05 de julio 2017

Notas sobre la zona de catástrofe donde todos vivimos

Notas sobre la zona de catástrofe donde todos vivimos (o, todos cachan que esto es Chile).(Parte I)

A la memoria de Miguel Abensour.

“La realidad del alma está fundada sobre la materia corporal, y no sobre el alma misma. De modo más general, el mundo material es -al interior del mundo objetivo total, que nosotros llamamos Naturaleza-, un mundo cerrado sobre sí y particularmente, que no tiene necesidad de apoyo alguno sobre otra realidad. Al contrario, la existencia de realidades espirituales, de un mundo del espíritu real, está ligada a la existencia de una naturaleza en un sentido primero, la de la naturaleza material, y esto no por razones contingentes, sino por razones de principio”[1].

(Husserl)

“Un niño juega en medio de la tormenta/
que es capitán de un buque que se dio vuelta”
“Bueno estaría aquello y que fuera cierto/
que nos riamos un día de los elementos”

(Víctor Jara)

 

1.- El Estado de catástrofe, más que instalar o declarar una dinámica de excepción sobre tales o cuales coordenadas, corre el tupido velo de la normalidad chilena para dejar entrever de forma privilegiada la verdadera catástrofe, la calamidad, el desastre: la brutal injusticia que articula nuestra idea de nación.

1.2.- Así comprendida, la catástrofe no instala nada sino todo lo contrario, interrumpe la identificación de la calamidad, esta contingencia desastrosa, con la para nada azarosa incidencia de las condiciones climáticas que azotan con una frecuencia cada vez más regular a los sectores marginados de nuestra accidentada geografía. Una vez interrumpida esa concatenación, catástrofe/azar, es posible pensar la calamidad como una oportunidad violenta de desmontaje.

1.3.- La aparición de la marginalidad aquí parece transitar desde su acepción geográfica hacia su connotación social. El sector marginado se deja leer así, por una parte, como el lugar que ha resistido a la fuerza centrípeta del Estado y que, por lo mismo, ha sido relegado a condiciones extremas, apartadas e indómitas. Apelativos todos que buscan nombrar una relación distinta, más cercana y salvaje, que tal geografía entabla con sus condiciones materiales y por lo mismo, más expuestas a sus embates. Al mismo tiempo, en otra dimensión, la marginalidad se puede entender como la condición en la que se habita determinado lugar: paupérrima, indigente, temeraria, irresponsable (recordemos el incidente del Alcalde de Valparaíso con los habitantes de los cerros siniestrados, “¡¿te invité yo a vivir acá?![2]).

Marginalidad que deviene humana -ante la imposibilidad de subsumir ese desborde en un concepto apropiado- y que cruza hacia su acepción geográfica cada vez que se hace necesario explicar de algún modo, siempre insuficiente y siempre superficial pero no por ello menos revelador, su existencia. Cruce ya no hacia la geografía “misma”, sino siempre hacia una idea que parece soportar y acallar su interpelación. Podemos leer ese movimiento en fórmulas como el “hacer patria”, que hasta hace algunas décadas coincidía con mucha mayor facilidad con la figura de lo extremo, del límite y también de la soberanía en su soporte políticamente más material: la frontera. Hoy, tal identificación parece haber rebasado su arraigo topográfico para invadir la acepción que aquí mal llamamos “humana” de la marginalidad, ahí donde la injusticia y la sobrevivencia se camuflan como una actividad noble y heroica.

Ojo. No estamos con ello desconociendo la posibilidad de un heroísmo marginal, sino sólo disponemos las coordenadas de esa forma de resistencia fuera de la mera indigencia, del padecer, del abandono. Visto de otro modo, puede existir heroísmo marginal siempre que este no se piense como una falta de Estado, una victima de su insuficiencia, sino más bien como una forma de resistencia, como la puesta en marcha de un contra el Estado, contra su extensión, sus dinámicas, su homogeneidad. Fórmulas como “sólo el Pueblo ayuda al Pueblo” quizás circulen por esas coordenadas. Quizás no. Valga esto como una pequeña remarca sobre el heroísmo.

1.4.- Así como la intromisión de esta noción de marginalidad nos conduce desde cierta topografía hacia una idea de patria, desde un arraigo geográfico a una realidad espiritual, a un habitar, la calamidad y el desastre pueden leerse como entradas privilegiadas a una dimensión diferente de lo chileno. Esas fracturas en la ficción de normalidad, esas grietas, dejan pasar un halo de luz sobre las condiciones escandalosas de la indigencia chilena a la vez que ponen en movimiento los dispositivos que buscan subsumir el acontecimiento en una identidad coherente, reconciliada, o aún mejor, reconstruida. Esta apertura hacia lo chileno, a la conexión entre su ruinosa materialidad y la construcción trascendente o espiritual que de ello se hace, se expone en el Estado de catástrofe.

De esta manera, el estatuto abierto y en disputa de lo chileno que el desastre devela es lo que podríamos considerar como lo delicado de la catástrofe: la deriva que ofrece hacia la puesta en cuestión de las articulaciones, dependencias, discriminaciones, transgresiones y omisiones de lo chileno a la vez que abre la posibilidad de resignificar la catástrofe como una “zona”, como un lugar delimitado, excepcional, donde la cada vez más azarosa naturaleza ha hecho nuevamente estragos.

1.4.- El uso de la noción de “zona” nos remite a una de las dimensiones fundacionales de la construcción de la catástrofe en Chile: su relación con la inmanencia de nuestro concepto de naturaleza o, dicho de otro modo, la articulación de la chilenidad a partir de la catástrofe.

La “zona” busca circunscribir las posibilidades reveladores y por ello desbordantes de la catástrofe, su capacidad de interrumpir el continuum del nuestra temporalidad histórica, a un significante tan trascendente como objetivo. Aquello que precisamente cae del cielo, que se libera desde el suelo o que desborda desde el mar, no son los elementos mismos sino su desorden aparentemente azaroso, una fuerza que escapa a todo cálculo o control y que nos somete, de tanto en tanto, bajo los avatares divinos de una violencia sin origen o finalidad. La “zona” busca delimitar el poder del azar, la espontaneidad de esa violencia, la nula respuesta que habita toda contingencia, todo desastre en su sentido primario, para crear a su vez otra naturaleza: la identidad chilena.

Puesto quizás de mejor manera, la identificación de la catástrofe con la naturaleza, comprendiendo por ello la relación entre un lugar geográfico determinado y los elementos que desde el cielo, la tierra o el mar caen, advienen o azotan con esta inclemencia salvaje, ofrece la posibilidad de analizar la configuración entre nuestros conceptos de naturaleza y trascendencia. Entre nuestra noción de fenómeno natural, de medio ambiente -de los elementos -, con la realidad espiritual que a partir de estas ideas configuramos. Realidad espiritual que bajo la articulación naturaleza, catástrofe, trascendencia, cierra el horizonte de posibilidades pensables bajo los contornos plásticos y orgánicos de una identidad cada vez más privativa. Menos salvaje.

1.4.- “La cultura sísmica”, “La fuerza del chileno”,ante la adversidad, el chileno no se achica”; todos lugares menores de lo que ya no podemos considerar como un simple imaginario, sino como las expresiones de un intento constante por articular una nueva naturaleza espiritual, una identidad, capaz de soportar el efecto más desolador de la catástrofe: el porqué que el desastre formula entre los escombros. Ninguna busca responder al enigma, todas pretenden retornar a cierta forma, a cierta contención, a una normalidad que la catástrofe ha suspendido momentáneamente.

Ahora bien, ninguna de estas consignas efectúa ese retorno con más fuerza y con mayor urgencia que la construcción de la “solidaridad chilena”, del “chileno solidario”.

Antes de decir algo sobre “Chile, país solidario” aparece en este desmontaje otro lugar o, mejor dicho, todo lo contrario: el enigma. Me temo que esta deriva es más abismal de lo que podemos mencionar acá, pero podemos entrever que tras todo intento de subsumir la catástrofe en algún concepto de naturaleza, bajo toda escatología o teología que pueda ahí aparecer, la pregunta permanece sin respuesta. El enigma tras el porqué, la falta de toda metafísica para soportar el clamor que sigue al desastre nos indica que con las catástrofes adviene también una interpelación sobre el fundamento mismo. El sin sentido que parece habitar toda calamidad denota así la magnitud de la interrupción que su advenimiento, desde el más allá, produce. Esa relación con el más allá, el más allá de lo cognoscible, de toda ciencia y de toda planificación es quizás una oportunidad que aquí me atrevo a calificar de crítica con el enigma mismo. Una relación privilegiada con el sin sentido, con aquello que está siempre más allá del fundamento. Quizás en ese respecto, Chile está en un buen lugar, especialmente por su relación con los terremotos.

1.5.- La solidaridad, como respuesta a la contingencia catastrófica, busca ocultar o restituir el reparto a su lugar previo, busca cambiar una mediagua por otra, vestir al sin ropa, pero con la misma ropa usada. La solidaridad chilena es la respuesta urgente, siempre urgente, a la necesidad de correr el velo nuevamente. Invisibilizar lo que ahora ha aparecido como inaceptable, cuando lo escandaloso no es la pérdida de la fachada, sino la desnudez de la indigencia que los escombros no producen, sino que sólo exponen. El estado de catástrofe busca ocultar rápidamente esa posibilidad potencial de transformar la indigencia en un grito de justicia.

De este último punto se sigue que frases como la “solidaridad del/con/para el pueblo”, e incluso en algunos sentidos “la conciencia popular” que colinda a ratos con esta primera forma, se muestren como peligrosos oxímoron. Uno de los efectos, si bien curioso pero de incierta importancia de esta peligrosidad es constatable en actitudes como lo que universitariamente (de ahí su incierta importancia) se conoce como “abajismo”, forma travestida o situacionalmente invertida del arribismo, que busca referirse, citar, referenciar y sobretodo usar “lo popular” no para atender a su interpelación, sino para resingificar su aparición en una nueva normalidad publicitaria, comercial. Ese “uso” se comprende como una transformación de lo popular en imagen, en eslogan, en tendencia, despojándolo de toda dependencia a -y aquí nuevamente el problema- su forma material, para introducirlo dentro de una nueva economía de la imagen.

1.6.- Poner en cuestión la contingencia de la catástrofe, su dependencia a las “zonas” y la naturalización de su acontecimiento puede parecer un ejercicio crítico que no responde a la urgencia de lo que cada vez ocurre. Una insensibilidad con las “victimas” del terremoto, aluvión, tsunami, temporal, sequía, helada, plaga y otras acepciones de la calamidad que el decreto de Estado de catástrofe pueda incluir. Es ese clamor el que preocupa y con justa razón. Pero ¿es la justa razón lo que esos gritos expresan? ¿qué pide quien a perdido todo? ¿Ayuda? ¿Una casa? ¿Otra familia? ¿Otro hijo? ¿Dignidad? ¿Es eso factible? ¿Qué respuesta es posible ante la perdida absoluta, ante el daño no tan sólo de la materialidad delimitada que el calamidad ha desformado, sino de la realidad espiritual, de la humanidad que se desnuda en la escena del desastre? En ese escenario, ¿podemos considerar la escritura como un ejercicio escandalosamente inútil cuando lo que buscamos acá es precisamente atender a ese clamor? ¿Cuando lo que buscamos es resistir a la invisibilización del grito de justicia que yace en los escombros? ¿Qué significa ser responsables ahí?

Si atendemos a las palabras de Husserl que nos espera ya desde el inicio y comprendemos que tras toda configuración de una realidad espiritual existe, “por razones de principio”, una ligazón con una realidad material, ¿no nos obliga el clamor tras la catástrofe a buscar y repensar la materialidad misma de esa relación, de ese apoyo? Una materialidad distinta, otra, que no invisibilice, sino que atienda y que se funde, quizás, en la falta de respuesta, en la imposibilidad de una. Ligazón ya no de la respuesta institucional, solidaria, caritativa. Menos sombría que la plasticidad estatal del derecho, del decreto, de la represión y del bono.

Hacerse cargo del presente bajo estas nuevas exigencias, atendiendo a su carácter salvaje e indómito, supone fundar las coordenadas de la justicia más allá de la opacidad de la solidaridad, de la institucionalización de la miseria, de la mediatización de sus rostros. Supone finalmente poner en cuestión los dispositivos, las dinámicas y los medios por los cuales la identidad, en este caso bien chilena, se reconcilia con su pobreza. Leer la catástrofe como el lugar que habitamos, más allá del infortunio extranjero que nos cae desde los cielos, más acá del orgullo soberano que pretende doblegarla, subsumirla, silenciarla. Cuestión que supone ciertamente desanudar los límites de la catástrofe de la propiedad, de la nación y de las fronteras, los tres nombres[3] desde los que generalmente se invoca el Estado de catástrofe.

Quizás por ahí transiten los pasajes para repensar lo que entendemos por pueblo (eso que aparece cuando se dice “solo el pueblo ayuda al pueblo”, como mencionábamos de paso más arriba). Entrada privilegiada a una identidad otra, que no nace desde la propiedad, sino de su ausencia. Lo que en todo caso supone, como ya cantaba Víctor, “dar vuelta el buque” o posiblemente darse cuenta de que estamos, todas y todos, a la deriva hace rato ya, en el error propiamente dicho[4]. Que nunca estuvimos en control. Y al mismo tiempo llorar o más bien reír, reír con fuerza[5], ya no de los elementos, sino de esos nombres que atentan contra toda alteridad, incluso la alteridad del sufrimiento.

1.7.-Catástrofe, (griego) katastrophé, kata: hacia abajo, contra, sobre; strophé, voltear; voltear hacia abajo, giro, en su uso griego ligado al teatro, al giro en una trama, en una historia[6]. Calamidad, (latín) calamitas, pérdida de la cosecha; kalamo, instrumento de escritura hecho de caña hueca para escribir con tinta[7], de ahí proviene la expresión romana lapsus calami (error o tropiezo involuntario al escribir[8]). Desastre, (latín) des-astro, la influencia de un astro cuando éste deja de ser favorable (nacido bajo una mala estrella[9]), es un revés, una desgracia infligida por la fortuna// “cataclismo estelar”, fuerza atractiva de los astros con efectos múltiples sobre la tierra y sobre la vida de los seres humanos más allá de todo control que éstos puedan tener sobre estos cuerpos celestes[10].

 

 

[1]         «La réalité de l’âme est fondée sur la matière corporelle, et non pas celle-ci sur l’âme. Plus généralement, le monde matériel est, à l’intérieur du monde objectif total, que nous appelons Nature, un monde fermé sur soi et particulier, qui n’a besoin de l’appui d’aucune autre réalité. Au contraire, l’existence de réalités spirituelles, d’un monde de l’esprit réel, est liée à la existence d’une nature au sens premier, celui de la nature matérielle, et cela non pour des raisons contingentes. Mais pour des raisons de principe» (Ideen II, Husserliana, Bd V, Beilage I, p.117. Citado en Birnbaum, Antonia, (2000) Nietzsche Les aventures de l’héroïsme en Payor, Paris. p.102-103)

[2]   https://www.youtube.com/watch?v=KkFKrhS5aMw

[3]   “Es realmente sorprendente –y, sin embargo, tan corriente que deberíamos más bien deplorarlo que sorprendernos– ver cómo millones y millones de hombres son miserablemente sometidos y son juzgados, la cabeza gacha, a un deplorable yugo, no por que se vean obligados por una fuerza mayor, sino, por el contrario, porque están fascinados y, por decirlo así, embrujados por el nombre de uno, al que no deberían ni temer (puesto que está solo), ni apreciar (puesto que se muestra para con ellos inhumano y salvaje)”. La Boétie, E. (2008.), El discurso de la servidumbre voluntaria. Terramar, Buenos Aires.

[4]   “Errar consiste en deshacer nuestra obligación con la identidad […] Como en francés, el verbo alemán que traduce “errer”, irren sugiere un movimiento que se desplaza a merced de los imprevistos [los elementos en nuestro caso como sugiere Víctor], sin poseer una dirección inflexible; pero el también designa una proximidad con la locura”. Op. Cit. Les Aventures de L’héroïsme. p.143-144.

[5]   “La disolución recurrente de toda forma de coherencia utiliza la risa sin cesar”. Ibid.p.200.

[6]   “La etimología indica aquí, como sucede seguido, el matiz fundamental: la calamidad es, en su sentido originario, una epidemia que destruye las cosechas, un epidemia natural. El desastre es la influencia de un astro que deja de ser favorable, un revés, una desgracias infligida por la fortuna. La catástrofe es una inversión del sentido, en desorden. Una peste, una inundación es una calamidad. El incendio de un pueblo, considerado por sí sólo, es un desastre, no una calamidad; pero se convierte en una calamidad para todos aquellos que han perdido sus recursos. La catástrofe es un desastre que se produce en un orden de cosas, en la existencia de un individuo, etc. una transformación completa o un fin violento […]” https://www.littre.org/definition/d%C3%A9sastre (traducción propia)

[7]   http://etimologias.dechile.net/?calamidad

[8]   Bloch, O. (1994), Dictionnaire étymologique de la lanfue française Presses Universitaire de France, Paris. p.361.

[9]   “Disastro proviene de disastrato, termino de la astrología, “nacido bajo una mala estrella” [né sous une maiveaise étoile]”. Ibid. p.189.

[10] http://etimologias.dechile.net/?desastre

 

Ilustración: Daniel Aguilera
http://registrodetrazo.blogspot.fr/

(Santiago, 1987) Licenciado y Magister en Filosofía de la Universidad de Chile. Actualmente lleva a cabo una exploración doctoral financiada por CONICYT sobre lo político, la filosofía y la amistad en los laboratorios de la Universidad Paris Diderot. Parte del grupo de exploración utópica Archipel des devenirs. Fundador Los Très Amigos de Limoges. Documentalista de Senador Vitalicio.

2 comentarios

  • Hola, espero haber interpretado bien el artículo y pido perdón si no fue así.

    Me parece buena la reflexión y el diagnóstico sobre la noción funcional del concepto institucional y mediático de «estado de catástrofe» hacia la legitimación del estado-nación como comunidad imaginada, y con ello, el fomento contemporáneo del showinismo chileno que nos adormenta y restringe nuestra concepción ideológica y nuestra acción política para generar lenguajes alternativos.

    En relación a las catástrofes naturales, no siempre es cierto que el hecho de asentarse en territorios (para no decir zonas, pues no describe un sentimiento de arraigo) donde se arriesga la vida, se deba a que el Estado de Chile haya marginado, y de consecuencia, precarizado voluntaria y directamente las condiciones de existencia de esos ciudadanos… como si fuera consecuencia de sus tentáculos ideológicos siniestros (que sí existen). Muchas veces, estos mismos grupos humanos, antes de ser ciudadanos ya habitaban aquellos esos lugares, y por el mismo hecho de sentir una territorialidad contravienen la voluntad homogeneizadora del Estado, que bajo «estado de catástrofe» puede decidir, bajo el alero jurídico del resguardo de la vida y del bienestar, coaccionar a lugareños que han habitado esas «zonas» por generaciones pretéritas de manera voluntaria y conciente. Esto entabla una disputa ético-moral sobre la concepción de soberanía territorial, donde los sujetos y comunidades sí tienen algo que decir. Existen formas «irracionales» de ocupar el territorio, y eso no se debe solo a una negligencia estatal en el marco del neoliberalismo que nos empobrece. No en todo Chile, es responsabilidad de la mala planificación territorial-urbana como en Valparaiso, y no siempre son personas pobres las que padecen la catástrofe misma, eso también es un imaginario, que se configura ante el desconocimiento del Chile rural profundo y sus problemáticas, el no turístico.

    Por otra parte, si extrapolamos el «estado de catástrofe» a lo que estamos viviendo en Chile, podemos constatar en todos los niveles nuestra desintergración moral como sociedad. «Qué lindo es ser voluntario» también decía Víctor, pero lamentablemente hoy solo los bomberos, evangélicos y mormones estarían dispuestos a serlo y posponer sus trabajos o familias prolongadamente para priorizar un valor o ideal superior, menos y menos si están ligados a la solidaridad. Ese otro lenguaje alternativo que podríamos crear en mancomunión para resolver las catástrofes materiales y morales que induce frecuentemente el Estado. Más allá del «vamos chilenos» y «Chile país solidario», me pregunto si nuestro pasado (a parte de los 10 años que duró el auge de la unidad popular) y nuestro presente, nos puedan dar luces de cómo dar un giro y una alternativa a ese lenguaje asistencialista judeocristiano ligado a la limosna, la caridad y al paternalismo hacendal. Soy muy pesimista y me cuesta, quizás por el mismo estado de catástrofe en la que se encuentra el mundo (que también condiciona mi pensamiento) encontrar alternativas. Es la misma crisis que vive en la actualidad la izquierda para proponer una alternativa al capitalismo, fuera de él.

    Saludos!

    • Cristobal, agradezco tu lectura atenta y escribo quizás para transparentar uno que otro punto que se muestran con otra luz gracias a tu comentario.
      Primero, interesantísima tu referencia a la contraposición de las diferentes formas que el “sentir una territorialidad” tiene contra lo que tu atinadamente describes como la “voluntad homogeneizadora del Estado”. Evitando caer por el momento (esta es sólo la primera parte de estas Notas) en la tentación de pensar en el Heidegger rector de Friburgo o el viejo de Selva negra – ese que dedicaba sus días a la analítica existencial de ese sentir lo territorial- el referente sobre el que se mueve esta entrega y que aparece con otra fuerza bajo las coordenadas que tú propones es ciertamente Pierre Clastres y sus sociedades contra el Estado. Es en ese sentido que el nombre de Miguel Abensour en el encabezado no es casual.
      En esa línea y si seguimos a Clastres y Abensour de forma más explícita, ese sentir la territorialidad a contrapelo de la voluntad del Estado, de tender una relación con el lugar y con la comunidad que ahí habita fuera de o más allá de, hace mucho menos referencia a la marginalidad geográfica que a la modulación activa de una forma específica de resistencia. Si existe un “sentir diferente” es porque existe una fractura, una interrupción, de esa homogeneidad de corte universalista del Estado moderno. Discontinuidad que dispone – y esta no es mi tesis sino la de Clastres – la vida de dicha comunidad más allá de la pasividad del abandono, dentro de una actualización permanente de lucha contra el avenir de lo que el sí citado La Boétie concibe como el malecontre, o la emergencia desafortunada (habría que ver bajo qué categoría de catástrofe, desastre o calamidad ocurre esto) de la relación de dominación en la configuración de lo que vagamente podemos nombrar como el lazo humano.
      Es desde esa clave que me hace sentido tu mención a este asunto “ético – moral”, que me atrevo a renombrar de plano como político. Político en la medida que esa afección díscola de la territorialidad está atada a la posibilidad de entrever, en algo así como el habitar de una comunidad, una pregunta abierta por la forma en que su trama relacional constitutiva se tiende, se configura y sobre las tensiones que la transitan. Puesto de otro modo, la particularidad se da al precio de la resistencia, sea esta de raigambre ancestral, marginal, disidente o ilegal. Para Clastres esa salida ofrece, de forma necesaria, un contrapunto con los principios de la vida en sociedades con Estado, una suerte de espejo dislocado que es capaz de mostrar cómo la dominación, la diferencia entre gobernantes y gobernados, y la atracción occidental por el exceso de producción sostienen a ese “nombre de Uno”. Justo ahí es donde me parece que el potencial de la catástrofe radica, precisamente en su capacidad de transformar el habitar en un problema, en un asunto a re – pensar, revelando de paso las relaciones que lo configuran, sus sesgos, sus injusticias. Algo así como una grieta que deja entrever ya no la condición accidental de lo que ha sucedido, incendio, maremoto, terremoto, etc, sino el estado en que se ha dispuesto el lazo humano que subyace sobre ese accidente. Palabras como «justicia» o «naturaleza» buscaban responder precisamente a esto. Así, la catástrofe no revela ninguna naturaleza originaria, sino que ilumina los estragos que las relaciones de dominación producen precisamente in situ, en el lugar donde se hace visible este lazo humano, con nuestra territorialidad y en la comunidad que le da sentido.
      Por último, sobre tu pesimismo. La invitación a la resistencia y con ello a la emancipación, que nos llega no tan sólo de Clastres sino de todos y todas las que habitan en esta tierra de forma diferente y por ello abiertamente contra el Estado, contra la dominación, contra sus principios y encantos, nos obliga paradójicamente a escapar a todo catastrofismo. Esta es una idea que compone la segunda entrega de estas Notas y de la que anuncio sólo su inspiración: ¿has notado la proporcionalidad que existe entre la incorporación en la “escena política”, política en sentido vulgar, de la idea de crisis, catástrofe y derrumbe (de los principios, de los antiguos relatos, de las ideas) con la aparición y relevancia de los grupos que se adjudican la respuesta al gran problema? Tengo la impresión, para nada original, que este pesimismo resulta del todo funcional a la inserción de este estado de crisis como prisma de lo político (recomiendo sobre esto el artículo de Luis Felipe Alarcón del mismo dossier). Crisis que parece funcionar como condición de posibilidad para la emergencia de todos estos grupos que traen la buena nueva, la salvación y la respuesta al problema de la libertad. Repitamos con Abensour, La Boétie, Marat y Saint-Just: quien ofrece la respuesta, quien tiene la solución al problema de la libertad, del vivir-juntos, es quién invoca con más fuerza los encantos de la dominación. Saludos!

      Juan Pablo Yáñez

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