10 de noviembre 2014

Los Viajes del Vagabundo. Fragmentos de una entrevista a Richard Gwyn.

Hace un par de semanas, Richard Gwyn (1956), poeta y narrador galés, llegó a Chile para presentar su novela autobiográfica El Desayuno del Vagabundo, libro con el que obtuvo en 2012 el premio al Wales Book of The Year en la categoría no-ficción y que fue publicado en Chile por Lom Ediciones. El martes cuatro de noviembre, con motivo de una entrevista, nos juntamos con el autor en su hotel y fuimos en busca de un bar; le preguntamos por las experiencias que marcan su relato, y que a su vez confluyen en algunos de los grandes tópicos de la literatura. En efecto, Richard Gwyn estudió Antropología en Londres hasta los 24 años. A la misma edad decide dejar sus estudios y lanzarse a viajar como un vagabundo por las costas del mediterráneo, periplo que duró de 1980 a 1989, marcado por el alcohol, trabajos esporádicos, la heroína, los encuentros (como el ocurrido con el mismo Bolaño, con cuya biografía parece estar dialogando), la afición al viaje y, finalmente, la enfermedad. Su voz es baja y su ritmo lento, atraviesa los temas que recorren las preguntas mientras fija su mirada de manera oblicua. Acá, algunos fragmentos de esa conversación.

Escrituras del Hígado.

“Siempre he escrito, desde no sé cuándo, desde mi niñez. Escribí cuentos durante la escuela primaria, muchos cuentos largos, como lo hacen tantos niños. Pero la escritura, la narrativa, para mí es la confluencia entre la experiencia y la imaginación: en la novela típica la imaginación es dominante sobre la experiencia, supongo. Tiene más espacio para imaginar e inventar. En la “no-ficción” es la experiencia la que es dominante. Aunque estas cosas son muy flexibles. Prefiero pensar  que hay un continuo entre la imaginación a un lado y la experiencia al otro, y ahí uno se va moviendo”.

“Hay un momento del libro donde me pregunto por qué estoy escribiéndolo, y una respuesta es que tengo que hacerlo para entenderlo. En mi caso el proceso de escribir me ayuda a entender lo que pasó, y supongo que de alguna manera puedo ayudar al lector a entender varias cosas sobre su vida. Esa es la idea de publicar ¿no? No es exactamente comunicación, pero es compartir con el lector el acto de recordar. Fue un momento muy emotivo hoy, en otra entrevista, en que la persona, hablando conmigo, dijo que algunos pasajes, capítulos del libro, le recordaban su experiencia bajo la dictadura. Y a mí me sorprendió mucho, porque pensaba que mis experiencias eran en cierto sentido auto-impuestas; yo no estuve bajo una fuerza externa fascista por ejemplo. Pero no es tan simple. Somos todos víctimas de circunstancias, y el resultado puede ser igual”.

“Nunca pensé en la relación entre enfermedad y literatura  antes de caer enfermo. Pero claro, descubrí esta relación después. Yo sabía que Walter Benjamin había escrito sobre el tema, y leí también este ensayo de Roberto Bolaño, Literatura + Enfermedad = Enfermedad, que creo que fue el último ensayo que escribió, sobre la relación entre las cosas más importantes de su vida: la literatura, el viaje, el sexo ¿y qué más? No hay más. Lo que me gustó de este ensayo es que Bolaño lo escribió cuando recibió la noticia de su ya casi inminente muerte, de que no podría sobrevivir  a pesar de que estaba esperando el trasplante, y sin embargo durante todo el texto mantiene el sentido de humor. Como por ejemplo, en su deseo de follar con la enfermera dentro del ascensor. Luego me sorprendió enormemente el uso del poema de Baudelaire [“El Viaje”]. Para mí fue la parte más emotiva del ensayo, porque nunca había leído a Baudelaire tan intensamente, en este contexto de enfermedad y muerte inminente”.

“Yo pensaba en mi veintena, teniendo un gran problema con el alcohol durante estos años, que sería mi hígado el que iba a enfermar, pero la ironía es que el alcohol no afectó mi hígado. [La hepatitis] fue como una revancha por tantos años de abuso, pues no bebí alcohol durante quince años, pero veintitrés años después de ‘pincharme’ con Heroína, que había dejado a los veinticuatro, se me declaró la enfemedad y comencé a empeorar. La hepatitis viral toma mucho tiempo en infiltrar el cuerpo. Tengo un amigo catalán, el libro está dedicado a él, que usó heroína en sus años veinte y murió recién a los sesentaitrés, de hepatitis C, un cáncer al hígado, sin saber que estaba enfermo hasta los últimos cuatro años de su vida”.

“Una vez enfermo me fascinó saber qué pasa con las proteínas que se convierten en amonio y que termina por llegar al cerebro, que es la manera en que se expresa la encefalopatía, uno de los efectos de la hepatitis. Era muy interesante, porque descubrí esto después de mi primer ataque, cuando caí en coma. Un día me comí una hamburguesa, luego me bebí una bebida de proteínas, y la misma noche caí enfermo por tanta proteína, sin saber cual me había hecho mal.  [Como una epifanía vino entonces] la consciencia sobre lo que tenía que escribir, y que era lo necesario para sobrevivir, y en este momento no tuve ninguna duda sobre ello, aunque también la práctica de escribir me resultaba imposible, porque no podía concentrarme más de cinco minutos, y tampoco podía leer. Fueron cinco o seis meses en este estado, esperando un trasplante”.

“En muchas culturas el hígado tiene este significado casi espiritual, de centro del ser, como para los antiguos chinos, que el hígado era el asiento de las emociones. Y todavía en inglés se ocupa la expresión “someone has a liver on them” o “a liverish attitude” para decir que estás de mal humor”.

El viaje del vagabundo.

“Supongo que viajar sin rumbo, sin dirección, sin ambición ni destino, es la manera más interesante de viajar. Hay un libro fantástico que leí este año, de una escritora norteamericana, llamado “The art of getting lost”, en el que ella entiende perfectamente que viajar es así: que la mejor manera de viajar es sin ambición y sin dirección, simplemente el acto de viajar. Yo personalmente no intelectualicé al respecto mientras viajaba, lo he hecho después.  Porque claro, a veces uno hace cosas sin saberlo ¿no? Sin saber la razón haces cosas como si fueras impulsado por una fuerza extraña. Esto es muy interesante”.

“El impulso del viaje era de alguna manera como estar huyendo, sin saber exactamente de qué, pero a la vez sin buscar nada en especial. Casi como un viaje metafísico. Es una tontería pero yo siempre pensé que mi “viaje personal”, por usar una terminología que odio, era el de un adicto y obsesionado, que es como era en este tiempo y todavía soy (aunque por suerte mis adicciones han cambiado de dirección), y que además este viaje era algo muy importante. Como la importancia misma de la misión del drogadicto o del alcohólico, que es fenomenal; o la búsqueda por el Santo Grial, que es una tontería pero parece a la vez tan importante como la búsqueda por la próxima bebida o el próximo chute. Y el viaje es, en este sentido, también una adicción. Yo olvidé esto, olvidé cómo era viajar sin rumbo y sin ambición, hasta este año viajando en Colombia. En Colombia tuve un par de semanas, después de un festival de literatura en Bogotá, durante las que no tuve plan, no tuve dirección. Simplemente tomé un avión a Cartagena, a la costa del Caribe, y comencé a viajar. Fue una liberación enorme, que también me hizo recordar, claro. No tenía que estar en ninguna parte y nadie sabía dónde estaba. Este sentido del “nadie sabe dónde estoy” era muy importante. En esta época es casi imposible, por el Facebook, el Wi-fi, etc… Mi mujer y mis hijas siempre saben dónde estoy y pueden llamarme en cualquier momento”.

“Mientras viajaba supongo que una parte de mi mente siempre sabía que un día habría de escribir sobre aquello, pero si entonces alguien me hubiera preguntando por qué estaba haciendo lo que hacía no habría podido responder. Digo, cuando has tomado la decisión de ser escritor, aunque no escribas mucho, existe ya una actitud, una actitud de vivir, y siempre estás anotando las cosas, internalizando lo que pasa. De cierto modo un escritor nunca está aquí, y a veces para su pareja es imposible porque ¿dónde estás? No estás en la mesa, estás en otra parte. Observando a la gente en la próxima mesa, obsesionado con lo que podrían estar hablando, o recordando, intentando recordar. Es algo que no se puede evitar, y a veces es una pena. No soy de aquellos que piensan que los artistas son especiales y diferentes, es simplemente algo que pasa y no una elección. Es más bien una obsesión. Por eso se puede escribir sin escribir. Supongo que hay gente que no escribe, concretamente, pero que en su base, en su alma, son escritores”.

“Lo que ha pasado en los últimos veinte años, lo que pasa con los jóvenes de clase media de mi país, es que todos viajan a lugares a los que mi generación nunca viajó. Por ejemplo a países en América Latina o países como Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam. Yo no sé cómo es eso, porque es una manera de viajar en que cada noche puedes comentar en Facebook qué es lo que te pasó, etc…  Mi amigo Andrés Neumann dice que es viajar sin ver, porque supongo que la intención es acumular experiencias exóticas, luego volver y ya está hecho, como un rito de iniciación. Es un tipo de turismo posmoderno y yo soy muy crítico en este sentido. Pero no es mi intención, es simplemente lo que pasa. Tuve la misma opinión de mis contemporáneos que viajaban a India ¿Por qué vas a India?, pensaba yo, todo el mundo va a India, a los mismos lugares, fuman mucha marihuana y vuelven con las mismas historias ¿no? Personalmente yo nunca quise viajar por los países muy pobres, porque tuve una suerte de repulsión de ser un tipo de un país rico viajando en función de mi placer por un lugar pobre. Ahora es diferente, porque no me siento como un turista, aunque claro que lo soy, y a veces es muy evidente. Si vas a lugares como Cartagena, por ejemplo, en Colombia, no puedes ser nada más que un turista. Pero ahora ya no me importa, sé lo que estoy haciendo y no me importa lo que el resto pueda pensar. Existe un ensayo de este tipo, que ahora me doy cuenta que considero como mi maestro, un traductor escocés llamado Aleister Reed, que murió hace dos meses. Fue traductor de Borges, Neruda y Álvaro Mutis  de Colombia. Fue un gran amigo de todos los escritores del boom, pero sobre todo amigo de Borges. Escribió un ensayo llamado On being a foreigner. La definición de su papel era el de ser un extranjero. Soy extranjero en cualquier parte del mundo, decía, aún en Escocia. El ensayo es sobre la diferencia entre ser un extranjero, un turista y un expatriado; porque el expatriado siempre está filtrando sus impresiones contra una imagen de su patria, el turista simplemente acumulando como consumidor, pero un extranjero siempre es extranjero, y no importa donde esté siempre tiene este mismo sentido de ser ajeno. Esto es muy atractivo, ser siempre extranjero. Supongo que para un escritor es importante tener esta distancia, que no le quita el ser emocionalmente íntimo con cada lugar. Es difícil de explicar. Cuando llegas a un lugar nuevo lo que pasa es que primero hay un olor. Algo huele distinto. Creo que eso es lo más importante, cómo huele un lugar. Cada lugar tiene un olor distinto. No se dice nada sobre eso en las guías turísticas. También los colores son distintos en cada lugar. La luz aquí, por ejemplo, es fantástica. Todo esto ayuda a la experiencia de distintas maneras. Y a la memoria también. Tengo el recuerdo de ir llegando a la isla de Creta en barco, y diez kilómetros antes de llegar a la isla se sentía el olor a tomillo. He sentido en La Vega el otro día un olor familiar al mercado de Creta. No sé exactamente qué era, pero era algo”.

Un encuentro con Roberto Bolaño.

“Mi encuentro con Bolaño fue hace muchos años, el 79. Yo tenía 22-23 años. Trabajaba en las vendimias de Francia, y uno de los días de descanso, me encontraba leyendo W. Burroughs en un pequeño café cuando este tipo se me acerca hablando, como un loco, muy rápido y en mal francés. Yo no sabía castellano y hablamos entonces en una mezcla de lenguas, pero principalmente mal francés, mauvais français. Él empezó a hablar de otros escritores beat, algunos que yo había leído, otros no, pero parecía que este tipo había leído todo, y eso que sólo tenía cuatro años más que yo. Sentí algo de envidia por lo mucho que había leído: yo pensaba que yo había leído mucho. Nos emborrachamos, como era lógico en esos días de viaje, y luego pasamos la tarde en un parque, hablando y jugando fútbol con un grupo de gitanos catalanes que trabajan en la vendimia, o los hijos de los trabajadores más bien. Lo que pasó veintisiete años más tarde fue que me encontraba en un hotel en Nueva York, leyendo el New York Review, y de repente vi una foto de Bolaño que me hizo recordar todo esto. Tenía una cara muy distintiva. Fue absolutamente fascinante porque, entonces tuve que comprar un libro para ver cómo era, y no me sorprendió saber que era un escritor, aunque yo no lo sabía en ese entonces”.

“En algún lugar de sus textos Bolaño dice que la palabra ‘literatura’ es algo que él no ocupa mucho. Que prefiere ‘escribir’. Creo que esa distinción es fundamental, porque para un escritor como Bolaño el acto de vivir era el mismo acto de escribir. En otro lugar dice que es un asunto de vida y muerte, y para él lo era. No son mucho los escritores con las pelotas para decir algo así, porque te hace sonar pretencioso, pero no suena pretencioso viniendo de Bolaño. Es una opinión que intento enseñar en la licenciatura de escritura creativa en la que trabajo como director; los que entienden esta frase son muy pocos. La gran mayoría piensa que es un tipo de broma. Pero no. No es broma”.

(Entrevista realizada y editada por Vicente Lane y Nicolás Slachevsky)

Revista de arte, literatura y política.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *