14 de septiembre 2011

Un libro construido en el presente

Sobre Un país gobernado por uno de sus dueños, de Hugo Fazio. Es difícil que el trabajo invertido en la escritura de un libro concuerde en tiempo y espacio con el ritmo vertiginoso de los hechos que le dan sustento. Es ese uno de los problemas más complejos de la academia y la intelectualidad, ya sea por falta de talento, voluntad o financiamiento: la incapacidad de acoplar estudios de largo o corto plazo a coyunturas y construcción de sentidos en un aquí y un ahora que exige propuestas para hoy o para ayer. Romper con este rezago es uno de los valores de esta publicación a muy poco de haberse iniciado el 2011. Si hasta hace dos o tres meses nadie olfateaba las bajas excesivas de Piñera en las encuestas, las reprimidas movilizaciones estudiantiles que detonaron en descontento comunitario mediante la figura de cacerolazos masivos, protestas multitudinarias y barricadas improvisadas. Pero el libro de Fazio ya se dejaba leer, entre líneas, mediante la sistematización del primer año de un gobierno gerencialista de empresarios, plagado de conflictos de intereses apenas iniciada la gestión: sobresalen, entre muchos, los nombres de Alfredo Moreno, promotor de Fallabella en el extranjero, y del defensor de la multitienda ante el Tribunal de Libre Competencia, Felipe Bulnes, hoy Ministro de Educación, además de Laurence Golborne, a quien parecen cuidar hoy los poderes a fin de no mancharlo políticamente, desmarcándolo de la misma política, vendiéndolo como carta presidencial o una salida posible a un gobierno de derecha que tras las últimos sucesos no debiera tener un segundo capítulo. Si esta es la puerta de entrada a este libro, lo que sigue, perfectamente, podría leerse como una suerte de mapa del asco desbordado de argumentos, estadísticas y cifras, dividido en las dos primeras partes de Un país gobernado por uno de sus dueños.

La primera parte expone y discute directrices gubernamentales como la deseada –y bastante fallida– apelación de Sebastián Piñera a una nueva política de los acuerdos, pero, además, ahonda en las diferencias al interior de la Alianza, las características del caso Jacqueline Van Rysselberghe y hasta los dudosos criterios en el proceso de venta de Chilevisión; sumado a las cuotas tentaculares de poder que alcanzaron hasta al fútbol chileno en el caso Ruiz-Tagle v/s Mayne Nicholls, la derrota del segundo en elecciones y la llegada de Sergio Jadue a Chiledeportes, un tipo históricamente vinculado con gente como Tomás Serrano, dice Fazio, sujeto con arresto domiciliario e investigación por fraude.

La segunda parte remite a la aplicación de políticas de un supuesto gobierno de apolíticos a diversas áreas. El desfile de casos resulta grosero: el plan de reconstrucción post-terremoto que, hasta el día de hoy, registra alrededor de un 4% del trabajo total, del cual, a su vez, un alto porcentaje se concentra en meras reparaciones, y no en reconstrucción dura; la mención de Piñera al uso de recursos del Fondo de Estabilización Económico y Social (FEES) para la reconstrucción y el no uso posterior de dichos fondos soberanos puestos en el exterior, marcando una política similar a la llevada a cabo por Andrés Velasco: el ahorro del gobierno anterior, la política de la prudencia, pero esta vez en un país terremoteado y con zonas de catástrofe en que se ha llegado a aplicar un aparato represor silenciado por los medios, violentando a comunidades enteras doblemente. Todo esto decidido mediante el personalismo de Piñera y su obsesión por el equilibrio fiscal. Aparecen también, en esta segunda parte, las políticas privatizadoras aplicadas en una fase final y definitiva a cuatro empresas sanitarias como Aguas Andinas, Esval, Essbio y Essal, además de los procesos privatizadores en Cenabast (Central Nacional de Abastecimiento de medicamentos) y en Enap, con las consecuencias conocidas en Magallanes, más la alianza de Codelco con empresas privadas, avanzando, como dice Fazio, en un “proceso de cesión de pertenencias de la empresa estatal en beneficio de intereses privados.” Las preguntas y conclusiones de Fazio son demoledoras por obvias: “…si a inversionistas extranjeros les parece apropiado efectuar esa inversión no lo es más aún para el Estado chileno, que tiene así injerencia en un servicio público básico. Si existen inversiones que generarán para el país mayores flujos futuros, ¿no sería más apropiado destinar a fines de esta naturaleza parte de los miles de millones de dólares que el Estado tiene colocados en el exterior de bajo rendimiento? Las respuestas surgen solas.”

Chile en un mundo caleidoscópico

Luego de análisis detallados sobre la situación del gas en Magallanes, el incendio de la cárcel de San Miguel, las cifras de pobreza alteradas, las políticas en torno al postnatal y la pésima distribución del ingreso, Fazio amplifica la perspectiva y desarrolla la última parte del libro en función de los cambios políticos y económicos que se avecinan a nivel internacional, y que ya han tenido sus primeros asomos en la crisis de la Eurozona y el estancamiento económico japonés, por ejemplo. Basándose en datos de diversos economistas, se pone de relieve la transformación del mundo con la proyección una China generando el 30 % del PIB mundial –el doble de EEUU– al año 2030, sumado a la emergencia de una serie de potencias económicas que encabezarán la primera parte del siglo XXI, entre las cuales se cuentan Brasil, Rusia e India. Ante este panorama, escribe Fazio citando al historiador Garton Ash, “predomina no un nuevo orden mundial, sino un nuevo desorden mundial. Un mundo caleidoscópico e inestable, fragmentado, recalentado y preñado de conflictos futuros”. Estos signos ya se registran en la afección de los mercados internacionales por la crisis política en el mundo árabe y los efectos de la catástrofe nuclear de Fukushima, en Japón. Riesgos en la economía global reflejados en la inestabilidad de los mercados financieros, tal como lo ha sentido EEUU recientemente, no han hecho ni harán cambiar las políticas económicas del gobierno de Piñera. La sensación que queda tras la lectura es la de un modelo que no aprende de los errores y se replica a escala micro con la tozudez de un mono porfiado demasiado similar al de la portada de este libro.

Hoy, que nos pudimos dar el gusto de ver por televisión la cátedra que un grupo de estudiantes ha dado a representantes del gobierno y la oposición (Martes 16 de agosto, Canal del Senado, ante la comisión de Educación), este libro viene bien como un eje de recolección intensa y veloz de argumentos, cifras, índices, y políticas económicas que se pueden utilizar para desgastar más aún a este modelo y gobierno infame.

Si la perra Concertación –como le llama Marcelo Mellado en sus novelas y columnas– tenía a los operadores políticos para sustentar un orden y generar una clase social, ¿qué tiene esta derecha mediocre? Tiene a los empresarios de un país que dobla en desigualdad a un lugar como México, perteneciendo, al mismo tiempo –chiste–, a la OCDE. Tiene una senadora designada que en vez de reír con chistes como el anterior, ríe de sus interlocutores: estudiantes que la reventaron a ella y al resto de la comisión por la educación con argumentos que no se atrevieron a responder. Tiene un Ministro del Interior que viola la Constitución al reprimir “reuniones públicas” amparado en un decreto de Pinochet. Tiene a los pacos, que no merecen otro sustantivo o mención últimamente y que avergüenzan más que en aquella ocasión en que reprimieron a sus propias esposas, las mismas que protestaban por sueldos dignos para sus maridos. ¿Pensarán en que tienen a los militares? Tienen un presidente, bastante desaparecido por estos días, al que ya todos comienzan a dar la espalda, al que ya nadie respeta y que registra el menor apoyo de un gobernante electo desde el fin de la Dictadura de Pinochet, generando altos porcentajes de ingobernabilidad, y que, en absoluto, parece querer repuntar. Tienen un presidente que no tiene por dónde. Tienen una falta de legitimidad feroz, tienen un manejo vergonzoso. Tienen la cagada. Y apuesto, apuesto lo que quieran a que, en el fondo, tienen mucho nervio y mucho miedo, se huele hasta acá, lejos, en el hemisferio norte.

México DF. 17 de agosto, 2011.

1 comentario

  • No es habitual que el editor comente en este espacio algo referido a las opiniones de nuestros colaboradores, pero siento la necesidad de aclarar algunos puntos, sobre todo cuando Emilio Gordillo señala «un Ministro del Interior que viola la Constitución al reprimir reuniones públicas amparado en un decreto de Pinochet. Tiene a los pacos, que no merecen otro sustantivo o mención últimamente y que avergüenzan más que en aquella ocasión en que reprimieron a sus propias esposas, las mismas que protestaban por sueldos dignos para sus maridos. ¿Pensarán en que tienen a los militares?”. Me suena, por supuesto, como un lumazo esa perspectiva, esa reducción del hecho represivo, y es más, a pesar de lo que me duela, pienso al ojo del buen lector, que el problema no son los pacos, como dice Emilio, sino la institucionalidad que impera en la sociedad actual a nivel mundial. Según el excelente trabajo etimológico y de conceptos en uso, Diccionario del Paro y otras miserias de la globalización, de José Antonio Pérez (2002), si uno busca POLICÍA, señala que es “El cuerpo estatal de funcionarios encargados de mantener el orden público y velar por la seguridad de los ciudadanos // Agente de este cuerpo. Como brazo del Estado –agrega– la policía vigila, espía, controla, persigue, golpea, encarcela y tortura, gozando generalmente de impunidad para ejercer la violencia abusando de sus poderes (…) El creciente movimiento de rechazo a la globalización capitalista ha sido respondido desde el poder gubernamental con una fuerte represión y una violencia policial inusitada, durante las marchas, las fiestas callejeras y las acciones de protesta, la presencia policial es masiva y su actuación está marcada por la brutalidad y los abusos”. Más adelante, en un apartado sobre CARGA POLICIAL y específicamente ANTIDISTURBIOS, otra vez la función descriptiva de la policía es esclarecedora: “Cuerpo especial de la policía encargado de controlar y reprimir toda manifestación colectiva que el Gobierno considere alteración del Orden Público –(Es importante y significativo ver cómo asoma el concepto de Gobierno, versus la noción de Estado que se venía manejando)– El ejercicio de dicho derecho constitucional de manifestación suele ser uno de los motivos preferentes de actuación de este cuerpo, cuyos agentes demuestran a veces su gran profesionalismo provocando ellos mismos el desorden que seguidamente pasan a controlar aplicando sus técnicas represivas. Una estrategia muy común es la de infiltrar agentes de civil entre los manifestantes. En un momento dado, los provocadores se muestran especialmente activos, insultando o lanzando objetos contra sus compañeros uniformados, brindándoles así el motivo para intervenir. En ocasiones, son estos infiltrados quienes rompen las vitrinas de las tiendas, consiguiendo de este modo predisponer a comerciantes y vecinos en contra de los motivos de la protesta cívica, y brindar imágenes violentas a la televisión”. El libro que cito, quizás en extenso, comenzó a gestarse luego de la represión en Génova que terminó con la vida del activista Carlo Giuliani. La obviedad de las idénticas características del proceder de los funcionarios chilenos no le quita gravedad. El mal de muchos no consuela a nadie. Y la historia se repite. En esta última vuelta, ya tenemos el asesinato del joven Manuel Gutiérrez, luego se dio de baja a un suboficial de apellido Millacura y por consecuencias discutiblemente colaterales -un parte no cursado a su hijo- el General Gordon desapareció de escena, aunque sin los cargos de responsabilidad que hubieran correspondido al procedimiento. Lo único cierto es que nuevamente no se trata de accciones invidualidades no deliberadas, porque el Estado es quien necesita de sus cancerberos, y ellos están de pie al cañón porque la institucionalidad así lo requiere. Gobernar es blindarse, y de eso mucho sabe esta nueva forma de gobierno.

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