13 de mayo 2010

Nociones de una lucidez didáctica

A propósito de “El concepto de ideología” de Jorge Larraín

No hace muchos años atrás, un académico de una de las más prestigiosas universidades de nuestro país, me reprochaba por utilizar el concepto de ideología. Eso era traer de vuelta temas en desuso, propios de una época que, decía, habíamos dejado afortunadamente atrás. Ya sabemos sin embargo, que la ignorancia se parece menos a un lugar vacío que a una acumulación de falsedades (a menudo muy convenientes). La negación del problema mismo de la ideología ha sido una estrategia de despolitización de profundas consecuencias ideológicas.

De modo entonces que lo primero que podemos valorar de la publicación de El concepto de ideología de Larraín es el hecho mismo, cargado de indudables implicaciones ideológicas. No porque el texto contenga llamados a la acción política o alguna forma de discurso militante (acepciones éstas que reviste a veces el concepto de ideología), que no los tiene, sino porque Larraín instala la idea de ideología con una acuciosidad y una amplitud tales que no permite dudar de su importancia dentro del pensamiento social moderno.

La obra hoy parcialmente publicada de Jorge Larraín constituye con seguridad uno de los ensayos más exhaustivos que se hayan escrito sobre el tema no sólo en Chile, sino en toda la lengua hispana. Hemos visto aparecer los tres primeros volúmenes, y se espera la pronta aparición de un cuarto tomo.

Terry Eagleton, uno de los más lúcidos críticos culturales de la actualidad, incluye al final de su Ideología una breve recomendación de lecturas complementarias sobre el tema. Cito: “Para aquellos que busquen una excelente y amplia introducción sobre el tema de ideología, The Concept of Ideology de Jorge Larraín es difícil de igualar por su alcance histórico y poder analítico” ((Ideología. Una introducción)). El texto al que se refiere Eagleton, publicado en Londres en  1979, constituye el antecedente de esta obra.

En segundo lugar, es de destacar el estilo. Sobrio, directo, alejado de toda pose intelectual, la escritura de Larraín podría inscribirse en esa tradición británica “donde la lucidez es una preciosa herencia y donde por lo general no se supone que una exposición teórica, para serlo, deba ser difícil de comprender.” ((La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa.))

Los dos primeros volúmenes de El concepto de ideología recorren el pensamiento marxista, desde el propio Marx hasta Althusser, pasando por Lenin, Gramsci y Lukács. El segundo volumen está presidido por la idea de que en el marxismo posterior a Marx hay un cambio sustantivo en la manera en que se piensa a la ideología, que abandona su negatividad. Pero, ¿a qué atribuir ese cambio? Historizar el concepto es la mejor forma de apreciar su armadura teórica. Larraín sostiene que la variación se debe a un conjunto de causas que se ubican, por decirlo de algún modo, dentro de las fronteras de la teoría: las formulaciones de Marx y Engels, el ratos indiferenciado tratamiento del tema junto al problema de la determinación o la falta de acceso a La Ideología Alemana por parte de las dos primeras generaciones de pensadores marxistas posteriores a la muerte de Marx.

Sin embargo –y ahí emerge lo verdaderamente interesante– Larraín percibe la necesidad de articular estos procesos teóricos con los procesos de la lucha política: “cualquier explicación de la evolución del concepto neutral de ideología necesita ir más allá de la esfera de las meras elaboraciones intelectuales”. ((El concepto de ideología. Vol. 2)) Es un hecho que ya había situado Perry Anderson ((Consideraciones sobre el marxismo occidental)).

Un modo productivo de apreciar el carácter materialista de esta concepción de la ideología está, según creo, en el diálogo que es posible articular entre las Tesis sobre Feuerbach y el conocido Prólogo. La clave se encuentra en la práctica. Dado que el materialismo marxista es menos una apelación empirista a una realidad establecida que una teoría de la práctica transformadora del hombre, cualquier historia del concepto de ideología debe ser, de vuelta, una investigación sobre el papel de lo ideológico en la historia. Sin embargo el texto de Larraín es restringido a ese respecto, como su propio título lo revela.

Un par de ideas sobre esto: Raymond Williams denunciaba en los 70 la “amarga ironía” de invocar en el nombre de Marx una noción de determinación que como externalidad somete al sujeto, desde fuera de la historia y la política, a una condición de pasividad. Pero en la superación de esa idea, en lugar de botar el problema de la determinación con el agua de la tina, es mejor sostener la tensión que éste contiene para intentar una dialéctica más virtuosa de “cultura y sociedad”. La reivindicación de las potencias modeladoras de la “superestructura”, en vez de buscar allí un nuevo factor autónomo –piénsese en la crítica de Kosik–, debe reponer una mirada integradora donde lo económico y lo social jueguen su suerte en la misma práctica que lo ideológico. En definitiva, lo peor del determinismo estrecho reside no tanto en la desvaloración de la especificidad de lo cultural como en sus consecuencias despolitizantes.


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