28 de noviembre 2011

La piel mapuche arde y sangra en la palabra

Cuentan los antiguos que el primer espíritu que llegó a la tierra fue el de Wanglen, una estrella que se convirtió en mujer. Desde entonces la mujer mapuche canta. El primer espíritu fue mujer, fue canto, fue poesía.

Los tres momentos acá representados comprenden no sólo el habla, expresión y vida cotidiana; también hay parte de la historia, de la interpretación y la fusión (movimiento desde, movimiento hacia) que ha experimentado la mujer, la sociedad mapuche. La diversidad de voces, estructuras y temáticas, dan cuenta de un pueblo que avanza y permanece a la vez. El arraigo es evidente, expresado en la nostalgia, en la distancia o eventual alejamiento.

El ül es el canto simple de una ceremonia sin ritual, necesariamente: el trabajo, el viaje, huida, el traspaso de historias familiares o leyendas. La familia se reúne en torno al fuego y los demás escuchan, las mujeres jóvenes, adolescentes, atrapando el cálido saber de los antiguos (fütakechem). Es el canto del origen, la tierra está bajo los pies. Se siente el río, el viento, el barro; los hombres en la trilla, el marido que se va o regresa, el artesano que requiere protección o beneplácito. Es un canto de felicidad, de tristeza, de costumbre, de expresión fundamental. Es el canto de la machi anciana, de la madre, de la hija que oye sin reparos.

Mi corazón suspira lejanía

Hay casos en que pudiera pensarse que la conexión ya no existe, que ha desaparecido; sobre todo en tiempos más recientes. La poeta mapuche en la ciudad, en la universidad, vestida a usanza occidental. Sin embargo, siempre existe un guiño, un giro de la lengua, del ánimo o del relato mismo que la acerca o la devuelve. No puedo olvidarte / mi corazón suspira por la lejanía / a veces te confundo, mas / las bocinas me sacan de mi encanto (Jaqueline Caniguán perdida en la ciudad wingka).

La voz se expande en los 70-80. Crece el hambre, el ansia de recuperación, el reclamo. Permanece lo fundamental. La historia, el nguillatún, el recuerdo de los héroes: Lautaro Ágil como un puma / veloz como un cóndor / sabio como su madre. Se abandona la inocencia primigenia. Aparece, en giros esporádicos y vehementes, la tensión con la ciudad, el progreso, lo chileno: Encontré trizados los espejos de la escuela, al darme cuenta que mi pelo más negro me relegó a los puestos de atrás. La ignorante sociedad escribió en mi cuaderno su veneno: Discriminación (Graciela Huinao).

En esta época, aciaga como pocas en la historia de Chile, se realizan las primeras publicaciones: Caicheo, Hueitra, Torres Millán, Panchillo, Kvyeh, Huinao, Paime y Pichi Malen. El antiguo canto de la tierra suelta amarras; requiere expresar otros contextos, acaso más urgentes: socio-políticos, religiosos, literarios. Violentas dictaduras en ambos lados de la cordillera. La invasión chilena, la europea. El despojo. Las injusticias. Las persecuciones y muertes… Hay urgencias mayores y el canto amable de la anciana deja paso al reclamo abrupto de las jóvenes, desde la montaña de tres cimas y las eternas lluvias como telón de fondo; un telón teñido de sangre, orgullo y resistencia, una vez más.

90-hoy. Ante el apremio, la palabra predispone y, aún así, aquella urgencia que se arrastra, la reubica en adecuada dimensión. El ánimo, la fortaleza, el sufrimiento y la injusticia, toman fuerza y renovado vigor en cada página. No se olvida el nexo, no se aleja, la poeta, demasiado del objeto de su canto: Del Gulumapu al Puelmapu / danzan las golondrinas / y alumbran con sus antorchas / la llegada / de un nuevo weichafe / Alex Lemun… Marrichiwew! / Matías Catrileo… Marrichiwew! (Karla Guaquín).

Los pies descalzos nos trasladan al pasado

De principio a fin, desde el exclusivo acto de cantar al intertexto puramente occidental; se da cuenta de la historia, de la expresividad antigua, del traspaso natural de la cultura (Escucha el lenguaje oral de tus antepasados…) a la apropiación de lo extranjero (Kafka, Quevedo, Rulfo). El habla urbana enriquece, a ratos, suplanta, a ratos, el ritmo habitual de las costumbres. Las bocinas callan el murmullo de los ríos; la eroticidad urbana al celo, o al engaño. No es posible restarse, al menos no del todo. No es posible estar, permanecer y no salir jamás, porque existen los caminos que llevan al pueblo, a la ciudad, a la demás literatura, y a ese canto amargo de quien sabe no podrá volver: me he enamorado de la lengua castellana meretriz, me ha robado el mapuzungun, me ha robado el chezungun el ce sumun, me ha robado el espíritu, el aliento, el sentido… por eso escribo bajo estado hipnótico y no logro zafarme (Adriana Paredes Pinda).

Esta tensión se transforma en estado permanente: “Así, mientras unos continuaron en su orilla, con sus prácticas y ritos, otros, en la otra orilla, nacimos ya despojados de ellos”. Esto es centro en el verso último, en el transcurso y en la interpretación. Poetas jóvenes nacidas en la gran ciudad. Poetas ya maduras que observaron el decurso histórico reciente. Ülkantufes que ya no están, pero que dejaron el registro de la historia, mitos y tradiciones.

Finalmente, y a pesar de la distancia aparente o de la suma cultural que significa complemento, y no reemplazo, queda la certeza, el hilo eterno que no es posible cortar. Olor a tierra húmeda es nuestra piel. / Una neblina blanca / y espesa nos cubre pero no nos tapa, / nos protege y limpia nuestra visión. / Las lágrimas son lluvia / y las manos ramas. / Los pies enraizados nos trasladan al pasado… / en este lugar sin tiempo / (o con todos los tiempos posibles) / nos reencontramos.


* El presente artículo surge a partir de la lectura del libro Kümedungun / Kümewirin. Antología poética de mujeres mapuches (siglos XX – XXI) realizado por Fernanda Moraga García y Maribel Mora Curriao.

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