22 de octubre 2017

Una Cruza

*Traducción de Miguel Carmona

Tengo un animal extraño, mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. Sin embargo, comenzó a desarrollarse durante el tiempo que lleva conmigo: antes era mucho más cordero que gatito. Ahora tiene mucho de ambos por partes iguales. Por parte del gato, la cabeza y las garras, por parte del cordero, el tamaño y la figura; de ambos, los ojos, que son flameantes y salvajes, el pelaje, que es blando y ajustado, los movimientos, que lo hacen tan saltarín como escurridizo. Con la luz del sol, en el marco de la ventana, se acurruca y ronronea, en campo abierto, corre de lo más bien y escasamente caza. Huye ante los gatos, quiere atacar a los corderos. A la luz de la luna, su camino favorito es la cornisa. No puede maullar y tiene repulsión por las ratas. Puede quedarse durante horas al acecho del gallinero, aunque nunca ha aprovechado alguna ocasión para matar.

Lo alimento con leche dulce, es lo que le cae mejor. La toma con largos tragos por sobre sus dientes de depredador. El domingo por la mañana es hora de visita. Tengo al animalito en mi regazo, y los niños de todo el vecindario se paran alrededor mío.

Ahí se plantean las preguntas más increíbles, que ningún hombre puede responder: por qué sólo hay un animal así, por qué lo tengo yo ahora, si ya había habido antes de él un animal así y cómo será después de su muerte, si se siente solo, por qué no tiene crías, cómo se llama, etc.

No me dan ganas de responder, sino que me conformo, sin mayor explicación, con señalar que lo tengo. A menudo los niños traen gatos consigo, incluso una vez trajeron dos corderos. Sin embargo, contra sus expectativas, no hubo ninguna escena de reconocimiento. Los animales se contemplaron tranquilamente entre sí, con sus ojos animales, y, de manera notoria, aceptaron su existencia mutua como un hecho divino.

En mi regazo el animal no experimenta ni miedo ni ganas de escapar. Arrimado a mí se siente de lo más bien. Se limita a la familia que lo ha criado. Ciertamente eso no es algún tipo de confianza excepcional, sino que es el instinto correcto de un animal que en la tierra tiene incontables parientes, pero quizá ningún consanguíneo, y por lo tanto para el cual la protección que ha encontrado en nosotros le es sagrada.

A menudo me tengo que reír cuando me olfatea, se abre paso entre mis piernas, y no se aparta de mí para nada. No conforme con ser cordero y gato, prácticamente quiere ser perro, incluso. – Una vez, como le pasa a todos, no encontraba salida alguna a mis negocios (y todo lo que tiene que ver con ello), quería dejar que todo se desmoronara, y estaba en casa, en mi mecedora, con aquel estado de ánimo y el animal en mi regazo, cuando miro hacia abajo accidentalmente y veo caer lágrimas de sus grandes bigotes. ¿Eran mías? ¿Eran suyas? – ¿Tenía este gato con alma de cordero también ambiciones humanas? – No heredé mucho de mi padre, pero esta herencia era notable.

Tiene en sí la intranquilidad tanto del gato como del cordero, aunque sean de distinto tipo. Por eso el cuerpo le queda chico. – A menudo salta al sillón junto a mí, se apoya con las manos delanteras en mi hombro y sostiene su hocico en mi oído. Es como si me dijera algo, y luego se me pusiera en frente y me mirara a la cara para observar la impresión que me causa lo que me ha comunicado. Y para ser complaciente, hago como si le entendiera algo, y asiento con la cabeza. – Luego, baja de un salto al piso, y da algunos escarceos a su alrededor.

Quizá el cuchillo del carnicero sería una liberación para este animal, lo que yo debo negarle, sin embargo, como herencia. Por eso debe esperar hasta que su aliento se extinga, aunque me observe desde unos ojos comprensivos que parecen humanos, y que piden un acto comprensivo.

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