10 de diciembre 2012

Nuestra historia Violeta: hablando de revoluciones

El día que Eloísa González, vocera de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios, (Aces), declaró públicamente que era lesbiana pensé que un nuevo capítulo se agregaba a la historia de las mujeres chilenas, que han estado defendiendo su derecho a ser consideradas en su más amplia definición de personas actuantes y pensantes. Porque si bien hoy en nuestro país algunas encuestas muestran una respuesta más favorable a la homosexualidad, en los hechos la intolerancia sigue sido alta.

La pelirroja Eloísa de 17 años, que dice haber conocido las tomas de colegio cuando apenas tenía seis, forma parte de esta nueva generación de líderes que desde 2011 han mantenido en vilo a un gobierno de derecha y a una clase dirigente que, a su pesar, ha debido asumir un sentimiento creciente de malestar con el estado de cosas en el país.

Plantearse desde la diversidad y lograr la equidad en el acceso a la educación, el trabajo, la salud, el ejercicio de los derechos civiles y políticos –entre otras cosas– ha sido una reivindicación permanente de las chilenas a lo largo de más de un siglo. Este es el tema de Nuestra historia violeta. Feminismo social y vidas de mujeres en el siglo XX: una revolución permanente, publicado por LOM en su colección de Historia.

Como lo indica su nombre, el texto de la historiadora María Angélica Illanes hace un recorrido por un siglo de historia a través de las voces de mujeres de muy distinto origen, agrupadas en organizaciones de diversa índole, con una causa común: romper el constreñido marco que la sociedad les había asignado para construir un espacio más fecundo, que define un quehacer y el placer.

Illanes es una estudiosa sobre el tema, y se ha especializado en historia Popular e historia de las Políticas sociales de desde el siglo XIX y gracias a esto nos permite acceder a aspectos poco conocidos de las primeras luchas de mujeres, a comienzos del 1900 y en los albores del siguiente siglo. Tipógrafas, costureras, por ejemplo, dejaron testimonio de entereza en una tarea por entonces titánica: dar visibilidad a las trabajadoras y conseguir mejorar sus condiciones laborales. Es el caso de Carmela Jeria, integrante de la Sociedad de Obreras N° 1 de Valparaíso, que en las páginas del periódico “La Alborada” defiende a las “vejadas trabajadoras” para las que aspira “lleguen algún día al grado de adelanto del hombre”.

Misma preocupación se manifiesta en la publicación “La Palanca”, de la Asociación de Costureras fundada en 1906 y dirigida por Esther Valdés. Allí, según la autora, se plantea que es preciso “liberar a la mujer de los prejuicios milenarios que han impedido que ella siga el mismo ritmo del progreso que ha tenido el hombre”.

Así, capítulo tras capítulo se van sucediendo los testimonios de vida de campesinas, poetas, maestras normalistas, obreras, estudiantes universitarias, profesionales enlazados por décimas de Violeta Parra. A través de sus vivencias –y a veces también las de sus madres y abuelas– la autora de Nuestra historia violeta va dando cuenta de manera didáctica de un movimiento feminista donde convergen en un mismo fin asociaciones tan diferentes como el  Club Social de Señoras, integrado por mujeres de la aristocracia, las organizaciones sociales y obreras y grupos de intelectuales como el Círculo de Lectura, todas ellas surgidas entre 1915 y 1920.

 

Un  paso adelante, ¿dos atrás?

Resulta ineludible en cualquier historia sobre el feminismo en Chile la trascendencia del Movimiento pro emancipación de la mujer chilena (MEMCH) que en los años 40 contribuyó a la redacción de la ley de sufragio femenino nacional (en 1934 se había aprobado para elecciones municipales) que permitió que las mujeres pudieran votar y ser elegidas para cargos políticos. Este Movimiento, de izquierda, se pronunció a favor del  aborto y los métodos anticonceptivos disponibles en la época.

Un paso significativo fue la aprobación de una ley que aumentaba los beneficios previsionales de las mujeres trabajadoras, en los años 50. La norma legal, en cuyo origen participó Salvador Allende, cuando era Ministro de Salubridad del Frente Popular, responsabilizaba al Estado del subsidio a la maternidad; otorgaba pensiones a las viudas, y se hacía cargo de la salud de los hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio.

El gobierno de Salvador Allende puso su acento sobre la familia e impulsó la creación de un Ministerio que debía focalizar su quehacer en los grupos más vulnerables de la población: niños, ancianos y mujeres. En el caso de ellas tenía como mandato concretar la igualdad jurídica con el hombre y estructurar normas de defensa y derechos laborales previsionales. A las dueñas de casa se les reconocería su condición de miembros de la población activa del país. Dicho ministerio no llegó a concretarse y algunas de sus ideas recién se materializaron 40 años después bajo el mandato de Michele Bachelet. En forma paralela, mas no desde las instituciones, comienza a plantearse temas relacionados con la igualdad en las relaciones de pareja, tema que rescatarán las feministas en los años 80 la consigna de “Democracia en el país y en la casa”.

Al ser asumidas las demandas de las mujeres por la institucionalidad los movimientos feministas se fueron desarticulando. Según Elena Caffarena, figura destacada del MEMCH, esto ocurrió porque las organizaciones de mujeres no estaban suficientemente preparadas para haber seguido ascendiendo por la línea que correspondería haber seguido. Entonces fueron absorbidas por los partidos políticos que crearon sus propios Departamentos Femeninos.

María Angélica Illanes cita a Julieta Kirkwood –figura señera en la rearticulación del movimiento feminista en los años 70 y 80– a propósito de este silenciamiento: “no era que existiera preocupación alguna sobre la condición de la mujer, sino que se la estudiaba como otro elemento incorporada a un proceso de liberación ya en marcha”.

Misma preocupación se expresó cuando el país comenzó su lento retorno a la democracia  luego del plebiscito de 1988 donde fue derrotado Pinochet. Entonces, las organizaciones de mujeres se dividieron entre las que estaban por la integración y las que prefirieron quedarse en la otra esquina, practicando un activismo más radical.

La creación del Servicio Nacional de la Mujer, la emergencia de una militante de izquierda que llega a la Presidencia con la esperanza de tener un gobierno de mujeres cierran el libro de Illanes. Pero no es el fin de la historia, porque su autora prefiere quedarse con un final abierto, aduciendo que el movimiento de mujeres es una revolución permanente, una historia de esfuerzos con logros importantes en el ordenamiento jurídico, pero sobre todo con cambios en la percepción de las propias mujeres.

Cambios que se hacen evidentes en el discurso de jóvenes como Eloísa y otras tantas que hoy emergen en el movimiento estudiantil, por ejemplo. Pero que no alcanzan para derrumbar prejuicios, leyes y prácticas casi tan coercitivas como las del siglo XX. Solo para muestra: la escasa participación de mujeres candidatas a alcaldes y concejales en las recientes elecciones municipales; la porfiada negativa a legalizar el aborto, ni siquiera el terapéutico; la persistente desigualdad en sueldos y salarios entre hombres y mujeres.

Son temas importantes, pero hay otros emergentes que anticipan transformaciones mayores y uno de ellos es la toma de conciencia del propio cuerpo cuestión que comienza a atravesar la sociedad toda.

2 comentarios

  • Solo en un pais como Chile…..o Nigeria el hecho de que una adolescente declare una preferencia sexual puede describirsse como «noticia» o sujeto de análisis. Evidentemente la herencia nefasta de las religiones y sus máximos dirigentes han calado hondo en el ethos de los pueblos presos del maldito obscurantismo religioso.

  • Leí el artículo porque me pareció interesante el inicio, pero lamentablemente Patricia se pierde, resumiendo el libro de Angélica Illanes. El libro es muy bueno, bien hecho, bien escrito, pero el escrito carece de sentido al olvidar su acometido

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