03 de octubre 2012

No todo puede ser contado

Sobre la novela La incapacidad, de Daniel Campusano.

Walter Benjamin en su libro Para una crítica de la violencia y otros ensayos (1) propone, en el capítulo titulado “El narrador”, que en la actualidad existe una profunda traba al momento de transmitir la experiencia, casi como una pérdida completa de la función humana y natural de comunicar lo que nos sucede, sucedió o simplemente deseamos contar. Ya no existe esta labor artesanal del sujeto (sabio) que le comunica y por ende enseña al otro (aprendiz). Según Benjamin, la facultad de transmitir experiencias de un sujeto a otro(s) está siendo retirada –o está retirada completamente–, lo cual se produce por nuestra actual condición postmoderna, la multiplicidad de información presente en los medios, el desinterés gravísimo que existe actualmente por el otro o parafraseando las palabras de Lyotard (2), la pérdida completa de una idea unificadora, de un concepto establecido y narrativa total que nos sirva de guía, paradigma o base, a lo que solo nos queda la unión de ideas superpuestas, influencias, collages y pastiches que generen la ilusión de un concepto supremo, de un flujo continuo, con lo que –volviendo a los términos de Benjamin– concluimos en la ausencia total del metarelato.

Además, en este capítulo Benjamin menciona lo que para muchos es conocido como “Shell shock” o trauma post-guerra, donde los soldados en vez de narrar su experiencia regresaban mudos, inmovilizados de narrativa y fragmentados por dentro, que incluso, en muchos casos volvían con sus familias en un estado perturbador, cercados por sus recuerdos, manifestando convulsiones y espasmos musculares. Como plantea Benjamin, “con la Guerra Mundial comenzó a hacerse evidente un proceso que aún no se ha detenido ¿No se notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de batalla? En lugar de retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos”, vale decir, retornaban rodeados por el trauma.

Sobre asuntos del trauma, Sigmund Freud dijo que “recordar es el mejor modo de olvidar”. Olvidar el trauma claro, porque el suceso es imborrable, al igual que el daño, que es una etapa ya vivida, pero sí mediante el olvido del trauma se puede encontrar un alivio. Para eso, es necesario recordar y para recordar es necesario vivir, ser parte de la experiencia o al menos contar con alguien que nos pueda recrear lo ocurrido, que nos pueda narrar la experiencia vivida y apropiarnos. Solo de esta forma podemos olvidar, quitarnos el pasado de encima y asumir nuestro dolor. Solo de esta forma podemos levantar el relato y abordarlo, reconstruirlo y darle un sentido nuevo, digerirlo. En caso contrario, el pasado quedará ahí, dentro de uno, latiendo con fuerza, como un pequeño cáncer que crece, recordándonos día a día que al momento de olvidar somos simplemente incapaces.

 

La incapacidad

La RAE define la palabra incapacidad como la “falta de preparación, o de medios para realizar un acto”. Es decir, un sujeto incapaz es aquel que no posee las herramientas necesarias para concretar su objetivo. Daniel campusano (Santiago, 1983) en su novela La incapacidad trabaja justamente con esta falta o ausencia, que se traduce en la imposibilidad de un joven chileno por reconstruir y entender un fragmento importante de su vida que a la vez, se traduce en la incapacidad por recrear un fragmento fundamental de su familia.

Rodrigo Saldías es hijo de un exiliado político que luego de 8 años viviendo en Suecia vuelve junto a su familia a tierras chilenas. Ya en Chile conoce a Antonia, hija de un empresario que trabaja en la fabricación de explosivos al norte del país. En los comienzos de su adultez, Rodrigo decide reconstruir la historia de su padre, dando así inicio a un viaje que, sin caer en la estética detectivesca o policial, lo ayudará a entender los problemas de su círculo familiar y también será clave para entenderse. Sin embargo, con el paso del tiempo reconoce que esta búsqueda es digna de un final imposible. El protagonista, luego de conflictos psicológicos poderosos, llega a la conclusión que su problema máximo está en que su vida es a fin de cuentas un mar de fragmentos, condición postmoderna por excelencia y que lo agobia. “¿Puedo saber cómo fue el momento Rodrigo? El momento que murió tu padre” (pág. 31).

La novela transcurre entre la vida de Rodrigo y Antonia, bajo una propuesta narrativa cuyas perturbaciones temporales entre cada capítulo (viajes entre el pasado y el presente constantes) unen finalmente un rompecabezas que configura la relación entre ambos personajes y también la condición interna de Rodrigo. El foco narrativo siempre es homodiegético, el narrador participa en la historia y describe con claridad y sin excesos los ambientes sociales y los planos mentales de la diégesis. El lector lentamente se siente persuadido, sumergido en el relato. Es una novela con un trasfondo político, pero que trabaja el golpe militar desde una postura distinta; desde la percepción de las nuevas generaciones sobre las décadas del 70’ y 80’ y la reconstrucción de la historia mediante la edificación de un relato imposible que sí o sí será fragmentario.

“¿Cuál es la parte que, a mis veintiséis años, no puede ser terminada? ¿La vida privada de mi familia? […] ¿Cómo contar una historia si, en el fondo, ninguna intimidad puede ser devalada?” (pág. 127) – dice Rodrigo en una de sus noches de insomnio. Porque eso es justamente la novela, la historia de una familia intranquila por su pasado, desvelada y que dormita el día a día entre la ausencia y las respuestas vacías. La incapacidad es una obra que trabaja el miedo desde otra perspectiva. Lo trabaja desde una generación ausente, desde un temor mitificado, desde un exilio que significó ser extranjeros en su propia tierra. “Es duro, Rodrigo –le dice su Tía Angélica–, pero después de llegar siguió siendo difícil para tu padre. Para tu madre, en cambio, fue distinto. Apenas llegó retomó contacto con sus compañeras de colegio, de universidad. Ella de seguro luchaba por curarse de rencor, por hablar con todos, por olvidar la tristeza, incluso hasta hoy evade las conversaciones de política. Tu padre, en cambio, sintió el cambio… no es que quisiera ser héroe, pero una vez entendió que ni siquiera consideraban a los exiliados. A principio de los noventa, y aunque estuviéramos en democracia, todavía no era conveniente hablar de los crímenes de régimen. Incluso los diarios seguían hablando de presuntos desaparecidos” (pág. 110).

Es una novela con una perspectiva nueva frente al golpe, otorgándole voz a una generación joven, veinteañera y que conoce la dictadura desde otro ángulo, pero también, es un ejemplo claro de lo advetido por Benjamin, de esta pérdida de la transferencia, de esta facultad extinguida que era transmitir la experiencia. El joven Rodrigo es el portador de un peso inexplorado, de un dolor inédito y una vida olvidada, en un mundo cotidiano que de a ratos parece una fantasía, como la presencia de el Diablo, eterno jardinero en la casa de Antonia que esconde un secreto familiar tras sus ojos y el poeta Pol Jara, sujeto misterioso que aparece y desaparece en la vida del protagonista. Es la historia de una sociedad fragmentada y de una familia que ha perdido su base, su raíz, su crecimiento en una misma tierra. Es la historia de una familia extirpada en pleno proceso de fertilización y que fue replantada en una tierra nueva, fría, que generó una distancia y el congelamiento de los lazos, del pasado, de la patria y que culmina finalmente en la fragmentación de todo.

La incapacidad, convive con una variedad de mundos tras el lenguaje. Es una novela que cohabita con la angustia, la inquietud y una lastimera revelación; ser incapaz de entender el pasado y a su vez desligarlo del presente. “Pero es ante nada en el moribundo que, no sólo el saber y la sabiduría del hombre adquieren una forma transmisible, sino sobre todo su vida vivida, y ése es el material del que nacen las historias” nos dice Benjamin en su ensayo, pero en La Incapacidad, de Daniel Campusano ese material no se transmite, porque la historia que tanto desea Rodrigo escuchar está sepultada junto a su padre, aquel que conoce y vivió lo que este quiere saber, lo que intenta reconstruir. Ya no habrá más una narración de parte del padre, no habrá más una fuente directa, él ya no podrá entender qué fue lo que sucedió ni mucho menos recrear lo vivido, esa no-vida que también le pertenece.

“La inmensa mayoría, en tanto, no se pronuncia, y no por miedo o desconocimiento, sino por un honesto desinterés: todos los políticos son ladrones, dicen despreocupados de los noticiarios, juntando dinero para comprar un auto o las últimas zapatillas. Los que se dicen izquierdistas me preguntan borrachos si soy hijo de un guerrillero, y más borrachos me preguntan si mis padres fueron asesinados. Los que se dicen de derecha, más cautelosos, me dicen borrachos que los jóvenes no tenemos la culpa de nada, pero nunca les he entendido a qué se refieren exactamente cuando hablan de culpa” (pág. 61-62). Y Rodrigo, el distraído estudiante de literatura, sabe que “recordar es el mejor modo de olvidar” como planteó alguna vez Freud, sabe que es el mejor método para aniquilar el trauma, sin embargo, ¿alguna vez comprenderá que entender el pasado le será imposible? ¿Alguna vez dejará de sentirse incapaz?

Porque de eso habla esta novela, de la incapacidad, de Rodrigo y su incapacidad. De los problemas con el pasado y este presente imposible, esta narración inconclusa.

 

Referencias

1)      Benjamin, W. “El narrador”, en Para una crítica de la violencia y otros ensayos. España, Madrid, Taurus, 1991. Traducción de Roberto Blatt

2)      Lyotard, J. La Condición Postmoderna. España, Madrid. Ediciones Catedra, 1987. Traducción de M. Antolín Rato.

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