07 de noviembre 2013

Más allá del golpe

El número 15 de la revista AMI, (Actuel Marx Intervenciones), correspondiente a  que hoy presentamos llega con retraso a los relatos que durante una semana de septiembre llenaron miles de páginas con la historia de Salvador Allende, de la Unidad Popular, de Pinochet y la Junta militar, del bombardeo de la Moneda, del castigo y del exterminio contra las organizaciones revolucionarias y populares y contra la sociedad chilena en general. Los 40 años que han causado tanto revuelo durante algunos días del pasado septiembre del año 2013, marcaron principalmente el sufrimiento de las víctimas de violaciones a los derechos humanos y se produjeron en un momento histórico que a inicios de este siglo aún no se define, pero que se caracteriza por la crisis generalizada del capitalismo mundial. Chile parece salvarse –según los discursos del Estado–, pero la supuesta salvación se sostiene en una nueva esclavitud que se borra con las propuestas del mercado. A 40 años del Golpe de Estado y a 43 años del triunfo electoral de la Unidad Popular, la historia vuelve a ser interrogada por las revoluciones sociales para empujarnos a seguir interesados por problemas de un importante trasfondo económico ligado a los programas norteamericanos. La radicalidad del programa de los Chicago Boys no se contenta con un libre mercado que interviene al Estado y convierte todas las dimensiones de la vida social en objetos de intercambio. En este marco, una dictadura según señala Hayek, puede ser necesaria para la instalación del neoliberalismo.  

El capitalismo neoliberal chileno muestra la fragmentación y la precarización del trabajo y de los trabajadores que pasan por un fuerte proceso de individualización. Los gobiernos de la concertación no han removido un ápice la constitución de la dictadura y solo han hecho y propuesto arreglos superficiales que maquillan por un rato la comodidad de su continuidad política. El contexto en el que se han dado los homenajes a las víctimas, es de una celebración que deja clara la derrota histórica del 11 de septiembre de 1973. Sin embargo, la fecha como el proceso que hizo posible al golpe, precisan ser examinados y reflexionados más allá de la data y de su fuerza. Hubo lucha y hubo luchadores. Hubo intentos revolucionarios y hubo declaraciones de guerra. En este marco, el presente número ha querido poner en otro lugar a la memoria y a la política que de ella se desprende.

El golpe de Estado en Chile es un acontecimiento que tiene una fecha y un lugar indiscutible y diferenciable. Se distingue del hecho situado en la regularidad temporal donde tiene lugar la predicción e intenta salirse del dato y de la experiencia. Pero el golpe es sobre todo el instante objetivado en el combate de quienes murieron y que hoy surge neutralizado por la victimización. Estos/as combatientes existieron, al igual que sus resistencias que no fueron ni son puro resguardo, pues contienen la intransigencia de sus luchas y de una organización política que estos hombres y estas mujeres fraguaron antes y después del golpe de Estado. Podemos por tanto reflexionar y aprehender a este golpe en dicha data, pero también sentirlo en las luchas de hoy como si nunca se hubiese ido. Invitamos en este número de nuestra revista a situarnos política y comprensivamente en el golpe desde el lugar y la carne de quienes lo vivieron y no lo vivieron. Fuera del tiempo, fuera de las generaciones y por lo tanto al interior de una historia social que nos remece a todos. Es probable que la supuesta última vez del golpe no se haya acabado y que 1973 regrese vestido de otro modo en quien sobrevive y en sus descendientes, en los restos surgidos de los entierros, en la porfía familiar cortada del abrazo o en los objetos y recuerdos que imposibilitan el olvido. Pero también está presente en las rabias y en las luchas actuales contra una política bastarda que el Estado pone en instituciones cínicas que concentran las lógicas de un poder que avergüenza en su sentido público. El tiempo pasado vacía en el presente el acontecimiento que aparece lleno de novedad y de nuevos significados y deja un lugar vacío que invita a observar y a pensar por ejemplo, en las lógicas de la indiferencia ante la barbarie del mercado que domina.

Es Santiago. Es martes. Es 11 de septiembre. Aseguran que llovía, que lloviznaba, que estaba nublado. Algunos recuerdan haber visto la lluvia en sus ventanas y haberla sentido suave en sus rostros mientras huían inventando nombres y actividades creíbles que les dejaran pasar las barreras militares que adornaban el teatro preparado de antemano. Los que cuentan, confunden tal vez con otro martes, cuando fueron detenidos, pero poco importa el orden de sus recuerdos, pues la lluvia se hace signo cuando cae un martes de septiembre en cualquier año, humedeciendo y enredando recuerdos que estampan lo ocurrido por fuera del tiempo. La forma que oprimía el alma de ese día con sus violencias se libera hoy del tiempo y llega voluntariosa a rememorar sin pretensión al pasado para insertarlo en el proceso que lo actualiza. Lo vivido, ya desordenado y transformado, regresa como una idea materialista anclada en las experiencias sensibles y memoriales. La historia es más que una ciencia, es una forma de rememoración, advierte Benjamin. Tiene la fuerza transformadora que modifica el dato y con él al sufrimiento.

Pero una fecha puede cubrir toda experiencia. El 11 de septiembre chileno satura al presente de sentido y extrae el pasado oprimido para liberarlo de su pesadumbre y hacerlo regresar a una lucha política entendida por fuera de la victimización. La mañana del martes 11 está ahora aquí. Hay personas que aplauden y beben en las calles cuando arrestan a la gente y que tienen las mejillas rojas por el goce y la bebida. Mátenla, mátenlos a todos”, aúlla una mujer cuando ve sacar a empujones a una chica de su casa; “mátenlos a todos”, gritan algunos chilenos de Antofagasta contra los inmigrantes; que se quemen todos”, escriben furiosos ciudadanos al momento del incendio de la cárcel de San Miguel. La visión del presente surge temerosa de esta pesadilla de experiencias compartidas en torno a un golpe que obsesiona como puro pasado para nutrir a variopintos personajes que se alimentan del sufrimiento. La obsesión memorial -como señala Brossat-, impide la crítica del presente cuando se convierte en el conveniente sentido común de clase-media. Las imágenes apocalípticas prohibidas se proyectaron en Chile reforzando el miedo a las luchas sociales y olvidando que más debiéramos temer a las amenazas de los gobernantes que sirven al mercado para esclavizarnos. La política país’, como llamado común a la defensa de la patria, pudo verse a la semana siguiente de las celebraciones del golpe, cuando la sociedad entera se volcó a comer y a bailar para el cumpleaños de Chile. Un público formateado para los medios, especialmente para la televisión, que lo ensalza al mismo tiempo que lo humilla y que lo castiga haciéndolo reír de su propia indignidad. Mientras tanto, las luchas ancestrales del pueblo mapuche terminan con sus dirigentes jóvenes viejos y niños en las cárceles. La memoria entonces parece limitarse al acontecimiento que finalmente reúne para el olvido.

Abordar estos límites de una memoria contable y contabilizada implica correr el riesgo del ángelus novus de Benjamin para una reformulación compleja del concepto de historia desde el cuadro de Klee. El Ángel solo ve la catástrofe de los acontecimientos y no puede despertar a los muertos ni reunir a los vencidos a causa del progreso que llega enredándole sus alas. Solo le queda el futuro al que le da la espalda. Pero es contra la idea de progreso –dado que mira hacia el pasado– que llega la catástrofe de la creencia que confía en lo que se llama democracia. Hay que alejarse de la historia y no reconciliarse con ella, pues es preciso reflexionar críticamente sobre aquellos arreglos que nunca repararán lo que está irremediablemente roto. La historia no es lo que resta del pasado, como un antes inmóvil y descifrable en la objetividad historiográfica que relata la historia de los vencedores que nos habita y se mete en nuestros cuerpos y en nuestra conciencia. Es más bien un antes complicado, que gravita alrededor del ahora y que tiene un presente que aparece como la mejor ocasión para una rememoración activa que se reactualiza. En esta reactualización, frente al ángel desorbitado de Benjamin (1) se erige el ángel sonriente de Antelme, el de la Catedral de Reims (2) que llega después de las masacres para sonreír. La cadena de acontecimientos para el Ángel de la historia, es pura catástrofe y para el Ángel de la sonrisa, un signo que el hombre le hace al hombre mismo. En ambos casos, el plural complejo de la historia parece borrarse. Vale la pena aprehender entonces a estos ángeles en paralelo y simultáneamente.

Es inmensa la deuda que tenemos con los olvidados de nuestra historia que en alguna parte nos esperan como vencidos de ayer, para que los liberemos de su tormento, devolviéndoles la dignidad perdida de lo que fuera un acontecimiento revolucionario en el que estuvieron, e impedir que dicho acontecimiento regrese disfrazado de arrogancia. Son los vencidos anónimos de las poblaciones, de las fábricas, de pueblos alejados, de cités y conventillos, de cárceles y centros de encierro, entre tantos otros lugares que no se exhiben. Ante lo que Manuel Contreras repitió como el vae victas de los generales romanos para declarar el exterminio, queda el enfrentamiento de la política radical de una búsqueda creativa que se arma en cada intersticio, como aquellos por donde escapan los chicos de la calle para sobrevivir. Un modo de luchar tácticamente con las armas de los débiles, de los artistas y los humillados, como múltiples contra-conductas, como papafritas o como perras en continua performance.

Chile vivía una situación revolucionaria que no se recuerda públicamente. Había efectivamente un movimiento de masas que irrumpió en la escena socio-política. Las clases populares se habían aliado contra la oligarquía terrateniente y financiera, al punto de ocupar fábricas y tierras gracias a un largo trabajo de auto-organización. Y aunque había divisiones de la izquierda entre la apuesta pacífica y la lucha insurreccional que se proponía crear poder popular, la burguesía declaraba la guerra contra los rotos que pretendían salir de sus casuchas subiendo a sus barrios ‘altos’ para ensuciar sus calles.

Siendo así, hay que sacar a los combatientes de la oscuridad donde se les ha puesto y recordar sus combates, si queremos realmente escapar al presente ineludible y a los totalitarismos, para no repetir la derrota, para que no se eternice ni se interrumpa, para intentar una y otra y otra vez transformar la historia e intentar que cambie de sentido. Porque lo ocurrido no tiene porqué remitir a un puro pasado fundador y olvidado, como si fuese solamente un pasado traumático, sino al montón de ruinas a las que alude Benjamin en su novena tesis, que han dejado perderse tantas ocasiones y tantas posibilidades de cambios no cumplidos y entumecidos. Los que llegan a la lucha de hoy necesitan mayor claridad respecto a los que lucharon antes para que puedan asumir la tarea que viene. No basta por lo tanto con solo articular históricamente el pasado para exponer la ilusión positivista –como señala Bensaïd–, más bien diríamos con él que se trata de volverse un maestro del recuerdo y agarrarlo en el aire y sorprenderlo en su fugacidad(3).

Lo que está al centro de esta reflexión es la revolución que interrumpe el curso ordinario de las cosas y que produce el acontecimiento ante una realidad tan brutalmente herida en la esperanza y tan pesada para quienes vengan a enfrentar el orden que sigue favoreciendo a los mismos grupos familiares que continúan dominando. La herida que oscurece y complica el futuro no tiene por qué someternos. Podemos desacralizar el acontecimiento y sacarlo de la teología y podemos enfrentar también la retórica posmoderna que lo amenaza, cuando busca las posibilidades de una cierta salvación basada únicamente en el individuo. Es posible desafiar y rechazar la fatalidad de los discursos armados de la nada que dejan al acontecimiento en un lugar vacío. Lo que ha ocurrido en torno a él nos permite reunirnos y pensar conjuntamente, pero lo que compartimos y pensamos no tiene porqué ser pensado solamente al interior del acontecimiento mismo y desde sus características, sino también en los lazos que ha tejido y teje con la situación de la que emerge. No hay tabula rasa, siempre se parte de algo en un tiempo donde las cosas realmente sucedieron, independientemente de que la memoria no consiga enumerar todos los hechos puestos en orden para ser luego contados al infinito.

El acontecimiento es inoportuno, llega muy pronto o muy tarde y cuesta imaginar que pueda llegar, dado que como ocurre con el terremoto que esperamos cuando ha pasado el tiempo y no ha temblado y nos preguntamos por él, la hora propicia parece ser siempre prematura. La vida da cuenta que al igual que ayer, los problemas y las luchas de las clases sociales se mantienen tras maquillajes más firmes y más suaves y a través de violencias más simbólicas que esfuman las diferencias más crueles tras el orgullo extraño de un Chile que se siente crecer con fama internacional. No obstante, la privatización colma la vida encerrando a los niños en cárceles de muerte, suicida a los enfermos que no consiguen hora, extermina un pueblo que lucha por su libertad, termina con las esperanzas educativas que construye, mata antes de la jubilación. En vida. El mundo patas arriba que vivimos parece no extrañarnos, se presenta como normal y justo a ser vivido. Necesitamos entonces buscar en la política algo más que permita cambiar el mundo desde el mundo mismo, cambiando lo que lo hace ser lo que hoy es. Quizás es mucho pensarán ustedes, pero se trata de la misma petición que nos hacíamos en esos años cuando la revolución nos hacía luchar por ella.

La historia ya no es únicamente restauración sino la liberación y la redención que convergen en una acción política transformadora, en una política que prime sobre ella. La incertidumbre y sus ambigüedades que vociferan los convencidos del riesgo, de la liquidez y de los flujos por donde se pierde el sentido, junto con la búsqueda de explicaciones en un pasado que se niega y se cierra, no consiguen argumentar sobre lo que no se ha podido hacer sobre nuestro pasado. Es necesaria la rememoración para afirmar la potencia de lo colectivo en el campo político, de modo a poder emanciparnos y liberarnos del olvido, de las ruinas y de la derrota que nos embargan. Los mausoleos no bastan para rescatar los pedazos de memoria que surgen como arena pegada en los murales de una historia arbitraria anclada en la historia oficial. Ello hace de las cuatro décadas conmemorativas un pasado que favorece una política cómoda y un devenir descontrolado. Hay que preguntarse si es posible apropiarse del pasado, victorioso o derrotado, con pretensiones de oficialidad. O si el carácter reivindicativo de las luchas anteriores no es ahora propiedad de los partidos, de los movimientos y las organizaciones que lo han convertido en pura lógica victimizadora con carácter de verdad. Hay que preguntarse por los organizadores de derrotas y de contra-revoluciones. El aparato estatal ha trabajado duro para convencer que las luchas de hoy son peligrosas y que vienen encapuchadas en una juventud y en una niñez que busca explicaciones y reprime a los barrios donde los ha confinado para vivir y al mismo tiempo vende sin vergüenza alguna las conmemoraciones oficiales que construyen memorialidad sobre un presente que duda de su futuro, que se avergüenza de su pasado y que celebra las distorsiones para restablecer el orden de la centralidad.

La fecha del 11 de septiembre de 1973 debiera ser pensada por sobre la data, escudriñando y desenterrando lógicas que ocultan por ejemplo, la movilización autónoma de la clase obrera chilena que formara comités obreros en las fábricas y, comandos populares de justicia, organización y educación en las poblaciones. Pero los hechos revolucionarios parecen quedar pegados en la teleología de una izquierda (o seudo-izquierda) como pecado juvenil o como pesadilla subversiva plena de peripecias psicologizantes de la que algunos se arrepienten y donde los mausoleos y monumentos devienen muro de los lamentos. Por fuera de estas realidades el golpe se conmemora de un modo nunca neutro y articulado con innumerables discursos y disputas por el poder y la dominación. La sacralización mediática de los cuarenta años ha sido organizada y pensada a través de una empresa falsamente científica y auténticamente ideológica, que ha despolitizado la superficie que oculta una operación esencialmente política e incluso militarizada, que sumerge la formación social chilena unida y reconciliada en la página volteada.

No hay un solo golpe entendido, sino muchos y diversos que dejan huellas perdidas en el-golpe-que-está-siendo y su memoria no es más que la captura de estas mismas huellas, reificadas y convertidas en representaciones absolutas y clausuradas de la historia. Y si el museo de la memoria se esfuerza por capturarlas, solo estatuye las huellas del golpe que ya no es, localizándolas en un pedazo de pavimento, en una calle, en un monumento o en un museo visitado para conocer los efectos del golpe que se busca superar. Esta es la consigna de toda transición, es el lugar común de la conjura de sus causas, para que sus efectos queden atrás, olvidados y excluidos pero esquematizando el por venir mediante intensos golpes cotidianos. Tras un golpe está el sufrimiento que da paso a la encarnación silente confundida con el olvido. La intensidad del dolor de las heridas sigue siendo el enigma inscrito en la dimensión espectral que trasciende al tiempo, porque no es el cuerpo golpeado quien palpita posteriormente al golpe, sino es el golpe en sí mismo que permanece. Es decir transita pero no es transición, es relevo [Aufhebung] porque re-vela también el paso de su dialéctica perdida. Un golpe entonces no es tan sólo un instante que pasa y que se pierde, tampoco es lo que permanece aquí, ahora, como la huella oculta del presente vivo. ¿Qué puede ser entonces? Tal vez lo que no se deja descifrar. O bien el pasadizo secreto que mantiene lo que nunca se puede borrar. Historizar su historia, reconstruir su política, esquematizar sus efectos, parece así la tarea de un análisis interminable.

Historicidad o sociología, realidad de una presencia dada por dentro o por fuera de la celebración, o realidad del derecho que se apodera del hecho ahora convertido por la moral que lo atraviesa, muestra al golpe que parece hundir su humanidad en la víctima, destruyendo al combatiente. Aunque el golpe de 1973 tenga distintas consecuencias en tanto sea visto como acontecimiento o como hecho social, más allá de su origen y de su temporalidad, reviene hasta el imaginario del presente de este año 2013. Sin embargo, con 40 años de edad pareciera que el acontecimiento ya no es tal. Repite lo ya tantas veces mostrado y dicho y a pesar de los esfuerzos por las novedades exhibidas augura lo que incesantemente se dirá. ¿Qué hacer para no separarse del rol que la historia ha jugado en este acontecimiento y no separarse de la atadura con el drama? ¿Se trata únicamente de enfrentar el traumatismo colectivo de un golpe que irremediablemente nos destrozara hace cuarenta años? Podríamos responder desde la angustia por el “caos” generalizado que roe la identidad y el sentido, buscando los elementos que construyen dicha angustia o recurrir a la encuesta que mida la inquietud construida por el sentir común del “nada funciona”, “todo está mal”, “el mundo ha cambiado” y demos vuelta la página”. Solo que estas generalizaciones del malestar apelan a la nostalgia de la opinión pública y si seguimos sus pistas, la historia del golpe seguiría el curso de lo que nunca se transforma y por lo tanto, de su imposible liberación.

Pero la fecha mata en vida. A veces su recuerdo se borra, otras veces irrumpe estremeciendo a la memoria acomodada en hechos protagonizados por los principales actores de la política, sostenidos en las creencias de cosas armadas de un único modo. El despliegue espectacular del golpe llega entonces repleto de la amnesia de lo vivido y su materialidad inscribe en sus efectos las huellas de su contexto por venir, de ahí la necesidad de pensar, con el mayor rigor y responsabilidad no tanto sus efectos, sino la posibilidad incierta de un golpe de timón y virar hacia otro cabo para eludir la causalidad tramposa de la transición. El golpe podría ser un marco o una forma o un telos de la reificación encarnada subjetivamente en la memoria y objetivamente en el espacio colectivo reificado por quienes conforman la sociedad.

El Ángel de la historia invitado a este golpe voltea la mirada al rememorar el pasado para sacar lecciones del sufrimiento y los castigos y extraer al mismo tiempo la potencia de una política liberadora que precisa despojarse del fardo del sometimiento y la derrota, cuidando que el monstruo no renazca cuando se le aloja y olvida en un pensamiento democrático. La mirada volteada podría encontrar algo más que inaugure un mundo distinto para los vencidos contrariamente a la página volteada que evita evocar para construir sobre la nada lo que no adviene.

Dejamos con ustedes a un puñado de artículos y de autores que venidos de distintas disciplinas abren la puerta a la reflexión y al debate que propusimos en un comienzo. Tal vez sea un paso para una política que supere la tristeza de la pérdida. Porque como decíamos, tal vez hay que superar el golpe de 1973 para entender que no se ha acabado y que así como han habido antes muchos, vendrán todavía muchos más. Bajo el disfraz, no sólo del golpe a los derechos humanos –que nada tiene ver con la economía o de la estructura económica única capaz de explicar el golpe–, sino de una economía mayor que nos reserva disfraces que aún no sospechamos. Queda mucho por reflexionar, más allá del golpe, sobre esta totalidad de una economía que aprisiona todos los ámbitos de la vida, en un mundo donde: “la riqueza de las sociedades en que impera el modo de producción capitalista se presenta como una inmensa acumulación de mercancías” (4).  

(1)Benjamin, Walter, “Sobre el concepto de historia”, en Estética y política,  Ed. Las cuarenta,  2009, Buenos Aires.

(2)Robert Antelme, “El ángel de la sonrisa. Catedral de Reims”, en Robert Antelme. Textos inéditos. Sobre la especie humana. Ensayos y testimonios, Paris, Gallimard, 1996, pp.15-16. Existe una traducción en LOM Ediciones, Chile: La especie humana, LOM Ediciones, 1999, Santiago Chile.

(3)Bensaïd, Daniel: Walter Benjamin, tesis sobre el concepto de historia. (Texto incompleto y sin fecha. En su computador está fechado en septiembre 2009) Daniel Bensaïd vuelve a su trabajo sobre este tema en El centinela mesiánico de 1990.

(4)Marx, Carlos: Zur Kritik der politischen Oeconomie, Berlin, 1859, p.3.

Profesora de Sociología en la Universidad de Chile. Es directora de la revista Actuel Marx/Intervenciones y miembro del comité editorial de Lom Ediciones.

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