18 de diciembre 2010

Fantasmas de este mundo

Sobre el Fetichismo de la Mercancía. Se ha dicho en varias partes que El Capital de Marx puede verse como una monumental crítica a las epistemes del capitalismo. En esta y en otras de sus obras, puede verse que Marx se daba cuenta de que, además de proponer una lectura acerca de cómo funciona el capitalismo, era necesaria una reflexión acerca de los procesos, teóricos o no, a través de los cuales este funcionamiento echa “tupidos velos” sobre sí mismo, construyendo formas de “falsa conciencia” (1). El tema del “fetichismo de la mercancía” constituye, a ese respecto, un momento ejemplar.

La noción de ideología como “falsa conciencia” aparece claramente en la obra de Marx y Engels desde su temprana obra La Ideología Alemana. La primera frase del prólogo es una declaración a favor de esa idea: “Hasta ahora, los hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o debieran ser” (2). Estos dos jóvenes, que no alcanzaban aún los treinta años de edad, se proponían emprender un esfuerzo de lucha ideológica destinado a polemizar con el pensamiento dominante en la Alemania de su época, incluyendo el pensamiento socialista en boga. Reconocer la existencia de la falsa conciencia –obviamente– era el primer paso para combatirla.

La noción de falsa conciencia está relacionada con la producción de ideas “invertidas” o deformadas sobre la realidad. La noción de alienación, en cambio, que es otra noción importante a este respecto, remite a procesos que ocurren en la realidad, no en la conciencia, y se origina en la falta de control de los individuos sobre el poder objetivo que producen ellos mismos en el proceso de reproducción de su vida material. Ambas cosas van juntas, no son disociables, y hay que tener cuidado de proceder muy rápidamente a separarlas con criterios de distinción analíticos que pueden terminar por producir visiones parceladas.

Como se ve, en esta argumentación sigue siendo necesario sostener –de un modo porfiado a estas alturas–, cierta distinción entre un mundo de la conciencia y un mundo de lo real. De lo contrario es sencillamente imposible apreciar el problema del fetichismo, de la falsa conciencia y más en general, de la ideología. Ahora bien, ello no implica en modo alguno postular un abismo entre ambas cuestiones. Las ideas son, a no dudarlo, parte de lo real.

La propia noción de fetichismo de la mercancía permite apreciar esa relación de un modo dialéctico en la medida en que se refiere a una construcción cognitiva invertida que arranca del proceso mismo de producción y circulación del capitalismo. Es una expresión concreta de ideología y economía reunidas.

Este tipo de distorsiones en la conciencia no son errores lógicos o cognitivos, sino construcciones de la práctica. Es por eso que los fenómenos ideológicos no son sólo intelectuales ni es posible establecer una frontera clara entre los problemas prácticos que producen una conciencia deformada, y los esfuerzos políticos e intelectuales que sobre ese mismo escenario trabajan para construir una mentalidad favorable al modo de vida capitalista.

Un fetiche es, se sabe, un ser aparentemente dotado de poderes de los que realmente carece. Así, Marx ve la mercancía como “un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas.” (3).

Pero, ¿de dónde le viene ese carácter a la mercancía? El problema se juega en la esfera del intercambio. En la medida en que las cosas se producen como valores de uso, nada misterioso se encierra en ellos. “Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible.” (4). Es el hecho de que esos productos hayan sido producidos como mercancías lo que los convierte en fetiches.

El problema está entonces radicado en las relaciones sociales. Las mercancías parecen relacionarse entre sí de forma directa y las relaciones sociales se ocultan detrás de las relaciones entre los objetos. Las mercancías reflejan el carácter social del trabajo como si fueran caracteres objetivos de los propios productos del trabajo, como si fueran “propiedades sociales naturales de dichas cosas” (5) Del modo como ocurre en la religión, dice Marx, los productos del hombre se muestran como productos autonomizados del hombre.

Si trabajáramos de otra forma no habría fetichismo. El carácter fetichista del mundo de las mercancías se origina “en la peculiar índole social del trabajo que produce mercancías” (6). En la producción mercantil los productores no entran en contacto social sino hasta que intercambian los productos de su trabajo. Es allí donde los “trabajos privados” de los distintos productores “alcanzan realidad como partes del trabajo social”. A dichos productores, por ende, “las relaciones sociales entre sus trabajos privados se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus trabajos, sino por el contrario como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas.” (7).

El hecho entonces de que las relaciones sociales no se muestren como relaciones sociales sanamente establecidas entre trabajadores, no obedece a una percepción que ha sido deformada, sino, todo lo contrario, a que la forma fetichizada de la mercancía es su realidad en el capitalismo. No es que nuestra mente sea aficionada a ver fantasmas, por el contrario, “lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es sólo la relación social determinada existente entre ellos.” (8)

 Rodrigo Ruiz E.

NOTAS:

(1)   Por razones de espacio no ingresaré aquí al debate más general sobre la “falsa conciencia”. Baste decir que, ciertamente es necesario reflexionar sobre, y acaso limitar, los alcances explicativos de esta noción en cuanto al amplio campo de los problemas ideológicos

(2)   Engels, Friedrich y Marx, Karl. La Ideología Alemana. Ediciones de Cultura Popular. México, 1979, p. 11

(3)   Marx, Karl. El Capital. Tomo I. Vol. 1. El proceso de producción del capital. Siglo XXI. México. 19na ed. 1991, p. 87.

(4)   Ibid., p. 87.

(5)   Ibid., p. 88.

(6)   Ibid., p. 89.

(7)   Ibid., p. 89.

(8)   Ibid., p. 89.

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