13 de mayo 2010

Una sociedad latinoamericana contemporánea, ese texto mal redactado

Sobre Adictos al Fracaso.

Me avergüenza confesar que antes del 2007 no sabía absolutamente nada sobre las condiciones políticas y sociales de Colombia en los últimos años. Mis conocimientos no iban mucho más allá de los retratos mágicos de García Márquez – que no me parecían atractivos- y sus crónicas y textos periodísticos, mucho más interesantes a mi gusto. Lucir un gran nivel de desinformación, en el contexto mediático chileno en que me crié, incapaz de exponer informaciones internacionales, no tendría nada de raro, pero entonces no estábamos en Chile sino en Buenos Aires.

Conversaba ese día con Andrés Pabón, un colombiano que salió de su país a buscar alternativas de vida y deliraba con una supuesta oportunidad para escribir en el New York Times. Apoyados en un balcón que daba a la plaza Congreso, intentábamos imaginarnos el caos de los malos días de la crisis del 2001, la multitud, la policía defendiendo el Congreso, las jornadas del caos, los muertos, los francotiradores en las azoteas de esa cuadra fastuosa creada por el yrigoyenismo de principios de siglo. La plaza, seis años después, estaba iluminada y abarrotada de paseantes de la noche porteña entre las últimas brisas de verano, como si los malos consejos económicos del FMI jamás hubiesen sido escuchados por el gobierno argentino. Fue entonces, hablando también sobre los disturbios populares del 2006 en Sao Paulo, motivados por la injusticia social y solucionados mediante la negociación con criminales excarcelados y, también sobre el fraude electoral mexicano en la elección de López Obrador, que le pregunté a Pabón cómo estaban las cosas en su país. La respuesta fue tremendamente general y superflua, pero se convirtió en un anzuelo a mi curiosidad: pues es simple, dijo Pabón, Colombia recibe tanto dinero de Estados Unidos y Europa por conceptos de políticas de seguridad que sería ingenuo creer que el gobierno colombiano no necesita la existencia de las FARC y al ELN.

Años después, he tenido la suerte de encontrar Adictos al Fracaso: Políticas de Seguridad de Estados Unidos en América Latina y la Región Andina en la traducción que ha publicado editorial LOM, compilada por Brian Loveman con la colaboración de Pablo Trucco. En él se desglosan por región y punto por punto, mediante el análisis de varios especialistas como Orlando J. Pérez, las injerencias contradictorias de los planes de seguridad con los que Estados Unidos ha arremetido desde el noventa en adelante contra la región andina en particular; los escasos aciertos, los sospechosos giros de implementación como, por ejemplo, ampliar la guerra contra el narco a una guerra antiterrorista tras 11/09, y los daños colaterales de las políticas de seguridad extendidos a casi toda la región. Este trabajo a múltiples voces se desarrolla de modo acabado y agudo, aventurando respuestas a preguntas valientes como, por ejemplo, si no es posible que las mismas políticas económicas y de seguridad que mezclan y confunden guerra contra el narco y guerra contra el terrorismo socaven el bienestar social y económico de América Latina: fracasando, también, la seguridad de un Estados Unidos que insiste en mantener como base de su política el control total del flujo de inmigrantes latinos a ese país.

En Adictos al Fracaso, el arco dibujado por los análisis va desde el año 90 – con la incorporación y diversos cambios del Plan Colombia, con Clinton a la cabeza de Estados Unidos -, hasta el 2009 y los roles de Bush y Obama en el camino que acaba en la presidencia de Álvaro Uribe, bajo cuyo gobierno se ha intensificado muchísimo más la influencia norteamericana. Durante todo este largo proceso, Estados Unidos aplicó, de uno u otro modo, y bajo la excusa del libre mercado, los conceptos de democracia e igualdad en cada uno de los países del cono sur. El punto que se argumenta en este libro de manera acabada e inteligente corresponde a que, por supuesto, la estabilidad no dependía exclusivamente de la inversión y la libertad de los mercados, tal como lo demuestran la aparición en la región de narcos, guerrillas, terrorismo, crimen transnacional organizado, el problema global de la corrupción y la droga, el lavado de activos y el tráfico ilegal de armas, la extrema pobreza y exclusión social de grandes sectores de la población, y hasta el saqueo ecológico de zonas como la Amazonía. Pero también se analizan aquí sectores específicos como Brasil, Venezuela y su relación con Estados Unidos, Perú y el caso Boliviano, abordando los vínculos, desinteligencias y sentidos de la ocupación económica y de “seguridad” que dicho país ha realizado, tanto legal como ilegalmente a través de los últimos veinte años.

De todos modos, los capítulos con más repercusiones para la región, aunque en Chile no seamos capaces de tomar conciencia de estas cosas, corresponden a la implementación de dichas políticas en una Colombia que es punto estratégico para absolutamente todos los intereses políticos y económicos nombrados. No por nada es hoy un centro de esfuerzo internacional, pero no sólo eso, pues sería torpe pecar de adictos al fracaso con los Estados Unidos de Norteamérica: lo más sospechoso de este territorio, que algunos insisten en nombrar como un nuevo Vietnam, un Vietnam del futuro, es que en relación a él, Estados Unidos da rastros de promover una doctrina de inseguridad en el panorama latinoamericano, Colombia, en ese contexto, y cómo no, puede ser futuro punto de inflexión para las venideras ocupaciones estratégicas en la región.

Cuando en algunos años más, plazas vacías como la de Congreso en Buenos Aires se encuentren llenas otra vez de masas descontentas, cuando tengamos que explicarles a nuestros hijos cómo sucedió el final de las sociedades urbanas en Latinoamérica, tal vez podremos revisar un libro como este para poder airear la mala memoria y entender por qué estamos donde estamos, también podríamos hacerlo hoy, con su ayuda tal vez podamos redactar mejor ese pésimo texto que tenemos de nuestros últimos veinte años en el cono sur.

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