08 de octubre 2017

La sobrevida de Horacio Potel

La lógica del don, para los mercaderes es subversiva
Horacio Potel.

La cuestión de una política del archivo nos orienta aquí permanentemente […] Jamás se determinará esta cuestión como una cuestión política más entre otras. Ella atraviesa la totalidad del campo y en verdad determina de parte a parte lo político como res publica. Ningún poder político sin control del archivo, cuando no de la memoria. La democratización efectiva se mide siempre por este criterio esencial: la participación y el acceso al archivo, a su constitución y a su interpretación. A contrario, las infracciones de la democracia se miden por lo que… [se] llama Archivos prohibidos…

Jacques Derrida, Mal de Archivo (Madrid: Trotta, 1997, p. 12)

 

Lo que Horacio Potel nombra sobrevive. Potel nombra la preocupación por la transmisibilidad, y en este sentido, por la revisión, por la traducción, por la accesibilidad, por el texto, por la escritura; encarna, con todo, la hipótesis de la generosidad, la interrupción laboriosa de lo despótico, la perturbación de la privatización hipócrita de la(s) herencia(s).

Potel cuenta que estudiaba filosofía y que estaba fascinado con Nietzsche cuando en 1998, luego de meses de ahorro, se compró una Pentium 233. Él precisa que de filosofía en “internet había poco y más bien nada” y que “en castellano, según Altavista (el anterior Google) había solo 15 páginas que tenían extractos de textos de Nietzsche”. Así, y como si de La ciudad ausente se tratase, recuerda que una noche del 99 subió Nietzsche en castellano y “la cantidad de textos de Nietzsche en español se duplicó en el mundo en una noche” (http://filosofiaencastellano.blogspot.com/2009/03/2020-contra-la-desaparicion-de-derrida.html). Esa noche pervive para tantos de nosotros, y nos compromete. En su texto de despedida Mónica Cragnolini relata que Potel no sólo “pasaba noches enteras tipeando textos” sino que cuando ella supo y advirtió a Potel dos años antes, él “se mantuvo imperturbable” y “siguió subiendo textos”. Cragnolini piensa que él “creía que era más importante que existiera más tiempo posible ese libre acceso, que tratar de quedar indemne sacando la página de la web (http://www.instantesyazares.com.ar/2017/09/27/adios-horacio-potel/). Habría que espaciar la restancia de esa imperturbabilidad, su aguante (endurance) o resistencia a lo indemne, lo salvo, lo inmune, la inmunidad. Como se sabe, la Cámara Argentina del Libro (CAL) formalizó una denuncia promovida por la Editorial Minuit y el agregado cultural de Francia, que fue acogida con “inusitado vigor” por los fiscales argentinos. Finalmente, la “triple alianza de Corporaciones patronales, embajadas neocoloniales y poder judicial argentino”, terminaron por bajar de la web los sitios que sólo difundían filosofía y “de paso joderle la vida al boludo, loco y terrorista que había tenido la idea de compartir las herramientas que usaba para trabajar en filosofía”. La fiscalía, incluso, pidió allanar su hogar e intervenir sus cuentas de email y teléfono. En una carta abierta –cómo no– sobre lo ocurrido escribía Potel.

“Para mí era más que evidente que al menos en el campo de la filosofía, todas las obras de todos los filósofos y en general toda la producción filosofíca, podía y debía estar on line. Recuerden ustedes que yo estudiaba filosofía y entonces estaba sujeto a horas perdidas tratando de encontrar artículos de revistas que no estaban en ninguna biblioteca, libros que no se publicaban hace décadas porque no era redituable hacerlo […] Ahora hay que estar explicando los motivos por los cuales uno decidió difundir filosofía en la web, sin intentar sacarle dinero a nadie, porque eso es visto como un delito, una locura, una forma de terrorismo y una rebeldía adolescente” (http://proxectoderriba.org/carta-de-horacio-potel/)

Potel apostaba por la accesibilidad, la democratización. En su tesis vinculaba el derecho de acceso al archivo, con los derechos a la participación en la constitución del mismo y a la interpretación –que desbaratan, más allá del automatismo del mercado, las formas canónicas de la sanción y legitimación– como tareas ineludibles para una democracia por venir (Cf., Potel, H., Cuestiones de herencia ¿Cuál es el fantasma? ¿A quién pertenece? ¿Jacques Derrida?. Tesis para la obtención del título Licenciatura de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pp. 75-76). Al respecto, quizás cabría recordar los problemas legales que enfrentaron Jacques Derrida y Paule Thévenin a partir de su libro Antonin Artaud: dessins et portraits (Paris: Gallimard, 1986), por la demanda que entablaron los titulares de los derechos de Antonin Artaud. Más recientemente, se puede reparar en que no hay epígrafes en ninguno de los textos que componen el libro colectivo A Companion to Derrida, editado Zeynep Direk & Leonard Lawlor (John Wiley & Sons, Ltd, 2014). Kas Saghafi, en la primera nota al final de su texto “‘Safe, Intact’: Derrida, Nancy, and the ‘Deconstruction of Christianity’”, da cuenta que “debido a los cambios en los “fair use” (copyrigth), todos los epígrafes requieren autorización para su uso y como el editor decidió no obtener este permiso, en su caso los epígrafes fueron removidos y dispuestos en esa primera nota (p. 461). Aún más, hoy la cuestión es de radical importancia cuando incluso un artículo es absolutamente impagable para investigadores que no están vinculados institucionalmente a bases de datos. Quizás pronto sólo podremos citar un número determinado de caracteres sin infringir los derechos de copia. Por esto, las páginas de Potel sobreviven, pues para él también se trataba de aprender y cambiar. De paso, me gustaría señalar que a Potel lo vi sólo una vez. Compartimos mesa el 2012 en las VI Jornadas Internacionales Nietzsche y las II Jornadas Internacionales Derrida (“Cuestiones biopolíticas: vida, sobrevida, muerte”), con Cinthia Balé y Cecilia Cozzarin, en la UBA. Cuando nos despedimos, afortunadamente pude darle las gracias por su trabajo. Aunque esto, por supuesto, no pudo y no podría jamás dar cuenta un agradecimiento infinito. Porque gracias ese boludo, este gil, que no tenía ni para pagar fotocopias, pudo leer algunos textos que copió, pegó y guardó en disquetes desde computadores prestados. Pero más allá de algún pretendido personalismo, hace falta subrayar que para Potel la preocupación por la accesibilidad es constitutiva de la cuestión de la “escritura”. Y bajo esta an-economía del don, su preocupación es tan teórica como política. Para Potel, la web “siempre estuvo implícita en el concepto de escritura […] siempre habitaron a la escritura, siempre hubo injertos de textos, copias, hibridaciones, contaminación” (http://filosofiaencastellano.blogspot.com/2009/08/autores-propietarios-metafisicos.html). Se puede afirmar, por tanto, que Potel cuelga lo que lee, de manera que sus páginas podían leerse como los mapas, las trazas, de sus lecturas. Lo que compartía, pues, no eran solo los textos sino sus herramientas de lectura, el mecanismo o el suplemento maquínico que él configuró como aparato de citación, como aparato protético de sobrevida. Por otra parte, y al mismo tiempo, dando cuenta que no se sale de la institución sin ponerse en cierto riesgo, expuso los procesos de legitimación de la institución filosófico-literaria, de su institucionalización editorializante.

“[…] la escritura que interesa a la deconstrucción no es sólo la que protegen las bibliotecas. Incluso cuando se interesa por textos literarios, se trata también de la institución de la literatura (cosa moderna y cuya historia política es apasionante); se trata también de los procesos de evaluación y de legitimación, de las cuestiones de la firma, del derecho de autor o del copyright (usted conoce la turbulencia actual, en virtud de las «nuevas tecnologías), se trata de la política misma de la institución literaria. Todo esto concierne tanto al contenido como a la forma de la cosa literaria o filosófica” (Derrida, J. Papel máquina. Madrid: Trotta, 2003, p.323)

La cuestión de la escritura como injerto y contaminación, comporta una crítica radical de la institución. Así, el copyright, que está destinado a reservar la propiedad del texto, para Potel incluye constitutivamente la posibilidad de una trasgresión, de una transgresión que pone en cuestión la pretendida inicialidad, la presunta unicidad apropiable de todo incipit. Se trata, pues, del asunto de la “singularidad del acontecimiento” y, por tanto, de “la singularidad de una firma […] que no puede reducirse necesariamente al fenómeno del derecho de autor, legible a través de un patrón” (Derrida, J., “Ulysses Gramophone: Hear Say Yes in Joyce” en Acts of literature. New York: Routledge, 1992, p. 295). Con Potel, es necesario afirmar que esta puesta en cuestión no olvida el “deber de guardar la libertad de cuestionar, de indignarse, de resistir, de desobedecer, de deconstruir” (Derrida, J. Papel máquina. p. 339), es decir, que la desconstrucción no implica sino la afirmación como “lugar de resistencia irredenta”, el espaciamiento de “una especie de principio de desobediencia civil, incluso de disidencia en nombre […] de una justicia del pensamiento” (Derrida, La universidad sin condición. Madrid: Trotta, 2002, p. 19). Si como dice Potel siempre hubo contaminación, entonces hay la destinerrancia de la letra en el espíritu de la ley, de la justicia en la condicionalidad del derecho, hay la “justicia de esa resistencia o de esa disidencia” (Derrida, La universidad sin condición, trad. cit., p. 20).

En esta clave, me parece, también se inscribe su reseña a “Pasiones. La ofrenda oblicua”, donde Potel recordaba que ese texto (que fue publicado por primera vez como “Respuesta” al libro colectivo Derrida: A Critical Reader) fue publicado por Derrida junto a Sauf le nom y Khôra (Galilée: 1993). Potel criticaba no sólo la decisión editorial de Amorrotu de publicar ese libro “como si fueran tres, bajo los nombres de Pasiones, Salvo el nombre y Khôra” sino de presentar esa edición como la primera edición, reservándose “Todos los derechos de la edición en castellano”, obliterando que el texto ya contaba con la excelente traducción de Jorge Panesi, que fue publicada 10 años antes por el centro de estudiantes de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, y aún más, que se encontraba publicada y editada en internet (aquí, además, hay que saludar la traducción de Khora de Diego Tatián, de 1995, que también estuvo disponible de Derrida en castellano). Sin embargo, para las políticas editoriales, debido a cierta aureola que encubre la politicidad del libro, Pasiones ahora sí aparecía por primera vez, y gracias la edición impresa dueña de los derechos el texto dejaba de ser oficialmente un inédito en español. Y habría que añadir que son estas políticas de apropiación (que sistemáticamente renuncian a la escritura, a la lectura) las que han mantenido intacta, durante tantos años, la pésima edición de Márgenes de la filosofía publicada por Cátedra, y que el propio Potel corrigió en su sitio web. Porque con Potel no se trata simplemente de una piratería, de un saqueo que renuncia a la escritura. Frente al monopolio corporativista de la venta de la “cultura”, frente al afán apropiador que se reserva los derechos (y prefiere mantener un libro mal editado, como en el caso de Márgenes), en su trabajo hay gasto y una cierta “ética de la discusión” (Cf. “Postface: Vers une éthique de la discussion” en Limited Inc. Paris: Galilée, pp. 199-285). Potel siempre remite. No oculta la referencia, incluso cuando corrigió una traducción o agregó un paréntesis. Así, en los envíos Potel se expuso y expuso que el sistema general de institucionalización depende de la noción de sujeto calculable, apropiable, contable, misma noción que lo convirtió a él en sujeto imputable y que, en cuanto tal, debía responder ante la ley, un sujeto que debía decir la verdad según la fe jurada del aparato jurídico (Cf., Pasiones). Sin embargo Potel remite, y remitiendo intentó –paso de danza más allá y más acá de la muerte efectiva– espaciar la posibilidad de una herencia sin propiedad, levantar las barrenas de la promesa por la sobrevida de lo otro. Su responsabilidad, su sobrevida.

 

Gracias y adiós Horacio Potel,

Javier Pavez

 

Javier Pavez estudió filosofía en el pedagógico. Tiene un Magíster por la Universidad de Chile, y actualmente cursa un doctorado en Comparative Studies in Literature and Culture en University of Southern California.

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