09 de septiembre 2015

El MIR y los problemas de la perspectiva revolucionaria.

Dossier Carcaj 50 años del MIR[*].

 

 

“El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”.

Fidel Castro

Por evidente que parezca esta exhortación de Fidel Castro, no siempre le ha resultado fácil a la izquierda llevarla a cabo: ya sea por las tentaciones de utilizar las coyunturas como falsos atajos o por la excesiva intelectualización de la práctica política, es evidente que la mayoría de las organizaciones e iniciativas han naufragado en su intento de llevar a cabo una transformación socialista en sus respectivas realidades. No pretendemos volver demasiado sobre eso; lo que aquí interesa no es tanto evaluar dichas experiencias sino volver a dar una vuelta a la pregunta sobre qué implica ser revolucionario. Para que el concepto tenga cierto nivel de aplicabilidad, como primera aproximación debemos recurrir nuevamente a una obviedad o abstracción: el ser revolucionario –al menos en contextos donde existe lucha de clases- es poseer una estrategia que otorgue una perspectiva sobre cómo hacer que cada paso táctico sea coherente con el objetivo de la desaparición de las sociedades de clase y no con los espacios que la perpetúen. Sin embargo, esto requiere mayor rigurosidad para enmarcarse en un análisis de la práctica revolucionaria en el contexto capitalista. Como es sabido, durante el siglo XX esto se plasmó en dos principales características: la centralidad del factor subjetivo y el desprecio a la idea de que es necesario madurar el desarrollo capitalista industrial en las sociedades más atrasadas. En la realidad chilena, ambas cualidades se ven resumidas con claridad en la Declaración de Principios del MIR en 1965, donde se destacan dos ideas:

–          “Las condiciones objetivas están más que maduras para el derrocamiento del sistema capitalista”.

–          “La trayectoria de las clases dominantes desde la declaración de nuestra independencia en el siglo pasado hasta el presente, ha demostrado la incapacidad de la burguesía criolla y sus partidos para resolver las tareas democrático-burguesas que son, fundamentalmente, liberación nacional, la reforma agraria, la liquidación de los vestigios semifeudales. Rechazamos por consiguiente, la“teoría de las etapas» que establece equivocadamente, que primero hay que esperar una etapa democrático-burguesa, dirigida por la burguesía industrial, antes de que el proletariado tome el poder”.

Si ambas posturas las observamos desde el leninismo,encontramos que existe una línea directa con la evolución de su pensamiento (con todas sus contradicciones y espacios vacíos,desde acá se considera que hasta ahora no ha habido una teoría que profundice de manera sistemática en la obra de Lenin sobre “lo revolucionario” en términos teóricos, políticos y organizativos), donde los matices que introducen la revolución cubana y el pensamiento del “Che Guevara” resultan fundamentales para su constitución. En este último el factor subjetivo se torna casi en un principio epistemológico, alimentando la idea de que el gran esfuerzo que debía hacer el comunismo internacional tenía que apuntar a un proceso de construcción que viabilice la cohesión de los oprimidos en torno al objetivo revolucionario, utilizando todos los métodos posibles para realizar esa convocatoria, con especial énfasis en el aspecto militar.

Sin querer ahondar en esto, es importante destacar que una de las grandes “victorias” que tuvo la evolución de este pensamiento fue terminar de desacreditar desde la izquierda —incluso a nivel académico, como ocurrió con la teoría de la dependencia— las concepciones del marxismo que planteaban que la estructura del capitalismo lo haría caer por sí solo, algo que era discutible incluso desde la propia obra de Marx. Lo importante de destacar esto es que en términos teóricos esta tendencia ha generado dolores de cabeza irresueltos, especialmente a la hora de pensar concretamente la relación entre el factor subjetivo y la estructura económica. Tanto es así que en la misma declaración de principios nos encontramos con el siguiente enunciado: “El siglo XX es el siglo de la agonía definitiva del sistema capitalista”, y, sin ir más lejos, se plantea que la única forma de mantener dicho orden en última instancia el fascismo.

¿Cómo es posible esta aparente contradicción? ¿Cómo es posible plantear la centralidad del factor subjetivo y, al mismo tiempo, poner fecha al fin del capitalismo? Descartando la siempre posible incongruencia, lo que buscamos caracterizar es que en realidad esta declaración de principios precisamente establece las condiciones objetivas para su realización, es decir, que, sin quererlo, se está afirmando en un inevitable advenimiento del fascismo para sostener su línea revolucionaria.

Procedamos a argumentarlo.

En su análisis sobre el gobierno de la Unidad Popular, se plantea que la crisis capitalista ha llegado a un punto de no retorno y es necesario remplazar el modelo sustitutivo de importaciones, en pos de construir modo de producción socialista. Para el MIR, el gobierno de Salvador Allende se presenta como una posición reformista no solo por operar bajo el principio de “la revolución por etapas” (heredada del estalinismo), sino por creer que el mero hecho de estar en el gobierno permitía generar un aparato jurídico, administrativo y político capaz de sostener un proceso de transformación social. De cierta forma, se da cuenta de una suerte de evolución de este pensamiento a una suerte de —si se perdona el nombre desafortunado— “revolución democrática” bajo la cual el conjunto de la clase obrera debía confiar y respaldar electoralmente, el cual fue conocido como “vía chilena al socialismo”. Para ello, el MIR comprende que su tarea era convencer a la izquierda, pero ante todo a las bases populares de la tesis de la inevitabilidad del fascismo, valiéndose de “los pobres del campo y la ciudad” como el sujeto que permite radicalizar al conjunto de la clase obrera, en la medida que evidencia la imposibilidad del capitalismo chileno de crear un espacio real de integración social.

Esta apuesta evidentemente no rindió los frutos esperados.

Al respecto, quienes han sentido mayor afinidad por las posturas miristas suelen afirmar que a esta organización “le faltó tiempo” para disputar socialmente sus postulados y poder ejecutarlos con éxito. Esto es totalmente cierto, de la misma forma que tampoco se contó con las condiciones materiales para poder llevar a cabo la lucha revolucionaria contra la arremetida dictatorial que hizo fracasar a la UP. Sobre aquello la bibliografía es vasta.Pero aquí lo que interesa recalcares que no solo hay un factor material en dicho fracaso, sino también en la relación que hay entre la tesis planteada y las tensiones sociales de la época, en la medida que existía la factibilidad de plantear la inevitabilidad del fascismo. A pesar de que se plantea como un postulado aplicable al contexto capitalista global, la posibilidad de hacer real esa tesis sólo estaba posibilitada por un contexto que no era el propio, pero al mismo tiempo era el mejor escenario para la existencia del MIR. Un gobierno que apuntaba a la construcción del socialismo permitía el mayor margen de maniobra para una estrategia genuinamente revolucionaria, en lugar del despliegue represivo de una dictadura o los vaivenes de un gobierno democrático-burgués. Esto da origen a una paradoja, pues tradicionalmente los métodos revolucionarios (desde la violencia de masas y el sabotaje, hasta la construcción de organismo de base que funcionen como un poder alternativo al Estado) han encontrado mayor fertilidad en contextos donde la democracia es inexistente, débil o no garantiza la legitimidad del orden social.Lo que en su momento fue la audacia leninista pasó a convertirse en una fórmula a replicar, trayendo como consecuencia que la posibilidad de una estrategia revolucionaria se hace posible tras todo el constructo democrático, económico y social que el Estado de Compromiso había hecho posible en las décadas precedentes para, justamente, evitar el avance a una transformación socialista de la sociedad.

Esta paradoja es aún más compleja si se compara con la realidad que una organización “hermana” como el PRT-ERP argentino tuvo que enfrentar, donde curiosamente su período de mayor alejamiento de las masas fue en el breve período democrático comprendido en 1973 y 1976, donde las acciones revolucionarias fueron vistas como descontextualizadas por buena parte de la clase obrera, la cual además tenía una fuerte filiación peronista. Esto no quiere decir que ambas experiencias hayan sido análogas, puesto que la violencia de masas aplicada por el MIR buscaba más bien acelerar un proceso que ellos consideraban sería visto como legítimo.

Finalmente, cuando mayormente se puede observar la existencia de este problema es una vez ocurrido el golpe militar. A pesar de que este sector lo había profetizado con fuerza, no contaba con gran fluidez táctica para enfrentarlo, más allá de vacíos llamados a la resistencia, la rebelión y la permanencia en Chile. Esto se torna más preocupante cuando se ve la falta de claridad que se tuvo durante todo el período dictatorial sobre el objetivo que tenía la rebelión contra la tiranía:la documentación existente de la época demuestra fuertes contradicciones al interior de la dirección, de la cual difícilmente se podía decidir si el derrocamiento de la dictadura era en pos de la construcción del socialismo o de la recuperación de la democracia, ambivalencia que incluso se encuentra en los documentos del período ’73-’74, aún bajo la dirección de Miguel Enríquez. Dicha confusión se fue agudizando incluso en los períodos en que el MIR tuvo cierta capacidad de irrupción a fines de la misma década y a principios de la siguiente.

En conclusión, lo que se busca demostrar es que la dificultad presentada por los postulados revolucionarios de poder tener una iniciativa propia no pasa solo por la pertinencia histórica de sus postulados (criterio indispensable para cualquier práctica política), sino también por la dependencia política que estos han tenido respecto a la labor que otras fuerzas han realizado, quitándole independencia en su actuar. El llamado consiste en rescatar la audacia como la capacidad de aprovechar las condiciones dadas bajo los principios que enumeramos al inicio. Actualizar dichos principios sin perder la vista de la práctica política e ideológica diaria parece ser el principal desafío de los revolucionarios hoy en día, especialmente si no se quiere volver a poner infructuosamente fecha de término a la dominación.

 


[*] Hace algo de un mes se celebraron 50 años de la fundación del MIR, y las tres letras que nombran esa experiencia decisiva de la izquierda chilena volvieron a rondar las memorias y los discursos, levantando el eco de un pasado aún no suturado e interpelando la imaginación política que llama por un porvenir.  Con los cuatro artículos que publicamos en este dossier especial sobre el MIR, no pretendemos dar una visión exhaustiva de lo que fue su historia ni arrojar conclusiones definitivas de su experiencia, sino, ante todo, interrogando esta experiencia, contribuir a la reflexión más general sobre la posibilidad de convergencia de la izquierda radical y la vigencia del proyecto de la emancipación social.

Los cuatro artículos acá presentes ofrecen un corte determinado sobre distintos aspectos de la historia del MIR, y están centrados principalmente en el periodo que va desde su fundación el año 65, hasta el fin de la Unidad Popular con el golpe militar del año 73, periodo que por no haber tenido la urgencia de derrocar al tirano, permite pensar lo que fue el proyecto revolucionario del MIR como tal con mayor claridad. En la entrevista en portada, la historiadora Eugenia Palieraki se refiere a su investigación sobre los primeros años del MIR (de 1965 a 1970) y la influencia que en esta etapa fundacional tuvo la impronta de tradiciones de más larga data del movimiento popular y de la izquierda chilena, tales como el trotskismo y el sindicalismo. En Ocho momentos de un dirigente y militante del FER, se disponen temáticamente los fragmentos de una entrevista y se deja hablar la voz de un militante de los años 69-73, pequeño fragmento de una de las experiencias ético-políticas más importantes de nuestra historia y donde se puede leer, como a contraluz,  la atmósfera de un periodo y las contradicciones dentro de una organización. En El MIR y los Problemas de la perspectiva revolucionaria, Juan José Rivas piensa en torno a la Declaración de Principios del MIR y la pone sobre el plano de la realidad política de los años de la UP, intentando así vislumbrar  los momentos de eficacia del discurso y sus nudos problemáticos. Siguiendo en un tono más reflexivo, L Felipe Alarcón se detiene finalmente en La palabra revolucionaria y, pensando a partir del famoso discurso de Miguel Énriquez en el teatro Caupolicán el año 73, en la voz de la revolución que resuena en la historia, no ya como un monumento discursivo sino siempre como una crítica,  temblor por el que se filtra la posibilidad de un porvenir.

 

 

Juan José Rivas (22 de diciembre de 1986), licenciado en sociología y magíster en literatura. Ha publicado poemas en antologías y medios online, además de algunos artículos sobre temas afines. También se ha desempeñado como analista de proyectos e investigador interno en algunas instituciones de educación superior. Cree firmemente que el comunismo vencerá.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *