18 de abril 2013

Rugendas on the road: “Un episodio en la vida del pintor viajero” de Aira

 Muchos conocerán o habrán oído hablar de Rugendas, Mauricio Rugendas, el pintor. Hay algunas calles de Santiago que llevan su nombre, reproducciones pictóricas en el inconciente colectivo de las personas o en los calendarios de las ferias, pequeñas y puntuales presencias en los museos y un poco de historia que aparece por ahí. Historia básica pero amplia en cuanto a todo el acontecer que llevó a este pintor viajero a venir a Sudamérica y vivir por 8 años en Chile, entre otros lugares, en donde dejó variados y valiosos testimonios del acontecer nacional en ese entonces (entonces de Humboldt, entonces de Claudio Gay, entonces de Andrés Bello) que formaban parte de la paleta de posibilidades que intentó en este continente. Su misión era retratar el acontecer de la flora, fauna y esencia social y cotidiana de lo más representativo de lo autóctono, sin muchas intervenciones de datos, de preferencia, para explorarlo, dibujarlo y pintarlo.

John Moritz Rugendas, nacido en Augsburgo, Alemania, el año 1802, hijo, nieto y bisnieto de pintores viajeros, estaba en este lado del mundo siguiendo la tradición de su vida sin miramientos, sin observar hacia atrás por un espejo que se asoma. Su misión y objetivo era ejercido de manera profesional e intelectual, siguiendo una ruta latinoamericana que lo llevaría a estar de paso en la parte occidental de Argentina, situado en Mendoza y San Luis. Es en este cruce en el que Rugendas, viajando con su amigo pintor Krause y algunos baqueanos, encontraría una historia más grande que las otras historias. Una historia que le cambiaría la vida. Y esta historia, real en su acontecimiento, ficticia en los detalles más geniales de la aventura, es la que el autor argentino Cesar Aira despliega con soltura y maestría en “Un episodio en la vida del pintor viajero” (LOM Ediciones, 2002). Aira, como un cronista de un cronista, va interiorizándonos de los más variados aspectos de la historia de Rugendas y de todo lo que implicaría “lo previo” a los sucesos de San Luis.

Es en este momento en que la sucesión de intensidades en el entramaje de la nouvelle va desarrollando un cabalgar entre todo lo que acontece, que es, a su vez, el cabalgar constante por la montaña, siendo el detalle del entorno y sus emociones, parte importante de los momentos más álgidos que determinan el proceso central de la historia. En este caso, hablamos del momento “expresionista” en que Rugendas sufre un accidente en las montañas.

Lo que viene después de este terrible episodio es una historia de recuperación y cicatrices que junto a los nuevos desafíos y de una nefasta idea de mejor salud, llevarán a Rugendas a seguir recorriendo lugares hasta adentrarse en lo más profundo de paisajes y situaciones insospechadas. Rugendas se vuelve loco, pero loco de alucinaciones y de dolores eternos como resabios del accidente. Momento fatal, pues el accidente que sufre y se describe en la historia es el alcance de un rayo en una tormenta, que lo atrapa de electricidad sobre el caballo que montaba y lo hace caer. Es ahí donde su rostro se ve perjudicado, junto a su salud completa, pues sus cicatrices faciales formaban un aspecto monstruoso y desfigurado luego de haber estado con atención médica. Pero esto era lo de menos, su rostro era algo que cargaba en su cotidiano cabalgar, igual que sus implementos de dibujo y sus pinturas y que se olvidaban en la noche a la luz de la luna, cuando el descanso se acercaba a partir de un poco de morfina: ¿Era la luna la que iluminaba la cara, o la cara la que iluminaba a la luna?

La lucidez, sin embargo, prevalece en todo momento en sus dibujos y sus pinturas. No deja de pintar mientras ocurre todo este episodio en su vida. Y su osadía, que iba in crescendo, lo hacía tomar decisiones arriesgadas y casi suicidas: Al fin de cuentas, ¿qué podía pasarle? Que lo mataran, nada más. Y eso era un detalle sin importancia. De hecho, cuando sus corresponsales vieran los cuadros resultantes, es decir, cuando su producción llegara a las galerías o museos europeos, con toda seguridad él ya habría muerto. El artista, en tanto artista, siempre podía estar muerto. 

Cesar Aira logra transmitir en geniales acuarelas este episodio en la vida de Mauricio Rugendas, entregándonos la pintura de todos los momentos que sacudieron al pintor alemán en San Luis y acercándonos, al mismo tiempo, a un artista connotado y de importancia histórica, que supo ejecutar de forma excepcional su oficio en estas tierras y que de alguna u otra forma pasa a ser “nuestro pintor”, el que nosotros conocemos y con el cual estamos viviendo lo que pasa en este viaje, uniéndonos a la aventura y cabalgando junto al estero, cuando nos adentramos en ese valle desconocido, que nos anuncia la oleosa cara de la realidad.

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