09 de octubre 2015

El domicilio de la letra

«Un libro es solo una nueva manera de estar vivo», escribió E. E. Cummings. «El libro es aquello que no cesa de escribirse. En la fibra del árbol, la letra hace su lecho, que se vuelve libro», escribió Eugénie Lemoine-Luccioni. ¿Qué sería de nosotros sin libros, sin esa conmoción al entrar a las letras de una página?, ¿cómo sería un mundo en el que no pudiéramos pensar que «una nueva letra se agrega y nos ilumina»?

Para Mistral, la pasión de leer es una calentura que casi alcanza a la del amor y a la de la amistad. Para Lispector el libro es como un amante: exaltación, éxtasis, garantía de libertad. Como sea, nos la pasamos en los libros.

¿Qué seríamos sin leer?, ¿qué seríamos sin esa reunión, sin poder «fojear el mundo»? ¿Qué seríamos sin esa «avidez niña» que es la lectura?

Hoy, a veinticinco años de existencia de Lom ediciones, los mismos años con los que cuenta nuestra democracia, decenas de escritos se siguen rebelando gracias a este proyecto, que finaliza estos veinticinco y que comienza iluminando sus veintiséis con la Obra reunida. Mi culpa fue la palabra, de Gabriela Mistral, compilada por Verónica Zondek.

El trabajo de una editorial es inconmensurable: los libros vuelven horizontales las jerarquías, las derrumban al poner a disposición de la mayoría la palabra, que es, precisamente, lo que ha venido haciendo Lom todo este tiempo: inscribir la producción literaria más importante dentro y fuera de nuestro territorio.

Desde sus inicios, en el año 1990, Lom nace como un proyecto cultural que vendría a impulsar y restituir la lectura en un país que había pasado de ser un gran lector en tiempos de la Unidad Popular, con los grandes tirajes de la mítica Quimantú, cuyos ejemplares –es cierto, lo sé, lo recuerdo: esa fiesta sucedió– tenían el mismo valor que una cajetilla de Hilton. Mi madre caminaba conmigo hasta el quiosco de la esquina y compraba unos cigarros para ella y un pequeño universo de la colección Minilibros para mí. Entonces comenzó mi amor por Poe, Thomas Mann, Melville, Horacio Quiroga, London, Dostoievski, y conocí el realismo social chileno de la mano de El chiflón del diablo; así tuvimos acceso a lo mejor de la literatura universal. En ese entonces, nos habían quemado los libros y la cabeza. Y en ese vacío surgió Lom, con la fuerza y la diversidad que debe tener un catálogo de libros, libros que liberan, que nos permiten acceder a la cultura y que democratizan las sociedades.

Lo primero que publicó Lom fue un planisferio invertido que tenía el sur arriba y que se llamó De la tierra incógnita del sur; lo segundo fueron las postales de un plano de la ciudad, con las imágenes de algunos detenidos desaparecidos, que ceñía el compromiso político de la editorial junto a esos rostros que vibraban y que siguen vibrando; lo tercero Los gemidos, de Pablo de Rokha. Elevado comienzo. Ya estábamos en democracia, pero la hoguera del fascismo hacía vibrar aún la frase de Heine: «Donde se queman libros, se acaba quemando también seres humanos», y así había ocurrido. Sin embargo, los libros que nos liberan, que nos permiten acceder a la cultura y que nos hacen preguntarnos, llegaban poco a poco. Con las páginas incendiadas, hacía diecisiete años atrás, alumbramos nuestras lecturas cuando Lom, en una «faena a favor del libro», echó a andar la máquina offset en su taller, y con esas palabras, fotografías e imágenes, puso, nuevamente, al alcance de estudiantes, profesores, pobladores y artistas un gran cúmulo de obras y pensamientos entre nosotros. Esas señales –hoy digitales– nos llegaron para reunirnos y diferenciarnos otra vez, restituyendo la experiencia de la lectura y la escritura, devolviéndole a cada uno su singularidad. Leer es eso: hacernos y sabernos distintos.

Como ocurrió con los Minilibros, cada ejemplar de la colección Libros del Ciudadano valía, nuevamente, lo mismo –o menos– que una cajetilla de cigarros. Así como yo me llenaba de libros de Quimantú, luego me empecé a llenar de libros de Lom. Y destellaban, como antes y como nunca antes, Mistral, Droguett, De Rokha, Huidobro, Manuel Rojas, Lihn, Guadalupe Santa Cruz, Pedro Lemebel y Diamela Eltit, entre tantos otros. Lom –un sol yagán, archipiélago (la palabra), nómade, nombrante, meridional, norte, pirita de hierro para encender fuego contra el frío y no contra los libros– volvía a alimentar nuestro «estómago de lector».

Son más de mil quinientos títulos, en los que podemos encontrar la más importante colección de poesía del país, textos fundamentales en historia, filosofía, ciencias políticas, sociología, psicología, novelas y cuentos, memorias y testimonios, dramaturgia, literatura infantil y juvenil, investigación periodística, humor, fotografía y arte, pedagogía y educación; un catálogo que reúne a autores nuevos y connotados, creadores e intelectuales chilenos y latinoamericanos, además de los clásicos a los que siempre retornamos y que, aun cuando no sean suficientes, «nos pueden consolar».

Lom ha sido y es un proyecto cultural totalmente independiente, que fomenta la lectura, la creación, la reflexión, la memoria y el pensamiento a través de la escritura. Hay que leer, hay que enamorarse de la lectura, hay que leer por leer.

¿Qué es leer?, se han preguntado tantos, dialogar con otros; por ejemplo, con Pascal Quignard que nos dice que aquel que toma un libro se expone al riesgo de ser sometido a la emoción de una página desde donde surge un suceso dramático, y entonces corremos el riesgo de ser desestabilizados. Leer es conmoción, inquietud, impulso hacia el lenguaje y hacia el sentimiento de las páginas. Libros –que somos–: «Palomas aleteantes» ante los censores de todos los tiempos, que relampaguean cada vez que son movidas, que transforman, alteran y alternan, porque la lectura y los libros siempre se resisten: «Hay que leer hasta la herida y hasta la sangre» (Derrida) y por todos los libros que están por venir y que gracias a los hechores de libros, como Lom ediciones, se vuelven hábito y habitar. Entre nosotros, entre tú y yo, siempre, libros.

(Santiago, 1966) Licenciada en Filosofía por la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS) y candidata a doctora en Literatura por la Universidad de Chile. Ha publicado Simples placeres (Editorial Cuarto Propio, 1992); Carnal (Editorial Cuarto Propio, 1998); © Copyright (Lom Ediciones, 2003); Job (Lom Ediciones, 2006; Premio Mejores Obras Literarias, 2004); Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas (Lom Ediciones, 2010); [J] (Cuadro de Tiza Ediciones, 2012), Jaramagos (Lom Ediciones, 2016) y Leer y velar (ensayo, Cuadro de Tiza Ediciones, 2017). Ha recibido el Premio Mejores Obras Literarias (categoría obras inéditas, 2004); la Beca Fundación Andes (2005); y la Beca Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2003). Sus textos han aparecido en diversas antologías en Chile y el extranjero.

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