29 de agosto 2011

«Ser raro en esta época es un valor agregado»

Hace ya cinco años, concerté patudamente una entrevista con Raúl Ruiz, tenía apenas veintiséis años y ni una pizca de pudor. Solo había visto dos de sus películas y tuve que llamar cerca de veinte veces a su mujer para fijar la hora y el lugar de la entrevista.

Recuerdo que llegué a las 10 de la mañana en punto al Bar Normandie y que Don Raúl me recibió bebiendo una cerveza. Yo traía conmigo mi cara de periodista seria. Sin embargo, lo primero que hice fue reconocerle que sólo había visto dos de sus películas. “¿Cuáles viste?” me preguntó,  “Palomita Blanca y Tres Tristes Tigres”, le respondí, “Está bien, son las únicas dos que se entienden” me dijo, con una sonrisa extremadamente amable, al tiempo que pedía otro vaso y me ofrecía una cerveza.

Mi entrevista iba a ser publicada en una revista dedicada a la industria de la televisión pero justo el día anterior había muerto Pinochet y eso era de lo único  que ambos queríamos hablar. Me contó que para él había sido un día normal, que había dormido siesta y que después se había quedado viendo televisión con un grupo de amigos. “Fue muy raro porque el día de ayer yo estaba en la misma casa en que pasé el día del Golpe, entonces era extraño y surrealista ver, 33 años después, a la gente festejando la muerte de un señor de noventa y un años, que ni siquiera alcanzó a ser juzgado, un personaje tan difícil de agarrar, tan chileno…un personaje oblicuo, escurridizo, brutal, pendular, inamible”.

Me relató un sueño que había tenido hace algunos años. Él manejando una carreta tirada por bueyes, a su lado una guagua, en una curva el vehículo   aceleraba y la guagua rodaba bajo los pies de las bestias, pero nada le pasaba, él se bajaba de la carreta a recoger al pequeño y al abrir la manta notaba que la guagua tenía la cara del dictador. “Una señal de que nadie podría tocarle y que nada iba a pasarle”.

Suspiré y le dije que ése habría sido un gran cortometraje, sonrió y me dijo que lo había empezado a escribir pero que después se le había perdido el cuaderno, me contó entre carcajadas que tres días antes había perdido en un taxi santiaguino una libreta, de hojas amarillas y tapas de cuero, donde tenía garabateados tres proyectos de guiones y los números telefónicos de todos su amigos chilenos;  que no tenía celular y menos correo electrónico, que sabía que objetivamente al final de su vida habría hecho más películas que cualquier otro chileno y que estaba absolutamente seguro de que quería hacer películas hasta el último de sus días.

Después de muchas preguntas políticamente correctas, recuerdo que él comenzó entrevistarme, me preguntó a qué me quería dedicar como periodista, le conté que me gustaba mucho escribir de cine y de televisión, que iba todas las semanas al cine y que mis horas libres me las pasaba frente a la tele viendo series. Soltó una carcajada que hizo que medio bar se volteara a mirarnos y me contó que en sus años mozos, en México, le habían pagado mucho dinero por  redactar finales de teleseries. “Te lo cuento porque sé que no me vas a mirar con cara de espanto, las teleseries pagan bien y son muy entretenidas, sobre todo si son  teleseries de verdad, esas donde se cambian las guaguas, se raptan a los protagonistas, la  gente vuelve de los comas y las jovencitas quedan ciegas”.

Después de esa confesión me invitó otra cerveza y me dio un consejo, entre paternal y compinche, “deberías dedicarte a escribir sobre aquello que te apasiona, aunque no puedas vivir de ello y tengas que trabajar obligada en otras cosas, la gente a veces rechaza las cosas que no entiende, porque las encuentra raras, pero ser raro en esta época es un valor agregado”.

A sus entonces 65 años y en menos de una hora, Don Raúl había logrado descifrarme sin mayores esfuerzos y me regalaba una mirada distinta de mi propio futuro. Hoy, a pocos días de su muerte, solo me gustaría decirle una cosa…Gracias Don Raúl, aquí estamos.

3 comentarios

  • buena!
    primero debo confesar que yo solo he visto Palomita Blanca…
    segundo Raul Ruiz y el Normandie eran un clásico parece, alguna vez nos encontramos con él por ahí
    y por último, dedicarse a escribir sobre lo que uno quiere o le apasiona debe ser una vida increíble!

  • Breve pero dulce crónica de un encuentro con Ruiz. La narración sirve para devolvernos la imagen desmitificada del director, más hombre, menos figura internacional, seguramente algo que al él le hubiese gustado. Y es verdad que sus películas no se entiende un carajo, jajaja!

  • Bueno, me gustó. Felicidades por eso, no todos tienen la posibilidad de tener un encuentro con alguien que perdura, más allá de los tiempos y a quien solo se le reconocen sus bondades, en el lugar de sus raíces, después de los tiempos.

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