02 de septiembre 2018

LAS FRACTURAS DE LA REALIDAD

MANIFIESTO INFRARREALISTA

 

No nos morimos por publicar. El fin de nuestra poesía no es ver nuestro nombre impreso. Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición. Lo que comemos lo ganamos trabajando con nuestras manos y no especulando sobre “el escribo que me escriben que me vieron escribiendo”. Se aceptan albures, pero después no se quejen. Nosotros no nos sentamos detrás de una máquina de escribir sabiendo de antemano cuánto nos pagarán por cuartilla. La inspiración la DAMOS GRATIS, o sea: hacemos circular el discurso libremente (libremente dentro de los límites ya trazados de antemano por la burguesía y su aparato cultural, pero buscando, y esto significa desatarse del aparato cultural y de la tradición que este aparato crea y manipula, para bucear sin cordones umbilicales en las Fracturas de la Realidad. Contradicciones para salir a la llanura y para volver a salir, y para regresar: al museo o a la revolución). Nuestras máquinas de escribir parpadean en los caminos. En las fábricas. En las ciudades. No somos escritores profesionales, pero tenemos el derecho de escribir. Nos hemos tomado el derecho de escribir. Entonces nos boicotean. Nos boicotean porque nos reímos y porque inventamos poemas totalmente fragmentarios. Porque inventamos poemas de un vértigo autodestructivo, las estatuas, las pobres y enormes estatuas que si no saben siquiera de las caminatas, cómo podrían comprender las carreras desesperadas o jubilosas, nos boicotean. Se establece, poco después del nacimiento infrarrealista, el silencio sobre el infrarrealismo. Un pacto tácito entre las pequeñas mafias y la gran mafia de la literatura en contra de la joven poesía. Esto no es nuevo. Siempre ha pasado en las sociedades clasistas. Siempre ha pasado en la literatura y en el arte del período capitalista. Es la lucha por el poder. Los viejos muerden con más fuerza su hueso cuando llegan los jóvenes a relevarlos. Es la lucha por el poder y el poder, en este caso, son las revistas, los libros, los premios, las becas, las traducciones, y sobre todo los trabajos, digamos paralelos (aunque en este caso lo esencialmente paralelo paras ellos es el oficio de escritor, el estatus, el aura para acceder a otras jerarquías),como son los puestos burocráticos, las embajadas, y en fin, todo ese universo de oficinas apto para prolongar romances y sonetos.

Pero sucede que a nosotros no nos interesa acceder al Poder. Al menos no al poder que ellos, a manera de casta, se han ido heredando. Es decir: no nos interesa ni el público de esnobs que ellos han creado, ni sus lecturas (la forma en que ellos leen al Dante o a Cervantes, por ejemplo, no nos interesa para nada. Para nosotros resulta una lectura de la impotencia del lenguaje. Nosotros iremos creando nuestras maneras, múltiples y libres y en movimiento, de leer a Cervantes y al Dante, de leer a Vallejo y a Darío). No es lo mismo leer a un tipo en una biblioteca que leerlo a cielo raso. Lecturas calientes y lecturas frías. Formas de aprendizaje calientes y formas de aprendizaje frías. No nos interesa relevarlos en el ejercicio del poder. Pueden estar tranquilos. Nos interesa destruir el poder. Crear una alternativa. Y esto coloca a la joven poesía, hayan tomado conciencia los jóvenes poetas de ello o no, en el lado del proletariado. En el lado de la Revolución.

Algunos viejos maestros nos enseñaron que la honestidad es más que un concepto. Es acción cotidiana. Es vida. Soy consciente entonces de mi retórica. Mi retórica de sonámbulo. La diferencia entre nuestra retórica y la retórica de los escritores oficiales es que la de ellos desemboca en grandes refrigeradores (y allí no hay movimiento dialéctico), y la nuestra desemboca en gritos y calles y extraños latidos (y allí sí hay movimiento dialéctico).

Claro, estamos aún lejos de convertir nuestros versos y a nosotros mismos en cuerpos comunicantes, de mecánica azarosa y dulcísima. Eso tal vez sólo será posible durante la Revolución. Pero nuestra solidaridad está allí, en errores, en poemas, en experimentaciones, en aventuras, en vida vivida, llenas de metidas de pata y asaltos a pequeños palacios de invierno. (Palacios de Invierno proliferantes como moscas por las tierras de la Contrarrevolución.)

Entonces nosotros hemos estado en contra de este teatro. Hemos dicho públicamente lo que pensábamos de algunos escritores y de algunos libros, y sobre todo, nos hemos reído. (Recuerden que estamos recién en la prehistoria de la nueva poesía, y en esta etapa es de lo más saludable reírse.) Nos hemos reído y hemos hecho bromas de sus rengas, de sus traducciones, de sus ensayos transparentes, de sus talleres literarios, de sus recitales. Y eso no les ha gustado. (No les ha gustado leer junto a Mario Santiago en un recital y quedar en evidencia frente a un público que asistía a verlos a ellos pero que aplaudía a Mario. No les ha gustado que fuéramos a sus talleres de poesía y que la mitad de los alumnos prefirieran luego venirse con nosotros antes que seguir estudiando para poetas. Tres semestres o cuatro, creo que era el promedio. Y conste que no nos reímos del estudio en sí. Estamos a favor del estudio pero en contra de la Universidad –la universidad sólo enseña lo que le conviene a la burguesía. Estamos con la Universidad de la Vida, Facultad de la Ternura, aula Karl Marx-Che Guevara. No les ha gustado, francamente, nada de lo que hemos hecho. Y han llegado al extremo tragicómico de no publicar a un muchacho que apenas conocíamos, pero que le dedicó al Movimiento Infrarrealista un poema, qué sé yo, porque tenía ganas de dedicarnos un poema. Y no lo publicaron. A menos que quitara la dedicatoria.) Entonces nos hemos reído y hemos estado en contra de ese teatro mafioso y lo combatimos ideológicamente, pero JAMÁS NO HEMOS DEJADO EXPONER SUS IDEAS A PERSONA ALGUNA, sino todo lo contrario, hemos buscado la confrontación de ideas, hemos dejado hablar y hemos hablado. Y ellos nos silencian. Tratan de ahogar a la joven poesía que no sigue más o menos al pie de la letra sus dictados. Y sobre todo tratan de ahogar al Infrarrealismo, que es el grupo más en las antípodas de su radio de influencia. Y luego nos tratan en sus corrillos, en sus llamaditas por teléfono, de terroristas. Y los terroristas son ellos. Porque nosotros siempre hemos dejado hablar a la gente que no piensa como nosotros y porque cuando hemos dicho lo que pensamos de la literatura mexicana y latinoamericana, lo hemos dicho en público —en nuestra humilde medida de hacer público algo: obvio, nadie nos subvenciona—, lo hemos dicho cara a cara, y eso, en un medio tan hipócrita como el de la Mafia literaria, era una audacia. Y las audacias inquietan. Entonces, como primera medida, nos cierran las puertas de casi todos los medios de comunicación. Nosotros, cronopios irrefrenables, en represalia LES QUITAMOS EL SALUDO. Sí, aunque crean que es un chiste: nosotros, los infrarrealistas anónimos, les quitamos el saludo a las elefantas, vacas y vaquitas sagradas. (Los muy hipócritas todavía se atrevían a decirnos buenas tardes, ¿cómo está usted? Y una tarde pues se quedaron sin respuesta. Rostros contraídos como de “lo-veo-y-no-lo-creo”, dignos de filmarse.) Entonces ya no sólo no nos publican, sino que cualquier mención a cualquiera de nosotros es borrada. Así a Bruno Montané le retiran un libro que una editorial subvencionada por la Universidad había asegurado en más de una oportunidad publicarle. Razones que da el encargado: “manito, no sé”, “no sé qué”, “no se puede”, “¿es que no van a sacar el libro?” (es un volumen colectivo de cuatro poetas), “sí, manito, lo van a sacar, si no es por feria”, “entonces por qué, les parece malo”, “huy no, si es el mejor, digo, era”, “por qué entonces”, “manito, es que es infra”, “ah”. Allí, ante razón tan contundente, sólo se puede decir AH. Y estar con Bruno, a quien le importa un rábano publicar o no (entiéndase de una vez: no nos interesa publicar, no nos interesa jugar a la ficha bibliográfica, pero sí nos interesa tener VOZ, sí nos interesa que no nos silencien). Igual Rubén Medina, su libro echado para atrás por tener filiación infrarrealista. Igual Mara Larrosa, sin publicar en revistas por estar en el grupo. Y para qué hablar de Mario Santiago (daga roja deslizándose por las pesadillas de los poetas, ahora definitivamente alejado de “esa” poesía, y perdido en el África Meridional). En fin, tratan de ahogar al Movimiento Infrarrealista. Boicotean a mis amigos. Me boicotean a mí. No aparecemos en sus antologías de joven poesía, pero sus jóvenes acólitos nos plagian.

No queremos que nuestros textos escriban el Silencio —meta tan buscada y manoseada de algunos caligrafistas, de algunos escritores puros—. No queremos que nuestros textos sean la caricatura, la filmación en cámara rápida o cámara lenta del grito revolucionario: no queremos empuñar nuestras manos izquierdas detrás de una vitrina. No queremos coartadas —no nos interesa el estatus de escritor sino el discurso denso y vivido—. Primero la acción y después el verbo. Queremos que nuestros textos reflejen/desvelen/se besen/ en la boca con la Realidad/y queremos ver ese beso desde dentro de las bocas, sentados en las muelas fosforescentes y tibias. La Realidad de nuestra América pide a gritos poetas que la recorran, que se arriesguen en su lucha (Dalton decía), y no mafiosos que usufructúan la lenta erudición artística del esnob o el impotente. Nuestro arte no es para esnobs sino para desesperados.

El infrarrealismo, y la poesía joven de Latinoamérica, está viviendo su prehistoria. Todavía somos los muchachos obreros de México D.F. (los que toman el último metro fumando Delicados Mentolados Extralargos), somos los trabajadores vagabundos en la fría Europa. Todavía somos los muchachos barriobajeros de Lima y los muchachos y muchachas que escriben textos pequeñitos y rarísimos en Santiago de Chile, mientras trabajan en la Resistencia Antifascista. Todavía somos los que se pierden (en el África Meridional o en sus dormitorios urbanos), los jóvenes desempleados, las muchachas que dicen no macho tecnócrata, no contigo; los que no tienen oficinas sino esquinas (desde donde se ven las galaxias). Todavía somos los creadores de quilombos en ciudades extranjeras. Los que hacemos las peores faenas en Hamburgo (y luego nos despiden como perros). Somos a los que se intenta silenciar. Silenciar. Y todavía caminamos por las ciudades y pueblitos de nuestra América. Todavía estamos vivos (y más de uno de nosotros ha pasado ya por la Contrarrevolución, ha pasado por los campos de concentración que la CIA ha instalado a los fascistas criollos, ha pasado por la soledad casi total). Todavía estamos vivos. La rolamos por ahí todavía, pero mañana seremos los poetas de este Continente.

Kierkegaard dijo: “Quien se pierde en su pasión ha perdido menos que quien pierde su pasión.” Hemos perdido menos. Somos, después de todo, hermanos de nuestros cataclismos.

Sólo así puedo, podemos, amar.

 

 

Por El Movimiento Infrarrealista,

ROBERTO BOLAÑO,

En Barcelona, Rosa de Fuego, otoño de 1977

 

*Foto: Tina Modotti

 

 

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