04 de julio 2012

Rudecindo Pincheira y su comentario a la obra de Bernardo Subercaseaux

En la Revista Carcaj, publicada el 2 de mayo de 2012, en la sección Historia y Literatura, he leído un comentario crítico del productor de longanizas Rudecindo Pincheira, huaso chillanejo que se declara “pequeño agricultor y degustador de las ofertas culinarias” de la zona, a propósito del encuentro del viernes 16 de marzo en la sala del Teatro Municipal de Chillán, donde se presentaban las obras El Chile de Juan Verdejo, el humor político de Topaze 1931-1970 de Maximiliano Salinas (y otros autores) y la obra Historia de las ideas y de la cultura en Chile, desde la independencia hasta el bicentenario (1) de Bernardo Subercaseaux. Sin conocer a la persona ni la supuesta obra de Rudecindo Pincheira, es dable suponer que él es un avezado epígono de la cultura popular, un eximio investigador en terreno como lo fue, en su momento, Oreste Plath y que ha investigado, de “pé a pá”, la cultura nacional a lo largo y ancho del territorio nacional, incluidos, por cierto, todos los rincones, eventos y carnavales del país desde Arica y el lago Chungará hasta donde los mares australes se confunden con el cielo.

Rudecindo Pincheira, en su texto “Sitio y ocaso de la cultura elitista en Chile o el triunfo de las longanizas de Chillán”, intenta informar al lector sobre el grado de recepción de las obras presentadas por los voceros de la academia y de los invitados especiales Ariel Peralta, Salvador Dides y Armando Cartes. Llama la atención la cuña disyuntiva del rótulo de su comentario al intentar separar en planos antagónicos de aquello que para él es un tipo de cultura –la que llama elitista– de esa otra subalterna y vinculada a la “chilenidad”, adjetivo asociado a lo que se subentiende como “cultura popular”.

No es posible tomar en serio y menos atribuirle un aporte a este comentario porque, a ojo de buen cubero, el amigo Rudecindo  Pincheira escribe desde una trinchera en que, a priori, demoniza gratuitamente a un tipo de intelectual y beatifica a “ese otro” de raigambre popular. Su chapucería y ligereza, a través de su comentario, revela que no conoce el aporte intelectual de Bernardo Subercaseaux, que su crónica es de suyo superficial y de una subjetividad que le impide sostener una visión crítica sobre la cultura chilena más allá de su ombligo chillanejo de fabricante de longanizas. Al final de su comentario, se pregunta “¿Cultura elitista o cultura oral en Chile?” y con desparpajo responde, no con la cabeza o con supuestos conocimientos de antropología, sino con su barriga; sí, tal cual, desde su ombliguismo provinciano como si todo lo que se investiga en y desde las universidades, no fuera más que la machacona reiteración de categorías hegemónicas de las élites que históricamente han estado en contra del pueblo y de la cultura popular reproduciendo las percepciones erróneas de la oligarquía nacional ¿No ha reparado Rudecindo Pincheira sobre qué institución y quiénes han colaborado para que Maximiliano Salinas, Jorge Rueda, Tomás Cornejo y Judith Silva, pudieran realizar la investigación El Chile de Juan Verdejo…? -Nada menos que se olvida o ignora que son investigadores dela Universidad de Santiago de Chile, élite de un sector público de la conciencia crítica de nuestro país…Con esto queda claro que Maximiliano Salinas no escribió su obra en un galpón de la fábrica de cecinas de algún chillanejo buena persona, sentado en un saco de papas mezclado con afrecho, uno de los alimentos  para la engorda de los chanchos de  Rudecindo Pincheira.

Y como si su omnímoda capacidad de observador provinciano hacia el mundo no fuera suficiente,  dice que Ariel Peralta, sólo declara haber leído el volumen I, que Salvador Dides sólo el volumen III y que el volumen II, lo leyó la garzona de un  restorán de Santiago cuando los tres –incluido Armando Cartes– se aprestaban a viajar a Chillán  al encuentro de marras  a realizarse en el Teatro Municipal. Se podría inferir que Cartes no leyó nada, que  Rudecindo Pincheira escribe su comentario sólo con las impresiones de los forasteros santiaguinos y que él tampoco ha leído, y menos analizado y confrontado seriamente la obra de Bernardo Subercaseaux Historia de las Ideas y de la Cultura en Chile y que tampoco leyó nada de primera fuente… ¿Cómo es posible que una revista como Carcaj dé espacios para esta chacota y pseudos comentarios a obras escritas de la envergadura de la de Salinas y de Subercaseaux? ¿Rudecindo Pincheira quiere aparecer como transgresor al estilo de un antipoeta nacional que acepta los elogios de un decadente rey español que se empeña en salvaguardar los intereses imperiales de América Latina haciendo callar a mandatarios y oponiéndose a los intereses económicos del pueblo latinoamericano? Rudecindo Pincheira afirma que Bernardo Subercaseaux es “el punto de vista de las élites y que pertenece al mundo ideológico de los dominadores, de los gobernantes, de los prepotentes” ¿Será cierto –como apunta el comentarista de marras–  que Salvador Dides, ex académico de la Universidad de Chile, haya abjurado de su vida universitaria y que ya no cree en la academia ni en los libros, y que por este hecho desdeñaría la obra de Bernardo Subercaseaux o de otros académicos que trabajan en otras universidades en temas afines o iguales a la historia de las ideas y de la cultura?  Rudecindo Pincheira, ensambla su irónico comentario con ciertas pinceladas de humor ladino que se vuelven en su contra ¿Para qué fue a este encuentro si ya en la mitad de las presentaciones de los libros veía que “la hora avanzaba rápido y comenzaban a abrirse los apetitos”? Para nuevos encuentros de esta naturaleza y por respeto a los autores y presentadores de las obras, para evitar su incontinencia gástrica, habría que recomendarle al amigo Rudecindo Pincheira que la próxima vez asista con su canastito de huevos duros, frutas y un pollo asado. Y con este brillante párrafo que transcribo a continuación, Rudecindo Pincheira cierra su comentario y dice muy suelto de cuerpo: “En un momento Subercaseaux, tratando de remontar el vuelo, afirmó que su libro había sido bien recibido por el alto mando de la Fuerza Aérea de Chile. Bueno, esta era ciertamente otro espacio. Un espacio aéreo. Distante. Mejor admitir que volvía a Santiago, ya no con los indigestos ejemplares de su Historia de las Ideas y de la cultura en Chile, sino con una generosa, abundante y aprovechada provisión de longanizas de Chillán”. En las expresiones vertidas en este párrafo, se valida el concepto de “porquerías significativas” relevado por Bernardo Subercaseaux, expresadas y vividas por un tipo de mentor cultural que, al parecer, suele perder los estribos con facilidad y que sólo podría ser calificado de opinólogo para hacer comentarios de farándula acompañado de Patricia Maldonado, la misma que en su tiempo, en cada aniversario, le cantaba a Pinochet “Yo soy el rey/ y con dinero o sin dinero/ hago siempre lo que quiero”. Es posible que Rudecindo Pincheira, nacido como él lo declara en San Fabián de Alico, tierra de músicos y poetas, por lo que se deduce de la calidad argumentativa de su comentario, no tenga claras las implicancias y horizontes de un trabajo sobre idas y cultura y sostenga una esmirriada noción de cultura popular ¿Se preocupará algún día de leer otras obras de Bernardo Subercaseaux hasta cerciorarse del meollo de su pensamiento? Estas conductas y dichos de porquería, sin magnificar sus alcances, sin duda que deben ser atendidos en cualquier análisis sociocultural; a través de ellas, los críticos de pacotilla, muy seguros y relajados, justifican la farándula de sus pensamientos sin ideas, preocupación que nos asiste a quienes nos empeñamos en devolverle la dignidad a las palabras y a restituir la vigencia de las humanidades en nuestro desolado y errático panorama cultural. Frente a estas desfiguraciones, pareciera que sigue teniendo validez la letra del tango de José Santos Discépolo, Cambalache, el cual dice en algunos de sus versos que en el siglo XX da lo mismo ser ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador, que todo es igual, que nada es mejor, que da lo mismo un burro que un gran profesor.

Y para poner las cosas en su lugar, Bernardo Subercaseaux, le envía una nota al Director de Carcaj que transcribo completa, con el propósito de proporcionarle, a los estudiosos y críticos del futuro, un antecedente más que servirá para comparar los criterios de recepción y valoración de una obra que desacomoda a los débiles e inquieta a quienes han superado padrones ideológicos ya obsoletos: “Estimado Roberto Contreras: a propósito de la crónica del lanzamiento en Chillán sobre la cultura llamada de «élite» y la «cultura popular», faltó agregar un dato: ambos «eminentes» presentadores –Ariel Peralta y Salvador Dides– confesaron al iniciar sus presentaciones que no habían leído la obra y que sólo la habían «hojeado». Ariel Peralta se quejó –al revisar el índice– porque no había sido citado, e incluso me pidió una explicación pública al respecto. Quienquiera que lea o haya leído mi Historia de las ideas y la cultura en Chile, desde la Independencia hasta el Bicentenario, podrá comprobar que en ella están presentes desde Huidobro hasta las longanizas de Chillán, desde la cultura llamada de élite hasta la cultura popular, y también -incluso- la cultura de masas. Véase al respecto la sección  sobre la cultura oral y la lira popular en el primer volumen o el capítulo de la música popular y la conciencia crítica en el tercero o el del marxismo en Chile, en el mismo tercer volumen. No es casual quela Revista Docencia– del Colegio de Profesores– en el número de junio haya publicitado la obra en función de constituir un material útil para una pedagogía crítica. La referencia al comando de las Fuerzas Armadas es inexacta, lo que ocurrió es que el alto mando dela Fuerza Aérea organizó una serie de conferencias «civiles» a comienzos de marzo de este año (participaron, entre otros Carla Cordua y Raúl Sohr)  y a mí se me pidió una conferencia sobre la cultura en Chile, fui –como era de suponer– con mucha reticencia, sin embargo, pude hablar sin tapujos y para mi sorpresa darme cuenta de la preocupación y apertura de algunos oficiales, que incluso –a diferencia de los presentadores de Chillán– sí habían leído la obra, y que en sus comentarios me hicieron notar que compartían la crítica a ciertos efectos perversos  del neoliberalismo y el mercado en la cultura. A eso me referí. Estimado, hasta en la propia crónica del señor Pincheira (ilustre apellido de bandidos), se percibe que tanto los presentadores de la ocasión como el cronista están saboreando, no las longanizas del mercado de  Chillan (de las que me traje un par de kilos), sino que están atragantados con el salame del resentimiento. Cordialmente, Bernardo Subercaseaux” (6 de junio de 2012).

Dejando a un lado la chacota de Rudecindo Pincheira, aprovecho la ocasión para ilustrar al lector, con una breve reseña, sobre la obra que al chillanejo aludido le resulta indigesta y que una lectura atenta, dialogada y comparada con otras que se han publicado en Chile en los últimos treinta años, nos aporta un ejercicio de conciencia crítica con una amplia y específica concurrencia de disciplinas afines con los propósitos que declara el investigador, con buenos resultados de aplicación y cruces epistemológicos para reflexionar sobre cómo los chilenos hemos ido construyendo imaginarios para la nación cultural; con qué ideas a lo largo de la historia, hemos justificado las más grandes aberraciones y desinteligencias ideológicas, cómo hemos fracturado e intentado, varias veces, explicarnos a través del espejo trizado de nuestra identidad y, simultáneamente, reconocer que las luchas, utopías y esperanzas del pueblo organizado, han sido más perseverantes y valientes que la violencia y la muerte impuesta por nacionalismos estrechos.

La obra se estructura en tres volúmenes de 495 páginas cada uno. El volumen I contiene una introducción general y su índice aporta dos tomos referidos a la sociedad y cultura liberal en el siglo XIX (genealogía de la conciencia liberal; intransigencia y plan liberal; intento de fundación de una literatura nacional; filosofía de la historia, novela y sistema expresivo; romanticismo y liberalismo; literatura como alegato social; nacionalismo literario, realismo y novela; itinerario liberal, realismo y novela; América, Europa y Estados Unidos; liberalismo positivista y naturalismo; desilusión liberal y modernismo. El segundo tomo se refiere al fin de siglo, la época de Balmaceda (el conflicto jurídico-político, económico-social, de casta y de personalidades; repercusiones culturales del 91 constelaciones sociales y diversidad vital; expresividad política y social; realidad y supuestos de la modernización; modernismo y actitud fin de siglo; zonas, vertientes y conflictos; crisis de fin de siglo; ampliación y diversificación del mercado cultural conciencia y cultura populares) y una memoria visual del siglo XIX. El volumen II también contiene una introducción y dos tomos referidos al centenario y las vanguardias (apropiación cultural; crisis y cambio cultural; movimiento sociocultural, formaciones discursivas e imaginario; tradición y modernidad; del modernismo a la vanguardia; trama de una nueva sensibilidad y consideraciones finales sobre el grupo Mandrágora, la vanguardia bifronte en revistas, etc.); al nacionalismo y la cultura en Chile (tiempo histórico nacional e integración; nación y trama nacionalista; raza y nación; teoría y práctica del nacionalismo; nación e historia y la nación como espectáculo), más una memoria visual. Finalmente, el volumen III, contiene una introducción (política, cultura, arte, contradicciones y el caso de Chile) y sólo un tomo referido a política y cultura centrado en el siglo XX, desde 1910 hasta 2010 (imaginarios políticos de transformación; Estado y cultura; marxismo, antimarxismo y postmarxismo; música, conciencia crítica y cambio asocial; desconcierto y nueva sensibilidad democracia, globalización y cultura). Además, el volumen aporta una memoria visual y cuatro índices completos: onomástico, analítico, temático y de imágenes, más un acucioso cuadro cronológico (páginas429 a495) que didácticamente permite completar las escenificaciones, en tres columnas yuxtapuestas que sintetizan el panorama histórico-político, el cultural y el escenario internacional del contexto real en que se forjó la gran narrativa  de la sociedad y de la cultura liberal (importancia de José Victorino Lastarria, 1810-1888), el fin de siglo, la época de Balmaceda (1886-1900) y la política y la cultura en el estadio evolutivo que abarca desde 1930 hasta 2010.

Por su carácter metodológico y orientador, las introducciones de cada uno de los volúmenes, demuestran la importancia de la perspectiva teórica, su pertinencia para precisar la situación del investigador y el rango de aplicación de los conceptos. En todos los casos, los datos incorporados a la reflexión combinan un nivel descriptivo, analítico e interpretativo transdisciplinario: historia de las ideas, estudios literarios, sociología de la cultura, estudios culturales, historia política y social. El desarrollo argumentativo de la obra está respaldado por el concepto de Apropiación Cultural, entendiéndose cultura como un campo en disputa en su relación dinámica con la sociedad, la política y demás expresiones del pensamiento. Resulta novedoso el apoyo en Paul Ricoeur para adoptar el concepto de Escenificación del Tiempo Histórico Nacional y su efecto en la exposición de los temas tratados en cada volumen. “La escenificación o vivencia colectiva del tiempo nacional de manifiesta en una rama de representaciones, narraciones e imágenes que tiene como eje semántico un conjunto de ideas-fuerza y una teatralización del tiempo histórico y de la memoria colectiva” (2). La teatralización es lo que escenifica el tiempo a través de las relaciones de anterioridad, de simultaneidad y de posterioridad (un ayer, un hoy y un mañana con relieves muy específicos de carácter teleológicos y utópicos). Desde estas coordenadas se estable un relato que conduce al lector hacia las vivencias colectivas del tiempo vinculado a la narración, autoconciencia e imaginación histórica. Las matrices discursivas que van dosificando cada tiempo histórico, ayudan a distinguir el tiempo del mundo precolombino, del colonial, del fundacional, de la integración, de la transformación y del globalizado desde 1980 en adelante. Por otra parte, cada matriz discursiva está vinculada al tema de la identidad nacional y americanista, de integración a base de la idea de mestizaje, rearticulado en la utopía revolucionaria de los tiempos de transformación, hasta situarnos en la emergencia de las identidades nómades, desterritorializadas, fragmentadas, híbridas, étnicas y de género. El siglo XX es el tiempo de integración y de  transformación, donde predominan las tendencias nacionalistas y las vanguardias, polos ideológicos que tensionan los conceptos de reforma y revolución. Los períodos más significativos que ha vivido el pueblo chileno son la década del 30 (Pedro Aguirre Cerda y su lema “gobernar es educar”), la tradición cívico-republicana que hace crisis hacia la década del 70 (Salvador Allende y la “vía chilena al socialismo”), y la polarización extrema y desencuentro político que invalidó la capacidad de consenso (dictadura de Augusto Pinochet e imposición del neoliberalismo salvaje) a través de los cuales la acción política, las prácticas culturales y religiosas, los modelos económicos y las relaciones socio-laborales, han pugnado por cambiar radicalmente los procesos de reivindicación social a través de los  intentos por conquistar la soberanía popular para una democracia efectiva.

No es posible explicar el siglo XX y las primeras décadas del XXI, sin considerar la importancia del siglo precedente a partir de la hipótesis que se verifica en el volumen II: “El nacionalismo constituyó la fuerza cultural dominante del período, y que desde ese campo semántico de articulación de sentidos fue generándose una nueva invención intelectual y simbólica de Chile” (3). De ahí que sea tan importante la primera matriz narrativa que va desde 1817 a1887 (José Victorino Lastarria); la segunda matriz que va desde 1880 hasta 1900 (época de Balmaceda) y la tercera matriz que va desde 1900 hasta 1930 (en parte superación del romanticismo, presencia de nuevos actores sociales y políticos, mayor circulación de ideas, emergencia de la organización gremial, contribución del anarco-sindicalismo, aporte de los intelectuales vanguardistas, alto reconocimiento socio-cultural del discurso poético y el conocimiento del marxismo como palanca teórica para cuestionar la realidad), deja encaminada la entrada al siglo XX en lo que se refiere a las expectativas del primer Centenario de la República, el protagonismo del discurso naturalista y criollista, las políticas educacionales con la ley de enseñanza obligatoria de 1920 y el germinal acceso del pueblo a la información periodística y demás bienes culturales como el teatro y la música. El volumen III, me parece imprescindible para comprender, interpretar y analizar con sentido proyectivo y autocrítico, los acontecimientos producidos entre 1930 y 2010. La década de los 60 es la evidencia de la mayor emancipación política: revolución en libertad versus revolución socialista. La disyuntiva que compromete a todos los sectores, incluso a la Iglesia Católica(teología de la liberación), es reforma o revolución, aspiraciones que serán amagadas por la Guerra Fríay el militarismo interno. Si el siglo XIX  fue de bipolarismo entre liberales y republicanos (dos derechas), el siglo XX incorpora una tercera variable: derecha, izquierda laica y el socialismo democristiano que, hacia la década de los 90, abandonará la ideología del “comunitarismo social” para luego continuar identificándose con la derecha tradicional.  En este contexto y de acuerdo a los paradigmas ideológicos predominantes en las llamadas naciones modernas,  Bernardo Subercaseaux  define política como “la articulación entre los sujetos, ideologías, proyectos y prácticas sociales, cuyo contenido específico es la lucha por dar una dirección a la realidad en el marco de opciones diversas” (4), concepto que se plasma en citas de casos puntuales muy significativos y trascedentes para el resto de América Latina, como por ejemplo, la toma de conciencia de clase por parte de los sectores asalariados y de las capas medias y el pueblo del período 1970-1973; la lucha de clases como motor de la historia; la reforma agraria; la reivindicación de la cultura y del mundo indígena  en su aporte intercultural para la conformación de la nación chilena, etc.

De modo especial y muy recomendable para los jóvenes chilenos que serán los responsables de la orientación política y cultural del país en el siglo XXI, es la lectura y análisis del tercer volumen de esta obra que debería darse el tiempo y leer sin prejuicios Rudecindo Pincheira y todos aquellos que legítimamente discrepan del enfoque que le da Bernardo Subercaseaux al cruce epistemológico entre ideas y cultura en un país emergente, con escasos 200 años de vida independiente (sistemáticamente vapuleado por intereses extranjeros y castas nacionales). Esta obra nos permite nuevas condiciones y antecedentes para responder a la siguiente pregunta ¿Qué país es éste llamado Chile que después de la dictadura de Pinochet aspira a ser desarrollado? O la misma pregunta formulada de otra manera ¿Qué país es éste llamado Chile que ingresa al siglo XXI siendo el más inequitativo en la distribución del ingreso y salarios, el más depredador de su naturaleza, con una clase política rechazada por la mayoría, un parlamento bonapartista y con el peor y más caro modelo educacional neoliberal de la tierra en detrimento de la educación pública? A diferencia de otros países conosureños y latinoamericanos, Chile aún tiene un escaso espesor intercultural y por lo mismo su identidad es débil y difusa. El imaginario político del siglo XX no fue capaz de ampliar su horizonte más allá del bipolarismo ideológico (reforma/revolución), casi siempre negociado a favor de la derecha. La Unidad Populary la “vía chilena al socialismo” ha sido la excepción y fue derrotada por la acción del  imperialismo y la reacción interna de militares y civiles de derecha,  sumadas a las propias debilidades de la UPen su aprendizaje político, que no alcanzó a madurar lo suficiente debido a la celeridad de los acontecimientos de fin  de siglo. En el capítulo V del tercer volumen, “desconcierto y nueva sensibilidad”, queda claro que la crisis del progresismo ingresó a su fase terminal, dejando al país anclado “en la utopía del yo autosuficiente”, base ontológica del ideario pinochetista para el sujeto consumista neoliberal ¿Cuándo comenzará a ser reemplazada esta divisa dejada por la dictadura por aquella que restituya la utopía colectiva para un país solidario en una democracia efectiva? He aquí el testimonio poético escrito por el director del conjunto musical Quilapayún, incluido en el disco La revolución  y las estrellas (1982):

“Todas las banderas que flamearon

se  han ido desgarrando con el tiempo.

Habría que decir que ya no estamos

cantando  por las grandes alamedas.

Ya no es la misma siembra en la guitarra

ya  no es el mismo canto el que da vida.

Habría que afirmar valientemente

Que  un mundo nos separa de ese mundo

y un mundo es lo que queda destruido

y un mundo por hacer es la tarea”(5)

José Alberto de la Fuente. 

NOTAS:

(1) Santiago de Chile, (2011), Editorial Universitaria, 3 volúmenes, edición corregida, aumentada y completa de 3.500 ejemplares. www.universitaria.cl

(2) Op., Cit., página 11, volumen I.

(3) Op., Cit. Página 11, volumen II.

(4) Op., Cit., página 15, volumen III.

(5) Aparece en página 257, Op., Cit, volumen III.

Revista de arte, literatura y política.

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