09 de agosto 2018

Una reflexión a varias voces, desde el archivo del propio cuerpo

Texto de presentación del libro Mayo feminista: La rebelión contra el patriarcado. Faride Zerán (editora). LOM, julio de 2018

 

“Hoy se apunta al corazón de la sociedad chilena, asumiendo en muchos casos que el feminismo, además de una ideología, resulta una pulsión, un sentimiento, un gesto que marca un punto de inflexión que a la vez dialoga con diferentes vertientes de pensamiento que constituyen las moradas donde habitan los feminismos.

Porque en las inéditas y masivas asambleas de mujeres realizadas en distintos campus de la Universidad de Chile, y en otras universidades del país; en el apoyo transversal de sus demandas, provenientes de distintos sectores de la sociedad, más allá de protocolos y políticas sobre acoso que claramente han resultado insuficientes; incluso en la heterogeneidad de los petitorios y discursos, podemos leer signos de un cambio cultural y de un movimiento que sin duda está haciendo historia”.

Así inicia este libro, convocado por Faride Zeran a ser construido como un coro a varias voces, transgeneracional y trasversal, montado sobre la cresta de una ola. Un libro en medio de, atravesado por, y sostenido por aquella partícula radical, libre, autónoma, subversiva, insurrecta, insubordinada, llamada Feminismo. Una palabra que se niega a ser un adjetivo, porque cuando el adjetivo no da vida, mata, decía el poeta Vicente Huidobro. Este libro entonces está en medio de, atravesado por, y sostenido por una experiencia histórica construida como cuerpo denominado “mujer”, que hoy, tal como narra el cuerpo-voz de Nona Fernández (una de las autoras), está atravesado por el cuerpo-voz de Sofía Brito[1], que se retuerce por la náusea, en esa alteración violenta del estómago que provoca el vómito. Y este vómito lo produce la mismísima República. Así bautizó el mismísimo Ricardo Lagos a Carlos Carmona, profesor aún de la Universidad de Chile, luego de que Sofía sacudiera su cuerpo del pesado cuerpo de Carmona allá en el ilustrísimo Tribunal Constitucional. Encima de ella estaba, a pocas horas de que se discutiera en el sacrosanto tribunal la despenalización del aborto en tres causales. Todo da náusea. Y así nos lo cuenta la actriz y escritora Nona Fernández en su texto “Líquida avanzada”. Allí dice, que Sofía se dijo y nos dijo a todas, todes:

“somos una ola. Una onda acuática que se desplaza a través de la superficie. El viento nos provoca. Nuestro movimiento no es un proceso homogéneo ni estacionario. Cada ola tiene distinto periodo, altura, longitud de onda y dirección, propiedades que además varían en el espacio y en el tiempo. Esta ola que somos, esta ola que se levanta, no es como las otras” (p.71).

No me detendré en detalle en cada uno de los escritos, sino que les contaré a todas –incluso a ellas, las autoras, que no se han leído de conjunto- y a las aquí reunidas -sumándome al coro- por qué este libro lo leí con placer, regocijo, complicidad, orgullo, con el oído atento, con notas al margen, como una conversación entre dos, tres, entre todas, con pausas, aunque sin interrupciones, con todo el cuerpo atento a las posibilidades de lectura de esto que se ha llamado una tercera o una cuarta ola feminista. La verdad, importa poco la clasificación, lo que importa, como señalan Olga Grau y Nelly Richard, es el acontecimiento. Uno que si bien, como todas ellas reconocen, viene de otras, tiene genealogías. Así lo dice Camila Rojas, “la rebelión feminista tiene poco de novedad y mucho de herencia”, pero cuando una se pone las “gafas violetas” –metáfora de Gema Lienas- el estómago se retuerce y entonces la conciencia feminista llega para quedarse. Como ella, que atraviesa con su presencia esta historia y leemos: “Camila Rojas. Diputada de la República. Feminista y oriunda de San Antonio”, esta breve nota de pie de página es parte de este acontecimiento sin fechas de inicio ni final que levanta las faldas y los pechos, y orina en cada esquina del territorio para marcarlo con sus legados: Alerta, alerta machista, que todo el territorio se vuelva feminista!!

El acontecimiento, como señala Olga Grau, es una experiencia inédita, extraordinaria “del que no se tienen disponibles claves fáciles e inmediatas de lectura para la comprensión de su profundidad y alcance”. Pero lo que sí parecen compartir todas las autoras, es lo que dice Olga sobre su capacidad para “alterar”, dando vuelta o poniendo los pelos de punta del patriarcado paternal, militar, de poco vuelo, ignorante de los llamados chilenos con O. Dice ella que las jóvenes producen “gestos nuevos donde los cuerpos han sido puestos en escena de maneras inesperadas con un sentido feminista, volviendo a instalarse su potencial reflexivo… las jóvenes sacan los pechos del encuadre masculino como zonas erógenas privilegiadas, provocan sustrayéndolos del sentido del objeto sexual como fragmento pornográfico del cuerpo. Se los hace componentes políticos de una nueva liberación, en la emancipación de los signos del patriarcado machista sexista, despojándoseles al mismo tiempo de su inscripción materna como zonas de amamantamiento, de una maternidad idealizada como pecho mariano nutriente, olvidado de grietas en los pezones y mordiscos de bocas de infantes” (p.94). Este signo es complejo para Occidente solo cuando se trata de “sus mujeres” o “nuestras mujeres” como dirá un señor Presidente, “blancas”, “nobles”, y “educadas”; cuando los sacan al aire y se suben a los monumentos, porque cuando están en la publicidad, o son parte de un cuerpo negro, o en el café con piernas, no escandalizan a nadie y, por cierto, tampoco, tendrían significado para las mujeres “indias” o “negras” de un feminismo que también deconstruye las claves del colonialismo y del racismo. Esos pechos, por cierto, ya habían desfilado por las calles en los 8 de marzo, pero ese día, ese en que la mujer sube a la noble escultura de la Pontificia Universidad Católica, entonces allí este país estalla. Y estalla de morbo, de cerebro perverso de macho común y corriente, ese que mea en cualquier parte para marcar su territorio, incluyendo el de las Universidades y el Tribunal Constitucional. Y nadie se escandaliza por los planes sin útero de las AFP, y tanto que nos cabeceamos peleando por el aborto libre, si allí está la solución, saque las cuentas señor caballero y entonces si le cuadra, verá que le es más barato decir que sí. Porque parece que efectivamente el No es No no lo entendió, no lo quiere entender. Y no lo va a entender y traspasa su violencia a los pares de las jóvenes que lanzan un disque panfleto, más bien una amenaza anónima de asesinato, a las estudiantes de la toma de la USACH:

“¡Atención feministas!

La USACH ha cumplido ya 2 meses de paro indefinido. Gracias a ustedes ¡FEMINISTAS HIJAS DE PUTA! Todos los estudiantes nos hemos visto severamente perjudicados gracias a su paro ridículo sin sentido! Si no se han dado cuenta, no todas las mujeres están involucradas en su jueguito y todos los hombres de la USACH hemos decidido cortarles el mambo en seco, no soportamos más su paro, o terminan ahora el paro, o si no, ahora sí que sí, ¡LAS VAMOS A VIOLAR PERRAS CONCHESUMARES!”[2]

Esta es la razón suficiente que cada uno de nuestros cuerpos corrobora y argumenta como el sentido de lo que las jóvenes han hecho y seguirán haciendo. Porque como nos relata en este libro la activista de la palabra y periodista feminista Cristeva Cabello, la educación no sexista y la disidencia sexual está en la base de las agitaciones feministas de las secundarias desde inicios del siglo XXI. Este camino quizás es poco conocido por las feministas y estudiosas mayores, pero es un dato relevante del acontecimiento actual. En tanto integrante del proyecto Es mi Cuerpo, de Amnistía Internacional, ha recorrido los pueblos chicos, donde, citando a Gabriela Mistral, la mujer sufre su verdadera desventura. Y Chile es un gran pueblo chico. Aquí, como dice Cabello, el feminismo se lee como una amenaza a la masculinidad y una traición a la patria, a la República, verdad Sofía? Y más aún el lesbianismo, que distante quizás de lo que podríamos creer se comprendiera en la provincia como una inversión del mundo, es más bien una traición a la patria: el deber de los hombres y las mujeres es procrear, dar nuevos ciudadanos a la República. Y entonces las niñas de Porvenir “hacen una lista negra donde han inscrito el nombre de mujeres acusadas de ser lesbianas. La educación de la crueldad se trafica entre estudiantes y profesores, y de profesores a estudiantes” (p.23). Esto es lo que se necesita expurgar con un gran vómito general, y un gran vómito de la herencia del General. La delación, la desaparición de los cuerpos de mujeres, la tortura cotidiana de los medios de comunicación, de las canciones románticas y pornográficas que todos los días langüetean nuestros oídos sin pedirlo.

Y hago propias las palabras de Cabello: “ya nos cansamos de ser objetos de estudio, es momento de interrogar y cuestionar no a los raritos si no a los “normales”, esa casta de heterosexualidad patriarcal que gobierna” (p.25). Los políticos son “una población que demuestra ignorancia sobre la sexualidad” y la religión vuelve a tener monopolio sobre el cuerpo. Y claro, la disidencia de las mujeres no binarias, trans o putas, tiene en esta cuarta ola feminista un rol político creador. Identidades flexibles. Un nuevo horizonte de imaginación, donde la A, la O, o la E final es un desborde que nuevamente altera la pequeñez de la República. Como nos propone Alia Trabuco, “Imaginar, ha sido siempre el primer impulso del feminismo”, y por ello, si la RAE aprueba o no los cambios da un poco lo mismo, porque, citándola, “las mujeres nunca hemos vivido en un mundo políticamente correcto. No hemos tenido ni siquiera ese dudoso privilegio” (p.159). ¿Será políticamente correcto este país donde ocurre el homicidio lesbofóbico de Nicole Saavedra y no hay imputados? ¿O donde la corte Suprema no estimó que lanzar un trozo de concreto contra la cabeza de Nabila Riffo suponía la intención de asesinarla?

Desde aquí, me anclo a las palabras de Beatriz Sánchez que se asume feminista desde la experiencia de ser sobreviviente, de tomar conciencia cuando se puso las gafas violetas, y se dio cuenta que todas las que aquí estamos somos sobrevivientes en un país en que el número de femicidios crece y también la violencia hacia las niñas. No es la furia “natural del hombre” o la enfermedad del machismo, ni la “cultura” la que nos mata, son ciudadanos de la República que crecen sin hacer contacto con los ojos de los demás, sin reconocer a su alrededor el mundo diverso de sus iguales y donde, como señalan de forma compleja e inquietante Javiera Toro y Valentina Saavedra, la precarización constante en que se funda la explotación del capitalismo neoliberal, sí hace iguales a hombres y mujeres: iguales en la precariedad. Ellas dicen que los “hombres”, los masculinos, “han sido despojados de todo, encontrando en la violencia hacia las mujeres uno de los únicos ejercicios de poder y propiedad” (p.139).

Este libro es un hermoso gesto que encadena nombres del feminismo de aquí y de todas partes, acciones de diversos tiempos, con resonancias más conocidas como las de Elena Caffarena o Julieta Kirwood, a quienes todas rendimos homenaje por organizarnos para conseguir el voto, o pararnos en las escalinatas de los edificios de la República a decir “democracia en la calle y en la casa”. Alejandra Castillo, Luna Follegatti, Kemy Oyarzún, Nelly Richard, Faride Zeran y Ximena Valdés hilvanan esa memoria del feminismo, el movimiento de mujeres, los movimientos sociales y la izquierda como propuesta política en el contexto amplio de nuevos frentes. Todas ellas se preguntan por la memoria, por sus saltos, sus silencios, y apuestan por un horizonte nuevo que toma del feminismo su anhelo de justicia, porque es justicia. Nos entregan nombres que para quien busca no son nuevos, pero que no están instalados en nuestro relato social ni es la Historia con mayúscula, como el de Carmela Jeria, el periódico La Palanca, las organizaciones de mujeres trabajadoras de principios del siglo XX y un entramado que no debemos dejar de construir, iniciando por el nombre de nuestras madres. Acá se repiten una y otra vez la fuerza de las nuevas consignas de este gran movimiento del mayo feminista que apela a la historia del territorio de cada uno de nuestros cuerpos. Si bien es cierto que son válidas las preguntas de la vieja política respecto de la institucionalización del movimiento, su amplitud su articulación con otras luchas, la tensión con las exigencias de los “machitos de izquierda” debiera ser otra de las amarras que la nueva ola puede ayudar a soltar y liberar. Hay muchos feminismos, y hay muchas formas de hacer política. Ahora que la República se revuelca en un vómito general, es hora de limpiarnos la boca, mirar alrededor y caminar juntas, porque no queremos ni una menos, les queremos a todes, aquí y ahora!

 

[1] Estudiante de Derecho, acosada sexualmente por Carlos Carmona abogado, académico de la Facultad de Derecho y que al momento de los hechos denunciados era Presidente del Tribunal Constitucional de Chile. Este caso es el centro del relato de Nona Fernández. Sofía Brito fue mi compañera de mesa en la presentación de este libro, por eso me dirijo a ella de manera personal en otra parte del texto. Los casos de abuso sexual fueron detonante de las movilizaciones estudiantiles feministas desde fines de 2017 y todo mayo del 2018.

[2] Papel cuya foto me enviaron varias amigas por whatsapp.

 

*Fotografía de Vicenta Pesutic García

Historiadora feminista

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