31 de diciembre 2011

«Arriba los pueblos del mundo»

Presentación al libro de Rolando Álvarez, Arriba los pueblos del mundo. Cultura e identidad política del Partido Comunista de Chile entre democracia y dictadura 1965-1990. Hay muchas razones para agradecer a Rolando Alvarez la publicación de este libro. Desde luego, celebrar su dedicación, entusiasmo y también su audacia para enfrentar el desafío de examinar desde el punto de vista de un historiador un período tan cercano y a la vez tan intenso de la historia reciente de nuestro país. Pensar y escribir en  momentos marcados todavía por la aparición de restos de compatriotas asesinados por la dictadura, en momentos en que no termina de encontrarse la verdad ni de hacerse la justicia reclamadas por los protagonistas de la crisis que nos conmovió entre 1973 y 1990, importa adoptar posiciones en múltiples asuntos. Por lo mismo, no cabe esperar un juicio compartido de los lectores de la obra. De aquí un segundo motivo de agradecimiento al autor. En las páginas del libro – así como en las de una obra anterior – desfilan mujeres y hombres, anónimos o públicos que, a su manera, desde el lugar en que les correspondió actuar, hicieron lo que entendían era su contribución a la tarea de recuperar la democracia en nuestro país. Gracias Rolando por recordar sus nombres.

Incorporando valiosos antecedentes, muchos de ellos inéditos hasta ahora, el texto de Rolando discurre entre dos grandes ejes: de un lado profundiza en el papel que correspondió jugar al Partido Comunista en estos dramáticos sucesos recientes, sobre todo desde la óptica de lo que llama renovación de sus rasgos identitarios y de su cultura política. De otro, el examen de la política del PC tiene como trasfondo lo que ocurría en el país y más allá de sus fronteras, así como las conductas políticas de otros actores de la crisis. Tratando de alejarme de la tentación de convertir esta presentación en un foro, quiero en lo que sigue referirme solo a un par de los temas abiertos por el libro, que pienso tocan aspectos muy sensibles para quienes nos identificamos con una visión transformadora de nuestro país.

La falta de métodos revolucionarios

En primer lugar, quiero decir que la lectura de la primera parte del libro me resulta algo incómoda. En alguna medida, la descripción del complejo proceso de “bolchevización” del PC se mueve al límite de la caricatura. En un aspecto particular, respecto de la cultura comunista, yo rescato y valoro positivamente la “pasión revolucionaria” como un componente esencial de quiénes se declaran militantes de un partido político que lucha por realizar una transformación radical de la sociedad en la que actúa. Para mí, la construcción de la nueva sociedad continúa siendo el acto de “creación heroica” que reclamaba Mariátegui. No es concebible – en mi modesta opinión – el hacer política revolucionaria solo armado de un programa de cambios surgido de un análisis de la realidad, por muy rigurosa que haya sido su elaboración. Como señala Rolando, hubo esta pasión – mezcla de heroísmo y resiliencia – en la etapa previa al Gobierno Popular, pero también durante sus extraordinarios 3 años de duración, en la dura clandestinidad y, por cierto ahora, en los jóvenes que han mantenido por más de seis meses el movimiento por la educación. A riesgo de caer en lo tan criticado por historiadores y cientistas sociales en las décadas recién pasadas, tengo presente a Marx a propósito de su Critica al Programa de Gotha: “más vale un paso en el movimiento real que una docena de programas”. En el ámbito de las referencias de identidad, es verdad que la elaboración del partido estaba lejos del conocimiento de muchas valiosas contribuciones de militantes comunistas y de autores no comunistas de otros países. Pero si pienso en los lejanos años `50 y ´60 – cuando me incorporé a las juventudes comunistas – no puedo dejar de pensar en el aporte gigante a la cultura chilena realizado por centenares de militantes en las más diversas esferas de la vida social. Pues no se trató solo del Neruda Nóbel y Candidato Presidencial, justamente realzado en el texto. Me faltan Violeta y sus hermanos y la creación popular. Me faltan en la descripción los otros poetas, los actores y los músicos, el Matta innovador en el mundo colaborando con las Brigadas Ramona Parra, el Ramírez Necochea o el Fernando Ortiz, historiador y dirigente del Partido clandestino. Me faltan otros profesionales e intelectuales significativos, como los economistas marxistas que partieron a Cuba en los inicios de la revolución. Y, más allá de insuficiencias teóricas o de errores, el PC contó con dirigentes políticos muy reconocidos. La actuación teórica y práctica de todos ellos fue decisiva para que el eje de la política chilena se desplazara por largos períodos a la izquierda. Que no eran suficientes, que duda cabe. Pero pensar en un mundo plano, en la mera “aplicación” de un marxismo empaquetado y anquilosado como método de elaboración de una  política partidaria de ese período, no logra a mi juicio dar cuenta de éxitos de la magnitud mundial del Frente Popular del 38 o de la Unidad Popular del 70.

Avanzando en la lectura, el texto se transforma en el examen riguroso, histórico (y político) de la actuación del partido entre 1970 y 1990. El texto nos introduce en los más complejos problemas de la teoría de la  revolución, en particular reeditando la discusión de fines del siglo pasado acerca de las “vías” de aproximación al poder. Con la  precisión de un cirujano a la vez que con ágil pluma, Rolando examina las posiciones de los protagonistas, sus conflictos y las síntesis alcanzadas. Lo más importante, sin embargo, es que el texto permite al lector actual encontrar la significación de la actividad y la lucha políticas como asuntos esenciales para la vida cotidiana de todo ciudadano.  Pienso en la situación de este Chile 2011, en la que un gigantesco despliegue social, que se plantea objetivos ampliamente compartidos, no ha conseguido aún los éxitos esperados. Particularmente bien lograda está la caracterización de la “lucha de masas” como constante de la política del PC durante toda su historia. La “lucha de masas” es el mecanismo clave invocado siempre por el partido para construir una “correlación de fuerzas sociales” favorable a la transformación del país. Esta correlación de fuerzas sociales se entiende, a su vez, como la clave de la conformación de la expresión política que pudiera plasmar los cambios a nivel institucional, incluyendo por cierto en esa expresión política –como quedó de manifiesto con el golpe y en las luchas posteriores– su necesario nivel o “momento militar”. Y, adicionalmente, el dominio de todas las formas de lucha que pudiera requerir el proceso en curso. Entonces, para comprender mejor la cuestión de las vías de la revolución es preciso adentrarse más profundamente en la dialéctica entre reforma y revolución. A modo de sugerencia, a mi juicio la separación entre las “praxis” reformistas y revolucionarias propuesta por Rolando se resuelve mejor entendiendo esas praxis las como las formas y los métodos de lucha – legales o extralegales, armados o no armados – necesarios al logro de los objetivos pretendidos por el partido en cada momento. ¡De otro modo no es posible explicar como una “praxis reformista” como la reforma constitucional por la nacionalización del cobre en 1971 resultó siendo la medida más revolucionaria del gobierno popular de Allende!  Pienso que así se comprende también mejor  el contexto de la cita clave del héroe vietnamita Le Duan – que yo comparto- y que reproduce Rolando cuando entrevista a Fernando Contreras: “muchas revoluciones han fallado, no por falta de programa revolucionario, sino por falta de métodos revolucionarios”.

¿La irreversibilidad de la revolución?

Un último asunto que quisiera considerar en la presentación de este valioso libro se refiere al contenido “renovador” del paradigma socialista que manifestaron algunos destacados impulsores de la PRPM ya a fines de los años ’80. En el tratamiento del “largo epílogo del XV Congreso”, Rolando examina los cuestionamientos de fondo que se hicieron, por parte de numerosos militantes, a los mecanismos y formas de democracia interna existentes entonces en el Partido. Al exponer sus ideas, el autor vincula directamente esas críticas a las experiencias vividas por algunos militantes en los países socialistas de Europa Oriental, que habrían creado en ellos una profunda decepción respecto de lo construido por los regímenes de esos países. No me cuento entre los “decepcionados”, aunque por cierto comparto las críticas que hizo el Partido a esas experiencias a fines de esa década. Al respecto, quisiera recordar con ustedes mi última conversación en Leipzig con el Prof. Manfred Kossok, mi “maestro” al decir de Rolando, poco antes de regresar a Chile. Kossok, estudioso de la historia y uno de los creadores de la teoría de los ciclos de las revoluciones burguesas, profundo conocedor de América Latina, tenía claro que se acercaba  el fin de los regímenes del “socialismo real” y que ello traería consigo una profunda revisión de los presupuestos teóricos y metodológicos de la creación de la nueva sociedad en todo el mundo. Pero su amplia mirada no desconocía que estos regímenes se habían instaurado además en el marco de una “guerra fría” que imponía restricciones difíciles de comprender solo racionalmente. (Solo a modo de ejemplo. En Leipzig, durante la época de la instalación de los misiles crucero en Alemania Federal, la población pendiente de los “45 segundos”, el tiempo máximo de reacción frente a una alarma de disparo de un cohete “enemigo”). No podemos descartar, me dijo el Profesor, que entremos en un largo período – posiblemente un “ciclo” – de experiencias exitosas y frustradas de construcción socialista. Pues lo que luego llamaríamos la “caída del muro” traería consigo el derrumbe de uno de los mitos más difundidos entre los partidarios del socialismo: el mito de la irreversibilidad de la revolución. Por lo mismo, al igual que otros revolucionarios en épocas pasadas, quienes nos pronunciamos por la opción de contribuir a la construcción de una nueva sociedad – sin perder de vista el “horizonte” como lo ha propuesto recientemente Jorge Arrate, horizonte que para mi continúa siendo el socialismo – debimos asumir el doloroso proceso de crítica a la construcción y derrumbe del socialismo real, con la mirada puesta en sus errores y aún en sus tragedias, pero también en sus importantes logros.

Nos corresponde vivir esta nueva etapa de la lucha social en el mundo entero. No hubo tal “fin de la historia”. La crisis golpea Europa. China ha devenido la locomotora de la economía mundial. En América Latina prosperan regímenes progresistas y otros de clara vocación revolucionaria, varios de ellos llegados al poder – una vez más – por una vía no – armada. La historia – y este es otro de los grandes aportes del libro de Rolando Alvarez  – nos entrega la posibilidad de mirarnos en el espejo de  experiencias incompletas para alumbrar los desafíos del presente. Nuestro país vive las más grandes movilizaciones de las últimas décadas y destacan en ellas figuras de una nueva generación, que asumen un merecido protagonismo. Lejos de la pretensión de atribuir al Partido Comunista un papel hegemónico en estas movilizaciones, lo cierto es que no podría negarse su importante contribución a ellas. Y esta contribución muestra a un Partido que no solo pudo fortalecer su identidad en un momento tan difícil de su historia, aportando decisivamente a la lucha contra la dictadura, sino que da hoy muestras de su capacidad de actuar como una fuerza que se esmera por interpretar con el mayor rigor la nueva realidad, construyendo las alianzas que abran paso a la profundización de la democracia.

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