04 de septiembre 2013

Luis Prieto: Luciérnagas iluminan mis ojos

Las luciérnagas son una maravilla de la naturaleza. Comparable con la fragilidad de sus cuerpos, la tenue luz que desprenden es la señal mágica de su presencia. La obra fotográfica de Luis Prieto es un secreto invisibilizado en el panorama cultural chileno. La sensibilidad de este creador operó con la sutileza de la luciérnaga, poetizando la realidad con su débil resplandor. Su corpus visual va desplegando lúcidas miradas sobre rincones de olvido, iluminando viejos arcanos, escenarios de anónimos naufragios, lugares desdeñados en un Santiago histórico y suburbano.

Con su lente fotográfico se sumerge en intrincados circuitos adyacentes al centro y los barrios de la capital, donde palpita una vida gris. Con sofisticado esmero, el artista circula silenciosamente recogiendo instantáneas en estas tierras de olvidos. Sin estridencias, Luis Prieto acomete lo que parece una labor de resarcimiento, de desagravio.

Desplegado como fotógrafo, Luis, con su propia fragilidad a cuestas, logra desprender en cada toma retazos del ajustado corazón. Su cosmos artístico se nutre de tal modo de afecto solidario por los desposeídos y los escenarios de su vulnerabilidad, que pareciera proyectar su propio ser en estos seres y espacios extenuados. Pues hasta lo más abyecto alcanza un grado de esplendor y dulzura afectiva.

El resultado final es sobrecogedor: sus fotografías en blanco y negro constituyen verdaderos gestos vivenciales del desamparo y van formulando su reivindicación en el centro de la representación nacional. La fotografía, por la acción de Luis Prieto, se presenta como certificado de presencia que posibilita el asomo existencial de los retratados, seres de dudosa realidad.

Es paradójico que una personalidad espiritual introvertida, como la de Prieto, tenga a la vez una tan profunda hendidura reflexiva sobre la exterioridad y que su traducción se constituya en un lúcido y sólido corpus visual. Sin duda que la fuerza de su mensaje descansa en temáticas restringidas: infancia, vagabundos, mujeres, juegos y conceptos, mientras que los géneros de representación son confinados al retrato y el documental fotográfico. En ellos la verdad se hace patente y certera.

Mirados desde hoy, los convulsos años 70 y 80 de Chile son objeto de asomos melancólicos. Se trataba de un país donde convivían a un tiempo la necesidad de crear espacios de solidaridad y el impulso por construir propuestas artísticas de vanguardia, una escena que promovió un conjunto de prácticas tanto en la literatura como en la visualidad, estableciendo un “lenguaje que buscaba contraponerse al pasado reciente como el orden impuesto por el dominador, operando desde el descentramiento, la dispersión, la pulsión, la aniquilación de la unidad” (1)

En la búsqueda argumental y documental de los componentes del escenario cultural de esos años, encontramos que la presencia de los “otros”, alteridades dispersas en sus búsquedas aisladas, establece “poéticas del flujo” que exhiben en sus propuestas, asentadas en las grietas del centro del poder, la emergencia de un otro Chile. En una mirada de las producciones alternativas que se constituyen en testimonios y trazados de la visualidad chilena de los años 70 hasta los 90, encontramos que hay una deuda con la integralidad de un trabajo sistémico realizado por Luis Prieto Balmaceda que, desde la fotografía hacia la escritura y el dibujo, confronta en su monólogo creativo un punto auténtico para conformar los alcances de la escena cultural de esas décadas.

Las fuerzas críticas de este país deben considerar la mirada sensible y original de Luis Prieto Balmaceda, un artista inclasificable y complejo, no tan solo por su obra, sino también por los alcances de su producción hecha vivencia y materialidad singular.

Ahora bien, al discurrir en su conjunto por el corpus del trabajo fotográfico de Luis Prieto Balmaceda no podemos dejar de mirarlo como un proyecto configurado desde sus preocupaciones y obsesiones, un puente hacia la realidad exterior que le permitía mantener a distancia sus fantasmas. La pulsión de su fotografía señala un hueco afectivo, se constituye en un espejo intersubjetivo.

La imagen emerge capturando un ritual celebratorio del mundo conocido, un sentido homenaje a su propio camino en solitario, aunque a la vez esas imágenes constituyan una suerte de contención emocional para sus eventuales amigos de ruta y padecimientos, los protagonistas de sus retratos y de sus poéticas escenas.

Luis Fernando Prieto comenzó en la década de 1970 a firmar como “Lucho”. Este acto es crucial, pues el artista “luchó férreamente” para dar cuenta de su sensibilidad descarnada en medio de los asedios contextuales de un Chile convulso. La emergencia creativa de Luis Prieto se proyecta en múltiples formatos: comenzó con la producción fotográfica, luego siguieron sus agraciados dibujos y finalmente sus reflexiones poéticas escritas en croqueras, verdaderas bitácoras vivenciales. En todos estos procesos de producción y difusión, su cuerpo y mente resintieron cada apertura de sentido, pues la catarsis trasparentaba su enfoque de vivir: humilde, vulnerable, místico, divertido, bondadoso, amistoso, perspicaz.

Las fotos de “Lucho”, por desgracia, tuvieron escasa circulación, salvo, claro está, las de su exposición en el Museo de Bellas Artes, la primera gran exposición individual de fotografía chilena en el recinto referencial de la producción artística nacional.

A partir de los años 90, su pensamiento, producto de su débil salud, comienza a dispersarse. Como ejercicio anota sus reflexiones en croqueras, en las que, temeroso de la fragilidad de todo, consigna sus datos personales, para protegerse de una hipotética pérdida. En uno de sus poemas dice:

Mis ojos cansados, buscan la brisa de tus

ojos no escrutadores, no juzgadores ni analizadores.

Tus manos invisibles calman mi sentido del tiempo (2).

Los ojos y los sentidos aparecen de manera continua en sus pensamientos verseados: los ojos para detener el juicio inexorable de la sociedad exitosa que lo rodeaba y el gesto de las extremidades para inmovilizar el tiempo. “Lucho” sabía lo difícil que era soñar cada noche, la hazaña que era vivir cada día.

Solo el amor de sus musas logró calmar sus desasosiegos. Fueron muchas las mujeres que dieron aliento a su proceso de ver, rever las energías presentes en la realidad: Francisca, Gregoria, Claudia, Andrea, Maya, cada una tiene poemas dedicados, un espacio en su mente y en su corazón.

La fragilidad de Luis Prieto es asediada por una cruel enfermedad mental que fue mermando sus fuerzas figurativas, así como sus afanes de transitar por la ciudad. Luis Prieto Balmaceda, como las luciérnagas, que al final de sus vidas ven extinguirse su luz y esperan la dulce muerte, fue apagando de a poco sus energías, su fluir de rayos lumínicos.

Nos legó una sensibilidad desplegada en múltiples fotografías, en delicados poemas, creativos dibujos, todas experiencias sensibles que esculpían un corazón bondadoso y sofisticado. “Lucho” Prieto, como lo muestran sus capturas fotográficas, fue abriendo un mundo sensorial lleno de asombro, paradojas sin descifrar, búsquedas personales, amarradas a un contexto espacial preciso y, al mismo tiempo, empalmes todos de una portentosa construcción visual. Es en ella que alcanzamos a vislumbrar la elevación de su libertad, eje transparentado desde un corpus sensorial autónomo, idealista, siempre luminoso.

Gonzalo Leiva Quijada.

NOTAS:

(1)       Eugenia Brito, Campos Minados (Santiago: Editorial Cuarto Propio, 1990), 8.

(2)       Poemario Cuadernos Negros, 3 de abril de 1991.

Revista de arte, literatura y política.

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