para nosotros, humildes usuarios, comprarles las sustancias del alma a tan valientes guardianes de la ley! No entiendo por qué los genios de la banca aun no ofrecen maravillosas tarjetas de crédito especiales para la compra de toda sustancia requisada y blanqueada por los brazos, dedos y narices de estos héroes de la legalidad policíaca.

O cambiando de canal y de época viendo a nuestro folclórico asesino, el almirante Merino -convertido en piedra por sus sacro adoradores- declarar vigente, con toda la solemnidad de la tele y en completo estado de ebriedad, su flamante ley que convirtió en delito grave el hacer apología de la droga.

Al son del pucho y del trago, las diatribas de desprecio hacia los que se jalan o se vuelan resuenan a hospital y a delirium del más tremebundo. 

Ah, pero cuando se trata de algún ídolo musical fallecido en el vómito heroinóico de cuando se apaga la luz para siempre, tudu vale, todos le llevan flores a su famosa tumba en el cementerio de la ciudad luz.

O en México, en el desierto Sonorámico de los sapitos bañados en dimetíl para fumar, la nueva meca de los gringos angustiados de soledad y sinsentido que van en busca de la luz a ojos cerrados, embrutecidos con el veneno de los criminales de su heroico ejército que les venden una espiritualidad tóxica envenenada y basucosamente aceitosa (…escucho el motor del Mundo al Instante, con esa voz de nariz tapada rebotando en las butacas del cine de antaño…)

Qué espectáculo ver, en el bus de Iquique a Antofagasta, al oesesiete con colita en el pelo hecho el jipi mascullando insolencias en el oído de la chola viajera altiplánica, salivando de ansiedad por los posibles lokis. La insensibilidad de las autoridades carcelarias atentando contra la libertad del cuerpo de cada uno… Como si necesitáramos que esos oesesietes y pedeís nos cuidaran el orto nacional. Para eso nos venden ala de mosca y otras exquisiteces heroinómacas producto de su ardua labor como requisadores del alma puesta a la venta por tan portentosos funcionarios. Nos hacen pagar con el tributo en carne y sangre derramada con la ignominia policialesca que nos asesina, empobrece y encarcela. Y entonces y gracias a eso pueden lavar sus sucios ingresos económicos con hedor a lavandería caribeña.

En fin, el Estado idiotizante en que la sobriedad producto de la escasez de alma impele el negocio venenoso de asesinos sin cuartel y que convierten la droga en su principal aliado corruptor. Violación, asesinato, trata de seres humanos, adormecidos e insensibilizados por tanto fiscalismo paradisíaco.

Y la droga más dañina, abundante y lucrativamente legal, nuestro preciado petróleo en forma de embrutecedor pegamento que le quita el hambre a millones de parias que quedaron fuera del éxito economicista de los azulados rubios del barro alto. Legal y a disposición de toda la familia para adherirse a la gomística que ahoga la boca, el pulmón y la mente. Para eso distraen una y otra vez con la pasta malévola que dicen que cierto muñeco narigón de madera promovió, en una rimbombante e hipócrita distracción para seguir engomando con pegamento a la masa sobrante de esclavos hambrientos y malolientes que deambulan como zombis delante de todos con su bolsita de papel recién comprada en cualquiera de las ferreterías -de izquierda, de centro y de derecha- de ciertos exitosos países.

Y esas hordas de engendros alcoholizados llenos de culpa que ven en cualquier otra droga que no sea su trago preferido sólo otro modo de pudrirse a su nauseabundo estilo, un ejemplo del correcto comportamiento en sociedad que debemos tener. ¡Salud! dijo el indigente haciendo cola para desayunar su garrafa de licor barato al borde de la zanja de la aguada ignominia capitalina de los homochilensis. La moral del alcohólico es la más fanática y perversa y siempre estará basada en su odio hacia cualquier cosa que huela a espiritualidad. Eso sí que saben hablar muy bonito de dios y de santos a los cuales defienden a gritos y puños.

La esperanza del alma yace escondida en plantas sagradas, brebajes místicos y polvos mágicos, aunque les indigne a algunos, porque la realidad no se transa, ni aquí ni en el Amazonas. Hemos perdido a dios en los templos del aburrimiento, la pederastia y la ignominia, pero su existencia yace en la naturaleza a disposición del que la vea y, sobre todo y para desgracia de los parásitos de cuello y corbata perfumados con su hedionda hipocresía por dentro y por fuera, ¡gratis!

 

Ilustración: Daniel Aguilera

Ecuatoriano por madre y chileno por padre. Nacido en Santiago en el año 1957 en el mes de Leo. Alma y corazón de músico; astrólogo por gusto y traductor por circunstancias. Actualmente radicado en Quito, Ecuador. Padre de 5 hijos y abuelo de 5 nietos.

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