29 de diciembre 2012

Vamos por ancho camino

El primer videoclip chileno fue filmado en 1972 y tuvo como protagonista a Víctor Jara. Realizado por Hugo Arévalo, originalmente correspondería a una grabación en estudio para la televisión teniendo como base “Te recuerdo Amanda”, pero el mismo Víctor quiso que fuera la canción “Vamos por ancho camino”, que a juicio resultaba una celebración del momento histórico que vivía Chile. Las tomas fueron realizadas, valga la paradoja, en los faldeos cordilleranos donde ahora se emplazan «las casitas del barrio alto» en La Dehesa. Grabado cuando despunta el sol, las imágenes constituyen uno de los registros más extensos de un Víctor Jara sonriente, vital, hasta atlético, vistiendo un poncho que, con el avance del registro, más que dar un aspecto campesino lo asemejan a un pájaro a punto del vuelo: Ven, ven, amigo ven. La escena final, no podría ser más emblemática, Víctor corre, da saltos y aletea, mientras la cámara se va cerrando con los versos un pájaro que anuncia la paz.

Pero la historia quiso otra cosa, y no fue paz lo que se trajo. O al menos no tan pronto. Ya que a contar de su muerte la imagen de Víctor Jara se convirtió en la de un héroe de la resistencia, un mártir del sacrificio, un emblema de la injusticia, considerando que aún no existe claridad sobre el autor material de su crimen. Ese contexto es conocido por todos y en nada distingue a los miles de detenidos, prisioneros, desaparecidos y asesinados durante la Dictadura. El punto es que Víctor Jara era conocido. O famoso, como se dice ahora, y esa condición mediática, singularmente significativa, ha logrado 40 años después emerger como un sujeto cultural, sin precedentes, dada la innovación y vanguardia de sus búsquedas y composiciones, que lo han hecho trascender en el ámbito mundial.

Actor, director de teatro, folclorista, cantautor y activo dirigente de izquierdas, supo hacer de la palabra, la raíz de su acción. Del selecto álbum de sus encuentros musicales, carátulas de sus discos y la serie de retratos de Poirot, Sánchez Macedo, Guzmán, destaca una foto muy elocuente, donde se le ve en medio de un trabajo voluntario, durante la primera huelga de dueños de camiones en 1972. Aparece descargando un saco desde un tren en la Estación Central, a escasos metros de donde ocupaba, junto a Isabel Parra e Inti-Illimani, la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado (UTE). El mismo desde donde lo detienen, el día siguiente al Golpe de Estado, la Escuela de Artes y Oficios y es conducido, junto a otros prisioneros al Estadio Chile, todos en fila india, mientras los insultan, empujan y reciben golpes de patadas y culatazos. A la entrada del recinto es reconocido y ubicado junto a los detenidos “importantes y peligrosos”. El resto es dolorosamente conocido por todos. El Príncipe; los altavoces; las camarines de tortura; el oscuro techo; las graderías de un centro deportivo donde dejó de practicarse algún deporte. Todas esas muertes. Según el testimonio que logra recomponer Joan Jara (Vid: Víctor Jara, un canto inconcluso, LOM Ediciones 2008), no le arrancan las uñas ni cortan las yemas para hacerlo tocar guitarra. Eso, dentro del horrendo contexto, habría sido lo menor. Sí, en cambio, entonó como último acto colectivo, algunas estrofas del himno de la Unidad Popular “Venceremos”. Su cuerpo apareció mutilado y acribillado el 16 de septiembre con más de cuarenta impactos de bala, por las afueras de Santiago en San Miguel, cerca de la línea férrea, tirado junto a otros seis cuerpos. Víctor había escrito en la agonía de esos días, un poema elegiaco, sobre lo que ocurría en el país, desde ese pequeño rincón de la ciudad, algunos lo conservaron escondido en sus calcetines y fue memorizado por sus compañeros de encierro quienes luego lo entregan a su viuda, y es lo que hoy se conoce como “Estadio Chile” , un texto que, por cierto, nunca se convirtió en canción.

 

Yo no canto por cantar

Recientemente hemos publicado en LOM Ediciones, Víctor Jara, deja su huella en el viento, en un formato pocket, muy económico, para convertirse en la más completa versión de sus canciones, con un imprescindible y cuidado prólogo de Naín Nómez. Resulta obligatoria así su lectura para todos quienes conocen su trayectoria y ahora pueden revisar un corpus completo con sus textos: “La calidad intrínseca de sus melodías ha opacado la letra de sus canciones, y por ello la intención de este libro es resaltar su veta poética. Más que eso, ponerla en relación a su formación de vida, que lo hizo cantor de un pueblo con el que no solo solidarizó, sino que lo integró a su propia existencia. Es nuestro deseo –agrega Nómez– que estos textos sean leídos en forma independiente de la música que los acompaña, por lo que valen en sí mismos, como carnadura del pueblo, por lo que valen en sí mismos, como inyección vital de un cantor poeta que intentó ser portavoz de un colectivo, a veces tomando su lugar, a veces con un lenguaje personal, pero siempre auténtico, real, sincero. Aunque también es posible que al leer estos escritos recordemos la música que los acompañó y entonces serán doblemente leídos: por sí mismos y por la leyenda del bardo y su voz que viva en las canciones”.

 

Estadio Chile (Septiembre de 1973)

Somos cinco mil aquí.

en esta pequeña parte de la ciudad.

Somos cinco mil.

¿Cuántos somos en total

en las ciudades y en todo el país?

Sólo aquí, diez mil manos que siembran

y hacen andar las fábricas.

 

¡Cuánta humanidad

con hambre, frío, pánico, dolor,

presión moral, terror y locura!

 

Seis de los nuestros se perdieron

en el espacio de las estrellas.

 

Un muerto, un golpeado como jamás creí

se podría golpear a un ser humano.

Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores,

uno saltando al vacío,

otro golpeándose la cabeza contra el muro,

pero todos con la mirada fija de la muerte.

¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!

Llevan a cabo sus planes con precisión artera

sin importarles nada.

La sangre para ellos son medallas.

La matanza es acto de heroísmo.

¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?

¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?

En estas cuatro murallas sólo existe un número

que no progresa,

que lentamente querrá más la muerte.

 

Pero de pronto me golpea la conciencia

y veo esta marea sin latido,

pero con el pulso de las máquinas

y los militares mostrando su rostro de matrona

lleno de dulzura.

 

¿Y México, Cuba, y el mundo?

¡Qué griten esta ignominia!

 

Somos diez mil manos menos

que no producen.

¿Cuántos somos en toda la Patria?

La sangre del compañero Presidente

golpea más fuerte que bombas y metrallas.

Así golpeará nuestro puño nuevamente.

 

¡Canto, que mal me sales

cuando tengo que cantar espanto!

Espanto como el que vivo

como el que muero, espanto.

De verme entre tantos y tantos

momentos del infinito

en que el silencio y el grito

son las metas de este canto.

Lo que nunca vi,

lo que he sentido y lo que siento

hará brotar el momento…

 


Revista de arte, literatura y política.

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